Película nominada a 6 premios Oscar que trata la denuncia basada en hechos reales de una
gran cantidad de sacerdotes pedófilos en Boston, hablando de un 6% del total, de entre
70 y 90 curas corruptos en un solo estado de EE.UU., desde el ejercicio detallado
de una investigación periodística donde se destaca la profesión de periodista
en la laboriosidad de sacar a la luz un daño social y humano donde implica
desnudar un sistema, el encubrimiento, la impunidad y/o la negociación sin
consecuencias con las víctimas, de parte de la iglesia católica y gracias a
abogados interesados económicamente y serviles a la institución y a su necesidad en la ciudad, contra niños pequeños o chiquillos, indefensos,
engañados por su fe familiar, inocencia, el poder social en la comunidad, y por
el respeto a Dios, salidos por lo general de hogares destruidos, con lo que era
más fácil ejercer el abuso, aludiendo casi a cualquier niño(a), como indica el
caso del cura y entrenador del equipo de Hockey del respetado colegio en el
cual estudió uno de los protagonistas de la investigación, como aquella
preocupación que dibuja el filme al ver niños cerca de una casa de tratamiento psicológico
de curas pedófilos o jugando próximos a la inadvertida vivienda de algún sacerdote
pederasta, tal cual la indignación del investigador del caso Mike Rezendes (Mark
Ruffalo) que es el que se muestra más intenso y emotivo del grupo de Spotlight,
una unidad de investigación formada por cuatro integrantes del diario Boston
Globe, completados con Sacha Pfeiffer (Rachel
McAdams), Matt Carroll (Brian d'Arcy James) y el editor del equipo que
interpreta Michael Keaton conocido como Robby, quienes le reportan a Ben
Bradlee Jr. (John Slattery) y al nuevo editor en jefe del periódico, Marty
Baron (Liev Schreiber), que es el "foráneo", no nacido ni criado en Boston como
los demás, un famoso periodista que viene a crear una cierta revolución en el
diario.
El filme tiene una narrativa que no busca el sobresalto ni
el drama sentido, escogiendo no ser demasiado visceral o sólo en muy pocos
momentos, sobre todo en la breve escena en el balcón en casa de Sacha (en el mayor
lucimiento de Mark Ruffalo, aparte de su sostenido cierto cariz juvenil, medio
torpe, bastante casual, al que vemos ordinario, igual al correr de George
Clooney en Los descendientes, 2011), o en el arrebato de la sala de redacción
ante el anhelo de ya ir tras el cardenal Bernard Law, el encubridor, el “descuidado”,
que tiene tal tranquilidad que luce inquietante, idóneo en el actor Len Cariou,
perfecto en aquel regalo del catecismo (todos los caminos conducen a la iglesia
o ésta los guía, nos expresa con una amable sonrisa y mucha paciencia y
docilidad), porque la iglesia actúa salvaguardando su imagen, aunque
deshonrosamente. Sin embargo no es ninguna extraña conspiración asesina ni por
el estilo, simplemente trata de liberarse de cualquier señalamiento negativo,
del daño público, y hasta en eso el director Tom McCarthy se permite bromear ya
que su filme es muy coherente y realista, de lo que muchos pueden sentir que le
falta a la película ese toque fabulador típico, pero prima plasmar una
investigación seria, aunque entretenida también, a su elección, y es la treta
legal, el amiguismo, la devoción a la institución, el artefacto enemigo a desenmascarar.
Los protagonistas son los periodistas, los que se emocionan
y padecen, temen, se enojan, lucen osados, audaces, firmes, laboriosos, apurados,
frustrados, sufren el caso, el teatro es todo suyo, aunque también exudan mucha
calma, como que están sólo cumpliendo un trabajo (bastante identificable en
como actúa y piensa Marty Baron), aun con vínculos en todos los Spotlight, la
abuela que va 3 veces a la iglesia o la esperanza de un retorno a la fe.
Los casos específicos no se exhiben brutales, la
pedofilia se siente en otro lugar, de otra manera, si se quiere, en el trabajo
racional (fuera de enojos, preocupaciones o cierta identificación de los
periodistas), en entender la denuncia, la de la gran cantidad y lo sistemático (incluso
se le llega a pedir a una víctima que sea precisa, faltando, más allá de lo evidente, una mejor expresividad),
donde en ese lugar tiene presencias poco potentes, una artificiosa –ese brazo agujereado- y la otra que adolece de cierta corrección política –una primera mala experiencia sexual-,
aludiendo al trauma que desencadena la auto-destrucción de lo que más
bien sigue la línea de desmenuzar la investigación, en cómo llegan a empalmarla, resolverla,
solventarla, tratarla y llevarla al público el grupo de Spotlight a través de
mucho tiempo, habiendo varios mea culpas de por medio, y hasta ambigüedad moral,
ratos donde cumplir con tu trabajo y rendirle culto a la iglesia pesó/pesa
tanto. En ello el filme es notablemente humano, eludiendo maniqueísmo y figuras
fáciles.
La propuesta parte de un interrogatorio a un reincidente cura pedófilo
en un arranque oscuro y burocrático, a un pequeño artículo que pasa en gran
parte desapercibido. Parte de una fuente como el abogado que ejerce unas 80 demandas
a la iglesia, Mitchell Garabedian (un sobresaliente Stanley Tucci), que tiene un aire extraño,
aparentemente discutible, a ese otro punto central de denuncia, Phil Saviano
(Neal Huff), activista y sobreviviente de abuso, habiendo sutileza en la idea de
la desestimación de sus colaboraciones, viendo que años atrás fue eso lo que
justamente ocurrió, hasta el in crescendo con el descubrimiento cada vez mayor del número de curas corruptos, por lo tanto más víctimas, llegando a esos teléfonos repiqueteando
incesantes, y a esa lista de estados y países con el mismo problema, el de no
solo unas cuantas manzanas podridas.