lunes, 23 de noviembre de 2015

Spectre

James Bond es único, es el espía contemporáneo por antonomasia, el más popular de todos (nació en la literatura de la pluma de Ian Fleming en 1954; mientras, yace oficialmente en el cine desde 1962, y ya cuenta con 24 películas), aunque hoy en día le salgan sagas muy competitivas, del gusto del público masivo y en general de buen nivel, si bien lógicamente con altibajos como sagas, como Misión Imposible (1996-2015, y se está preparando la sexta, donde brilla Tom Cruise como Ethan Hunt) o la de Bourne (2002 -2012, de lo que se viene la quinta con el personaje original, interpretado por Matt Damon como Jason Bourne), películas que tienen espías muy actuales, y es donde Bond trata de luchar contra ellos, no impostando ni emulando porque es su esencia en realidad. Bond es el primigenio, tratando de ser el espía de punta, el más audaz, con los mejores gadgets, pero con lucha cuerpo a cuerpo y con balaceras de por medio, pidiéndole mayor rudeza, y acción trepidante pero más sucia e impactante, como que momentáneamente se deje escuchar la idea de que Bond es un simple asesino.

El director Sam Mendes se exige aún más, apreciando que es el artífice de Skyfall (2012), la película que todos celebran como la mejor de la historia de los Bond. Maneja la idea de que James Bond debe enfrentarse al cese, retirarse, al representar lo clásico. Es el espía que tiene que disparar en plena batalla, y puede fallar, perecer, además de que ya supone tener cierta edad, cosa que no existe, porque Bond es inmortal, un especie de superhéroe del servicio de inteligencia británico, el M16. Bond busca seguir con el choque directo en lugar de las computadoras y la última tecnología que monitorea dentro de un tipo de cuartel con red internacional, por lo que se habla de que Bond está obsoleto, mírese desde luego también como el análisis de la franquicia de cara al gusto del público de hoy, por lo que James Bond debe imponerse en la trama, demostrar que es útil, vital, tanto como la mejor arma disponible contra el terrorismo, que es la amenaza principal, sin perder en el camino los rasgos de su personalidad, la elegancia (siempre de traje, con su auto Aston Martin, sus martinis o su seducción y cariz de mujeriego. 

Mientras, se hace cargo de los retos más inverosímiles y fantásticos, cercanos a lo sobrehumano, en lo que es casi un solo hombre contra el mundo. En la que nos convoca le ayudan, presentados/formados de la película anterior, un maestro de la tecnología llamado Q (Ben Whishaw); la sensual ayudante y ex espía de campo Eve Moneypenny (Naomie Harris); y el jefe de los 00, M (Ralph Fiennes), que reemplaza a la otra M, Judi Dench, no sin antes dejar la misión que ahora nos compete. Bond enfrenta organizaciones gigantescas, poderosas; ésta vez se trata de Spectre, y un viejo enemigo de películas y novelas, su máximo rival, Ernst Stavro Blofeld, en la gran responsabilidad del respetado Christoph Waltz, que no está mal, pero se queda lejos de la grandilocuencia y excelencia de otros, como esa maravilla que logra Javier Bardem en su ligeramente melindroso, traumatizado y corpulento Raúl Silva. Blofeld es el hombre de la cicatriz en el ojo y el gato mimado en sus brazos, que le sirvió de parodia a Mike Myers para su Dr. Evil en su Bond cómico, Austin Powers (1997) que llegaron a ser 3 películas.

