Ha sido una sorpresa, a un punto, la segunda película del
español Gabe Ibáñez, ya que en lo personal esperaba muy poco de ella y creía hasta
poder ignorarla, como muchos no han sabido ver, tanto que
apreciarla ha sucedido en parte por casualidad. Hallarla en
la cartelera ha sido encontrar algo saludable, en
medio de la avalancha de películas para matar el rato que nos suelen caer. El filme no es perfecto, como tampoco lo fue su ópera prima,
Hierro (2009), pero son obras a valorar especialmente, y estar atentos a los próximos proyectos de Ibáñez.
El título de su debut se debe a que el contexto es un viaje
de madre e hijo, de María (Elena Anaya) y su pequeño Diego, a la isla de Hierro (Islas Canarias), en
donde perderá a su vástago en plena travesía de mar. Este thriller juega con lo paranormal y lo psicológico, creando atmósferas
lúgubres que se vuelven un quehacer machacador dando la sensación parcial de
efectismo gratuito, pero que consiguen generar interés, mediante un argumento que provoca suspicacia por desentrañar su misterio, donde asoman alternativas a discutir, y la suya funciona
muy bien. Elena Anaya por esta película mereció un premio en el
festival de Sitges 2009.
Autómata es una película que intenta ser novedosa y
diferente en una cosmovisión Ciberpunk y eso la hace un gran esfuerzo de
identidad en un espacio grandilocuente, complicado de imaginar y bastante extraño
por lo general, pero sumamente cautivante como subgénero, y aunque no abunda en
el exceso, como se suele buscar (parece una producción humilde, pero muy bien
trabajada en la esencia de lo apocalíptico y distópico, sin remarcar), a veces
falla en el intento, como con los niños asesinos tocando la puerta y disparando
a quemarropa por mandado, ya que viéndose ordinarios y angelicales se ven gratuitos, fuera de lugar sin más, por más que se viva en un mundo paupérrimo y lógicamente
desesperado e impredecible, de calles sucias, corrompidas, promiscuamente
iluminadas y en ebullición e inquietud perpetua, muy bien contrastadas con el
desierto seco, misterioso, silencioso, desolado, mortal y blanquecino en una
especie de diáspora. Lo mismo sucede con la
autogeneración de un robot que parece una cucaracha mecánica gigante (de lo que
incluso se dice superficialmente que el futuro de sobrevivencia será de la
sobrepoblación de estos bichos, que suena a un lugar común, más que a un dicho científico),
en lugar de lo que pareciera querer ser un perro, una mascota o de lo que
trata, el siguiente escalón evolutivo, y es que uno esperaba algo mejor de éstas
mentes maestras, aun planteando querer ser algo raro, disímil del orden humano.
Una de las mejores escenas del filme es un espléndido WTF o un giro impensado, como que te preguntas desconcertado ¡¿qué está pasando?!, ¡¿qué va pasar?!, mencionando un instante incómodo y de aprendizaje en especial cuando el agente de seguros robóticos y protagonista central Jacq Vaucan (Antonio Banderas, que sorprende en un registro y performance interesante a lo que acostumbra) danza sensualmente con una robot en medio de una botella de alcohol, en lo que refleja la humanización paulatina.
Una de las mejores escenas del filme es un espléndido WTF o un giro impensado, como que te preguntas desconcertado ¡¿qué está pasando?!, ¡¿qué va pasar?!, mencionando un instante incómodo y de aprendizaje en especial cuando el agente de seguros robóticos y protagonista central Jacq Vaucan (Antonio Banderas, que sorprende en un registro y performance interesante a lo que acostumbra) danza sensualmente con una robot en medio de una botella de alcohol, en lo que refleja la humanización paulatina.
La premisa, por una parte, es la de siempre, ¿pueden los
robots comportarse igual que los seres humanos, por libertad propia y bajo
emociones?, y al respecto la intervención creativa es sutil, delicada, mínima,
auspiciando una nueva evolución de la población
de la tierra, otras formas de hacerse con el poder, que de eso va a fin de
cuentas, donde los autómatas (visualmente muy bien ilustrados), las máquinas
pensantes, son el siguiente paso, para lo que antes deben romper dos protocolos,
que son la base de la trama. Uno es no agredir (cuidar) a los hombres, y no tener
la voluntad de cambiar su mecanismo, con lo que quedan limitados a las órdenes,
temores y deseos humanos, que como se dice, son ellos contra nosotros,
rompiendo el sentido de su construcción, de hacernos sobrevivir, de lo que se
deja en claro que los robots pueden y buscan hacer mucho más, observando que
la radiactividad es el punto de no retorno, como la ciencia -más el descontrol- se nos pone en contra, si bien queda ambigua, elíptica, poco desarrollada, la idea de una lucha y desintegración. Pero acoto que los autómatas son exhibidos pacíficamente,
vistos como víctimas, otro tipo de humanización, que puede ser por el
protocolo, aunque lo rompen, y no se ajustan los últimos (las baterías) a ello,
pero también luce maniqueo y pesimista con la humanidad, salvo por Vaucan que
como un moderno socialista ideal recurre a la traición. El comportamiento de Vaucan es muy primario y elusivo con justificarse
plenamente, no obstante refleja toda nuestra imperfección, espontaneidad y
ordinariez. Muchos pueden pensar que el filme adolece de mayor
argumentación, que es cierto, utiliza lo indispensable, poco. Sus momentos son austeros,
menores, la mayor parte del tiempo, pero eso le da cierta distinción, tanto
como una cualidad de entretenimiento y movimiento elemental efectivo, que como
en ese enfrentamiento final con el camión y los hampones -tipo película de
acción- todo va sin grandilocuencia, con morosidad, con esfuerzo, como con
suerte y con aire de poca cosa, lo cual ahonda en una personalidad autoral
esquiva con las fórmulas convencionales, por encima de su propia imperfección y
simpleza, haciéndome sucumbir a un mundo tan imaginativo, productivo y personal,
desde lo esencial, lo aparentemente gastado y sin atisbo de solemnidad.