James Bond es único, es el espía contemporáneo por antonomasia,
el más popular de todos (nació en la literatura de la pluma de Ian Fleming en
1954; mientras, yace oficialmente en el cine desde 1962, y ya cuenta con 24 películas),
aunque hoy en día le salgan sagas muy competitivas, del gusto del público
masivo y en general de buen nivel, si bien lógicamente con altibajos como sagas,
como Misión Imposible (1996-2015, y se está preparando la sexta, donde brilla Tom
Cruise como Ethan Hunt) o la de Bourne (2002 -2012, de lo que se viene la
quinta con el personaje original, interpretado por Matt Damon como Jason Bourne),
películas que tienen espías muy actuales, y es donde Bond trata de luchar
contra ellos, no impostando ni emulando porque es su esencia en realidad. Bond es el
primigenio, tratando de ser el espía de punta, el más audaz, con los mejores
gadgets, pero con lucha cuerpo a cuerpo y con balaceras de por medio, pidiéndole
mayor rudeza, y acción trepidante pero más sucia e impactante, como que momentáneamente
se deje escuchar la idea de que Bond es un simple asesino.
El director Sam Mendes se exige aún más, apreciando
que es el artífice de Skyfall (2012), la película que todos celebran como la
mejor de la historia de los Bond. Maneja la idea de que James Bond debe
enfrentarse al cese, retirarse, al representar lo clásico. Es el espía que tiene
que disparar en plena batalla, y puede fallar, perecer, además de que ya supone
tener cierta edad, cosa que no existe, porque Bond es inmortal, un especie de
superhéroe del servicio de inteligencia británico, el M16. Bond busca seguir con
el choque directo en lugar de las computadoras y la última tecnología que
monitorea dentro de un tipo de cuartel con red internacional, por lo que se
habla de que Bond está obsoleto, mírese desde luego también como el análisis de
la franquicia de cara al gusto del público de hoy, por lo que James Bond debe imponerse
en la trama, demostrar que es útil, vital, tanto como la mejor arma disponible
contra el terrorismo, que es la amenaza principal, sin perder en el camino los
rasgos de su personalidad, la elegancia (siempre de traje, con su auto Aston
Martin, sus martinis o su seducción y cariz de mujeriego.
Mientras, se hace
cargo de los retos más inverosímiles y fantásticos, cercanos a lo sobrehumano, en
lo que es casi un solo hombre contra el mundo. En la que nos convoca le ayudan, presentados/formados
de la película anterior, un maestro de la tecnología llamado Q (Ben
Whishaw); la sensual ayudante y ex espía de campo Eve Moneypenny (Naomie
Harris); y el jefe de los 00, M (Ralph Fiennes), que reemplaza a la otra
M, Judi Dench, no sin antes dejar la misión que ahora nos compete. Bond enfrenta organizaciones gigantescas, poderosas; ésta vez se trata de Spectre, y un viejo
enemigo de películas y novelas, su máximo rival, Ernst Stavro Blofeld, en la
gran responsabilidad del respetado Christoph Waltz, que no está mal, pero se
queda lejos de la grandilocuencia y excelencia de otros, como esa maravilla que
logra Javier Bardem en su ligeramente melindroso, traumatizado y corpulento Raúl
Silva. Blofeld es el hombre de la cicatriz en el ojo y el gato mimado en sus brazos, que
le sirvió de parodia a Mike Myers para su Dr. Evil en su Bond cómico, Austin
Powers (1997) que llegaron a ser 3 películas.
