La nueva propuesta del genio Steven Spielberg, con guion de los hermanos Coen, es una buena
película, que en sí es llamativa (la historia verídica de un intercambio
de espías en medio de la guerra fría) pero desprovista de aparatosidad y demasiada
trascendencia como obra (que no sea la magia de conmover y movilizar que Spielberg mantiene
intacta), y que podía ser de tremenda pesadez (como Lincoln, 2012, pero que
resulta interesante, dentro de otra introspección del derecho), tratándose de una
propuesta seria de espías de más de 2 horas, pero que deviene en
una entretenida, amable y sencilla película, muy bien desarrollada, con un Tom
Hanks como el probo e intachable abogado James B. Donovan, de lo que la
inteligencia de Spielberg se imprime no en crear un protagonista ideal, como
muchos pueden creer y hasta criticar amparados en la ambigüedad de los personajes
que tanto subyuga y complejiza el panorama de una trama, sino en contrastarlo
con lo que piensa la gente de él, y ahí yace la jugada central del filme, a la
que hay que prestar atención, de lo que Donovan es visto como un especie de
traidor, como tan llanamente hace ver su preocupada esposa (articulándose la
idea del verdadero nacionalismo) cuando juzga al espía ruso y cliente de su
marido, por más que el abogado americano le explica coherentemente que no es
así, que Rudolf Abel (Mark Rylance) no es un traidor, sino un hombre que sirve
lealmente a su país, y que es lo mismo que haría un norteamericano, por lo que
es mejor no enviarlo a la silla eléctrica y poder tener un aval para el futuro,
yendo más allá de la razón humanitaria, que la hay también, ya que Donovan dice
muy sabiamente pero sin ínfulas de intelectual que todo ser humano vale, y no
solo lo habla, sino lo pone en práctica, con el estudiante americano atrapado
tras el muro de Berlín (en ciernes) y pre-visualiza las diferencias de
entonces de los gobiernos de las dos potencias, estipuladas sin ser recurrente
ni remarcarlo (bien explicado con unos niños que juegan trepando un muro
en New York, conjugándose con el intento de traspasar la frontera entre las dos
Alemania y ver gente morir en el intento, desde la cotidianidad del metro que
sirve como auscultación de complicidades y conflictos).
Se ve la madurez de Spielberg, si se quiere, dentro de pedir
lo negociable en su arte y tipo de entretenimiento, en que no existen exageradas
diferencias entre el trato de Rusia y EE.UU., en realidad, aunque si mayor perspicacia,
nobleza y, por supuesto, participación del lado americano, porque puede que los
comunistas tengan más firmeza en sus interrogatorios (como desconfianzas más
vulgares), pero ¿el trato luce impactantemente cruel?, parece más bien juego de
niños, si hablamos de tortura, como tirar un baldazo de agua fría y no dejar
dormir al preso (no hablemos de métodos, lo que se ve es bien ligero).
Queda claro que Spielberg pretende hacer valer lo que más
importa en EE.UU. que es dicho en una conversación indicando practicidad, en cuanto qué
hace a alguien un norteamericano en medio de su cosmopolitismo y su enorme migración,
y es la constitución, por no decir los valores, y el ideal del pueblo, y demostrar
que en su país hay respeto por la ley, o existen hombres que lo pretenden así,
por más que existan odios en el desconocimiento de los principios, que puede
ser una mirada naif a un punto, pero revela una vocación de identidad y
orgullo, de verdadero nacionalismo, uno puesto
a prueba, como un mensaje de que el ideal nace en el reto de salvaguardarlo
ante una gran exigencia. Y es que no todo
debe ser oscuro, cuando el séptimo arte de Steven Spielberg es conocido, vale,
por su luminosidad.
