Con el cine peruano existe de parte de uno -de críticos y espectadores- ambivalencia, por un lado está la conmiseración, la excesiva tolerancia
celebratoria, y la empatía primaria con nuestra realidad y nuestro cine, el
goce intrínseco de verse reflejado e identificado en nuestra cosmovisión, y por
el otro está la realidad misma del trabajo en sí, que nos hace nadar a menudo
en la desilusión, observando las tantas carencias y defectos, la falta de arte
nacional, de lo que sopesando ambas quien escribe busca y espera por algo
particularmente especial o decente, y en ese trayecto es que aparece NN como la
merecida mejor película nacional del 2015 (y una aceptable representante a un posible cupo a los Oscar 2016), salvo que otra le arrebate el lugar
a último minuto, como que se estrene y se pueda ver Videofilia (y otros
síndromes virales), de Juan Daniel F. Molero, que ganó un importante premio, uno
de los Tiger Award, máximo galardón del festival de Rotterdam
2015. Dicho esto, también hay que agregar que Paraíso (2009), la ópera prima en
ficción de Héctor Gálvez, fue recibida con grandes aplausos por la crítica
peruana, un filme que exhibía un aspecto documental, y tecnicismo estético a
veces molesto pero original, en un cine social sobre unos adolescentes de una
zona populosa y marginal llamada Jardines del paraíso, quienes trataban de
volar fuera de sus limitaciones, en el que era un filme austero y por una parte
típico, que en lo personal encuentro interesante, pero de entusiasmo sobredimensionado,
a diferencia de NN en que hallo una notoria superación.
NN es un filme sobre la guerra interna, sobre las fosas
comunes clandestinas, de cuerpos asesinados, exhumadas por forenses, en un
filme donde su aspecto político es sutil y elaborado, fomentando un filme
complejo donde la inteligencia del director se ve en reflejar el desinterés del
estado y la falta de profundización de las investigaciones, más allá del dolor
inmediato, en la imagen de trasladar y “abandonar” las cajas con los restos
humanos estudiados en una azotea gubernamental, como quien arrima desperdicios
o cosas inútiles en un lugar de olvido, todo bajo sufrientes silencios de los
interesados y seres conscientes, en medio de la frustración y el apasionamiento
por resolver sus misterios de parte de su protagonista, Fidel Carranza (Paul
Vega), que con un rostro taciturno y agotado de la vida busca en su soledad
resolver el caso de un sorpresivo noveno cadáver aparecido en una fosa, con la
curiosidad de llevar en un bolsillo la foto de una mujer no identificada. Con
él una humilde anciana de nombre Graciela (Antonieta Pari) reconoce la chompa
de su marido perdido/secuestrado en 1988, por se supone militares, y tiene la natural
fijación de encontrarle paz y sepultura, con lo cual la herida busca sanarse,
pero es el deseo de Fidel el que predomina como mensaje en el filme, el de
seguir indagando por el pasado hasta hallar la que es una pregunta sin seguramente
posible respuesta final, con lo que la historia es un lugar oscuro que carcome
ciertas entrañas. Y en ese aspecto el filme se mueve con gracia, con intelecto,
sin por ello abandonar el llamado primario de las emociones, como con aquel
encuentro del cuerpo de una niña asesinada, luego dejado en claro con la visión
en vida de quien es y qué significa, un dolor enorme, como aquellas lágrimas de
la forense.
La fotografía de la propuesta es realmente bella, sin ser de
fácil cercanía cinematográfica, pero que sí tiene que ver con la ciudad (en un “gris”
congruente con la lentitud de la película, mientras su temática nos toca de cerca),
en colores terrosos y fríos, como los sentimientos que traslucen los personajes, la historia, las perdidas y el
sufrimiento de una guerra fratricida que deja crímenes sin resolver e
impunidades, donde el culpable es gaseoso y remite a algo más grande, al
conflicto mismo, quedando solo la punta del iceberg en la lectura de los
cuerpos. Igual lo hace el paisaje breve de la Sierra.
La elegancia y el cuidado del filme sale a
relucir en su narrativa y estética, poniendo a la ubicua naturalidad criolla,
por la que el espectador primario clama, en un personaje como el de Lucho
Cáceres, dejando el lugar común de un actor como Manuel Gold a un ratio atípico
a él, donde mira, apenas habla, interviene poco, yace serio. El diálogo posee espontaneidad y
realismo, sin lo chabacano, aludiéndose indirectamente como en las bromas llanas
pero no excedidas durante el cumpleaños de una de las forenses o en los
intercambios de posturas sobre revelar o no el aspecto de un pedazo de rodilla como
único resto de un difunto a sus familiares, en que deben ser profesionales, sin embargo es inevitable no sentirse involucrado internamente. El uso de la crueldad o frialdad de
los homicidios yace bastante tratado, a veces obviamente, aunque las palabras
claves yacen elípticas.
Por otra parte el aspecto social, las diferencias de clases,
entre el doctor y la empleada, entre Graciela, su hijo y el doctor Fidel Carranza,
están muy bien trabajadas, viéndose mínimas pero perceptibles, alternando un
trato educado, sin caer en lo políticamente correcto o falso. El filme es lúgubre
como su protagonista, como esos cuerpos estudiados como objetos, de forma
fidedigna, sencillamente creíble, pero a los que remite un silencio largo y
discretamente melancólico, profundo, de respeto, como con aquella luz que
anuncia una gran incógnita, y luego un vacío enorme. La sequedad del filme es muy valiosa, pero
que tiene ratos dosificados de respiro, incluso en la expresión de Paul Vega,
un actor experimentado, no siempre tan descollante, pero
que ésta vez da en el clavo, muestra madurez como artista, y queda idóneo en la
complementariedad con el sentir de las trágicas ausencias, que a su vez remiten
a la pérdida en sí, más que a las causas que no se discuten, éstas quedan para
otra película. El llevarse a alguien y
desaparecerlo extrajudicialmente es la razón que importa, como la retribución
del gesto en las alturas de gente invisibilizada e idealizada, aludiendo
ponerse del lado del débil, del pacifismo, desde una mirada actual, la que
trata de pasar la página, cuando el título indagatorio de NN remite a la incómoda
e injusta nada.