Escribir de éste filme es en gran parte un reto, el director
ruso Aleksandr Sokurov, uno de los más interesantes creadores de la actualidad,
presenta una versión muy libre de la obra magna de Goethe, de uno de los libros
capitales de la literatura universal, sobre la famosa leyenda alemana del
doctor que vendió su alma al diablo en busca de nuevas sensaciones,
sentimientos y mayores descubrimientos filosóficos, existenciales y científicos,
por lo que comprender toda su extravagancia y abstracción resulta algo que
muchos prefieren eludir, muchas veces con el simple resultado de decir que es
vacío por debajo, ególatra o aburrido, evitando comprender que ha querido
manifestar con su arte, uno que requiere entrega y pasión por nuevas maneras de
expresión. Y ahí está el genio de Sokurov, hacer algo nuevo, poderoso y creativo
con lo que para la mayoría podría ser intocable o difícil de destacar, sobre
todo al tener una visión excéntrica y arriesgada, desde una adaptación visual
que manifiesta el firme propósito de asumir su imaginación, agregando efectos y
rescribiendo el tema universal de esa búsqueda del hombre por su intelecto y
razón de existir.
Inmediatamente entramos en un mundo sucio, rancio, muy
paupérrimo donde se respira hambre y necesidad, donde como se dice en algún
diálogo no hay cabida para la comedia, ni para la moral. Un espacio que se hace
idóneo para nuestro protagonista, un ser humano racional detrás de respuestas,
y descreído de la naturaleza espiritual. Un Fausto de acuerdo a su contexto,
quien se pregunta por aquella frase bíblica: y al comienzo fue el verbo, que nos
retrotrae al enigma, y a la grandilocuencia que hemos visto antes en Tarkovski.
El filme que ganó el león de oro en el Festival de Cine de
Venecia del año 2011 sigue la historia de Goethe pero a su modo y total
libertad creando algo bastante nuevo con la misma esencia aunque ramificando cavilaciones
para su propio cauce, en la absoluta irreverencia y solvencia personal, Mefistófeles
no se llama de esa manera sino bajo un cómodo y anónimo Mauricius, mientras por fuera toma vida humana encallado al
entorno. Es un prestamista cínico que besa lascivamente las efigies cristianas,
quien una vez desnudo nos enseña la deformidad y la monstruosidad. Lleva un andar
particular, regodeado en su insolencia y autosuficiencia (esa que Fausto pasará
finalmente por alto), además de mostrarse fríamente maquinal. Sokurov nos va
descubriendo a éste demonio, entre la realidad y lo sobrenatural. A través del
saqueo de unos muertos en una catacumba que parece un lugar de desechos, para
hallar la pequeña fortuna que cambie la existencia de la humilde amada entrada
en desgracia, o cuando simula un sueño de cara a un lago que hace de puerta a
la cita y habitación añorada, y ya lo vemos tal cual cuando cumple la promesa,
el deseo último de Fausto, la del encuentro sexual con la bella e inocente Margarita
(a un punto nomás ya que odia a su madre y siente el conflicto entre el deber
de aborrecer al asesino de su hermano o dejarse rendirse al enamoramiento de éste
siendo un inteligente, amoroso y generoso pretendiente), una muy joven actriz Isolda
Dychauk que en pantalla se ve mucho menor aún pero perfecta para la gracia de la
iluminación romántica (en el filme
incluso literalmente). Donde en ese lapso sensual de olfatear y besar su
pubis rubio seres amorfos ingresan silenciosos clamando ante la indiferencia del
doctor por el pacto sellado con el alma, en la cual no cree Fausto. Ingenioso
el primer encuentro con la dama encantadora, Margarita impoluta y sencilla lava
la ropa colectivamente, habiendo alrededor un aura de vulgaridad, transparencia
y lujuria.
El doctor vive en la ciencia, sin embargo hay un toque de fantasía
en ella (la historia es bastante un cuento), se logra crear sin sobresaltos al
homúnculo y en boca de los personajes hay imaginario de la alquimia, la
inmortalidad o la creación de oro, aunque en general no hay respuestas habiendo
hambre de conocimiento y de anhelo de cambio, paradójicamente –o de esa manera
surgen otras salidas ante esa carencia- hay un endeble discurrir científico (expresamente
más médico, el epitome de la sabiduría de la época) que cae en la tortura o en la
mentira, se dice metafóricamente, la ciencia es como la labor del tejido femenino,
encargada de vencer al vacío.
El filme está plagado de extravagancia, en un rapto de cierta gratuidad biográfica al prestamista lo
sigue una mujer que según él es su esposa y que parece algo desmelenada, o el
hermano, un militar en medio de la decadencia, agradece su muerte, y con ello
los alegatos parecen los de toda la civilización retratada. Como si todos
esperaran la muerte; que no le temieran ya que vive a su costado en el día a
día. Fausto definitivamente no le teme y aunque en su mente aun trata de ser
coherente y cauto, la pasión lo subyuga, pronto su timidez dejara de existir,
por ello el final tan abierto tras el ataque con las rocas, dejándose ir hacia
la inmensidad de lo desconocido, su lucha es la del eterno saber, sin
agotamiento. El prestamista parece el retrato del destino, su encuentro es inminente,
la vida de Fausto lo persigue, pero en el filme se hace muy como quien no
quiere el asunto, casi accidentalmente, sin forzar la esencia del relato, una
audacia que rompe con lo predecible, como lo hace toda la propuesta que añade y
cambia los lugares de la trama puesta por Goethe.
Johannes Zeiler es un estupendo Fausto, pero Anton Adasinski es simplemente impresionante, un personaje completo con una expresión corporal
compleja llena de gestos y movimientos estrambóticos en una conformación de
demonio que acoge individualidad y maestría, gracias también al cariz que le
brinda Sokurov dándole riqueza interior, una personalidad marcada llena de
diálogos que se acoplan a la falsedad naturalista en que se mueve. Mordaz,
tentador, caustico, espontáneo, impredecible, culto y a su vez primitivo y
salvaje, como todos en realidad lo son, en un contexto que los arrastra en conjunto
a una fealdad y explicites visual (arranca el filme con una autopsia descarnada
que rápidamente nos anticipa un escenario deprimente y podrido, como el mal
olor en que Fausto hace hincapié en su labor), una mundanidad muy propia de una
época histórica de la Europa medieval, y que hace un contraste con la
profundidad del habla sin romper la magia de la estética. La película esta
grabada en idioma alemán.
La historia pasa por ciertas técnicas visuales, como en un lente que distorsiona y que mueve
la pantalla hacia un lado, habiendo desenfoques y plegándose a colores, más
verdosos o blancos entre otros, además de iluminaciones o claroscuros, y que
aunque muy pocos llega a tener algunos paisajes atractivos como en la caminata
con Margarita y su madre tras el entierro, sin embargo predomina cierta
consciencia de estar dentro de un fresco renacentista.
El filme nos mete de lleno en una fantasía, hay esa
sensación de fabulación, de mundo creado, y aun así nos podemos ver
identificados aunque principalmente parece un artificio, que hace gala de
reflexión pero también de entretenimiento. Este cine de autor posee ese matiz,
no solo grandilocuencia u oscuridad. Es un Fausto definitivamente raro pero
bello en su fealdad, ingenioso, atrevido, una realización hiperactiva, nerviosa, que puede inquietar en
ese sentido, con mucha personalidad (y de ahí un desenlace chocante y críptico,
saltándose toda convención lógica), que aporta ya siendo una historia muy
popular.