El Festival de Cannes, el festival de festivales, empezó el 15 de mayo y se prolonga hasta el 26 del mismo mes, donde podemos encontrar las mejores películas del planeta de las
que ostentan una definición de autor. Este año participan directores importantes como el iraní Asghar
Farhadi, el nipón Hirokazu Koreeda o sobre todo el polaco nacido en Francia Roman
Polanski. Se mezclan con famosos directores americanos que ostentan personalidad y público
como los hermanos Coen, Alexander Payne, Steven Soderbergh y James Gray, como con destacados
cineastas indies americanos como Jim Jarmusch, autores iluminados por Cannes como el danés
Winding Refn, otros carne perfecta de festival que poseen historia y triunfos
en este tipo de aventuras cinematográficas como el chino Jia Zhangke, y nombres
internacionales de actualidad como Francois Ozon y Paolo Sorrentino. También hay sorprendentes nominaciones pero cargadas del respeto hacia el director cinéfilo por antonomasia como con Takashi Miike, valores locales importantes como Arnaud
Desplechin y Arnaud Des Pallieres, nombres pequeños en busca del gran salto como
el del holandés Alex Van Warmerdam, el mexicano Amat Escalante o la italiana Valeria
Bruni Tedeschi y cineastas a “descubrir” como los africanos Mahamat-Saleh
Haroun y Abdellatif Kechiche. Y eso solo por mencionar los concursantes por la palma de oro
porque otras competencias como A Certain Regard, la semana de la crítica y la Quinzaine
des Réalisateurs son fuente de una gama muy atractiva de séptimo arte,
principalmente la primera que llega a ser brillante, junto con exhibiciones
fuera de competencia, clásicos, homenajes, la competencia novel de la
Cinefoundation y presentaciones especiales.
Escojo a Roman Polanski porque claramente es la figura más famosa
del grupo de la sección oficial, que compite con Venus in fur, adaptación de la
obra teatral de solo dos personajes del americano David Ives que retrata el
conflicto de poder entre un director y una aspirante al papel principal,
interpretada por la esposa de Polanski, la actriz Emmanuelle Seigner.
Repaso un hito en la filmografía de Roman Polanki. Tess (1979) se basa en la obra literaria del inglés Thomas Hardy, y
es una historia de época en donde éste escritor supo desenvolverse con talento, algo que en el
cine por lo general no resulta tan atractivo para mí. Sin embargo hay que reconocer que Polanski logra
un filme bastante completo aun viéndose un apuro en cuanto a dos momentos
relevantes, cuando la protagonista queda embaraza y cuando ocurre un importante
asesinato. No obstante esos lapsos quedan recuperados por un detallismo sugerente
en cuanto a las consecuencias de ambos actos.
En la trama importa mucho la belleza, sabiendo que ello
representa un imán para los otros seres humanos, un especie de don gratuito
que te abre muchas puertas, que te hace simpático y atrayente a los demás, ya
que te desean y quieren congraciarte contigo, quieren poseerte, así sea para
beneplácito platónico o de amistad, que no es el caso ya que se aspira a lo
sensual/sexual que es parte del conjunto del relato pero abordado de forma elegante,
delicada y sutilmente, siendo potente en cuanto a su idea. Tess (Nastassja
Kinski) quien proviene de un hogar humilde de origen campesino es enviada en busca de ayuda
económica tras la pérdida del sustento de un padre haragán y borracho, a falta
de un caballo, con unos parientes, una vez que el progenitor descubre que
pertenece a una ascendencia aristocrática y que tiene aún familia pudiente viva,
la de los d'Urberville. Llegada ante la acomodada parentela pronto es deseada
por su “primo”, por Alec d'Urberville, el que será su calvario y fatal destino.
Lugar de tránsito pasajero que será definitorio aun redundando Tess en no
querer cambiar su forma de vida ni sus valores. Ella orgullosa no aprovechará
su belleza a diferencia de lo que suelen hacer la mayoría de mujeres cuando no ostentan
ningún talento y son pobres, como ambiciosas e inescrupulosas, sino rehuye el
camino fácil, siendo alguien proclive al trabajo duro, que contrasta con su
deliciosa figura y que ella declara solo ser objeto de vanidad. Sin embargo
paradójicamente su fortaleza e idealismo no le premia como debiera ser sino
todo lo contrario, cae en el mar de la injusticia, del esfuerzo mal pagado, del
abuso físico, de ser objeto de otros, del rechazo del amado y hasta de la
ignominia. Se retrata una tragedia en todo sentido, pero con la (necesaria) astucia y
sentido del drama de Polanski que se desembaraza –para la buena recepción del
espectador menos próximo al tema- del
cansancio de una trama basada en el continuo conflicto romántico. Se da una adecuada pero fiel contextualización de la época, con la gracia de las costumbres
rurales, el trato común, el folclore inglés, la intrascendencia cotidiana y la fuerza del paisaje del mundo de fines del
siglo XIX ambientado en el Wessex salido de la reencarnación de una idea
preconcebida y que justifica el análisis general de un lugar ejemplar.
