martes, 29 de septiembre de 2015

La visita

Buen número de personas le consideran su retorno al éxito, al buen cine, al respaldo del público y de la crítica, del director indio M. Night Shyamalan, aun con un presupuesto bastante bajo, en un filme de metraje encontrado (found footage) y mockumentary, sobre la visita de dos chicos de 15 y de 13 años a la casa de sus abuelos, a los que nunca han visto ni conocen y quienes yacen distanciados de su madre por fugarse de joven del hogar con un pretendiente, la que separada está pasando una semana de descanso con una nueva pareja, al igual que los chiquillos en una granja en Pensilvania, mientras la adolescente Becca (Olivia DeJonge) graba un documental sobre su visita, con la ayuda de su hermano menor, Tyler (Ed Oxenbould).

Una cosa que engancha rápido con el espectador es la indudable simpatía que trasmiten los dos muchachos, su rapidez mental y audacia, su madurez, alegría e intensidad, de lo que el niño se pone a rapear continuamente, es su hobby, aunque es lo de menos, hasta puede ser molesto en ese sentido, pero en donde se asume cool, desenfadado y mayor. También podemos ver que tienen conflictos propios de su edad y las circunstancias clásicas de disfuncionalidad familiar americanas, como que Becca le tiene resentimiento a su padre por su abandono del hogar (generando un lugar de drama emocional, habiendo más de uno al respecto), y por otro lado no se siente bien consigo misma, mientras Tyler sufre de excesivo cuidado con los gérmenes. Ellos manejan el rumbo del filme, y le otorgan efervescencia, como que Shyamalan le da credibilidad, ritmo y naturalidad a la idea de la cámara entre sus protagonistas.

Sobre lo más importante, si da miedo o no, si funciona, debo decir que el giro central de la propuesta, como a media hora de acabar el filme, tiene de potente sorpresa terrorífica (lo cual es importante no conocer, que irá hacia la lógica interna del artefacto, concluyendo en su redondez narrativa), conteniendo un buen susto, el mejor de la película, fuera de su sencillez argumental, produciendo una grata nueva funcionalidad, entre el desenfreno y el hallazgo, generando suma incomodidad y una peligrosidad palpable, impredecible, en un cambio de figura, donde la comprensión se torna en tensión, lo raro en pánico, estando por encima de la enarbolada desconfianza, de aquel tira y afloja de una hora de metraje discreto y naturalista, en el anido de los consuelos. Véase esa prominente ocurrencia fuera de lugar que no sea lo macabro en meter a la nieta a limpiar en el interior del horno, como en un cuento de brujas, que es parte del físico de la abuela. Después ya no se trata de juegos menores como la persecución debajo de la casa que genera un estado siniestro, justificado con lo cotidiano, ni de solo pequeños hechos freaks, misteriosos o abruptos, aludiendo la longevidad, que yacen calmados por el sentimiento, sino de una amenaza en desbocado in crescendo, partiendo de esa ruptura y llamado del suspenso, cuando marcan las nueve y media de la noche y la abuela Doris (Deanna Dunagan) hasta blande un filoso cuchillo, en una oscuridad e inestabilidad que alude verbalmente, como poseída por el cine de terror nipón, en la forma de un espectro, moviéndose aterradoramente, no siendo todo, porque el abuelo John (Peter McRobbie) es otra fuente de miedo, de sorpresas.

La visita es un pequeño punto de inflexión positivo en el cine de Shyamalan. Observemos su recorrido, está la gloria y máximo logro, con su obra maestra, El sexto sentido (1999); su segundo reconocimiento de talento en El protegido (2000), las que simbolizan su mejor momento creativo; su etapa discutible pero aún rescatable, a un punto de culto, con Señales (2002) y El bosque (2004), donde muchos vemos ridículo donde otros hallan genialidad; su estado de caída tras La joven del agua (2006), tratando de sobrevivir a la lucha entre el odio y el amor hacia su séptimo arte, hasta llegar al rechazo masivo con Airbender, el último guerrero (2010), y After Earth (2013), de lo que hoy nos llega su humilde rejuvenecimiento, no espectacular como para celebrar efusivos, como no lo es el trance futbolero del niño venciendo una tara risible, pero sí una propuesta decente en general.