- Moonrise kingdom (Wes Anderson)
- Argo (Ben Affleck)
- El caballo de Turín (Bela Tarr)
- Érase una vez en Anatolia (Nuri Bilge Ceylan)
- Shame (Steve McQueen)
- Hors satan (Bruno Dumont)
- Casa de tolerancia (Bertrand Bonello)
- Fausto (Aleksandr Sokurov)
- Nader y Simin, una separación (Asghar Farhadi)
- Bestias del sur salvaje (Benh Zeitlin)
- The dark knight rises (Christopher Nolan)
- Tabu (Miguel Gomes)
- Pieta (Kim Ki-duk)
- Amour (Michael Haneke)
- The yellow sea (Na Hong-jin)
- Tyrannosaur (Paddy Considine)
- Cosmopolis (David Cronenberg)
- Holy motors (Leos Carax)
- Kauwboy (Boudewijn Koole)
- In another country (Hong Sang-soo)
- The man from nowhere (Lee Jeong-beom)
- Cesar debe morir (Paolo y Vittorio Taviani)
- No (Pablo Larraín)
- The Cabin in the Woods (Drew Goddard)
- Ruby Sparks (Jonathan Dayton y Valerie Faris)
- Looper (Rian Johnson)
domingo, 30 de diciembre de 2012
Las mejores películas del 2012
jueves, 27 de diciembre de 2012
Tabu
Tercer filme del portugués Miguel Gomes, ganador del
fipresci en la Berlinale 2012. Está dividido en dos partes, paraíso perdido y paraíso.
La primera parte nos remite a una anciana
solitaria que solo vive para malgastar su poco dinero en los juegos de azar y
que es medio loca, alejada de su única hija vive solo con una empleada de color
que suele tratarla como a una niña ya que en su locura piensa que le quieren
hacer daño y no suele cuidarse apropiadamente. Sus días los pasa conversando con
una vecina con la que comparte esa decadencia y soledad fehaciente de la vejez.
Una que no ha sabido amar a nadie y que es muy bondadosa, recatada y dócil, la
otra la que fue una ardiente mujer que parece la antagonista de esa
convencionalidad que exuda su compañera, una que ha vivido (aunque pecando), otra
que no. En sí la primera parte es menor del conjunto y aunque resulta muy
compatible entre forma y fondo ostenta algunos rasgos de autor que la hacen un
poco gratuita, como con el sueño de los monos o la interrupción de la anécdota
en la mina. Esto último quizá pretende decirnos que hay una vocación de
fantasía, sabiendo que la memoria es selectiva y reconstruye las vivencias de
acuerdo a factores como el sentimiento que han provocado en su momento. Estamos
en una Lisboa como toda gran ciudad un poco fría, y ésta en particular con cierto
fervor religioso y un aire de protesta política. Una pugna discreta.
La segunda parte se nos relaciona con el pequeño prólogo del
filme, en una leyenda sobre una mujer anclada a un cocodrilo tras la muerte de
su pareja por amor. Una simbología que nos puede remitir a lo salvaje, al
deseo, ese que nos ata la existencia a un desenlace penitente, a un lapso que nos define y no se puede
olvidar. La vida es como solo ese recuerdo. Regresamos a esa pasión que la
joven Aurora (Ana Moreira) tuvo con el hombre que más amo y al que quiere ver
antes de partir. Ventura (Carloto Cotta) es un atractivo músico mujeriego que
queda prendado de Aurora cuando es una mujer casada, sin embargo eso no los
limita y tienen una aventura. África, una colonia de Portugal, una tierra de
calores da cobijo a su idilio ilícito y salvaje. Con un blanco y negro que nos
atrapa en su estética clásica que le otorga un toque vintage, en la emulación además
de una cinta muda, pero que nos hace ver que solo es una ilusa apariencia, una
creación, un artificio estético, ya que está acompañada por la voz en off de la
pareja, la descripción de esa pasión en boca de él y luego la respuesta en
cartas de ella. Vamos viendo la recreación del romance, el que es universal y
ya tantas veces visto pero no deja de ser atrapante. Nos recuerda a
tantas historias de amor, uno libre,
atrevido, reprochable pero igual feliz aun así, a costa de todo acto razonable
y decente, de esos que hacen perder la cabeza y no miden más que el encuentro,
la repetida desnudez del cuerpo (no faltan las imágenes sensuales), la
irresponsabilidad, otro tipo de locura. Sería una telenovela en otras manos,
pero Gomes se encarga de volverlo séptimo arte. La calidez de sus imágenes están muy cerca de la realidad más palpable. Se nos quiere decir que es algo antiguo, algo primitivo, algo esencial, una pasión.
