¿Quién puede matar a un niño? (1976)
Ésta es una obra de culto, dirigida por Narciso Ibáñez Serrador, que
tiene cierta originalidad, en hacer de los niños unos homicidas colectivos
dentro de una muchedumbre impersonal. Como apertura e introducción hay una
soporífera parte documental de unos 12 a 15 minutos entre créditos que da a
entender que la indefensión de los niños puede llegar a trastocarse tras tantas
matanzas históricas hacia ellos. Lo único anormal en la trama es que los criminales
infantiles asesinan por puro placer, convertidos al mal sin mayores
justificaciones (haciéndose cargo con el hipnotismo), en medio de su ternura
natural, rostros angelicales y sus sonrisas luminosas que en pantalla quitan harto
miedo, y aunque adolecen de mayor perversidad y terror su accionar está decentemente
narrado en aquella isla deshabitada de adultos, porque han sido
sistemáticamente eliminados por los pequeños diabólicos, tras un arranque de
misterio –luego especialmente explicado- en la playa como si se tratara de un
ataque de pirañas, con objetos punzocortantes. El filme tiene de guías protagónicos a 2 turistas británicos, una pareja
de esposos, que van de la costa de Benahavís (Málaga, España) a una isla
llamada Almanzora y se hallan con un ambiente de total abandono, desértico, muy bien tratado. Se percibe cierta ambigüedad del
marido, de Tom (Lewis Fiander), que hiciera pensar que algo esconde, porque al
inicio no transmite lo que pasa a la dulce Evelyn (Prunella Ransome), pero puede
que sea porque ella está embarazada. Es un filme de terror de aire clásico,
pero que deja ver cierta precariedad, aunque su historia está contada con
bastante fluidez y es muy entretenida. Tiene sus grandes escenas, como cuando
Tom armado con una metralleta corta se topa frente a frente con el grupo
gigante de niños en las blanquecinas calles, donde haciendo gala de un poderoso
dramatismo, aunque seguridad no le falta, como un grato rasgo de personalidad,
piensa bien cómo resolverse y termina metido en un remate de liberación y
frenesí de cómo se ve el escenario a la vista convencional, en ese duelo que
invoca Evelyn, también potente en su histrionismo al tener una mala semilla.
The Keep (1983)
Famoso por sus películas de crimen, thrillers y de aventura,
Michael Mann, perpetra una película de terror en sus inicios, solo ésta dentro
de su obra conjunta, que tiene a una fortaleza o torreón ubicada en un pueblo
rumano como espacio de horror en fuerzas oscuras que buscan salir al mundo, con
un demonio de fornido cuerpo humano detrás de unas cruces de plata y un
encierro, al que veremos aparecer con pelos y señales y usar su particular forma
de matar (quedando perfecta la escena de los cuerpos regados al lado de una
tanqueta abandonada). El contexto es la segunda guerra mundial, en 1941, y la
invasión de soldados nazis, liderados por el despiadado Kaempffer (Gabriel
Byrne) que trata de corregir los supuestos errores de un militar más débil para
el régimen y que en el fondo es un secreto disidente, Woermann (Jürgen
Prochnow). En ese trance, se hace uso de un investigador judío avejentado sacado
de un campo, interpretado por Ian McKellen, acompañado de su hija, dictada por
la bella y naturalmente provocativa actriz poco conocida Alberta Watson, que
genera un romance como intergaláctico, y en ello el filme tiene un aspecto
medio astral, a través de Glaeken (el actor de larga trayectoria, aunque de
roles secundarios, Scott Glenn). Es un filme tipo pulp, pero bien narrado, con
una neblina omnipresente, y una atmósfera como de sueño, luego pesadilla,
evanescente. Tiene su toque de misterio, de sencillo esoterismo, y es
particular con un demonio tipo el mutante Apocalipsis de los X-Men, como que la
lucha final no excede el ridículo, sino resulta rápida para bien de la película.
