El primer largometraje del cineasta peruano Daniel Rodríguez
Risco, El acuarelista (2008), extrañamente no gustó a muchos críticos, le
llovieron muchos palos, sin embargo a mí me parece una cinta muy bien hecha (a la que se le debe una justa reconsideración), la que cuenta con un toque curioso e interesante que vale elogiar –aspira a crear un ambiente dirigiendo un estilo ajeno, y considero que lo logra- mediante algo bastante concreto y entretenido. Me deja una buena sensación, recordándome en efecto como el propio autor ha dicho a El inquilino (Le Locataire, 1976) de Roman Polanski, aunque con la clara diferencia de que Polanski como inspiración es lógicamente mejor en toda su irreverencia, esperpento,
personalidad, manejo de géneros (en donde predomina el thriller) y osadía. Queda una versión mucho más ligera y llevadera en comparación a su antecesora. Consta de una reiterativa comedia sin ruido, irónica, fácil, simpática, mezclada con el terror
existencial -muy vivo por medio del sonido ambiental- dentro de una historia pequeña que versa sobre el sueño de
inmortalidad de un artista novato, entregado, ambicioso e iluso; la aspiración de un
idealista que ve frustrado su anhelo por culpa de sus conflictivos y absorbentes vecinos.
La nueva película de Rodríguez Risco parece haber sido
recibida con mayor aprecio, al menos en las salas de exhibición, y aunque en mi
parecer es menos singular que su ópera prima nuevamente hace gala del don de imitación de su cineasta, consiguiendo un logrado filme de terror psicológico
que luego pasa a lo concreto –a asesinatos-. No obstante prima el arte de lo sugerente más que lo explícito o brutal. Existe la sensación de deja
vu, pero posee cierta cuota de autoría propia.
Estamos ante un filme en realidad pequeño pero que sabe
expandir y proyectar su campo de interés, generar tensión, que la busca y la
propone con ahínco, mostrando con constancia el desequilibrio de su monstruo,
el que tiene la fijación de quedarse con el bebé de su empleada, la que ha elegido en un camal donde brilla la metáfora
de la muerte salvaje, producto de los chillidos y la
desesperación de los cerdos, que se empareja con el título, una invitación al horror bajo mucho suspenso y obtenemos de una vida que nos es muy secundaria.
La trama es bastante sencilla, trata de una viuda en los
cuarenta, acomodada, guapa, pero solitaria, perturbada e infértil que vive en
una casona en el campo, llamada Silvia (Vanessa Saba), la que contrata a
Mercedes (Mayella Lloclla) para que cuide de su hogar, tramando un plan en que
la embaraza y luego le roba a su hijo por nacer. Para ello tiene a un obrero
arreglando su casa, de nombre Jaime (Manuel Gold), con quien quiere unirle para
su propósito.
Se puede notar que la claridad del filme es producto de mucho
control sobre éste, para ello se hace uso de un ambiente, algo que conoce muy
bien Rodríguez Risco, haciendo uso de lo claustrofóbico, lo opresivo, lo
reducido como único mundo, el que quiere ser suficiente y para ello requiere de
Mercedes que se ahoga en su interior,
viviendo como inmersa en un espacio mental, el de su patrona. Esto se sostiene con la oscuridad de sus aposentos, lo lúgubre, el silencio, la elegancia
anticuada, lo despojado y natural, lo desértico que se insufla de la intensidad
de un thriller con sus pocos pero imponentes inquilinos. También es capital su música incidental
que genera ansiedad, un aspecto trascendental en
cuanto al terror que se magnifica. En general hay un admirable uso de ello, aunque se exagera un poco y llega hasta lo obvio como con el piano en contraste de lo que está aconteciendo, en cuanto a afirmar la inestabilidad de Silvia.
Tiene una puesta en escena en que hay ratos que imprime el tiempo en lo estático armando una buena fotografía, véase los asesinatos o la toma
del paseo en el patio ante la estricta vigilancia del ama sentada con botas de
caucho. Esa mirada artesanal pudo ser más larga, pero está conseguida tal cual,
sin matar el ritmo que aun con pocos elementos el filme lo tiene. Esta propuesta sabe generar novedad, a pesar de existir ciertos lugares
manidos, como el ojo avizor en plano de detalle o cierto intento de escape, explotados en repetidas ocasiones, de lo que se desprende el mecanismo de un motivo, asumiendo una pequeña variedad en su interior.
Puede que se apresura en poner toda la carne sobre el asador, más por el lado del enojo y la malacrianza de Mercedes, en generar los antagonismos, que con la historia y locura de Silvia, pero eso es porque su leitmotiv no son los secretos (que hay por ahí algunos poco llamativos a fin de cuentas, pero funcionales, como el pasado y muerte del esposo doctor), sino como hacía mucho Hitchcock en deberse al movimiento de las fichas conocidas, para el caso el aprisionamiento, un lugar que permite mucha maleabilidad y que se justifica fácilmente.
Sobre las actuaciones no son grandiosas pero no están tampoco mal, sirven. Aquí brilla sobre todo Vanessa Saba que logra
poner un cariz raro en su papel, concibiendo superar su belleza, poner un aire
señorial pero también siendo muy natural, de a pie. Manifiesta una rudeza sin sobreactuaciones que viene bastante bien porque
no pierde cierta delicadeza y credibilidad, se equilibra y permite realismo,
posibilidad. Aunque puede haber momentos demasiado muertos –que en varias
partes funcionan porque son características de una personalidad que yace
extraviada- o apurados en su actuación tiene una buena
consumación en conjunto. Mayella Lloclla tiene de dulce, intrínseco a ella, pero aún así logra que identifiquemos sin
dificultad a una chica fuerte, lo cual es un halago a su performance, siendo menuda
de cuerpo. Lo más importante es que logra plegarse a su papel de víctima en
mucho del metraje. No obstante su papel de scream queen no es que
sea tampoco de los más complejos, pero así suelen ser. Está claro que cuesta desligar a Manuel Gold de la comedia (la simpatía a veces tiene precio) y ha sido inteligente no sacarlo del todo de ella, sigue siendo
gracioso y juvenil aun aceptando ejercer seriedad.
El desenlace es poderoso, en cómo queda la
imagen, la que alberga toda la idea del conjunto, es algo bestial, primario, que se convierte en un concepto pleno de cara al inicio (en el matadero). Éstas escenas se complementan y hacen que la película cumpla su promesa de terror.