Es un filme realmente sencillo, que sorprende un poco que
genere tanto entusiasmo en la crítica que es la que ensalza el filme en listas
y en su premio, que se debe a que Gomes ha hecho llevadero algo que cala a
menudo más en los sentimentales. Ha
entregado una versión para los amantes del cine de autor en que la sensibilidad
y el atrevimiento se dan cabida, pero realmente se trata de una ilusión
general, porque estamos frente a un eterno y repetido cuento de amor, ese en que
se roba a la mujer ajena, especial, y ese en que ella vive lo prohibido, lo
carnal, un canto a la seducción masculina, y sin machismo (hay un contrapeso
estructural muy igualitario), y en que irónicamente nadie se ve reflejado en el
pobre marido, como suele pasar en que nos atrapa esa sensación engañosa de
sentirnos –y querer ser- aventureros, osados, rebeldes, los principales. Un Corín
Tellado para tipos serios, y claro, es tremenda audacia, no obstante sin
desproporcionarlo, ya que es un filme más de matices y técnica que de verdadera
profundidad, pero que explota muy bien su historia. Y que debe mucho su éxito a
que es muy entretenido, y nos da lo que
nos gusta, como en los subtítulos: el cielo de los hombres, terrenales, apasionados
y ardientes. Una mujer bella (y viceversa), tan provocativa que nos hace romper
las reglas, nos transforma. En un lugar sin tiempo, exótico, imperecedero, al
menos en la memoria.
martes, 25 de diciembre de 2012
Navidades blancas
Bing Crosby nos seduce con su hermosa voz, que me recuerda en el estilo a Frank Sinatra, elegante, serio y hasta un poco más simpático. Crosby como Bob Wallace tras terminar la guerra vuelve a su antiguo trabajo de
cantante y anfitrión pero cumpliendo con una gran deuda hacia un buen amigo se
asocia con él y se convierten en un dúo, de donde en adelante gozan de la fama y el
éxito. Su compañero de nombre Phil Davis (Danny Kaye) es la alegría y el desenfado
andante, el contrapeso ideal al conjunto,
otorgándole ese lado lúdico y feliz que necesita en su vida, la que le atribuye de
solitaria y para la que planea el mejor remedio, que su mejor amigo se busque a una chica pero no solo linda sino
con la cual formar una familia.
En el trayecto presenciamos bellas y seductoras coreografías de baile y
canciones, de la mano de la narrativa clásica,
con ese toque inocente y fastuoso en el interior de un relato próximo. Se acercan a dos hermanas que se desenvuelven en su
misma profesión aunque recién se están iniciando, las Haynes, Judy (Vera-Ellen) y
Betty (Rosemary Clooney).
Sin embargo, esto no es todo, no sólo se trata de romance y realización afectiva
como camino a la felicidad, sino que es un canto de amistad y agradecimiento
conllevando lealtad y generosidad para con un general al que quieren y admiran,
su antiguo líder en tiempo de guerra, interpretado por Dean Jagger, que desde lo
castrense logra atribuirse una atípica sensibilidad que no rompe con la imagen
que tenemos de su cargo, que se presta para entender perfectamente la nobleza que genera
en Wallace y Davis, quienes llevan su espectáculo a un pueblito para apoyar y conmemorar al jefe militar, a puertas de la navidad.
Navidades blancas (1954) es una historia que conlleva un constante deleite musical, con
impresionantes coreografías de danza, principalmente por parte de la actriz
Vera-Ellen que se encarga de la parte más compleja, con movimientos
no sólo sincronizados y armónicos, sino algunos bastante exigentes y extensos; además, aunque menos gestual que el resto de los protagonistas, con
la dificultad de hacerlo dentro de la actuación, expresando pesar o seducción. Por su lado Rosemary Clooney
sobresale por su bella voz y con una cuidada personalidad, muy
característica de una mujer muy educada, recatada e idealista, hecha a la medida
del personaje de Crosby, mediante una grave
delicadeza en el trato, con un enamoramiento lleno del encanto clásico, dulce, tímido
y con un aire de improbable, aun sabiéndose atraídos
el uno por el otro, para lo que la personalidad de Judy y Davis son
el empujoncito seguro a su idilio.
