Un misticismo tan fuerte, que se despliega a otros factores
de la existencia, no podía causar la unanimidad, sino más bien resultaba una molestia
para cierto público ya que el mundo actualmente vive una cuota de alejamiento religioso,
en una contemporaneidad más terrenal y menos consciente de su espiritualidad,
en su condición de como dice este nuevo filme, del amor que nos ama. Sin
embargo el autor americano se da fiel a sí mismo, siendo valiente, presentando
sus más íntimos pensamientos, su fe y su ideología del amor, como un creador en
toda magnitud. No solo de forma que respalda su anterior trabajo sino que lo
define mucho más, lo muestra más claro. Con la intervención del padre Quintana
(en un inconmensurable Javier Bardem que solo le bastan unos gestos para asumir
por completo su personaje), un cura católico que quiere creer y vive entregado
y honestamente dentro de ello pero que se hace muchas preguntas. El que anhela “ver”,
sentir y experimentar la verdad de su dogma. Y aunque su porcentaje en el
conjunto no es mucho se hace sentir en toda la trama, si es que en realidad la
tiene, ya que Malick evita el camino convencional y nos crea un cuadro que es
más una figura mental que una historia lineal, y en ella nos hace meditar sobre
asuntos que nos conciernen a todos los seres humanos, temas muy próximos a nosotros, ya que se trata de la formación de
nuestras relaciones con los demás, con los que amamos, con el planeta y con uno
mismo en esa identidad.
La película recurre a la poética y a la solemnidad de la voz
en off más que de diálogos que casi no hay (en lo que son pensamientos
esenciales de los protagonistas), sus imágenes provienen de una dominante
formación de múltiples tomas cortas muy bien editadas, a movimientos de cámara
especiales -rotatorios o que salen de algún atípico ángulo- en los lugares
claves que dan la sensación de como estipula el título, de algo maravilloso, de
un goce o una intensa experimentación (como frente a la belleza del Monte
Saint-Michel), a mostrar a los actores
en paisajes o en medio de escenarios naturales, se ha escogido el campo, el
estado de Oklahoma en algún pueblito tranquilo y sin nada realmente llamativo,
en donde se exhibe la espontaneidad, transparencia y vitalidad que se requiere
en el sentimiento de su caracteres, un reto de interpretación en donde se nota mucho
que la última palabra es la del director que a ratos parece hacerles un test de
compenetración con sus roles, en que vemos a un Ben Affleck dominado por el
control de Malick (a veces descolocado como aun en el esfuerzo y seguridad luce
McAdams en la exigencia de los bisontes, o en el inicio se le sigue pero se escurre
la cámara de su rostro), reducido a una pieza en ejecución en que su nombre
sirve de atracción para el público pero se rige al predominante conjunto
creativo, mientras una Olga Kurylenko nos trasmite bastante con su cuerpo y con
un ánimo creíble (en sí las dos damas centrales están magníficas para manifestar
enamoramiento y felicidad en ello), con su danza y juego continuo (yo diría que
se repite esto más de la cuenta, el baile), con su pasión, con su ternura, con
su desnudez más interior que literal, con sus desilusiones, con sus desgastes
afectivos, con su introspección en derredor de su relación, bajo una figura común
ya que aun ostentando belleza refleja mucha normalidad, que permite amalgamarse
a Affleck (a pesar de ser mucho más pasivo argumentalmente) que es en parte tieso
o contenido sin caer tampoco en la inexpresividad que le atribuyen por
costumbre, pero que se ajusta al tipo requerido (idóneo para él), el que no refleja
tanto pero que instiga hacia la nobleza calmada, promedio a más, y puede verse
cariñoso en una seriedad moderada, ya que también busca ser un hombre afín a
muchos.
La historia puede ser mucho de autor, muy elaborada en su
forma y en lo que pretende argumentar pero vista con ojos pacientes y observadores
se le concibe adjudicar de historia fácil de identificar, de sobrellevar y
entender porque su temática ineludiblemente nos concierne demasiado, ya que se
remite a dos puntos, la fe y el amor. Dice una línea muy significativa, el amor
es un deber, y aunque respeta el filme que el ser humano es cambiante y natural
en sus sentimientos, tan difíciles de quitarle imprevisibilidad, nos induce
a poner de nuestra parte, a luchar por
lo que creemos y sentimos, a sacrificarnos (como en esa libertad que nos
refiere la amiga pero que también puede existir dentro de un vínculo y sus
parámetros), a replantearnos el camino, a poder evolucionar y adaptarnos sin
perder algo amado, indagando y entregando de nosotros. Nos quiere decir que el
amor es intrínseco al ser humano pero no es fácil (sí, lo sabemos, pero entonces
deberíamos procesarlo y ponerlo en práctica mejor), sea hacia Dios o -en otro
sentido pero con semejanzas- a una mujer/hombre especial (en un momento la
protagonista no llega a comprender su repentino estado de disgusto con su
pareja y hasta concreta una traición, momento que más que una audacia que no lo
es en cuanto a la imaginación del director, sirve para ver que todo se deteriora
por más bueno que sea, o se pone en duda, se erra digámoslo a grosso modo en
todas las vertientes que suscita). Como esa mujer que viene del pasado, en la
interpretación de esa bella rubia de cautivante sonrisa, Rachel McAdams que en
un culmen exhala que su amor se ha convertido en nada (así es nuestro libre
albedrio), en solo lujuria, placer.
Vivimos retroalimentándonos, en un inevitable presente al
que hay que exigirle mucho más, como en esas inquietudes trascendentales que “mortifican”
a los protagonistas. Con este séptimo arte que pasa que es puro cine aun en sus
particularidades, que vive para y por las imágenes y que nos habla a través de ellas
en forma sumamente expresiva y bella como un remanso de desconciertos y alegrías,
que en su complejidad requieren pistas, ese discurrir con algunas frases de
corta extensión pero que son amplias en su evocación en una voz en off que
busca, enfrenta, interpreta y se maravilla con el mundo. En la escalera, el reflejo
iluminador del sol y las manos entrecruzadas (escenario simbólico que define
todo el filme.)