Aunque a La Reina (2006) la he dejado a medias hasta en dos
ocasiones e intentos, sin ser mala, sea dicho (a falta de afinidad e interés en
particular, en quien retrataba, que nunca demasiado, o del todo, con la
temática de la realeza, que hay casos donde he tenido mucha empatía, como con
El discurso del rey -2010- ), la tercera vez me hizo ver que había mucha
sencillez detrás como parte de un estilo, un don personal. Una economía y
ecuanimidad que habla mucho de esa virtud de saber comportarse siempre,
mantener el decoro y la austeridad en todo concepto, como estila el estereotipo
social del originario inglés; claro, sin dejar de expresarnos o presentar
revelaciones, pero desde una cierta elegancia cultural de a pie, porque también
traspira la llaneza de toda cotidianidad, es decir, Stephen Frears sabe
vincular distintos niveles sociales, hacerlos más llevaderos entre ellos, sin
quitarles su propia identidad, cómo se comportan, pero entregándose a lograr
una más afable y próxima convivencia que se afianza a nuestra buscada horizontalidad
contemporánea. Y esto nuevamente está en
Philomena (2013), que puede ser el patito feo de las nueve nominadas al Oscar
2014, pero como versa esta denominación común no deja de ser a un punto una
justa candidatura, la que apuesta por sacarla del intrínseco
anonimato, siendo algo que gusta mucho en EE.UU, oír de la nobleza y la sociedad británica o lo que tenga que narrar,
que se da gracias a la identificación con las raíces anglosajonas. Y uno puede
estar seguro que más de uno hallará un deslumbramiento calmado en ella que
otros no ven, ya que es un buen filme, con ritmo a pesar del tono y la forma de
contarlo, porque también tiene (fino) sentido del humor y contiene emociones y
mucho humanismo, exhibido en la naturaleza de la maternidad que a todos
sensibiliza, y más si hay injusticia de por medio.
Es una propuesta entretenida, una que podemos tener de madura,
no implica aspavientos ni grandilocuencia, evita ser trasgresora ante parámetros formales anclados a una historia y biografía compartida –entre la declaración
de una madre otrora joven inexperta y desamparada, y la investigación sobre su
vástago, el asesor político y ciudadano americano con el nombre de Michael Hess-
basada en el libro The lost child of Philomena Lee, escrito por Martin
Sixsmith que es protagonista del documento y de la búsqueda correspondiente.
Sin embargo dice muchas cosas, como la
denuncia a la iglesia católica irlandesa ante adopciones en buena parte
forzadas aunque finalmente con la aceptación de las progenitoras, de cara a
cierto aprovechamiento y abuso eclesiástico, dentro de un convento y resguardo
de jóvenes madres solteras. O la que se dirige contra el fomentar de la
desigualdad de derechos humanos en el partido republicano durante el gobierno
de Ronald Reagan que no permitía que los homosexuales pudieran pertenecer a
éste grupo político, generando la doble vida, la impostura, la hipocresía, la
falta de autoestima, la mentira.
Ante la falta de intensidad uno puede creer que el filme
adolece de convicción argumental, pero si vemos la personalidad retratada de la
protagonista, de Philomena (Judi Dench), habiendo dado la persona real en que se basa la historia su
respaldo a la realización de Frears, veremos que es parte de la idiosincrasia que
trasmite, escoge y propone ella, ya que sabemos que es dócil y comprensiva con
sus penurias y quien las ha fabricado, no necesariamente porque se siente
pecadora o lo merezca (obviamente nadie lo merece), sino más porque es una persona
noble, mayor y simple, y entiende que también tiene algo de culpa en la
situación de la adopción y el no saber de su hijo por 50 años (veamos que en un
momento teme recriminaciones, diríamos que hay un estado de consciencia, ya que
en otro se resuelve con fuerza cuando donde inquieren no les dejan pasar, denotando
que puede sentirse segura y atrevida a su vez dada la circunstancia, como son
los tantos matices humanos), en parte no todo es la mala voluntad, el
secretismo y ocultamiento, y la rudeza
imponiendo creencias y dogmas demasiado estrictos del recinto católico en cuestión.
De ello sacamos que lo ve como un caso aislado dentro del amplio universo de la
religión católica, que respeta. No obstante queda otra postura, la del
periodista Martin Sixsmith (Steve Coogan) que es severo, les achaca todo y
anhela un castigo para los responsables, aparte de que no cree en la iglesia.
