Ésta es una película que por donde va cosecha elogios, y triunfos
como la palma de oro en el Festival de cine de Cannes 2012. Michael
Haneke nos remite al sufrimiento emotivo y físico en la vejez tras las
enfermedad que llega repentina, aquí ante ataques cerebrovasculares.
Una pareja de músicos de avanzada edad que profesan mucho amor entre sí tienen que afrontar el devenir del tiempo y la proximidad de la muerte. Mientras Anne (Emmanuelle Riva) se deteriora hasta no poder ni comunicarse coherentemente ni sostenerse por su propia voluntad, Georges (Jean-Louis Trintignant) no sabe que hacer con aquella dignidad que lentamente va perdiendo su eterna pareja, junto al dolor que presencia padecer y que se incorpora en él desasosegándolo ante la inutilidad de lo poco que puede solucionar frente a lo que ve. Ha hecho la promesa de no dejarla en un asilo de ancianos sino cuidar de ella, lo que lo pone en el meollo del asunto y lo hace vivir fehacientemente el estado de su mujer. Esto lo pone de cara a la dura crueldad de algo que llega intempestivamente sin que uno pueda preverlo o siquiera vislumbrarlo; es una etapa a la que uno no está preparado mentalmente siendo algo muy violento de atravesar. A veces, como vemos, mucho más en quien puede razonar lo que sucede y sentir la presión de ver al ser que más se quiere llorando, susurrando maquinalmente que le duele provocando desestabilidad emocional, cayéndose al suelo sin dominio de sus facultades y un sinfín de momentos que un director como Haneke nos lo deja ver o sugerir sin caer en una pornografía visual, pero haciéndonos entender en su propuesta que de ahora en adelante todo es cuesta abajo a la par que la resistencia ajena se verá afectada lentamente.
Una pareja de músicos de avanzada edad que profesan mucho amor entre sí tienen que afrontar el devenir del tiempo y la proximidad de la muerte. Mientras Anne (Emmanuelle Riva) se deteriora hasta no poder ni comunicarse coherentemente ni sostenerse por su propia voluntad, Georges (Jean-Louis Trintignant) no sabe que hacer con aquella dignidad que lentamente va perdiendo su eterna pareja, junto al dolor que presencia padecer y que se incorpora en él desasosegándolo ante la inutilidad de lo poco que puede solucionar frente a lo que ve. Ha hecho la promesa de no dejarla en un asilo de ancianos sino cuidar de ella, lo que lo pone en el meollo del asunto y lo hace vivir fehacientemente el estado de su mujer. Esto lo pone de cara a la dura crueldad de algo que llega intempestivamente sin que uno pueda preverlo o siquiera vislumbrarlo; es una etapa a la que uno no está preparado mentalmente siendo algo muy violento de atravesar. A veces, como vemos, mucho más en quien puede razonar lo que sucede y sentir la presión de ver al ser que más se quiere llorando, susurrando maquinalmente que le duele provocando desestabilidad emocional, cayéndose al suelo sin dominio de sus facultades y un sinfín de momentos que un director como Haneke nos lo deja ver o sugerir sin caer en una pornografía visual, pero haciéndonos entender en su propuesta que de ahora en adelante todo es cuesta abajo a la par que la resistencia ajena se verá afectada lentamente.
George se pone en el lugar de la amada, lo dice en su
conversación; se siente impotente, afligido y quiere ayudarle, sostenerla, pero
el camino cada vez es más tortuoso, más inevitable, y cada minuto empeora. Anne,
una dama autosuficiente tendrá que lidiar con la nueva realidad aun no
queriendo verse inválida en su enfermedad, primero consciente de que la
tragedia es una bola de nieve, evitando el consuelo y el repercutir en su
esposo, sin embargo no sabe lo que será, y más en su noble amor que debe
hacerse cargo. El amor en ningún momento
se pone a prueba, éste es muy fuerte y eso lo hace más insufrible para el de
afuera. Esa unión en ese mundo pequeño de a dos, se hará una tortura solitaria
para Georges ante el ser amado que empieza a desaparecer, aun teniendo el
cariño de algunos conocidos, el joven alumno u algunos inquilinos, o el de su
hija Eva (Isabel Huppert, accesoria, expresiva, desolada), la que más que
calmarlo le infringe desesperación.