Donovan es odiado por la gente de su país, por defender legalmente
a un espía ruso, tras un mandato superior que el asume más de lo esperado, de
lo que Spielberg hace ver una noción muy firme e inteligente en las apreciaciones
del abogado americano, que lo ve todo fríamente, con alcance real, aunque queda
más explícito, y hasta con humor, con el impasible Rudolf Abel que siempre saca
algún chascarrillo seco de una situación tensa. Yace en lugar de la mirada lógicamente
humilde de las mayorías, esa que ve con alarma una guerra atómica, bien
reflejada en las medidas prematuras e infantiles del pequeño hijo de Donovan (como
los niños presentando respetos a su nación), con lo que la honestidad del
abogado americano es repudiada. Esto sin exageraciones, el sentido principal es
otro, claro, mientras Spielberg todo lo muestra con mucha tranquilidad, más
recato y delicadeza de lo que uno esperaría, en las miradas serias y atentas de
la gente en el metro, y menos en un atentado contra la casa de nuestro héroe,
que no tiene verdadera dimensión, que parece estar por cumplir, ya que más
prevalece la desmitificación, como de la CIA que se le ve muy normal, sin audacia
ni perversidad, como que lo llamen y le pidan directamente que sea un infidente
del espía ruso.
Entra a tallar una cabalidad que muchos no creen que exista,
aunque visto el tiempo del filme (fines de los cincuenta, comienzos de los sesenta),
es como recuperar un orden perdido. Sin embargo es puesto en duda Donovan, pero
como dice el propio protagonista, no importa lo que crean los demás, sino lo
que es, lo que ha hecho uno y sabe, y entra a tallar no solo la afirmación
condescendiente y por encima del mundo que huele a veces a cuento, la de un Boy
Scout, sino el honor, la valentía y la seguridad que respalda a Donovan en la
trama y en los hechos reales (siendo un hombre común, ahí vemos que le roban el
abrigo sin nada espectacular), como que el piloto norteamericano no es igual de
leal que Rudolf Abel, que siendo el enemigo es retratado heroicamente a la par
del rol del muy talentoso, tan resuelto y natural, Tom Hanks. Es una historia
que verdaderamente apuesta a la bilateralidad, en lo posible, aun bajo un tema
de común maniqueísmo (¿no suele ser la URSS el demonio?, pues eso sobrevuela).
Rudolf es esa ambigüedad que le piden a Donovan, aunque intrínseca,
ya que prevalece otro sentido hacia su persona, que colinda con la admiración. Pero de lo que se trata su trabajo es permitir sacar información para el desarrollo de
una guerra atómica y la posible muerte que implica con ello, de norteamericanos,
si bien es más pura táctica y control espacial, como que la mirada del filme
llega finiquitada la guerra fría, no pretende anacronismo, y desde luego, tiene
como público asiduo a la propia Rusia con la que confraternizar, visto en la
relación del abogado norteamericano y el espía ruso, la URSS es el pasado. Donovan es probo pero su gente no lo cree así y se manifiestan los matices
en el personaje desde otras formas de expresión. Tampoco es que uno tenga que estar
de acuerdo completamente con lo que presenciamos, pero sí que en el transcurso
veremos que había coherencia más allá del mensaje simpático, sobre todo que
existen justificaciones, como la practicidad de la condena, convertida en una
previsión de futuro beneficio de intercambio, una noción de estado de derecho
como nación y razones humanitarias con el menos pensado, que terminan generando
injerencia en el pensamiento ajeno y como sobrellevar una guerra y con ello
evitarla, lo cual a un punto hacen de Donovan un tipo ladino y visionario. Me parece audaz ese pensamiento, cuando uno siempre tiende a creer que en el
derecho prima la conveniencia económica de unas aves de rapiña, y aquí el
mensaje es otro, es la honra plena de un trabajo, el de defender la
constitución, ante todo, en que todo hombre merece una defensa y un juicio
justo. Discutible, pero una perspectiva interesante que revalora ciertas acciones.
Defender a un criminal, un enemigo de la patria, no es cosa fácil, y menos
pedir incluso una apelación, con lo que Donovan se convierte razonablemente en
otro enemigo. Esa es la verdadera “hazaña” del filme, que uno haga lo correcto
sin importar la imagen, hacer del probo un enemigo, y del enemigo un tipo probo. El resto es entretenimiento.