Rob Zombie es un cantante de metal que simplemente toma las
características de una música fuerte con inclinación al terror y la trabaja en
el propio género cinematográfico. Su transición y comunión se ve muy natural.
Sus primeras películas trabajan con sus ideas en la creación de una familia de salvajes
y sádicos asesinos que inevitablemente nos recuerda en su debut, La casa de los 1000 cadáveres (2003) a Masacre en Texas (1974), con una ligera cosmovisión
personal que más tarde toma mayor forma en los Renegados del diablo (2005), su
continuación, en que un obsesivo policía en busca de venganza tras la muerte de
su hermano a manos de estos criminales quiere liquidar, antes hacer
sufrir, en especial a tres de los
asesinos pertenecientes a la misma familia de la primera película. Es un director
que recurre a su propia imaginación y celebra el cine, es un notorio
aficionado al séptimo arte, como se ve en sus propuestas en que ha trabajado
haciendo dos filmes sobre la mítica Halloween (1978) de John Carpenter, o
haciendo alarde de sapiencia como buen cinéfilo, en sobrenombres, referencias,
poner en el metraje proyecciones de viejas películas, alusiones indirectas
entre otros.
En la presente vemos un cartel gigante de Viaje a la luna (1902) y
recurre a los antecedentes antes descritos.
Su último filme versa sobre dos motivos de su arte, uno es el de su musa
que yace en todas sus obras, la hermosa rubia muy simpática y alocada Sheri
Moon Zombie que aparte de ser su esposa representa desde luego su estilo de
vida, con características en la película como música pesada, cine, tatuajes,
independencia, soltería, locuacidad, relajo, sensualidad, en la piel de una
radio DJ que recibe una canción satánica de unos personajes desconocidos que se
hacen llamar los señores; y el otro recurrir a un contexto y mito del terror,
el estar en Salem, Massachusetts, cuna
de una famosa persecución de brujas. Ambas se fusionan y nos entregan la presente
trama.
Heidi Hawthorne (Sheri Moon
Zombie) no lo sabe pero es participe de un legado y una maldición que tiene que
ver con lo que anuncia el título de la película. Que son unas brujas reencarnadas
que trataran de atraparla en su red de satanismo y brujería a raíz de vengarse
del líder religioso que las quemo vivas no sin antes dejar un misterio a
cuestas, el que nos compete y que va tejiendo un sinnúmero de imágenes
terroríficas muy personales, salidas de la mente de un Rob Zombie que crea y
exhibe sus propias mezclas, llenando la propuesta de una atmósfera sumamente
blasfema con la religión, y mediante un imaginario fantástico, típico de la
música que él hace y que se ve reflejada directamente en el papel de Heidi.
También recurre a la leyenda de la secreta inscripción musical satánica debajo
de un sonido de metal. Un concierto de ese estilo anuncia la celebración de esa
dominación mental encubiertamente orquestada.
Lo blasfemo es constante, se toma la iconografía cristiana a
la vera de lo que sería parte de un continuo rito satánico, detalles al
respecto y una reinterpretación diabólica que absorbe la trama y la
contextualiza, la vuelve terrorífica de lo que sería una ciudad común americana
pero con una historia en el género (como la fiesta de Halloween en otras
propuestas anteriores de Rob Zombie que permite un estado de enajenación
macabro y homicida). Se da en sentido evolutivo hacia el gran evento musical
(parece la ensoñación convertida en realidad de la ilusión de la música pesada
que sigue lo satánico como leit motiv), de forma lenta –sin afectar el ritmo
conjunto del filme- y bajo piezas que se
repiten y engrosan cada vez más, que se refuerzan, hacia una conversión en la
elucubración/aclimatación fantástica. Un sacerdote participando de una pesadilla al recibir una felación dentro de una iglesia y vomitando algo viscoso negro, monstruos
fantasmagóricos que nos recuerdan las historias de Lovecraft, vestidos de curas
masturbándose con falos de colores, una cruz roja de neón en una abandonada
habitación que nos remite a la reencarnación del horror asesino de El
Resplandor (1980), visiones intempestivas que se amoldan al escenario
contemporáneo, cómplices marcadas por la rememoración de las brujas primigenias
y sus exhibiciones rituales, su violencia verbal y su aire sucio, y una
variedad de recursos visuales que exaltan la sensación de brutal llamado
místico diabólico que va tomando posesión del lugar vislumbrando algún evento
trascendental que nos mueva al miedo, que se va haciendo y predisponiéndonos.
