El propio director sale en pantalla en el prólogo. Desde su dormitorio
cruza una puerta secreta cubierta por un tapiz con el uso de una llave mágica
en uno de sus dedos, e ingresa a una vieja sala de exhibición cinematográfica,
en ella los espectadores duermen apaciblemente, enseguida poza su mirada en un
perro gigante que se adentra por el pasillo, y a continuación se queda mirando
el ecran, desde donde empieza la fantasía. Inicia la película.
Somos participes de las transformaciones de un hombre
llamado señor Oscar (Denis Lavant) que en el interior de una limosina blanca
que le sirve de camerino se apremia a cumplir con su trabajo, recrear nueve carpetas
documentadas que remiten a distintos escenarios y papeles, cada uno más
variopinto que el otro, intentando cada vez superarse más, ser ingenioso, sorprendernos, y ser completo en un corto espacio. Participamos de un gran teatro real
en donde un camaleónico personaje cumple con alguna performance, disfrazándose,
maquillándose, adaptándose, y que incluye repetirse, como asesinarse repetidas
veces siendo un ser sin identidad más que en su interpretación (el resto está
fuera de nuestros ojos como un misterio), emulando en una de sus creaciones un
acto circular y libre de la atadura de la muerte (el actor no muere, sigue
viviendo en cada nuevo rol).
Produce el movimiento de computadora de
un monstruo en pleno acto sexual o muestra la agilidad de un artista marcial dentro del
cine de acción. Llega a descansar a un hogar con simios, como en un
colofón inverosímil y fiel a una “locura” encallada en el arte en que el reto
es descolocarnos, y en donde no se salva de la referencia ni el chofer de la
limosina de Oscar, la actriz Edith Scob que con una máscara remite a Los ojos
sin rostro (1960) de George Franju, y en donde los vehículos en conversaciones pueden
temer ser desmantelados, porque muchos motores están pasando de moda, como bajo
la metáfora del ingenio en donde siempre hay que estar al pie del cañón sino
perecemos, quedamos olvidados, y es que el arte está en los ojos del espectador
nos dice Carax en alguna paráfrasis.
Tenemos en la presente una creación anterior de Carax que se
pudo ver en la cinta ómnibus Tokyo! (2008), el señor mierda, un vagabundo de
espectro irlandés, tuerto, incomprensible en el hablar y que se alimenta de
flores, que de una sesión fotográfica en un cementerio rapta a una gélida modelo,
la actriz americana Eva Mendes, y ella en total docilidad pasa a ser vestida con
una burka artesanal mientras él se desnuda y se tiende en su regazo con el
miembro erecto. Ésta es la más audaz de las actuaciones, aunque todas tienen algo
atractivo y provocativo. Incluso hay canto, como en el musical con la cantante
pop australiana Kylie Minogue como Jean, otra actriz de la agencia que es el gran
amor de Oscar y con quien en tan solo unos pocos minutos nos mete en un drama romántico
que cuenta con un suicidio, en un instante de pura sensibilidad, al igual que
en el acto de la decepción con la hija y el dejarla a su libre idiosincrasia, en asumir su
personalidad, como también yace emotiva la muerte de un anciano ante un tipo de
amor agradecido, mientras hay otro rato de música con acordeonistas que se van
incrementando al andar, que no solo es una trama de tristezas y el sentimiento
también implica alegría, como en las múltiples capas del cine.
Es un filme rompedor que seguramente puede desagradar pero
también enamorar. Definitivamente es polémico. Hay que verlo sin la preocupación
de la lógica sino en la irreverencia. El filme es nuestro narrador de
historias frente al fuego, el que atrapa la atención, el que no te deja
pestañar, el que quiere tu curiosidad, el que puede ser absurdo, pero no causar
indiferencia. Éste nos alecciona en esa
entrega que vemos en Lavant, ensimismado en cada circunstancia que lleva acabo,
el fetiche que puede concebir la magia que despliega Carax, el demiurgo o titiritero
comprometido que está siempre tras un siguiente paso, seduciéndonos y atrapándonos
en su red imaginativa. De eso va, de convencernos de muchas realidades
fantásticas y artísticas, ficciones que envuelven, que se hacen creíbles en el
tiempo que duran o que quieren únicamente entretener, y que como notamos son
artificiales y se deben al genio humano en constante reto, que salta a la
palestra dejando todo en el ruedo, exhausto. Es el homenaje del creador y del
actor, de la fusión Lavant-Carax. El resto son motores sagrados, ideas
sacrosantas y sus escenificaciones.