Se asume la idea de la poética maldita encarnada en su
protagonista pero se sabe utilizar, se utiliza cuando se debe, se le potencia y enaltece, y a su vez se proclama una trama más amplia con espacios de sosiego, de no pasar nada o de auspiciar una liberadora sonrisa, proveyéndose la propuesta de un aspecto menos agotador,
lo cual indica tanto de la obra literaria como de la película que son el
antagonismo de lo que se hace actualmente en la televisión, en fallidas
películas sensibleras o en novelas rosas que han explotado el lado más barato
del asunto o nos ha dado un lado deplorable. Polanski hace muy
digerible lo esencialmente romántico sin tergiversar tampoco sus parámetros,
siendo el magma y la base de todo el filme. El cantico originario. No deja de
ser dulce, simpático, ni duro, pero lo hace con la noción de quien puede caer
en la tentación de esquivar el equilibrio. Polanksi hace arte, lo cual lo
desliga de las falencias antes mencionadas. Un techo goteando sangre, diálogos
alturados esquivos del melodrama pero atentos a dejarnos sucumbir en la
tristeza, giros imprevistos, la carta que no llega o el marido desilusionado
que huye a Brasil y escucha una respuesta honesta de lo que él significa para
su amada, pequeños datos que dan una visión mayor, el niño que se niega a bailar con Tess y luego es el amor de su
vida, el tipo grotesco que quiere aprovecharse del cansancio y que recuerda el
pasado. Es un filme lleno de gestos, de emotividad bien dosificada y mucho se
debe a la idoneidad de la actuación de Nastassja Kinski, a la par de sus
coprotagonistas en el británico Leigh Lawson como el autosuficiente, sensual,
refinado y déspota Alec d'Urberville, y el cándido, sencillo, idealista y espiritual
Angel Clare que esconde cierta debilidad y convencionalidad que lo disminuye
como persona haciendo de sus reacciones primero lamentables y luego muy tardías,
en la performace de Peter Firth. En Nastassja resalta su transparencia, fragilidad
y delicadeza, observándose notable el cambio a una mujer violenta siendo algo
sugerido para así ser contundente en su estilo y tener de misterio. O con Stonehenge
que es la simbolización del sacrificio, el lugar “extravagante” que recuerda
que el mundo implica dolor, muerte y entendimiento de todo ello desde el
principio ancestral. Tess es ave de ese trasfondo, desde que entendemos con sus
breves palabras que preferiría estar muerta ante la desgracia que se ha
apoderado de su existencia. Dolor, esa es la esencia del filme pero que se
articula bastante bien sin que sea superficial o se convierta en algo que
llegue a crear indiferencia o indolencia mediante la repetición, sino una larga
postergación que va tocándote, que sabe dónde obtener atención mientras crea el
“espejismo” de la felicidad.
Resalta que se describe la decadencia de la aristocracia
pero sin que sea tema exterior, no yace a la vista sino más está como en un
segundo plano, como algo funcional a la historia pero que sirve de reflexión
velada a cierto punto. Se retrata que son nuevos tiempos, donde ya no es lo que
era la aristocracia y poco importa en
realidad, tanto que algunos compran su estatus de nobleza o se adscriben a ello
sin problemas. Hay una mofa visual al respecto además, el de las apariencias o
el de la grandilocuencia. El relato se reviste de un carácter de evolución o de
transformación, estando los mismos conflictos de antaño pero con diferente rostro. Es una historia universal
de desengaño, de frustración, de romance
trágico, de desenlace triste, un drama en toda la palabra, tampoco se puede negar. Sin
embargo que bello que es, estéticamente gigantesco y muy accesible de ver, muy
atrapante en tres horas de duración. No falta decir que Nastassja Kinski logra concebir el personaje
en una sencillez pasmosa pero poderosa, es realmente bella, que es a lo que recurre el relato, capaz de enloquecer a cualquier hombre con su delicadeza y
desinterés en sí misma, hasta como dice la madre de provocarle celos; o anhelo
de incurrir en la deleznable violencia; ser elegida entre muchas pretendientes ante la natural indiferencia, provocar en un candidato enamorado buscar
tres cuartos de amable diligencia para llegar hasta su corazón; gracias a su
desenvuelta fisonomía de niña, su rostro inocente y sorprendido, sumiso, su voz
suave. Nastassja tenía 19 años de edad
cuando hizo el papel, y es que más se ve como una chiquilla inocente –
felizmente la mayoría del metraje- que como una mujer resuelta o de armas a
tomar como se exige también de ella. No obstante eso apunta a una idónea tristeza, a una reacción de la inactividad del entorno
y de lo que es el mundo, el filme deja ese sabor en su historia, en su epilogo,
sin la necesidad de explotarlo, víctima de un destino injusto, negligente,
torpe, que me hace pensar en Sharon Tate, la
segunda esposa de Polanski, que fue asesinada por la llamada familia del demente Charles Manson. Además, Tate le recomendó la novela
al director poco antes de su muerte. Y es que hay un cierto sinsentido de un
libre albedrío que debemos manejar como humanidad sabiendo que el sacrificio, la
honestidad y el orgullo no siempre redimen, y una buena persona puede padecer una
tragedia o tantas desgracias.