La espera de un desenlace mayor no termina de cumplirse a la
escala que proponía, aunque es coherente y solvente. Sobre todo en el epílogo
que nos muestra un desenlace que es típico de asuntos como los que se anuncia antes
en la trama, como termina siendo dentro de los parámetros reales, pero claro
con la recreación espectacular que permite el séptimo arte y el género del
terror aunando la capacidad imaginativa, entretenida y efectiva del director. Esperaba algo más original, se hizo demasiado expectante, porque concluye
siendo un cúmulo de imágenes vintage tirando para el marrón al estilo de un
videoclip musical lleno como en un mural del terror donde todo cabe muy al
estilo de sus dos originales primeras películas, como en el laberinto
subterráneo debajo del cementerio popular del Dr. Satán y sus bestias de muerte
en La casa de los 1000 cadáveres y con el exceso legendario y poético de Los
renegados del diablo frente al acribillamiento del vehículo. Es una recreación final en parte vacía, que se regodea como lo antes mencionado en su exaltación sin más, que se aleja de concebir un argumento más sorprendente que yazca más fijo
y audaz en cuanto a estar alineado con su relato. Lo hace, no lo niego,
pero se dispersa en el efecto, subyace onanista, como buscando divertirse y
claro eso llega a trasmitirse como en sus predecesoras. Sin embargo argumentalmente
le pido algo más para generar la trascendencia de la trama más que el puro
goce superficial.
Sheri Moon Zombie como siempre yace bastante cool, muy
sensual, desnudándose con facilidad como regularmente lo hace en el cine de su
marido, mostrando sus lindas curvas y su graciosa y agradable personalidad aquí
más tenebrosa y más abstraída por esas fuerzas oscuras que hacen de su cuerpo
un objeto del mal, de venganza y maldición. Ella proporciona la perfecta
recreación del estilo de vida al que Zombie se adscribe, a sus constantes, en
una ambientación típica de su mundo, que engancha con nuestra contemporaneidad,
con la frescura juvenil del eterno espíritu rebelde, en el ejemplo moderno de la
convivencia con la edad que aún no nos llega. Hay una línea que dice, no estás
ya muy viejo para escuchar esa porquería, y no, ni Rob Zombie lo está a sus 47 años ni nosotros lo
estamos/estaremos con el terror más violento, con el metal o el rock pesado,
con los desnudos físicos y del alma, con la libertad y con la extravagancia.
Éste es un filme muy clásico de estos tiempos, una propuesta legado de la
esencialidad del terror, rozando ratos ridículos como lo del enano con los que
parecen cordones umbilicales salidos de los brazos, o el que se va acercando a
la cama muy al estilo de David Lynch o ese atrevimiento continuo de la
usurpación de lo cristiano que puede ser bobo a veces pero insolente y mayormente
oscuro, como lo es en general todo el conjunto a favor de una salvaje recreación
que termina funcionando y presentando personalidad. Zombie es la elevación del
cine B, atañe idóneamente a la honestidad, el libre albedrio y la simpleza del
género, de una estética pedestre pero que a la vez deja de serlo en un producto contundente, lógico y articulado, revestido de grandilocuencia ordinaria. La
trama existe, no está nada mal sino muy por el contrario, pero el regodeo (que no es malo tampoco a un punto) es un poco mayor, basado por y para el entretenimiento (de cinéfilo a
compañero, de amante del terror a otro), como dos mujeres luchando en el lodo, sensuales, agresivas, visuales -para impresionar-, un tipo irreductible de
arte moderno pero en el buen uso de la palabra.