jueves, 4 de abril de 2013

Perfect sense

Ésta película corre el peligro de pasar desapercibida pero es muy atractiva y no resulta complicada aun llevando una notable reflexión sobre la vida, en un aura bastante entendible como suele ser el cine americano, y éste aunque es escocés lleva toda la esencia del cine anglosajón mundialmente popular que se suele o se quiere imitar. Se hace destacadamente por medio del talento y audacia del director británico David Mackenzie. Es una propuesta sencilla y con actores conocidos que despiertan simpatía, que pueden contener las distintas emociones que se requieren. Ellos son sensuales; son convincentes en representarnos en general. Exudan química natural. 

Tiene una buena conjunción, de lo más idónea para acarrear un público que no sea exigente, tranquilo, y dejarte pensando, apreciando más la pequeña fortuna de lo que damos por hecho, los privilegios que no solemos notar y que hacen tan fantástica la existencia, porque a pesar de una realidad que por lo general golpea a todos de alguna forma existir es tan grande y es algo que debemos valorar. En el filme no se usa ningún mensaje de estilo fácil en conmover y sacudir la mente pero el resultado es ese, sino más bien se fusiona la verdad del mundo, dolor y placer, amor y odio, mientras acaece un sentimiento muy humano pero en estado extremo, el miedo, el hambre, la rabia y la pasión, luego se pierde un sentido, el olor, el gusto, el oído, la vista. 

Lo “particular” de padecer ésta extraña enfermedad que anuncia el fin de la humanidad, tema muy repetido en la actualidad, es que al poco tiempo de sufrir una perdida se intensifica el anhelo de subvertir ésta ausencia y volver a empezar, renacer y buscar nuevas formas que suplan el sentido ido, siendo en parte algo normal el aura de sobrevivencia, de la naturaleza que se amolda a continuar, pero que ostenta una alegría especial que rejuvenece, que busca y encuentra nuevas aristas y que brilla incluso un poco más ante la noción de que se sigue vivo y hay que remontar la caída. 

Tratamos con un optimismo notorio que se mueve bajo la catástrofe, digamos que la realidad, que no teme ser dura y que combina tragedia y efímera pero significativa felicidad de manera que suele ser difícil de afrontar pero que se hace. Es un mensaje muy sano y poderoso que llega gracias al empaque, menos naif que lo que se acostumbra, menos ilusorio, y es que aunque no se puede negar su noción de fe a prueba de todo tantas veces eludido por un descreído espectador contemporáneo, destila melancolía, algo muy humano sea dicho también. Explaya sensibilidad pero junto con ambigüedades, complejizando y exhibiendo algún grado de malicia.

El filme es romántico, hay una importante historia de amor en la trama que se absorbe dentro de una filosofía mayor que engloba el paradigma y leitmotiv de la película en las relaciones afectivas no solo entre seres humanos sino que simboliza el nexo con todo lo tangible del mundo, cómo afrontar/ver la vida. Es el enamoramiento de una bella epidemióloga, mujer independiente y muy contemporánea, solitaria frustrada por varios pasados novios que la han abandonado, y un bien parecido, seguro y exitoso chef,  que es medio bastardo, como se le dice ante su frialdad en las relaciones, en donde manipula a las mujeres, no las llega a querer o hacerse responsable. Se enamoran mientras juntos son sacudidos por la epidemia. 

En su relación chocan los sentimientos naturales de todo lazo serio amoroso pero visto desde la ciencia ficción que más es un recurso para cavilar, descubrir la realidad tal cual en algunas lecturas hermanas, una básica y trascendental es desde la dificultad de relacionarse con una pareja, como mantener la pasión, confiar en el otro, jugar y disfruta del amor, vencer los miedos, ser fuerte y transparente, abrirnos, mejorar, sentar bases firmes aunque no sea fácil, aunque se tienda a una cierta derrota futura, y se hace a través del énfasis de algo atípico que hace lo mismo que haría el tiempo o la incomunicación entre otros en otras circunstancias. Por ejemplo, tenemos los gritos en la ira que dicen verdades dolorosas o la representación de las cambiantes necesidades que van acercándose, sea el desnudar el alma para seguir alimentando la percepción, el aire de entusiasmo, o gozar y compartir cierta superficialidad tan importante. 

Otra lectura valiosa se da en el entorno, en ver como gira el planeta luchando contra lo caótico y desesperante, como se comporta la gente frente al que parece el lento apocalipsis, o al menos el fin de los tiempos conocidos, su adaptación, su multiculturalidad, su resolución, su pesimismo y su revitalización. El filme nos enseña dos tipos de ser humano, el que destruye y engrandece el abismo ante la desilusión o la dureza y el que construye en los embates de la existencia. Hay una bella retahíla de imágenes retenidas de tipo artístico que enumeran el placer, como a su vez otro grupo pero móvil en estados de violencia, muy fidedigno y evocativo, muy subyugante y realistas en su propia clasificación. 

Después hay un aura chocante e histriónica en cómo se dan algunas exaltadas emociones producto del padecimiento epidémico, como en el caso de la gula en que se comen flores, se toma aceite de cocina o se tragan pescados/carnes crudas de forma grotesca hasta inducir el vómito. Sin embargo, los hay inicialmente más sutiles y graduales como el enojo y el amor, mientras que el miedo es toda una novedad y llega completamente como una sorpresa; y estos hasta se confunden con la relación de pareja que sobrellevan Susan (Eva Green) y Michael (Ewan McGregor), pero está, claro, la superposición del conjunto, que ya entendemos de que va, de lo que nos queda un bello y poético desenlace, en la influencia positiva o no de lo que nos rodea, en lo que no deja de ser una historia atrapante, que se puede disfrutar de forma directa.

Un rasgo también del filme, aún muy a pesar del mundo, del dolor, es que sobrevive la nobleza y cierta invocada inocencia, aunque el pesimismo sea tan poderoso. Y es que, mientras viva, si el hombre quiere nunca estará vacío, como en el filme, aun perdiendo la batalla contra los sentidos. La oscuridad no es el fin. Es una distopía que termina despertando el ideal. Es una propuesta donde no se necesita ser romántico. Puedes absorberlo desde una necesidad que invoca en la historia presente el disfraz de la espectacularidad salvaje y enigmática, en un devenir que implica la tergiversación de la pasividad. No obstante ser romántico, como se puede ver en el filme, está en toda esencia, en el lugar correcto o menos pensado, y no hay que rehuirle.