lunes, 30 de noviembre de 2015

Youth

La gran belleza (2013) fue tremenda película, un tope muy grande para Paolo Sorrentino en su filmografía y carrera, como para el séptimo arte reciente, más allá del reconocimiento en los premios Oscar a mejor película extranjera, por lo que esperar su siguiente propuesta era de una expectación mayúscula, y para éste director italiano un gran reto tras el éxito y el gran alcance artístico que logró con dicha obra. Youth (2015) se posiciona entre el odio y el amor hacia ella, genera polarizaciones y bandos enfrentados, que en lo personal me satisface con ciertas reticencias, como que su estructura lleve pequeños intersticios, chispazos o instantes donde haya alguna ironía, ocurrencia u absurdo que le da un tono efectista al conjunto tras esas breves intromisiones, como que se le noten además las costuras de cierta irreverencia general y exhibir el deseo de tomarse libertades, mostrar relajo y seguridad frente a cualquier antecedente, presión o vanagloria, acotando que no llegan a descalificar la cualidad narrativa del filme ni su coherencia como historia, habiendo una fuerte connotación en el exceso y lo barroco, valorando que más tarde las mayores extravagancias se entenderán.

Una transformación en Hitler empieza en el desconcierto, pero es la aspiración a una exigencia interpretativa, en el rol que hace el talentoso Paul Dano, como un famoso actor de Hollywood entre engreído, dandy, sensible e inteligente, que quiere sacarse el estigma de superficial ante una actuación popular pero banal que lo persigue y ser reconocido de trascendente en el cine. Una ocurrencia que se entiende perfectamente es ver a una leyenda del fútbol de ideología marxista, zurdo, tan fácil de reconocer sin nombrarlo (Maradona), cuando pasaba por un prominente sobrepeso, y se le pone avejentado y con una válvula de oxígeno al lado, pero aun así es capaz de dominar con excepcionalidad una pelota de tenis con los pies (un homenaje realista, irreverente y de voluntad narrativa; es así, un hombre exagerado).

Entra en juego el tiempo que claramente es el motivo general del filme, en que la vida pasa, está llegando a su fin y viene el análisis de lo que hemos atravesado, de la autoconsciencia, de lo que hemos perdido y añoramos, de lo que queremos dejar, habiendo memorias y mil olvidos, como tantos errores, dibujados en diálogos casuales, caminatas, cenas, masajes, baños, interacciones profesionales y afectivas, como algunos surrealismos, en que el más llamativo yace en la sub-trama con el videoclip de una cantante pop -Paloma Faith- que me recuerda a Madonna, y que remite a una broma y lugar común dentro de una metáfora de la sexualidad, esa que ronda y se deja ver sugerente, artística y hasta a veces arty (sentir que sobrevuela, pero que la plena consciencia de ello logra superar y ser un filme amable finalmente).

El director de orquesta clásica Fred Ballinger (Michael Caine, en una de sus mejores actuaciones) y el director de cine Mick Boyle (el querido y admirado Harvey Keitel que yace bastante bien) se enfrentan digamos que a sus últimos retos profesionales. A Fred se le exige que toque una vez más, para la reina Isabel II, sus llamadas canciones simples, que no quiere compartir tras un nexo afectivo secreto, estando enfrascado en la revelación tardía de haber desperdiciado el amor de su mujer y estar a la orden de resarcirse con su hija Lena (una Rachel Weisz que sorprende exigiéndose emotiva e histriónica, aunque no del todo lograda) que pasa por un  mal trance, uno que incide en la libertad (habiendo una simbología sobre el miedo en el montañismo que es de Kindergarten). El filme se enfoca por una parte en el amor y en la sensualidad, de ahí que veamos desnuda a una belleza escultural, a Madalina Diana Ghenea, que hace de Miss Universo, quien rompe con obviedad algunos clichés sobre la inteligencia para luego lucir su matiz central en su despampanante juventud en la piscina de éste Spa de lujo en los Alpes Suizos donde se contextualiza Youth.

En cuanto a Mick, quiere dejar su testamento fílmico, una obra mayor, con la intervención de su actriz principal de años, en el rol de Jane Fonda que hace un alarde de diva. Todo detrás de cierto cine dentro de cine, donde participa el proceso creativo de construcción de un filme, con sus guionistas en pos de las escenas más productivas, bajo líneas precisas, audaces, emotivas o cáusticas, bien inmerso y práctico en la trama, implicando la búsqueda del arte -de la profundidad- por sobre lo comercial, en el sentido de sentir pasión por el cine, que como dice un diálogo no está detrás de lo intelectual, pero si siendo capaz el hombre común de coger lo culto y hacerlo suyo con llaneza, viendo que el resultado es irrelevante, se trata del anhelo, como que todo en Youth es el convencimiento de hacer lo correcto, pero también lo mejor para uno, aprovechando a su vez el placer, sin otorgarse demasiada importancia ni a la propia existencia, esto bascula en todos sus motivos, tanto en obligaciones, como en los propios sueños, muchos frustrados, dando a entender que la imperfección es lo natural, pero habiendo también espacio para lo imposible (un monje flota en el aire), en el retrato de nuestra complejidad.

Youth es un viaje con muchas vueltas, razonamientos, intrepidez, como tonterías o banalidad pretendiéndose audaz, como también momentos para cumplir (el erotismo de la masajista con brackets, la pareja anciana vigilada en la cena o todo el aspecto del suicidio en un empaque a lo rápido y furioso), frases hechas y ternuras prefabricadas/vacías (alrededor de los afectos de Fred) y una vocación notoria de querer ser inclasificable y original, que le funciona, sin duda, pero le juega un poco en contra, teniendo un cierto olor a pop rancio, uno que enfrenta sarcásticamente pero también llega a supurar. Youth como propuesta tiene su encanto, sobre todo gracias a dos guías magníficos que salen de lo común en plena contemporaneidad, y a su mayor materia y festividad, a una buena noción narrativa y a una estética.