La triunfadora del Festival de Cine de Venecia, uno de los
más importantes y respetados festivales del mundo. León de oro 2012. Su autor
el surcoreano Kim Ki-duk retorna a los grandes reflectores del séptimo arte con
ella, luego de un lapso de cierta indiferencia hacia su obra, al tiempo de
haber cimentado una reputación entre los críticos más audaces que veían en su
personal mezcla de lirismo y violencia una de las más sugerentes
cinematografías que existen. Kim Ki –duk lleva esta vez el estandarte del mejor
arte de su país, anclado a las constantes de oriente, y aprovechando nuevamente
ese leit motiv que ha hecho famoso y distintivo al cine coreano, la venganza.
Dotado de un notable sentido de la historia, planea su
estructura milimétricamente y nos entrega una trama en que un hombre sufre
hasta la locura por amor, el materno, una vez que este ser muy frío y cruel
encargado de dejar inválidos a deudores de un jefe prestamista recupera el
tiempo perdido y se topa con la progenitora que lo abandonó al nacer. El guión
espolvorea algunas ideas recubriendo la propuesta de un toque de ingenio, el
que persigue la obra presente con flagrante ahínco, además de un desenlace
apoteósico muy propio del cine en que se adscribe. Sin embargo el control y la
precisión que se persigue hacen prever el final, saber que es lo que esconde,
aunque teniendo en cuenta que parece consciente de ello y entra a tallar la duda de la
manipulación, la locura y la redención en el dolor que hacen redonda y efectiva
la realización.
Estamos ante un cuento con mensaje donde se le hace sentir a un
ser humano malvado lo que hace con sus semejantes, se transforma en lo que
provoca, una invalidez mental que aprisiona su corazón y lo doblega, lo hace
sentirse débil. Su error no es el de pedir un dinero que se multiplica ante el
crédito en diez veces su valor y que hace pagar el precio que en cada familia
repercute, habiendo suicidios y viéndose que los seres queridos quedan
lastimados para siempre, sino el de sentir afecto por alguien y depender de
ello, volverse vulnerable hasta perder la cabeza, lo mismo que mueve a cada
deudor a hacer un préstamo, como el del padre que quiere ofrecer dos manos para
obtener dinero para darle una buena vida al hijo por venir.
Paradójicamente el odio que ha sobrellevado siempre el
protagonista ante la dureza de su existencia y su soledad lo mantiene en su
lugar pero en cambio el amor lo pone frente al paredón de la justicia regida no
por ley pero si por el hombre, esa que pervive en la Piedad, alusión de Kim Ki-duk
a la monumental escultura de ese genio llamado Miguel Ángel, en que la virgen
llora el sufrimiento de su hijo, Jesucristo. La piedad que clama esta nueva
María terrenal e imperfecta no llega nunca por el verdugo, se esquiva
rotundamente y como en una nueva interpretación de la historia no queda más que
la lección en la propia carne que castiga al que es ciego de sus actos, siendo
el dolor que infringe en el amor la repercusión que se pone en pie, un espejo
que regresa desde el otro cauce.
Kim Ki-duk logra que la relación maternal tenga visos de
atracción sexual en medio de cierta natural violencia, inconsciente pero muy en
la orden de un Edipo más carnal, la madre masturba al hijo dormido, se come un
pedazo de su cuerpo, es vejada y violada ante la incredulidad, paga por ser
aceptada queriendo ser parte del monstruo que el tiempo y el mundo ha creado
ante el abandono, y que solo importa como un ser individual. La biografía queda
mermada ante el acontecimiento del presente, el matón Gang-Do (Lee Jung-Jin,
que expresa en su rostro su papel) se ajusta a la historia, en que es
monotemático, primitivo, y solo entiende en el sacrificio, una vez que procesa
que uno es secundario frente a otros, en una mirada menos egoísta y egocéntrica
del mundo, justamente reflejada en el cristianismo.
Kim Ki-duk es muy ágil en crear el vínculo materno sin que
quede endeble, y ayuda mucho el dramatismo gestual de su intérprete, la actriz Jo
Min-Su, siendo muy importante para perpetrar su historia; tampoco requiere de
muchos datos, se enfoca en la fuerza de sus personajes, que son primarios, y
por ende inteligentemente explotados como emotivos y expresivos. El contexto de
los pequeños puestos metalúrgicos o industriales crea personalidad al conjunto
dando la sensación de submundo, de un infierno de la clase trabajadora que
puede ser interpretado con la dificultad de sobrevivir; también un espacio de pecado,
muy humano, un microcosmos de nuestra idiosincrasia general como toda buena
arte debe poseer y el cine conoce bien.
La violencia reina en la obra de Kim Ki-duk, no solo en los
casos de los cobros indebidos de los futuros inválidos sino que recurre a un
chocante proceso de transformación. Una vez asimilada la madre, amonesta al
hijo pervertido (invirtiendo el dominio), en donde él en clara metáfora ni se
da cuenta de su comportamiento, por eso en adelante es necesario que presencie
el mal que ha ejercido, las consecuencias de su indolente quehacer cotidiano,
para compararse, verse reflejado, pero sin marcha atrás, o quizá sí cuando ella
se pregunta por el acaecer de un extraño
sentimiento, del que incluso Gang-Do llega a revestirse en un vuelco de
desesperación en que pide de rodillas. La memorable imagen de los cuerpos
echados debajo del árbol sembrado para las cenizas es el reflejo de una
mutación y una fusión en que ya nada importa, el sentimiento ha doblegado a la
razón.