Kaye, gracioso y libre, da la cara irreverente al musical (aparte
de que es un estupendo bailarín), jalando a Crosby a ello, que no se queda en
sus laureles y demuestra su gran oficio que justifica su nombre y entrega con
el proyecto, como con la performance de vestirse de mujeres -que rompe con
cualquier estereotipo- o el aire relajado de las representaciones militares. No
obstante está claro que Crosby es la voz cantante, y se
adscribe solo a ello en realidad, no baila, aunque su canto es bastante
imponente, como tampoco lo hace Clooney. Esto nos da como resultado un intercambio
dramático y calmado de un lado por una de las parejas, mientras el otro resulta
fiestero y más activo, compaginándose perfectamente. Crosby es el actor más
cuajado del filme, tiene más recorrido y eso pesa para el director Michael
Curtiz que parece respetarlo bastante. Sin embargo se puede ver que explota más
a Vera-Ellen en cuanto a lo visual sabiendo que se trata de un musical y pesa mucho
el desenvolvimiento físico que capta la atención, como también se percibe que Kaye
trabaja más en conjunto y es menos importante.
El filme nos envuelve en la otrora máxima grandeza del musical,
con un aire perfeccionista, elaborado, siempre dando mucho, pero con una
historia de esas fáciles, entrañables, en que no se trata de la importancia del conflicto
sino de un sentimiento que reina fehacientemente en cada rincón de su propuesta,
como con esa pureza y bondad que se nos quiere impartir desde el principio,
como con el general anteponiendo a fin de cuentas el goce de su pelotón a la
rigidez de la formación, a su reconocimiento por encima del deber, desde lo más
humano, y es que se trata de personas y estar en una reunión familiar donde se quiere al prójimo.
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domingo, 16 de diciembre de 2012
Fausto
Escribir de éste filme es en gran parte un reto, el director
ruso Aleksandr Sokurov, uno de los más interesantes creadores de la actualidad,
presenta una versión muy libre de la obra magna de Goethe, de uno de los libros
capitales de la literatura universal, sobre la famosa leyenda alemana del
doctor que vendió su alma al diablo en busca de nuevas sensaciones,
sentimientos y mayores descubrimientos filosóficos, existenciales y científicos,
por lo que comprender toda su extravagancia y abstracción resulta algo que
muchos prefieren eludir, muchas veces con el simple resultado de decir que es
vacío por debajo, ególatra o aburrido, evitando comprender que ha querido
manifestar con su arte, uno que requiere entrega y pasión por nuevas maneras de
expresión. Y ahí está el genio de Sokurov, hacer algo nuevo, poderoso y creativo
con lo que para la mayoría podría ser intocable o difícil de destacar, sobre
todo al tener una visión excéntrica y arriesgada, desde una adaptación visual
que manifiesta el firme propósito de asumir su imaginación, agregando efectos y
rescribiendo el tema universal de esa búsqueda del hombre por su intelecto y
razón de existir.
Inmediatamente entramos en un mundo sucio, rancio, muy
paupérrimo donde se respira hambre y necesidad, donde como se dice en algún
diálogo no hay cabida para la comedia, ni para la moral. Un espacio que se hace
idóneo para nuestro protagonista, un ser humano racional detrás de respuestas,
y descreído de la naturaleza espiritual. Un Fausto de acuerdo a su contexto,
quien se pregunta por aquella frase bíblica: y al comienzo fue el verbo, que nos
retrotrae al enigma, y a la grandilocuencia que hemos visto antes en Tarkovski.