Near Dark (1987)
La única película de terror en la filmografía de la famosa
directora Kathryn Bigelow, ganadora del Oscar por En tierra hostil (The Hurt
Locker, 2008). Estamos ante una historia de vampiros, con el aditivo de tener
al sol como gran protagonista, ya que los quema a estos seres míticos, como el
uso de transfusiones de sangre como parte trascendental. Se trata de que un
cowboy de nombre Caleb (Adrian Pasdar) conoce a una chica como ninguna, resulta
una vampiro, enamorándose de Mae (Jenny Wright), surgiendo un fuerte lado
romántico que guía la película, contrastado en cierto mismo aspecto con el lado
perverso de querer tener a una niña en el grupo, producto de la soledad que
reina en este tipo de vidas al borde del límite y estar escondiéndose. Se retrata un
estado criminal que yace emparejado con la esencia vampírica, como cuando entra
el grupo de vampiros liderado por Jesse (el prolífico Lance Henriksen) a un bar
y hace de las suyas. Es la travesía de una especie de juergueros nocturnos
que hacen maldades en su libertad tenebrosa y sobrevivencia, al alimentarse de
personas, sin que haya nada especialmente grotesco en el filme, sino algo muy
comedido, en realidad. Bill Paxton se roba el protagonismo en su
rol de un cowboy enloquecido (estamos en el sur de EE.UU.), que es terrible como
vampiro, en la figura de un tipo inmaduro, burlón y buscapleitos. El filme no
es grandioso, pero se ve curioso, y desde luego, resulta entretenido, dentro de
un estilo naif y bastante amable.
Bad Taste (1987),
Meet the Feebles (1989) y Braindead (1992)
Todos conocemos a Peter Jackson por la famosa trilogía de El
señor de los anillos, premiada por el Oscar (la tercera parte con 11 estatuillas doradas), y que le ha traído un contundente
grupo de fanáticos en todo el planeta, acompañada de su nueva trilogía y una
continuación de aquel mundo, El Hobbit, pero hay otro Peter Jackson que quizá
no todos conozcan, el de sus primeras obras, donde era todo un loco de atar,
con una desfachatez e irreverencia de lo más imponente. Era un goce mayor, personalmente me gusta más que el último, aunque se entiende que quisiera
pasar a otro nivel, y ese es el cine del Hollywood digamos, si pensamos en un cine con harto poder adquisitivo y muy popular. Pero el Jackson de sus tres primeras
películas era terrible en su descaro, en su poderoso gore, o en su realismo sucio,
o en el simple goce de una idea de plena juventud cool.
Su debut, Mal gusto
(Bad Taste, 1987), es tremenda película en el género, de esas que a temprana
edad hay que ver para gozar de su total pureza cinéfila, una de glorioso cine B,
siendo la propuesta perfecta para un director lleno de vitalidad y hedonismo que
no mide más que el entretenimiento rabioso e intenso que puede brindar, como
esa oveja haciendo meh y explotando resulta toda una declaración propia de la
edad y su efervescencia. La premisa es sencilla, unos alienígenas quieren hacer
de la gente comida de fast food, por lo que atacan un pueblo neozelandés, sin
saber que se toparan con un grupo de paramilitares gubernamentales que como
unos Rambo harán un combate abierto y descarnado con armamento pesado. Se hace uso de un gore brutal, liderado por el propio Jackson interpretando a Derek
(también a un extraterrestre retardado), una mezcla de Harry Potter, un nerd y
un combatiente descabellado, todo lo que propiciará la delicia del espectador,
retándose a sí mismo cada vez más.
