El cineasta surcoreano Im Sang-soo compitió por la palma de
oro en el Festival de Cine de Cannes 2012 con ésta película. Leído sobre ella decían
que era muy sensual y trasgresora, y tiene de ello pero ha sido mucho menor de lo
que parecía, siendo algo muy llevadero; también se le adjudicaba que era una
obra mediocre, poco atractiva, y tampoco ha sido tan despreciable si bien está
muy lejos de la obra de arte. Es una realización bastante entretenida, que
vuelve a retratar la clase social alta de su país, como en The housemaid (2010), remake bastante libre de la cinta de culto de su compatriota Kim Ki-young del
mismo título del año 1960 que era de corte popular y de serie B llena de
suspensos, mucho melodrama y giros constantes, siendo la presente una
continuación de la nuevas formas e ideas
que dio, una derivación de la misma historia de Sang-soo, expresiones que aun
viniendo de una adaptación resultan bastante personales, pero llevan de tributo
como cuando pasa imágenes del original.
The taste of money se enfoca en las ventajas del poder a través
del dinero en que todos se mueven bajo esos hilos muy conscientes de la omnipotencia
de hacerlo todo cuanto deseen mediante su uso, y en donde se conjuga mucho la
humillación y el abuso que esto permite. El eje del filme está en el asistente
Joo Young-Jak, que pasa de un lado a otro en la batalla que despliega una
pareja millonaria que van a separarse a raíz de una relación extramatrimonial
que tiene el marido con una empleada de casa de procedencia filipina con la que
lleva una larga relación al punto de tener dos niños con ella y considerarla su
última mujer de una variedad que ha tenido. La esposa hace todo en sus manos
para impedirlo y en medio está Young Jak que servil aunque con cierta moral
padece esas decisiones.
Como no puede faltarle a Sang-soo, la luz de bondad entre
tanta indolencia por el mal ajeno de la clase dominada yace también dentro de
la familia en la hija que está enamorada del asistente. Éste romance esquivo, en
un juego superficial, viene a ser una bocanada de aire fresco
bajo tanto drama. El filme tiene su lado ligero, en sí lo es en general por
tomarse tanto daño con poca preocupación en que trata de asumir que es como se
mueve esa alcurnia social, pero que termina reduciendo el alcance de lo que
postula al no darle mayor matiz y resonancia argumental. Hay una escena en que
hay una riña a golpes, Young Jak trata de corregir al hijo engreído y resulta
que no gana una, es un antihéroe en toda regla aunque serio, más llevado por
acciones discretas, siendo manipulado constantemente. Hay que recalcar
que los poderosos suelen salirse con la suya, Im Sang-soo los deja
muy a menudo libres de polvo y paja, invocando nuestra reprobación como
espectadores más que desde el interior de una trama que no es convencional pero
fácil de apreciar.
La ansiada transgresión puede estar en que el
castigo nunca llega por la ley sino por las personales elecciones, el engaño, el suicidio, el tiempo, que se encargan de lo que su sociedad
se niega a hacer ante su corrupción, frente al materialismo de una ciudad moderna
y sumamente lujuriosa. No faltan desnudos pero se ven en general algo rígidos, salvo
en la ambición estética de las escenas de las guapas furcias asiáticas o de las
masajistas extranjeras, destacando los encantos de la prostitución en la
lascivia de la abundancia. No obstante no se embellece el acto para la cámara ya que se guían de una atmósfera
de frialdad solo rebatida por toques extravagantes (el abuelo patriarca cuidado
por una guardaespaldas gansteril, pequeña y gordita), así somos partícipes de risa o de espontaneidad
(más entre la bella hija, que se viste siempre atractiva pero se comporta muy relajada, y el asistente que yace además de galán, que son las almas caritativas del
relato).
En el filme no existen grandes recriminaciones, parece todo
una telenovela con una estética que la ensalza por encima de ello, que alude un
preciosismo que se conjuga con el contexto, junto con tomas superiores como el
famoso travelling alrededor de la mesa familiar en que se desnuda la práctica
de la infidelidad que a primera vista muestra el desenfado de la clase alta. Falla un poco entablar un nexo emocional entre la sirvienta y el
millonario que llaman regularmente presidente, más por la actriz no muy dotada
en su actuación, y aunque a fin de cuentas éste "affaire" es el soporte del filme se puede
perdonar por la sequedad que exuda él en el personaje, que prima por sobre ella
que es realmente accesoria. La propuesta permite algunas exageraciones muy orientales, con performances dramáticas potentes
y elaboradas, y un detallismo propio del séptimo arte.
El marido, presidente de una respetada compañía, busca
encontrar un aire de verdad en su vida y aunque lo hace dentro de la infidelidad
se muestra con ganas de una última honestidad a prueba del sacrificio y de ir
contra lo que se teme, su mundo que perdona todo, salvo la desunión, por lo que no
le será tan fácil escapar aun en su descaro, ese que siempre ha tenido y tienen
todos sus semejantes de clase. La ironía es que el esposo sabe de qué va el
entorno y subestima a su contrincante, no mide el peso de su vieja compañera
que también depreda, engaña y manipula.
No hay ética en juego y las justificaciones son las de
cualquiera, pero el honor, lo invertido y las apariencias, el haber perdido la
juventud unida a una persona que deja de querernos se convierte en una fuerte
motivación, más que el amor, ya que el personaje de Yoon Yeo-jeung, una muy
destacada actriz surcoreana que no sobredimensiona su papel pero está llena de aplomo,
nos entrega una mujer mayor dura que parece tomar el relevo en la posición de su cónyuge, como si nada
hubiera pasado.