El filme que ganó el león de oro en el Festival de Cine de
Venecia del año 2011 sigue la historia de Goethe pero a su modo y total
libertad creando algo bastante nuevo con la misma esencia aunque ramificando cavilaciones
para su propio cauce, en la absoluta irreverencia y solvencia personal, Mefistófeles
no se llama de esa manera sino bajo un cómodo y anónimo Mauricius, mientras por fuera toma vida humana encallado al
entorno. Es un prestamista cínico que besa lascivamente las efigies cristianas,
quien una vez desnudo nos enseña la deformidad y la monstruosidad. Lleva un andar
particular, regodeado en su insolencia y autosuficiencia (esa que Fausto pasará
finalmente por alto), además de mostrarse fríamente maquinal. Sokurov nos va
descubriendo a éste demonio, entre la realidad y lo sobrenatural. A través del
saqueo de unos muertos en una catacumba que parece un lugar de desechos, para
hallar la pequeña fortuna que cambie la existencia de la humilde amada entrada
en desgracia, o cuando simula un sueño de cara a un lago que hace de puerta a
la cita y habitación añorada, y ya lo vemos tal cual cuando cumple la promesa,
el deseo último de Fausto, la del encuentro sexual con la bella e inocente Margarita
(a un punto nomás ya que odia a su madre y siente el conflicto entre el deber
de aborrecer al asesino de su hermano o dejarse rendirse al enamoramiento de éste
siendo un inteligente, amoroso y generoso pretendiente), una muy joven actriz Isolda
Dychauk que en pantalla se ve mucho menor aún pero perfecta para la gracia de la
iluminación romántica (en el filme
incluso literalmente). Donde en ese lapso sensual de olfatear y besar su
pubis rubio seres amorfos ingresan silenciosos clamando ante la indiferencia del
doctor por el pacto sellado con el alma, en la cual no cree Fausto. Ingenioso
el primer encuentro con la dama encantadora, Margarita impoluta y sencilla lava
la ropa colectivamente, habiendo alrededor un aura de vulgaridad, transparencia
y lujuria.
El doctor vive en la ciencia, sin embargo hay un toque de fantasía
en ella (la historia es bastante un cuento), se logra crear sin sobresaltos al
homúnculo y en boca de los personajes hay imaginario de la alquimia, la
inmortalidad o la creación de oro, aunque en general no hay respuestas habiendo
hambre de conocimiento y de anhelo de cambio, paradójicamente –o de esa manera
surgen otras salidas ante esa carencia- hay un endeble discurrir científico (expresamente
más médico, el epitome de la sabiduría de la época) que cae en la tortura o en la
mentira, se dice metafóricamente, la ciencia es como la labor del tejido femenino,
encargada de vencer al vacío.
El filme está plagado de extravagancia, en un rapto de cierta gratuidad biográfica al prestamista lo
sigue una mujer que según él es su esposa y que parece algo desmelenada, o el
hermano, un militar en medio de la decadencia, agradece su muerte, y con ello
los alegatos parecen los de toda la civilización retratada. Como si todos
esperaran la muerte; que no le temieran ya que vive a su costado en el día a
día. Fausto definitivamente no le teme y aunque en su mente aun trata de ser
coherente y cauto, la pasión lo subyuga, pronto su timidez dejara de existir,
por ello el final tan abierto tras el ataque con las rocas, dejándose ir hacia
la inmensidad de lo desconocido, su lucha es la del eterno saber, sin
agotamiento. El prestamista parece el retrato del destino, su encuentro es inminente,
la vida de Fausto lo persigue, pero en el filme se hace muy como quien no
quiere el asunto, casi accidentalmente, sin forzar la esencia del relato, una
audacia que rompe con lo predecible, como lo hace toda la propuesta que añade y
cambia los lugares de la trama puesta por Goethe.
Johannes Zeiler es un estupendo Fausto, pero Anton Adasinski es simplemente impresionante, un personaje completo con una expresión corporal
compleja llena de gestos y movimientos estrambóticos en una conformación de
demonio que acoge individualidad y maestría, gracias también al cariz que le
brinda Sokurov dándole riqueza interior, una personalidad marcada llena de
diálogos que se acoplan a la falsedad naturalista en que se mueve. Mordaz,
tentador, caustico, espontáneo, impredecible, culto y a su vez primitivo y
salvaje, como todos en realidad lo son, en un contexto que los arrastra en conjunto
a una fealdad y explicites visual (arranca el filme con una autopsia descarnada
que rápidamente nos anticipa un escenario deprimente y podrido, como el mal
olor en que Fausto hace hincapié en su labor), una mundanidad muy propia de una
época histórica de la Europa medieval, y que hace un contraste con la
profundidad del habla sin romper la magia de la estética. La película esta
grabada en idioma alemán.