Ese parece ser el sentir de Jackson, de superarse con su
siguiente película, y es que el reto crece, no mide límite alguno a la hora de
narrar toda la idiosincrasia enfermiza del grupo, de lo que es terrible la
corrupción y perversión de ésta parodia
de los Muppets, titulada El delirante mundo de los Feebles (Meet the Feebles, 1989),
que vez cada cosa en una escala de putrefacción que realmente sorprende su
exceso, toda su locura, dentro de un éxtasis de irreverencia, que termina en
una matanza alucinante que tiene gran visualidad sucia y exige al espectador
mucha tolerancia, si no da de lleno con el que ama la extravagancia y el
desenfreno. Los Feebles son drogadictos, inmorales, mujeriegos, glotones,
peligrosos, pornográficos, egocéntricos, abusivos, criminales y un etcétera de la
peor calaña, en medio de la corrosiva ilustración de un espectáculo de
variedades para la televisión, que atañe a la fama y al manejo del negocio,
como a todos los integrantes de una escena teatral. El filme prácticamente no da respiro, salvo mediante un
pequeño romance entre un erizo o puercoespín aspirante e inocente y una perra
lanuda o bella y tonta secundaria de baile, ya que el protagónico es de una
morza, productor y gángster, llamado Bletch, y un hipopótamo y cantante
principal de grandes proporciones de nombre Heidi, que son una relación de
interés económico y artístico por un lado y por el otro una dependencia del maltrato
y la infidelidad. Aunque no es propiamente
del género del horror es grotesca y encaja perfectamente en otro tipo de terror.
Pero si esto no fuera poco el siguiente trabajo de Jackson
logra lo imposible, superar a sus predecesoras. Éste filme es una larga continua orgía
de gore, apabullante e increíblemente salvaje, en perpetua novedad, donde el
ingenio de la propuesta se luce demasiado poderoso e incansable, en los
desmembramientos, transformaciones y agresiones que sufren unos zombies en
aumento, tras las víctimas de una fiesta. El protagonista, Lionel
Cosgrove (Timothy Balme), los enfrenta, en especial con una cortadora de césped,
con la que hace mil destrozos de cuerpos y un baño de sangre por donde patinar.
Todo a partir de que éste hijo de mamá, sojuzgado por ella, ve que su
progenitora es mordida por un exótico y macabro mono rata, que la convierte en
una muerta viviente, y la hace un germen que contagia a muchos otros, provocando el caos y la anarquía absoluta. El
momento del cura practicando kung fu con los zombies es de antología y mucha risa. Lionel no sabe cómo
solucionar tantos ataques y contagios, pero el pobre Lionel asume toda la responsabilidad de contenerlos. Muchos de estos zombies
yacen deformes y son desagradables, se portan como niños traviesos e
hiperactivos siempre hambrientos, o hasta pretenden copular entre ellos. Lionel lo hace producto de
aun reconocer amor por su madre desfigurada, sacrificando incluso su amor
idílico por Paquita (Diana Peñalver). El filme se centra en lo imparable del
asunto, provocando hilaridad ante su desborde cada vez más audaz, hasta la
llegada del monstruo final como en un sádico y entretenido videojuego.
The
Addiction (1995)
Película de terror de corte filosófico y existencial sobre
el vampirismo como estado de drogadicción, dirigida por Abel Ferrara, donde la
protagonista, Kathleen Conklin (una
estupenda Lili Taylor), mientras piensa su tesis para un doctorado en filosofía,
tras algo imprevisto va poniendo en práctica toda la reflexión intelectual que va
surgiendo producto de un cambio físico, descubriendo la naturaleza del mal y su
relación con el vicio, entre otras ideas que va recurriendo a la mención de
importantes pensadores, en blanco y negro, en un notable cine arte articulando
el género del horror de forma profunda, con citas rimbombantes pero funcionales
a los hechos que presenciamos, cuando la esencia de matar(nos) nos hace sentir
culpables, pero nos descubre quienes somos en verdad, como con esa pregunta obligatoria
de rechazar la agresión, enfermedad o invasión entre manos con una decisión firme,
que no ocurre por cobardía, aceptando la sentencia, esa que nos lleva hasta
desear el suicidio, perder nuestra identidad, y errar por el mundo, ser
simplemente, la nada, esa adicción. Ni un espectacular y sabio rol de Christopher
Walken como un vampiro redimido, un especie de pastor de la calle (luego
llegará el oficial), puede doblegar un abismo asumido, una caída violenta hacia
la dependencia absoluta (de ahí esa inscripción en la tumba, y ese fantasma en
que nos convertimos). Ésta es una película con sus momentos de acción, de
entretenimiento directo, aunque austeros, pero yace más sumida en el lenguaje del mejor
arte pensante que toma pretextos e imaginación para plasmar ideas mayores, todo
en un empaque de sensualidad, música hip hop, modernidad, urbanidad y su toque
indispensable de ordinariez para paliar la grandilocuencia intrínseca de la
pasión por lo culto.