Bond es interpretado por Daniel Craig en cuarta ocasión, proponiendo un cariz gélido, como de estereotipo ruso, de poca palabra no perdiendo el pronunciar la línea precisa, pero sumamente efectivo en el campo y en cualquier aspecto que desee, es definitivamente el símbolo y epitome de cierta perfección masculina, quien es duro como una piedra, para lo que Mendes lo muestra como un hombre que lo ha perdido todo y lo va perdiendo, hasta el trabajo empieza a acabársele, y es donde plantea el enamoramiento definitivo (una sensibilización trascendental en su descripción formal, a razón de la competencia de su trabajo de espía), que luce muy endeble. No obstante a ese respecto tiene momentos de una elegancia, sutil trasgresión y sensualidad que priman por sobre su tufillo a cliché. En ese sentido Mendes hace sentir magia en los momentos claves de su filme, como al término de una hazaña o en la ya clásica introducción del tema central de la propuesta (ahora Writing's on the Wall, interpretado por Sam Smith, a pesar de que se queda corto frente al Skyfall, de Adele). 

No hay razón suficiente como para que el 007 se decida a dejar lo que implica su existencia, el significado de su vida, aun tratándose de la vejez, cosa que en el filme nunca asoma en la práctica, Bond es indestructible, viendo que lo mueven, claro, pero no lo derriban, como en toda película, solo que dura un chasquido recuperarse, lo cual se nota a leguas. Sin embargo supone que en lo emocional yace debilitado, lo cual no se ve, ya que Bond es impenetrable en lo visual, donde yo creo que hay de sobra razones para odiarlo por ello tanto como para amarlo. Pero Craig, fuera de todo, surge simpático para la mayoría de espectadores, de lejos mejor que el vanidoso Bond de Pierce Brosnan, pensando que de por sí el protagonista es de una autosuficiencia insultante, de lo que había que darle bocanadas de aire, como hace Mendes poniendo humor seco, como con los artilugios del carro moderno y el tráfico, y darle vínculos afectivos, llevados discretamente, haciendo que Blofeld sea el gestor de todas su pérdidas importantes, como las amatorias, su mentor (Dench) o su tutor familiar, al ser la cabeza de todos los enemigos previos, desde una simple apropiación verbal en la narrativa. En la caída emocional interviene la nueva chica Bond, en la actriz de carácter Léa Seydoux como Madeleine Swann, en que solo ésta francesa puede subvertir su juventud, con un fuerte matiz de sensualidad e identidad. ¿Es la definitiva?, imposible, Bond morirá solo en el campo de batalla, pero con el recuerdo de las mil deliciosas e interesantes mujeres que pasaron por su cama, como esa maravilla llamada Mónica Bellucci como la marcada Lucia Sciarra, que el tiempo se llevará, cuenta con 51 años hoy, pero su belleza quedará perennizada por siempre en el ecran.

El director de la premiada por el Oscar y famosa American beauty (1999) y la interesante Revolutionary road (2008) maneja maestría sobre la nostalgia y la sobrevivencia en el presente de lo clásico, poniendo a la jubilación de pretexto continuo, latente, pero como Bond no intenta ser real todo es un espejismo, el mayor artilugio de los filmes de éste director. La despedida induce a pensar inmediatamente en lo lúdico, en el chascarrillo, en el cariz liberal, cierta esencia del bon vivant y del placer que aun entre tanto riesgo y conflicto siempre asoma debajo del 007, un tiempo libre, hasta la próxima misión. La actualidad ya está bien instalada en la vida del protagonista, que tiene lo mejor de cada mundo, implica eso que otros le quieren quitar por la edad, cuando la magia perdura aprovechando la mítica (habiendo licencias narrativas, las cuales pueden jugar a dos bandos, positiva y negativamente), en tanto lugar paradisiaco donde luchar, en cada fémina despampanante llevada a la cama, en el amor por los vehículos deportivos (dígase ahora de colección) o en el acompañamiento del solitario fino alcohol. Bond es puro entretenimiento, a razón de cada enfrentamiento cada vez más épico. Está esa apertura gloriosa en México, en el día de los muertos (15 minutos de éxtasis), esa avión persiguiendo vehículos en los Alpes, esa pelea desigual en un tren en movimiento contra ese matón mastodóntico que no habla (interpretado por Dave Bautista), o esa base en un cráter en el desierto.