La historia pasa por ciertas técnicas visuales, como en un lente que distorsiona y que mueve
la pantalla hacia un lado, habiendo desenfoques y plegándose a colores, más
verdosos o blancos entre otros, además de iluminaciones o claroscuros, y que
aunque muy pocos llega a tener algunos paisajes atractivos como en la caminata
con Margarita y su madre tras el entierro, sin embargo predomina cierta
consciencia de estar dentro de un fresco renacentista.
El filme nos mete de lleno en una fantasía, hay esa
sensación de fabulación, de mundo creado, y aun así nos podemos ver
identificados aunque principalmente parece un artificio, que hace gala de
reflexión pero también de entretenimiento. Este cine de autor posee ese matiz,
no solo grandilocuencia u oscuridad. Es un Fausto definitivamente raro pero
bello en su fealdad, ingenioso, atrevido, una realización hiperactiva, nerviosa, que puede inquietar en
ese sentido, con mucha personalidad (y de ahí un desenlace chocante y críptico,
saltándose toda convención lógica), que aporta ya siendo una historia muy
popular.
jueves, 13 de diciembre de 2012
Amour
Ésta es una película que por donde va cosecha elogios, y triunfos
como la palma de oro en el Festival de cine de Cannes 2012. Michael
Haneke nos remite al sufrimiento emotivo y físico en la vejez tras las
enfermedad que llega repentina, aquí ante ataques cerebrovasculares.
Una pareja de músicos de avanzada edad que profesan mucho amor entre sí tienen que afrontar el devenir del tiempo y la proximidad de la muerte. Mientras Anne (Emmanuelle Riva) se deteriora hasta no poder ni comunicarse coherentemente ni sostenerse por su propia voluntad, Georges (Jean-Louis Trintignant) no sabe que hacer con aquella dignidad que lentamente va perdiendo su eterna pareja, junto al dolor que presencia padecer y que se incorpora en él desasosegándolo ante la inutilidad de lo poco que puede solucionar frente a lo que ve. Ha hecho la promesa de no dejarla en un asilo de ancianos sino cuidar de ella, lo que lo pone en el meollo del asunto y lo hace vivir fehacientemente el estado de su mujer. Esto lo pone de cara a la dura crueldad de algo que llega intempestivamente sin que uno pueda preverlo o siquiera vislumbrarlo; es una etapa a la que uno no está preparado mentalmente siendo algo muy violento de atravesar. A veces, como vemos, mucho más en quien puede razonar lo que sucede y sentir la presión de ver al ser que más se quiere llorando, susurrando maquinalmente que le duele provocando desestabilidad emocional, cayéndose al suelo sin dominio de sus facultades y un sinfín de momentos que un director como Haneke nos lo deja ver o sugerir sin caer en una pornografía visual, pero haciéndonos entender en su propuesta que de ahora en adelante todo es cuesta abajo a la par que la resistencia ajena se verá afectada lentamente.
Una pareja de músicos de avanzada edad que profesan mucho amor entre sí tienen que afrontar el devenir del tiempo y la proximidad de la muerte. Mientras Anne (Emmanuelle Riva) se deteriora hasta no poder ni comunicarse coherentemente ni sostenerse por su propia voluntad, Georges (Jean-Louis Trintignant) no sabe que hacer con aquella dignidad que lentamente va perdiendo su eterna pareja, junto al dolor que presencia padecer y que se incorpora en él desasosegándolo ante la inutilidad de lo poco que puede solucionar frente a lo que ve. Ha hecho la promesa de no dejarla en un asilo de ancianos sino cuidar de ella, lo que lo pone en el meollo del asunto y lo hace vivir fehacientemente el estado de su mujer. Esto lo pone de cara a la dura crueldad de algo que llega intempestivamente sin que uno pueda preverlo o siquiera vislumbrarlo; es una etapa a la que uno no está preparado mentalmente siendo algo muy violento de atravesar. A veces, como vemos, mucho más en quien puede razonar lo que sucede y sentir la presión de ver al ser que más se quiere llorando, susurrando maquinalmente que le duele provocando desestabilidad emocional, cayéndose al suelo sin dominio de sus facultades y un sinfín de momentos que un director como Haneke nos lo deja ver o sugerir sin caer en una pornografía visual, pero haciéndonos entender en su propuesta que de ahora en adelante todo es cuesta abajo a la par que la resistencia ajena se verá afectada lentamente.