The Green Inferno (2013)
Todas las películas de mi lista de terror de éste año
apuntaban a la curiosidad, no tanto a la excelencia, eran obras a revisar y a
ver con qué me encontraba, luciendo atractivas a priori por sus motivos propios
y particularidades, por lo que había posibilidad de hallar películas de mala
calidad o pésimas a secas, acotando que la delicia de todo cinéfilo está en su
apetito por los descubrimientos, dicho esto hay que agregar que The Green
inferno tenía críticas adversas por cantidad, por lo que su estreno en EE.UU.
se prolongó, llegando incluso después de Knock Knock (2015), que sin ser
maravillosa es mejor película que ésta de caníbales, que es un subgénero del
terror, y que tiene su tótem o máximo tope en Holocausto Canibal (1980), una
película brutal, salvaje, legendaria, polémica, con un gore realmente contundente
(hay un desmembramiento pormenorizado que es un goce mayúsculo para los
fanáticos de éste estilo explícito) y muerte de animales en toda naturalidad y
detallismo que a más de un animalista ha de torturar, tanto como si la película
la viera un indigenista, ya que hay ritos de índole sexual que los hacen ver
dignos de la peor barbarie y atraso
cultural. No obstante, la propuesta también acomete contra la misma supuesta
civilización, en aquellos exagerados documentalistas que se divierten con el
dolor de los indígenas, en una lectura que resulta muy infantil. Holocausto Caníbal
es para estómagos fuertes, una película bastante dura y descarnada que puede
afectar sensibilidades, pero que siendo precursora del metraje encontrado y ostentando
un grado de horror muy alto, mediante una contundente honestidad, dentro de su
precariedad, suciedad y descaro, es una obra justamente destacada del terror,
por más faltas que uno le quiera encontrar, es un prominente goce para amantes
del género, y del subgénero de canibalismo en la selva. No solo provoca más
bien hablar de ella, sino de Knock Knock, más que de The Green inferno, que es
un filme con actuaciones deplorables, en ello hasta podríamos hablar de
homogeneidad, de lo que la protagonista, la chilena Lorenza Izzo, más tarde esposa
del director, siendo limitada como actriz llega a sobresalir, aunque en lo particular me
quedo con otro chileno, con Ariel Levy, que hace de un líder activista
desgraciado que es tan falso e inmisericorde que el contraste entre sus luchas sociales
y políticas por la jungla y su subrayada hipocresía no solo es otra calamidad
del guion, sino que de lo extremo se hace involuntariamente simpático, teniendo
gracia su caricaturización, como la de un lugarteniente caníbal distintivo calvo
que lleva siempre un hueso como de quijada de burro en la mano y que es
profundamente bochornoso. Ni siquiera la líder caníbal interpretada
por nuestra compatriota Antonieta Pari se salva de darle dignidad terrorífica
al grupo de indígenas, los que a cada rato se ríen infantilmente de sus
maldades y voraz hambre, en lo que pudo ser una comedia de lo ridícula que es,
pero como va en serio, uno no puede más que rascarse la cabeza con cada
