Los tiempos cambian, un nuevo invento se ha masificado y se ha convertido en el nexo próximo del pueblo con sus autoridades y representantes reales, es la radio, un medio de comunicación que resulta vital para mantener esa unión y respeto entre el monarca y su gente, pero cuán difícil le resulta a Bertie si tiene un problema en la voz, no puede hablar correctamente, para eso ha buscado a todo tipo de doctor e intentado toda fórmula posible para superar su problema vocal, siempre con resultados adversos, hasta que conoce a un actor mediocre y un ciudadano ordinario de origen australiano que resulta a diferencia del futuro rey, un hombre de personalidad singular y de mucha seguridad en sí mismo, justamente el terapeuta que necesita Bertie, un hombre que se convierta en su igual aunque no lo sea por el tipo de sociedad en que viven, que le hable con la ruda franqueza del que solo tiene la misión de descubrir la raíz inconsciente que le hace hablar mal, que desentrañe sus miedos y traumas, que lo guie hacia su gran rol en su patria, Lionel Logue (Geoffrey Rush) desprende frescura, se manifiesta con la libertad del que tiene las soluciones, se le define como un hombre de familia cariñoso entregado al pasatiempo de la representación de Shakespeare, un logopeda autodidacta sin título que lo avale pero con el valor y la experiencia que se necesita, falta que más tarde le traerá conflictos con su famoso paciente.
La esposa de Bertie, es representada por Helena Bonham Carter, la suya es una interpretación bajo todo en regla, atípica a su costumbre de rara avis, pero que no atraviesa mayores logros que la personificación de la dulce, refinada e intrascendente compañera. Lionel Logue, Rush está perfecto, puede denotarse con claridad su papel de plebeyo extravagante y de espíritu superior, posee el alma de los hombres destinados a producir cambios gloriosos, en el caso que convoca el filme brindarle la esperada decisión para ejercer gigantesco e ilustre cargo a nada más y nada menos que a un rey. No es poca cosa, es el verdadero hombre de nuestra historia si bien finalmente el “héroe” tiene que ser Jorge VI en el llamado a enviar un mensaje radial para motivar a la masa humana británica. Firth es un mar de expresiones melancólicas e introvertidas, aboga rotundo a la problemática que le obliga su tartamudeo, luce un carácter soberbio con la naturalidad de quien posee las cualidades para vestirse de la máxima dignidad del otrora Imperio Británico, parece predestinado a dar el garbo que pide su actuación enseñando un corazón oprimido por la deficiencia en la comunicación oral, puede poseer la postura del soberano y mientras lo hace mostrarse humano, pequeño, es como si viéramos actuar a un miembro verdadero de la realeza mostrándonos su alma empequeñecida.
Resalto la actuación secundaria de Michael Gambon del rey Jorge V, padre de Bertie, corta asistencia pero muy bien llevada, irónico escucharlo decir que la más baja de las profesiones es la de actor. Me pareció ínfima la presencia en el guión de Timoty Spall como el célebre Winston Churchill, figura trascendental que no fue utilizada en absoluto como mereciera, pero quizás no le tocaba resplandecer para no opacar al centro del relato, no era su tiempo. También el sacrificio de Eduardo VIII no se valora ni a su misma persona ya que se le describe con múltiples defectos por culpa del anhelo de solo dar cabida en la cinta a su hermano menor, no obstante su acto es algo admirable, dejar el trono por amor, fuera como sea su pareja la dos veces divorciada, americana y rodeada de amigos pretendientes Wallis Simpson que atributos habrá tenido para hacer que un rey se convierta en un simple mortal.
Ésta es una película correcta, sin fisuras, cumplidora, posee el aire anglosajón tradicional, sin mayores riesgos que desnudar el interior de un ser privilegiado, filme que no duda en cumplir con el protocolo que representa tomar el nombre de un monarca, pero tiene la audacia de humanizarlo, en ese punto radica el encanto de ésta realización, en dibujar la esencia de quien representa mucha relevancia para los ingleses, acercándolo a la población en la misma labor de la radio, haciendo que se le quiera, que se le comprenda y al leer el discurso final declarando la guerra a Alemania que se le admire. Finalmente no se puede dejar de notar que es la narración de un hombre más, uno de “nosotros”, que ocupa un puesto histórico y que simboliza el poder y la cohesión de una nación, de eso trata la película, de permitirnos observar a alguien importante para Inglaterra sacando a flote al ser humano corriente que en el fondo es, ya olvidando su distinción jerárquica. Lionel Logue ayuda a hacer realidad el lugar que le corresponde a Jorge VI, lo transforma cuando se sienta en su trono, es su maestro, su terapeuta, su mejor amigo y para estupefacción del espectador que entiende las diferencias externas existentes entre ellos jugando con sus reglas, es el hombre excepcional que yace en la sombra para que otro brille por dinastía, se realiza cuando Bertie deja de tartamudear, ambos están destinados a pertenecer a la memoria colectiva de su país desde la ubicación que su cuna ha determinado. Por eso el gigante de la trama es el personaje de Logue pero que tiene su razón de ser en el que tiene la corona. Sin embargo la mejor actuación le pertenece a Firth, al bajar al llano a una especie de divinidad humana, aunque nos resulte incomprensible que un hombre tenga demasiadas ventajas de gratis en un mundo donde los méritos han de sustentar primero el lugar que te toca, y la cinta hace recalco de la filosofía moderna sobre la igualdad entre los hombres, la personalidad de confiar en nuestra persona de Logue se impone y el epilogo nos remite a la eterna amistad que emerge para cumplir con las obligaciones que nuestra investidura y tiempo nos solicita. Todas nobles proposiciones que dan vuelo a la frase Dios salve al rey.