Guillermo del Toro es uno de los directores más queridos del planeta, maestro del cine fantástico, con la maravilla de El laberinto del
fauno (2006), otra con mezcla de terror como El espinazo del diablo (2001), o a
secas, con la interesante y latinoamericana Cronos (1993), tanto como
entretenimiento del bueno, Hellboy (2004), aunque con algún producto
sobrevalorado, Titanes del Pacífico (2013). Guillermo del toro es uno de los grandes directores
mexicanos que ha sabido instalarse bastante bien en el cine de Hollywood (junto
a sus compatriotas contemporáneos Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu),
aunque anclado al cine de género, por el que trasuda auténtico amor al cine. Del Toro nos
trae nuevamente una producción por esos lares, con un reparto de estrellas
angloparlantes, presentando una historia de terror gótico, con clásicas mansiones
tenebrosas de pasado sórdido y oscuro (que recuerda joyas del séptimo arte como
The Haunting, 1963; y The Innocents, 1961), ilustrada en una elevación natural del
color de la arcilla que la sostiene en medio de la nieve, como anuncia el
título, en un escarlata que rápidamente evoca a la sangre o el augurio de
aquello.
Es la trama de una joven escritora en ciernes admiradora del
estilo de Mary Shelley, llamada Edith (una fantástica Mia Wasikowska, que
representa la luz), nacida en una familia acaudalada hecha en América, del llamado
nacionalismo “self-made” (construido por uno mismo, con esfuerzo y trabajo duro)
representada en el refinado patriarca familiar, Carter Cushing, que ve con sumo
desagrado el enamoramiento de su hija y mimada niña de sus ojos, con un apuesto
y misterioso visitante de origen europeo, de estirpe de abolengo, pero estado actual
en decadencia, que vive de la gloria pasada, Thomas Sharpe (Tom Hiddleston),
producto de una sospecha hacia este y rechazo pre-visualizando una condición de
aristócrata ocioso y suave.
La cumbre escarlata es el choque entre los representantes
del final de la época victoriana, y los prósperos y renacientes hombres del
nuevo mundo. Implica una historia de romance trágico y perverso a partes iguales,
ejemplificado perfectamente en aquellos parásitos que se alimentan de las
mariposas, las que simbolizan la belleza, la inocencia y la pureza, como
menciona un diálogo y la visibilidad en pantalla de esa cruel alimentación, en
donde se espolvorea únicamente el terror en sí, siendo lo fantasmagórico la
exhibición de vidas interrumpidas brutalmente (seres sufrientes), a la vera de una
vocación por señalar culpabilidad, como hacía El sexto sentido (1999), pero que
directamente resulta secundario en la trama, y más pasa el horror por una
elaborada urdiembre realista aunque exagerada pero elegante, como barroca termina
siendo la estética, la narrativa y su argumentación, en los tantos vuelcos que
escenifica el filme por el desenlace, tras luchas con objetos punzocortantes
que imprimen emoción. La propuesta exhibe una atmósfera y una época lograda, donde los verdaderos monstruos son de carne y hueso.
El filme, provisto de un gran diseño, presenta varias capas de supuesto
terror, con un aire fantástico que bien domina el director, con un Tom
Hiddleston seductor y normalmente simpático, y una Jessica Chastain como la
hermana Sharpe que imprime el recelo necesario en el ambiente, y actúa como un contundente
elemento gótico, con su ropa oscura, su cabello azabache, su mirada dura y
quizá pérfida, sus habilidades con el piano y su orden de ama de llaves que
bien recuerda a Rebeca (1940), viéndose que ella aunque inicialmente desaparece
de escena termina como una carta muy fuerte, que invoca ese feminismo que
implica el sueño literario de Edith, en lo que es como que Guillermo del Toro
confunde adrede las virtudes y defectos de sus protagonistas, articulando harto
disfraz en su narrativa, en el que es el background que explica la esencia de
las almas en pena.