tontería que va mostrando Eli Roth. Es a todas luces un filme de muy
baja categoría, uno del montón, con efectos especiales poco cautivantes, tanto
como un gore para muertos o principiantes, salvo por una parte en el choque del
avión y unos cuerpos que perecen en el tránsito, después todo está desprovisto
de algún tipo de audacia, habiendo un suicidio salido de una mente ingenua y
harto ociosa en su imaginación, como que aquellas hormigas carnívoras puestas
como castigo y los empalamientos yacen desprovistos de la más mínima magia. Hay un desmembramiento con robo de pierna amputada de por medio, por un
niño, en que cada ocurrencia es peor que la anterior, como que se haga un preparado
de carne humana mientras los demás caníbales esperan su parte como quienes
aguardan por el repartidor de pizza. The Green inferno es realmente mala, incluso de las que no llegan ni ahí pero de esa manera entretiene. Mejor ver Knock
Knock, que aunque no infringe miedo y uno no compra la lectura de no aguantarse
a la metáfora de la pizza gratuita, entretiene en esa idea formal de una
malacrianza perversa, de lo que Lorenza Izzo y Ana de Armas funcionan mejor
vistas de esa manera, ya que no son Ingrid Bergman, mientras Keanu Reeves luce
harto profesional dejando todo de sí sin ser ninguna luminaria. Como dice una
de las pintas de las chicas sensuales y torturadoras, dejadas en la casa: el
arte no existe, y a eso se aboca Eli Roth en ésta pieza, o sea, a dar un pequeño
entretenimiento que no se toma en serio, pero que tiene una buena factura,
bastante, para lo que es, en un trabajo tratado con mucha mayor atención,
ingenio y delicadeza que The Green inferno.
What We Do
in the Shadows (2014)
Mockumentary, de Jemaine Clement y Taika Waititi, sobre la
vida cotidiana de 5 vampiros que viven en Wellington (Nueva Zelanda), la que es
una comedia de terror de mucha simpatía, con bromas buena onda, en tono ligero
pero cuidado, que tiene sus audaces ocurrencias en humanizar la imagen del
vampiro, y burlarse de los lugares comunes de éstos seres míticos aplicando una
figura de reinserción social a lo contemporáneo. Se divierten en sana ironía,
versando en el típico soltero cuarentón, dentro de un grupo de simpáticos,
seductores, cool, graciosos, extravagantes, hiper-sensibles, engreídos,
camaradas, y uno, Viago, más remilgado de la cuenta (que tiene su propia
historia a lo Titanic, 1997, cómica). Estos compañeros de vivienda irán
desentrañando a la cámara su particular forma de vida, como invitar tallarines
a su víctimas por preámbulo y hábito, practicar la tortura o escenificar bailes
a los amigos (así, en el mismo saco), seducir a humanos para que sean
sirvientes a cambio de promesas de eternidad, ver por la popularidad (véase la
sub-trama de La Bestia) o ir a fiestas y discotecas a divertirse, en alegato de
integración entre especies de horror, enfrentando a los hombres lobo de paso. Conviven con la humanidad, a la que no desprecian, pero deben lidiar con sus
apetencias y sobrevivencia, más marcada en el milenario Petyr que luce como
Nosferatu (1922).