George se pone en el lugar de la amada, lo dice en su
conversación; se siente impotente, afligido y quiere ayudarle, sostenerla, pero
el camino cada vez es más tortuoso, más inevitable, y cada minuto empeora. Anne,
una dama autosuficiente tendrá que lidiar con la nueva realidad aun no
queriendo verse inválida en su enfermedad, primero consciente de que la
tragedia es una bola de nieve, evitando el consuelo y el repercutir en su
esposo, sin embargo no sabe lo que será, y más en su noble amor que debe
hacerse cargo. El amor en ningún momento
se pone a prueba, éste es muy fuerte y eso lo hace más insufrible para el de
afuera. Esa unión en ese mundo pequeño de a dos, se hará una tortura solitaria
para Georges ante el ser amado que empieza a desaparecer, aun teniendo el
cariño de algunos conocidos, el joven alumno u algunos inquilinos, o el de su
hija Eva (Isabel Huppert, accesoria, expresiva, desolada), la que más que
calmarlo le infringe desesperación.
El tono es frío, sin dramatismos exagerados pero hirientes, ya
que el filme de Haneke duele irremediablemente, hay que atenerse a las consecuencias,
no se puede evitar aunque trata de aplacar la flagrante decadencia del ambiente
con el deambular sonámbulo y ocupado de las nimiedades caseras del protagonista
varón. A ratos vemos lo que encierra la trama y a otros caemos en sentir lo que
ocupa desde afuera del conflicto en sí, se mueve la cotidianidad asumida desde
la enfermedad, es como un pacto entre dos seres demasiado unidos, el dolor de
uno vive en el otro, y en cada rincón se trasluce. Los silencios, las
conversaciones rotas, los monólogos pesimistas ante el cambio de la corrupción
del cuerpo, las miradas, los recuerdos, los exabruptos discretos, todo van
haciendo ceder al corazón ante un final anunciado.
La de Haneke es una película vista en Volcano (2011) del islandés
Rúnar Rúnarsson pero enfocándose en el deterioro de la vejez visto desde el
amor de una pareja y no desde la individualidad de un hombre que entiende una
transformación (en uno se trata de un personaje en evolución y en otro de dos inseparables, pero comparten ideas en distinta intensidad); estamos ésta vez en un callejón sin salida, salvo con un
desenlace críptico, artístico, romántico. No obstante principalmente el
cineasta alemán quiere que aceptemos lo que representa una parte innegable de
la existencia, como Anne diciendo ha sido una larga y bella vida. Y Georges es quien sirve de prisma para la comprensión,
mientras al mismo tiempo desde el ecran el arte nos va enseñando sin poesía ni
velos engañosos a través de su desarrollo un acontecimiento universal aunque en
duras condiciones, pero sin faltarle la estética, ya que Amour en su leit motiv
–ese que oculta el título, la preparación del fin y el dolor en el trayecto, como representación
indisoluble de éste último de lo que realmente significa existir- es una
propuesta que conmueve y abre nuestra percepción, mientras nos cubre con su
hipnótica belleza, como un ineludible Baudelaire buscándola en los espacios menos imaginados.
Dos actuaciones brillantes, Jean-Louis Trintignant en un
papel de hombre educado, cariñoso, dócil, entregado, servicial, doméstico, dejando
ver su pasado, su sensibilidad, en la ilustración del ser menos preparado para éste
acontecimiento, y Emmanuelle Riva, una señora fuerte, dominante, dulce,
tranquila, apunto de ver doblegada su esencia.
La realización es un derroche de inteligencia en la
sencillez, en la claridad, dándole al público mucha conversación ante las
imágenes presenciadas en la vejez, en el tiempo, en el sufrimiento, en el
sentimiento. Es un Michael Haneke transportado a su obra, próximo, humano, a pesar
de todo afable, sin extremismos pero en un extremo, calmo en el diluvio interno
y abstracto como ninguno en la llaneza y poder de las imágenes efervescentes, intelectualizando
con el séptimo arte pero para la comprensión amigable del espectador común a
quien le entrega por medio de su cine de autor profundidad en la transparencia.
No es un filme propiamente atrevido salvo en su honestidad y lucidez, sin regodeos
vulgares, y aunque alguna decisión no sea la nuestra, podemos sentirnos
satisfechos con su conjunto. Es la cotidianidad de lo que no esperamos ver, el
ocaso anti-romántico de un contexto del compartir del amor.