La figura de Sixsmith posee una dosis de aparente mayor credibilidad
que la de su co-protagonista, porque a muchos les enamora su personalidad
directa que no vacía, firme ante los embates de la existencia, inmersa en su
cariz a flor de lo humano a la hora de la verdad (pero aunque Philomena tenga
mucho de una expresión sentimental, sea dulce, amable, hasta a veces un poco
tonta, no podemos arrebatarle y elogiar los destellos de sabiduría espontánea
que la engrandecen y presentan un retrato exigente en su accionar, la hacen un
poco inclasificable e impredecible –sino veamos sus silencios, sus reprimendas
al grano, sus propias ideas como la tolerancia y la afabilidad que dan sustento
a su trato, y los cambios de decisión, no es un robot, ostenta mucha vida desde
lo sutil-, tiene que aportar en su comportamiento, dentro de la piel de la
magnífica Judi Dench que aparte da lo suyo, complejiza su rol con su habilidad
actoral), ya que como raza global somos naturalmente defectuosos y con
tendencia al error y de ahí hay que decir que nace mucho la expresión primaria,
no discutible ya que claramente a todos nos compete en distinta medida, como también
nos enaltece, sin embargo resulta paradójica a un grado –porque su opción es también
inteligente en la comprensión de la naturaleza del ser humano y de su
compañera- de que Sixsmith actúe de esa forma en la historia siendo
supuestamente el opuesto racional y letrado, no obstante es porque se trata de
romper estereotipos burdos y formular que el hombre, sea rico, pobre, instruido
o bruto puede estar fuera del molde y debe ser juzgado individualmente, aunque
como es lógico se da levemente para no ser falso, por lo que tampoco se liberan
los personajes de su base, de ciertos rasgos propios generales, teniendo dentro
de un carácter pesado y más elaborado una emotividad que habría generado una
rápida empatía de optar por ese “facilismo” (que hubiera sido previsible y muy
común en Philomena, como anunciaba el comienzo de la propuesta), lo que el
filme evita explayarse en toda libertad, y lo dice consciente de esa crítica
que persigue la concepción de arte, haciendo uso del metalenguaje.
Se da a entender que estamos en el interior de una historia
de corte “menor”, distinto a la aspiración de libros de historia rusa,
complejos y arduos, pero generalmente aburridos, como los que quiere escribir
Martin Sixsmith, un intelectual, ex asesor del Partido Laborista del Reino
Unido y alguien que ha vivido en lo pudiente, pero ahora yace de capa caída,
como se ve en su vuelo a USA donde un antiguo amigo le restriega las
diferencias actuales. Y eso lo hace más accesible a ver otras realidades (hay
un pequeño cambio en él, primero profesional ante una oportunidad de trabajo
que requiere y no puede pasar por alto, luego seguramente humano, aunque no se
aprovecha de ello la propuesta), si bien sería elíptico, visto que la debacle
enseña la luz que nuestro lugar de confort a menudo no (buen uso de la dualidad
en la trama, de ampliar horizontes, de no ser tajante y ver posturas
diferentes, y es que Philomena y Sixsmith en realidad se complementan y se
retroalimentan mutuamente). Y eso yace como parte de una defensa de un tipo de
séptimo arte, aceptar filmes masivos y por regla fáciles de los que tildaríamos
de lacrimógenos. Se trata de asumir sus temas, aunque finalmente en esta experiencia en particular se adscriba a ser
más complicado, a rehuir los recursos de trazo grueso propios del cine amable y
emotivo, o simplemente disminuirlos, hacerlos menos perceptibles, lo cual sacrifica respaldo y un gran número
de espectadores. Haciendo un filme que asume una temática sensible pero hace
algo mayor con ello, aunque no es que nos lleve al éxtasis del entusiasmo hacia
su propuesta, sin tampoco perder la línea que implica retratar, propiciando un
balance, aunque apuntando a la predominancia de la seriedad (que no de su cualidad
de película porque no le va a faltar tomar sus decisiones artísticas, aun basándose en hechos reales), y una
autoría más seca, se podría decir, que un poco le cobra la factura, aunque tampoco
es que no implique momentos potentes cargados de feeling, que por supuesto los
tiene. Pero viendo las formas se inclina a que debemos poner de nuestra parte,
ser más observadores, ya siendo naturalmente de onda caladora su raigambre,
mientras deja correr su dura crítica debajo de su control. Y llega, vincula, no
es que elimine situaciones, pero con algo de distancia y menos efectismos al
uso del corte de película (imaginemos sino toda la idea con otro director, sería
súper empalagoso, porque el material se presta para mucho de esos momentos,
basta escuchar del marginamiento político y el encuentro ansiado, la crueldad
de las monjas –mírese el significado de la foto de la icónica actriz Jane
Russell, que invoca cierta superficialidad y frialdad en la responsabilidad de los actos- o
únicamente viendo que versa sobre el gran periplo que clama por un hijo
perdido, casi arrebatado, si hasta parece telenovela, y tiene la audacia de
armar una historia diríamos que profunda en buena parte con ello, a costa de enfrentarse
a pasar por poca cosa), proponiendo que no solo nos dejemos llevar por lo
inmediato, sino que pensemos lo que estamos observando, encontrando muchas
sorpresas si prestamos atención.
Tenemos entre manos a una madre y su retoño –eterno en el recuerdo infantil- que sufrieron bastante, pero nunca se olvidaron ni
guardaron rencor, ahí está una última petición, esa mujer que duda en el balcón
de su cuarto ante el rechazo, o entra a un confesionario y siente tras medio
siglo de experiencia que no puede decir palabra alguna aun teniendo una sólida fe,
que todo es demasiado difícil e íntimo, sin embargo requiere de una catarsis,
el libro, la película, la memoria, la inmortalidad de su historia. Sí, es una hermosa
lección de vida con un trato muy digno (y al fin y al cabo un estilo), donde
hay simples personas y un mundo duro, pero mira como brilla la bondad y el
origen (léase madre, hijo e identidad), emparentados más allá de riquezas,
carencias, dolor, errores y logros personales. En querer, y saber perdonar.