Enterrando a mi ex (Burying the Ex, 2014)
Comedia de terror ligera, pequeña y simpática, del maestro
del terror Joe Dante, que tiene obras memorables como Aullidos (The Howling, 1981)
y Gremlins (1984) que si uno espera fuegos artificiales en una película suya mejor
volver a verlas que ver ésta. De muestra dos escenas legendarias: ese hangar con toda la tropa de hombres lobo del
lugar a punto de salir enfurecidos de cacería contra sus descubridores; y la de
toda la pandilla de los Gremlins en una sala de cine disfrutando frenéticos de
Blanca nieves y los siete enanos. Enterrando a mi ex es una
propuesta más bien humilde, que entretiene lo justo únicamente, en la
historia y leitmotiv irónico de no saber terminar con una pareja, aquí
convertida en zombie tras una promesa de amor eterno hecha de momento,
casualmente escuchada por un objeto demoníaco cumplidor de deseos. La ligereza
es formal en el filme, no solo estructural, sino argumental y en su lectura
cómica, pero consiguiendo ser bastante fluida y bien contada, mediante
protagonistas básicos. Max (Anton Yelchin) que atiende en una
tienda de juguetes de terror y es amante del cine del género deberá lidiar con
la resurrección de la autoritaria y exigente Evelyn (Ashley Greene) que es una ambientalista,
de lo que Dante se mofa haciéndola antipática en su fijación hacia la salud, a
comparación del amor ideal que representa la dulce, relajada y cool Olivia (Alexandra
Daddario) que vende malteadas híper calóricas y lo único que busca es estar con
alguien agradable y común sin mayores problemas, en la que es un ente de
juventud pura y llana, como pretende toda la película. Vemos hasta a Max
movilizarse en una patineta con timón que lo hace ver medio nerd. Es una
historia con poco terror, pero tiene de filme bien cinéfilo, de culto al cine B
de horror. Max no sabe qué hacer con su ex, ella no entiende terminada la
relación, aun muerta, ni siquiera Evelyn está del todo consciente de su posición de zombie
y de su extrañeza en el mundo, aun cuando se tiene por una grata persona, aunque
suelen dejarla por imponer sus reglas, aun teniendo un plus de que es muy
sexual, por lo que hay varias bromas al respecto. Es una película para reírse, en tono tranquilo. Dante perpetra ocurrencias con gran oficio.
Tales of Halloween (2015)
Ésta es una antología compuesta por 10 cortos con un máximo de 10
minutos de duración cada uno, de los que hay que decir que tienen cohesión como
grupo, en cierta notoria similitud narrativa y hasta argumental en medio del
truco o trato y del contexto del suburbio americano, una buena factura y sobre
todo en contener mucho sentido del humor e ironía bajo el espíritu del hombre medio, en la mezcla de jovialidad juvenil y la madurez en las
formas. El mejor relato es Friday the 31st, de Mike Mendez, donde un Jason
Voorhees o un asesino del hacha monstruoso halla su némesis en un pequeño y
risible extraterrestre ofendido, surgiendo un festín gore. Le sigue This Means
War, de John Skipp y Andrew Kasch, que es audaz como premisa, aunque la
ejecución es pedestre, en la lucha de dos vecinos que tienen su propio estilo
de conmemorar Halloween, exhibido en su patio y en la decoración por la
celebración, uno es la conjunción del heavy metal y el gore, el otro todo lo
que conlleva lo clásico, de lo que el fastidio mutuo se apodera de ellos. Entre
los integrantes del conjunto hay tres nombres famosos, digamos, Darren Lynn
Bousman (Saw II, III y IV), Lucky McKee (May, The Woman) y Neil Marshall (The
descent), pero sus historias no son particularmente especiales. The Night Billy
Raised Hell (Bousman) presenta al diablo mismo representado en un vecino poco
querido quien se encarga de escarmentar a un niño travieso, de lo que en realidad es
más mala suerte que castigo justo. En Ding Dong (McKee) una bruja interpretada
por la seductora Pollyanna McIntosh (The Woman), de amplios e ineludibles pechos
(a cada rato se los acomoda), quiere un niño, pero sus intenciones no son probas
con éste, y al no tenerlo tortura a su heroico marido que se cuida de no
complacerla en dicho pedido, habiendo una lectura muy sarcástica, y
estilística, más que un cuento entretenido. Bad Seed (Marshall) hace que un
experimento traiga como consecuencia que una calabaza se vuelva una homicida,
para lo que una detective bastante seria, como el estilo narrativo, se encarga
de las pesquisas. La antología peca de imperfecta, como de nadar en aguas
conocidas, tener cierto background ñoño o poseer algún remate poco digno o nada
original dentro de su composición, pero cada relato a la vez tiene su gracia y
encanto, con los que muchos se han entusiasmado.