Bond es interpretado por Daniel Craig en cuarta ocasión,
proponiendo un cariz gélido, como de estereotipo ruso, de poca palabra no
perdiendo el pronunciar la línea precisa, pero sumamente efectivo en el campo y
en cualquier aspecto que desee, es definitivamente el símbolo y epitome de cierta
perfección masculina, quien es duro como una piedra, para lo que Mendes lo
muestra como un hombre que lo ha perdido todo y lo va perdiendo, hasta el
trabajo empieza a acabársele, y es donde plantea el enamoramiento definitivo (una
sensibilización trascendental en su descripción formal, a razón de la competencia
de su trabajo de espía), que luce muy endeble. No obstante a ese respecto tiene
momentos de una elegancia, sutil trasgresión y sensualidad que priman por sobre
su tufillo a cliché. En ese sentido Mendes
hace sentir magia en los momentos claves de su filme, como al término de una
hazaña o en la ya clásica introducción del tema central de la propuesta (ahora Writing's
on the Wall, interpretado por Sam Smith, a pesar de que se queda corto frente
al Skyfall, de Adele).
No hay razón suficiente como para que el 007 se
decida a dejar lo que implica su existencia, el significado de su vida, aun tratándose
de la vejez, cosa que en el filme nunca asoma en la práctica, Bond es indestructible,
viendo que lo mueven, claro, pero no lo derriban, como en toda película, solo
que dura un chasquido recuperarse, lo cual se nota a leguas. Sin embargo supone
que en lo emocional yace debilitado, lo cual no se ve, ya que Bond es
impenetrable en lo visual, donde yo creo que hay de sobra razones para odiarlo
por ello tanto como para amarlo. Pero Craig, fuera de todo, surge simpático para la
mayoría de espectadores, de lejos mejor que el vanidoso Bond de Pierce Brosnan,
pensando que de por sí el protagonista es de una autosuficiencia insultante, de
lo que había que darle bocanadas de aire, como hace Mendes poniendo humor seco,
como con los artilugios del carro moderno y el tráfico, y darle vínculos afectivos,
llevados discretamente, haciendo que Blofeld sea el gestor de todas su pérdidas
importantes, como las amatorias, su mentor (Dench) o su tutor familiar, al ser
la cabeza de todos los enemigos previos, desde una simple apropiación verbal en
la narrativa. En la caída emocional interviene la nueva chica Bond, en la
actriz de carácter Léa Seydoux como Madeleine Swann, en que solo ésta francesa
puede subvertir su juventud, con un fuerte matiz de sensualidad e identidad. ¿Es la
definitiva?, imposible, Bond morirá solo en el campo de batalla, pero con el
recuerdo de las mil deliciosas e interesantes mujeres que pasaron por su cama,
como esa maravilla llamada Mónica Bellucci como la marcada Lucia Sciarra, que
el tiempo se llevará, cuenta con 51 años hoy, pero su belleza quedará
perennizada por siempre en el ecran.
El director de la premiada por el Oscar y famosa American beauty (1999) y la interesante Revolutionary road (2008) maneja maestría sobre la nostalgia
y la sobrevivencia en el presente de lo clásico, poniendo a la jubilación de pretexto
continuo, latente, pero como Bond no intenta ser real todo es un espejismo, el
mayor artilugio de los filmes de éste director. La despedida induce a
pensar inmediatamente en lo lúdico, en el chascarrillo, en el cariz liberal, cierta
esencia del bon vivant y del placer que aun entre tanto riesgo y conflicto siempre
asoma debajo del 007, un tiempo libre, hasta la próxima misión. La
actualidad ya está bien instalada en la vida del protagonista, que tiene lo
mejor de cada mundo, implica eso que otros le quieren quitar por la edad,
cuando la magia perdura aprovechando la mítica (habiendo licencias narrativas, las
cuales pueden jugar a dos bandos, positiva y negativamente), en tanto lugar
paradisiaco donde luchar, en cada fémina despampanante llevada a la cama, en el
amor por los vehículos deportivos (dígase ahora de colección) o en el
acompañamiento del solitario fino alcohol. Bond es puro entretenimiento, a razón de cada enfrentamiento cada vez más épico. Está esa apertura gloriosa en México, en el día de los muertos (15 minutos de éxtasis), esa avión persiguiendo vehículos en los Alpes, esa pelea desigual en un tren
en movimiento contra ese matón mastodóntico que no habla (interpretado por Dave
Bautista), o esa base en un cráter en el desierto.