El tono es frío, sin dramatismos exagerados pero hirientes, ya
que el filme de Haneke duele irremediablemente, hay que atenerse a las consecuencias,
no se puede evitar aunque trata de aplacar la flagrante decadencia del ambiente
con el deambular sonámbulo y ocupado de las nimiedades caseras del protagonista
varón. A ratos vemos lo que encierra la trama y a otros caemos en sentir lo que
ocupa desde afuera del conflicto en sí, se mueve la cotidianidad asumida desde
la enfermedad, es como un pacto entre dos seres demasiado unidos, el dolor de
uno vive en el otro, y en cada rincón se trasluce. Los silencios, las
conversaciones rotas, los monólogos pesimistas ante el cambio de la corrupción
del cuerpo, las miradas, los recuerdos, los exabruptos discretos, todo van
haciendo ceder al corazón ante un final anunciado.
La de Haneke es una película vista en Volcano (2011) del islandés
Rúnar Rúnarsson pero enfocándose en el deterioro de la vejez visto desde el
amor de una pareja y no desde la individualidad de un hombre que entiende una
transformación (en uno se trata de un personaje en evolución y en otro de dos inseparables, pero comparten ideas en distinta intensidad); estamos ésta vez en un callejón sin salida, salvo con un
desenlace críptico, artístico, romántico. No obstante principalmente el
cineasta alemán quiere que aceptemos lo que representa una parte innegable de
la existencia, como Anne diciendo ha sido una larga y bella vida. Y Georges es quien sirve de prisma para la comprensión,
mientras al mismo tiempo desde el ecran el arte nos va enseñando sin poesía ni
velos engañosos a través de su desarrollo un acontecimiento universal aunque en
duras condiciones, pero sin faltarle la estética, ya que Amour en su leit motiv
–ese que oculta el título, la preparación del fin y el dolor en el trayecto, como representación
indisoluble de éste último de lo que realmente significa existir- es una
propuesta que conmueve y abre nuestra percepción, mientras nos cubre con su
hipnótica belleza, como un ineludible Baudelaire buscándola en los espacios menos imaginados.
Dos actuaciones brillantes, Jean-Louis Trintignant en un
papel de hombre educado, cariñoso, dócil, entregado, servicial, doméstico, dejando
ver su pasado, su sensibilidad, en la ilustración del ser menos preparado para éste
acontecimiento, y Emmanuelle Riva, una señora fuerte, dominante, dulce,
tranquila, apunto de ver doblegada su esencia.
La realización es un derroche de inteligencia en la
sencillez, en la claridad, dándole al público mucha conversación ante las
imágenes presenciadas en la vejez, en el tiempo, en el sufrimiento, en el
sentimiento. Es un Michael Haneke transportado a su obra, próximo, humano, a pesar
de todo afable, sin extremismos pero en un extremo, calmo en el diluvio interno
y abstracto como ninguno en la llaneza y poder de las imágenes efervescentes, intelectualizando
con el séptimo arte pero para la comprensión amigable del espectador común a
quien le entrega por medio de su cine de autor profundidad en la transparencia.
No es un filme propiamente atrevido salvo en su honestidad y lucidez, sin regodeos
vulgares, y aunque alguna decisión no sea la nuestra, podemos sentirnos
satisfechos con su conjunto. Es la cotidianidad de lo que no esperamos ver, el
ocaso anti-romántico de un contexto del compartir del amor.
El filme tiene solo tres momentos extraños o particulares,
uno en el intermedio con la exhibición de unas pinturas al oleo de unos
paisajes, la belleza en el reposo, un aire de neutralidad, de contemplación y de
inmovilidad. Luego una paloma en dos oportunidades entra a la casa y Georges bajo
un claroscuro se topa con ella, entra a tallar lo imprevisible, lo
desconcertante, matar al ave, dejarla en libertad, que es lo que nos implica la
acción que debe solucionar, la inocencia, la paz, la naturalidad, el vacío, un
simbolismo simple y ciertamente indefinible, una ocurrencia menor a fin de
cuentas. Y luego cierra con un único halo explícito de poesía en como nos ha
reflejado la historia: No dos almas separadas, sino dos en una, juntas.