El jovencito mientras descubre un sentido para él y se lo da
a la literatura busca desarrollar su imaginación incursionando en una casa
normal de clase media, un hogar aparentemente feliz y ejemplar, donde gracias a
la amistad de un compañero de clase al que enseña matemática logra meterse
entre bambalinas y descubrir lo que esconde esa supuesta idealización, la que
sirve para crear su obra literaria en ciernes que ironiza a esa convencional familia
y la afecta o la abre a su propia verdad, remeciendo ciertos cimientos ya
endebles.
Una atrapante e inquietante historia que nos va enseñando la
estructura de una novela entre una atípica cátedra inmersa en un escenario
práctico y visual, mediante los artilugios del conflicto, transportando la
realidad a la ficción –línea que se llega a romper- y la creación mientras
vivimos el despliegue de la intimidad de una casa que sirve de ejemplo y análisis
intelectual y artístico, encontrándonos con su interior más profundo y
emocional, dentro de sus problemas. Una madre aburrida, secretamente anhelante
de sensualidad y esa poesía del romance que siempre despertó al hombre en su
enamoramiento con la aventura, un hijo bobo que requiere de un mejor amigo y un
padre que se siente herido en un trabajo que lo consume y lo agobia atacando la
dependencia de su idea del respeto. Pero
hay aún más, llegando a afectar al propio maestro, otra pieza manipulada en el
ingenio del adolescente, en un segundo hogar más culto que el del despiadado
estudio escolar pero igual de débil en sus vínculos afectivos, el respeto (aquí
en la pareja) y el entorno laboral. Todos sumergidos en el arte a manos del que
aparenta inocencia pero atrae lo pecaminoso y destructivo, en la concepción de ella
como alimento del alma y proyección,
reemplazo y entendimiento de la vida, de nuestra unión hacia su devoción
predominante entre el profesor y el alumno, más en el adulto ya que el chico mueve
los hilos de este su títere, con perversidad e inteligencia en juego secreto.
Estudia distintos caminos de la construcción adictiva del
arte, hechos verídicos convertidos en mentiras verdaderas y viceversa.
Reflexión entre las letras, despliegue de sentimientos, cavilación emocional,
intensidad vivencial, ilusión y sueños. Mayorga le proporciona a Ozon el
filosofar con la literatura en un estudio de campo que se entiende muy
claramente, y nunca pesa, sino es sumamente subyugante y genera saber más como
en el enganche novelesco, el sucumbir a la curiosidad. Y siempre hay una
explicación, es como presenciar un acto y luego interpretarlo o cambia el
orden, en una argucia de metalingüística.
Claude García (Ernst Umhauer, un coincidente dotado novel
actor), el aprendiz de escritor, la falsa arcilla y más un demiurgo astuto, es
Sherezade detrás de su aliento de vida, una noción en el filme existencial (el
joven había perdido el sentido de la alegría ante la mediocridad cotidiana, la ausencia
de una madre y un hogar quebrado y golpeado por la minusvalía de su progenitor).
García maneja el interés del sultán, su guía, Germain (perfecto y delicioso Fabrice
Luchini) quien lo permite todo (perdiendo cada vez más la ética nublado por el entusiasmo) hasta que su apasionamiento termina cobrándole
la factura,
cuando ya no es un simple observador o yacía distraído. Nuevamente se devela una
nueva gama de esencialidad, la del ser humano en su egoísmo, voyerismo y
egocentrismo, y antes la de la envidia, aunando el deseo y la realización
personal y emocional.
Claude parece ser el demonio tentando al hombre y luego el
juicio celestial, a través de la noción de una segunda oportunidad, del poder
ser quien uno quiere en la existencia aun siendo segundo en la fila. El
conflicto literario es el propio autor del libro aunque el maestro no lo llega
a saber hasta demasiado tarde, no al verdadero alcance, pero no es un acto que
se alimente de uno mismo sino de los otros, es la semilla de la discordia como una
manzana apetitosa que oculta la serpiente bíblica (en una escena vemos que
muchos mascan una, la comparten, símbolo que rehuye el lugar común en sus personajes). Es una imagen engañosa, en un chico manipulador, seductor y
provocador que genera además la autocrítica y la revelación, la iluminación tras
la destrucción, el post tenebras lux, solo que presenciamos mayormente la
reacción y no tanto la sanación (de donde los implicados se conocerán más y podrán
ejercer el cambio, por eso el cuento sigue en las ventanas de ese edificio).
El desenlace y el sentido del temblor que nos quita el piso es
saber que hemos merecido lo que nos ha caído encima, por no prever el deterioro
a razón de nuestra indiferencia o ceguera en un falso ideal o una rutina
versada en el dopaje de nuestras propias cortinas de humo donde algo externo que
nos revitaliza simplemente derrumba lo que está herido (la infidelidad o el
vacío mientras los más despiertos construyen con esa decadencia, como Claude),
la culpa es de uno en realidad solo que el escritor es el catalizador de la
trama, como lo es en un nivel menor el arte cuando nos abre a la consciencia de las
ideas o esencias humanas producto de la ficción.
Kristin Scott Thomas, actriz destacada algo subestimada, junto
a la sensual Emmanuelle Seigner (sino basta sucumbir a su mirada, como también a su curvilínea fisonomía
todavía muy provocativa aun siendo una mujer madura de 46 años de edad) brillan
y de paso nos recuerdan que estuvieron en la cinta de Polanski, Lunas de hiel (1992).
Ambas articulan su papel de mujeres relegadas o menospreciadas con una
solvencia de primer nivel que pone énfasis en donde corresponde para bien de la
sutileza diáfana del guion. En una es detonante su infertilidad, en la otra su
condición como dijera Catherine Deneuve en otra obra de Ozon, Potiche (2010),
de mujer florero. El plantel de actores es sobresaliente, hasta lo es la cara idónea
de Rapha hijo, o la soberbia recreación del contraste en su persona con su
entorno y trabajo en el atletismo, fuerza y cierto estado de niño viejo de
Rapha padre (Denis Ménochet, a tener en cuenta). Y aunque su complexión física
pequeña y muy delgada en orden de su edad nos hace dudar de su capacidad de Mefistófeles
sexual el joven Ernst Umhauer también luce convincente en su interpretación. Son las piezas
de la dirección de Ozon que suele imbuir a sus propuestas de relajo quitándoles
trascendencia a favor de la atracción del espectador general, modernizando y
haciendo accesible sus películas para el público. Posee una sabiduría de saber
posicionar su filme en un lugar amplio pero con su buen toque de autor que se
esconde detrás de su apertura.
Dentro de la cosmovisión que se nos ofrece muchos seguro encontraran
bastantes lugares para valorizar y pensar sobre su vinculación con lo que es la literatura, de lo
cual resalto uno en particular, Jeanne (Kristin Scott Thomas) nos exhibe una
ironía del director y el argumento entre manos al decir que el arte no sirve
para nada y en efecto a grosso modo es así pero sobre todo el de su galería, la
de la falsa vanguardia y modernidad que sirve de un autogolpe más ante la
realidad conocida, en acumulación, pero en cambio el otro del joven talento funciona
en la historia como fuente de autoconocimiento y contrae deudas y consecuencias.
Un mensaje enaltecedor de lo que significan las letras universales. Para
tomarlas más en serio como al chico de la última fila, que como suele ser
trasgrede pero esta vez gana la partida.