Lo que quiere ofrecer Aguilar en su tercera película, luego
de Palomas de papel (2003) y Tarata (2009), dos historias sobre terrorismo, una
situada en los Andes y otra en la calle emblema de la capital en el distrito de
Miraflores, es sentimiento. El filme nos remite a tres historias que abordan
la melancolía, vidas que se cruzan para
superar sus conflictos personales; la anciana Trini (Élide Brero) quiere
cumplir una promesa, tirar en año nuevo las cenizas de su difunto marido al
mar; Tesla (Kani Hart) sentirse menos sola, ante la falta del padre y la
indiferencia y superficialidad de la madre, para lo que cuenta con la amistad
atípica de un guachimán; el tercer componente del relato, el guachimán, también tiene su
dilema, pasa por un mal trago en la separación de su esposa y está a puertas
del desempleo, lo interpreta Juan Ubaldo Huamán. Todo bajo la cercanía del
nuevo año, el 2013, en que los maya auguran el fin del mundo.
Las actuaciones son un poco rígidas en las emociones que
presenciamos, aunque se hacen bastante
identificables, fáciles de apreciar, entendibles; son carencias a falta de talento
y experiencia por parte de cada actor central. El guion busca fermentar expresividad en
la chiquilla y sólo lo logra avanzado el metraje; Kani Hart consigue ser menos
falsa en su deseo de rebeldía y soledad, mientras Huamán se queda tal cual en un
aura de casi vacío visual, por defecto, aun en la intención de adscribirlo a la
abulia, a la indolencia, salvando su desahogo, algo muy visto y en sí ese es
el problema del filme, no genera notoriedad e interés porque es muy común, muy repetitivo y muy predecible. El único momento que sorprende es ver a Élide Brero
desnuda, una “maldad” del director y una entrega en un filme que no le va a
compensar en absoluto, pero, bueno, es el compromiso del actor y es valido
aunque sea en un filme muy discreto en cuanto a resultados y hasta en lo que
acontece en sí. Élide Brero cae en una sutilidad que no contamina al espectador
con emociones, un toque aquí y allá y es muy poco su historia, ella rememorándose
en la foto o algunos comentarios no alcanzan a sensibilizar, y el clímax de su desmayo es
apenas llamativo. Son faltas muy visibles. El entretenimiento únicamente llega con
vernos retratados, es siempre un aliciente ver la propia realidad, a nuestra
gente, a nuestro espacio, pero el filme es todo menos ingenioso, solamente cumplidor
y muy olvidable. Su deseo de infringir drama, queriendo ser más de lo que
es, se queda como anécdota, como esbozo, pasa el tiempo y todo parece
irremediablemente tan sencillo que ni las bromas del panadero –gestualmente
bastante cómico- o la belleza de Melisa Loza -muy cuidada en
pantalla- no hacen gran efecto. Son cosas a fin de cuentas tan pequeñas en lo
que encierra el arte, aun en lo simpáticamente banal, que el filme grita un
“imposible” al espectador por un lugar en su rutina cinematográfica. Se
intuye muy complicado de que supla lo que ya hace bien el cine americano.