Como es común en él se trata de un viaje, ya que el cine de Angelopoulos
nunca dejar de ser nómade, es una continua búsqueda ante la realidad del siglo
XX. Y versa en el contexto de su patria, Grecia, y se asume desde la
contemporaneidad pero utilizando abstracto y externo al filme el pasado glorioso de la otrora
civilización origen del occidentalismo, para vivir lo que sucede actualmente con
su nación, de la que se dice vivir una próxima muerte, es decir un deterioro
con un rumbo anunciado, como la enfermedad terminal de Alexander (nombre que no
parece casual, griego por antonomasia en la historia universal) quien remite a
su sociedad, a su cultura en
particular, quien alega serle complicado amar, mientras se anhelan nuevas formas de
expresión, todos rasgos de nuestro director entre manos, un afecto ineludible
pero fuertemente autocrítico sobre su patria y un deseo notorio y notable sobre
nuevos análisis y arte introspectivo, próximo, filosófico.
Anímicamente como nota el niño, el huérfano albano perdido
en las calles de Grecia, hay una melancolía oculta, pero el ánimo del filme es
como nos comunica el poeta de otro siglo, la vida es dulce, y ese espíritu es
al que se afianza la trama, y la forma,
aun estando sometido el protagonista a la fuerza del dolor y la nostalgia,
de mirar en el pasado y sentir nuestros más profundos afectos porque en el hoy
nos han abandonado en cierta parte, y es que sin embargo mañana es la
eternidad, el mundo no acaba (la muerte no es el final). Ésta la confabulación
secreta de un vecino repitiendo la música que nos gusta, la alegría de la ama
de llaves viendo casarse a su hijo o conocer y compartir, ayudar, a un niño
solitario, reflejo de nuestra realidad también solitaria, solo que yacemos en
el final cuando él es el comienzo de un viaje nuevo, otro distinto pero con
ciertas semejanzas, ya no hacia la expiración sino a la vida, ambos desconocidos
y que como se dice provocan miedo, es hallar ese dulce existencial y general,
esa nueva expresión, como los músicos tocando en el ómnibus mientras afianzamos
la felicidad tan efímera para con el padre putativo y su vástago, mientras vemos
cansado a un activista político (lo dejamos de lado en ese momento).
Bruno Ganz es Alexander, un poeta que no suele terminar nada
y que no quiere ir al hospital a escuchar su sentencia, un soñador que se identifica
con un héroe romántico pero decidido que vuelve a su tierra a generar el cambio
aun sin saber el idioma, a arengarlo poéticamente, porque ama su país, porque
como expresa Alexander solo vive en él aunque los seres humanos seamos
extranjeros de todo lugar, extraños en la existencia. Ganz no articula la
tristeza en su rostro, más bien predomina un aire neutral si se quiere, y
aunque muchas veces yace apagado o meditativo, su sonrisa brilla más que cualquier
otro sentimiento y se impone aunque sea solo en apariencia, como cuando ve a su
madre (la que aparece constantemente y puede ser un sucedáneo de la historia clásica
de Grecia) o a su mujer que le pide un día de atención (que puede ser que
simplemente viva), la que ahora conscientemente es su vida, de la que sabemos
poco en realidad, de su desenlace, pero porque subyace en la perfección de su
memoria cuando ya no le queda casi nada, cuando ella lo ha sido todo. La película
es también una bella historia de amor y de recuerdos.
La obra de Angelopoulos tiene de simbolismo, intelectualiza
bastante, presenta varias lecturas, pero
también conmueve, está cargada de
cariños, la relación entre el poeta y su patria, la de Alexander y su mujer que
es su temple, o con su progenitora y su niñez, o la de esa familia numerosa que
visten de blanco que remite a la pureza del recuerdo en un bello paisaje, la
playa, otra esencia transparente, viva. A su vez la trama central despierta bastante sensibilidad, la del pequeño recogido por Alexander
quien no puede dejar de ver por su bienestar, darle un camino, o la del mismo
chiquillo con su amigo muerto atropellado al que le dedican un ritual afectivo en
medio del fuego y la dolida declamación.
El filme no solo es sabio y noble sentimentalmente sino tiene poética, esto está en el bardo griego de otra
época que compra palabras para rellenar sus necesarias arengas muy fáciles de
entender y de reflejarse; en los flashbacks vestidos en luz, en gestos, en
colores, en alegrías; en la “intromisión” del tiempo pasado en el presente o
viceversa en su unión en el vehículo (como dos hombres que son él mismo); o en
las múltiples apariciones del viejo Alexander en ese día de playa, de lluvia y
de refugio. Así también en otra inevitable participación a la que se enfrenta el
relato, la del sufrimiento, la de la verdad viviente, no obstante en el ecran
se hace menos de lo que invoca, pasando a ser más una cavilación sutil. Y es el
trabajo más visto y entendible de Angelopoulos pero que ostenta su esencia, su
continua elucubración, su estilo, debajo de una más empática historia.
Recrear la historia del poeta anterior a Alexander es algo
sumamente creativo y sin perder el hilo de la forma que se ha elegido, siendo
algo sencillo pero completo, que agrega al conjunto. Nos permite conocer al
protagonista que vive arraigado al pasado, tanto con su hija como su esposa y
que debe esperar el fin, con la continuidad que pervive en la tierra en la
acción para con el niño, que se pierde en la ilusión del comienzo y de lo diáfano. El hombre mira el mar, el
amor llama. Es la conclusión de una etapa, como los muchos hombres que se suceden, los dos
poetas, ahora es el turno de vivir del
pequeño (el país también se renueva), un temprano actor que en un momento explica una anécdota y lo hace con solvencia, que
demuestra talento ya que parece mucho que recordar para un niño y este lo hace
con la recreación emotiva pertinente, en la misma expresión de Ganz, pacífica y
controlada, que en la película nos hace pensar en la calma de la trama, sin
faltarle el ritmo sino más bien esta vez es más digerible, y no es como
acostumbra el director al que nunca le fastidió el tiempo en sus propuestas. Y es que su arte y entrega es absoluta,
y por ende Theo Angelopoulos es
inmortal, es el mañana, la eternidad y un día, un hombre y un genio.