El filme tiene solo tres momentos extraños o particulares,
uno en el intermedio con la exhibición de unas pinturas al oleo de unos
paisajes, la belleza en el reposo, un aire de neutralidad, de contemplación y de
inmovilidad. Luego una paloma en dos oportunidades entra a la casa y Georges bajo
un claroscuro se topa con ella, entra a tallar lo imprevisible, lo
desconcertante, matar al ave, dejarla en libertad, que es lo que nos implica la
acción que debe solucionar, la inocencia, la paz, la naturalidad, el vacío, un
simbolismo simple y ciertamente indefinible, una ocurrencia menor a fin de
cuentas. Y luego cierra con un único halo explícito de poesía en como nos ha
reflejado la historia: No dos almas separadas, sino dos en una, juntas.
lunes, 10 de diciembre de 2012
Pieta
La triunfadora del Festival de Cine de Venecia, uno de los
más importantes y respetados festivales del mundo. León de oro 2012. Su autor
el surcoreano Kim Ki-duk retorna a los grandes reflectores del séptimo arte con
ella, luego de un lapso de cierta indiferencia hacia su obra, al tiempo de
haber cimentado una reputación entre los críticos más audaces que veían en su
personal mezcla de lirismo y violencia una de las más sugerentes
cinematografías que existen. Kim Ki –duk lleva esta vez el estandarte del mejor
arte de su país, anclado a las constantes de oriente, y aprovechando nuevamente
ese leit motiv que ha hecho famoso y distintivo al cine coreano, la venganza.
Dotado de un notable sentido de la historia, planea su
estructura milimétricamente y nos entrega una trama en que un hombre sufre
hasta la locura por amor, el materno, una vez que este ser muy frío y cruel
encargado de dejar inválidos a deudores de un jefe prestamista recupera el
tiempo perdido y se topa con la progenitora que lo abandonó al nacer. El guión
espolvorea algunas ideas recubriendo la propuesta de un toque de ingenio, el
que persigue la obra presente con flagrante ahínco, además de un desenlace
apoteósico muy propio del cine en que se adscribe. Sin embargo el control y la
precisión que se persigue hacen prever el final, saber que es lo que esconde,
aunque teniendo en cuenta que parece consciente de ello y entra a tallar la duda de la
manipulación, la locura y la redención en el dolor que hacen redonda y efectiva
la realización.
Estamos ante un cuento con mensaje donde se le hace sentir a un
ser humano malvado lo que hace con sus semejantes, se transforma en lo que
provoca, una invalidez mental que aprisiona su corazón y lo doblega, lo hace
sentirse débil. Su error no es el de pedir un dinero que se multiplica ante el
crédito en diez veces su valor y que hace pagar el precio que en cada familia
repercute, habiendo suicidios y viéndose que los seres queridos quedan
lastimados para siempre, sino el de sentir afecto por alguien y depender de
ello, volverse vulnerable hasta perder la cabeza, lo mismo que mueve a cada
deudor a hacer un préstamo, como el del padre que quiere ofrecer dos manos para
obtener dinero para darle una buena vida al hijo por venir.
Paradójicamente el odio que ha sobrellevado siempre el
protagonista ante la dureza de su existencia y su soledad lo mantiene en su
lugar pero en cambio el amor lo pone frente al paredón de la justicia regida no
por ley pero si por el hombre, esa que pervive en la Piedad, alusión de Kim Ki-duk
a la monumental escultura de ese genio llamado Miguel Ángel, en que la virgen
llora el sufrimiento de su hijo, Jesucristo. La piedad que clama esta nueva
María terrenal e imperfecta no llega nunca por el verdugo, se esquiva
rotundamente y como en una nueva interpretación de la historia no queda más que
la lección en la propia carne que castiga al que es ciego de sus actos, siendo
el dolor que infringe en el amor la repercusión que se pone en pie, un espejo
que regresa desde el otro cauce.
Kim Ki-duk logra que la relación maternal tenga visos de
atracción sexual en medio de cierta natural violencia, inconsciente pero muy en
la orden de un Edipo más carnal, la madre masturba al hijo dormido, se come un
pedazo de su cuerpo, es vejada y violada ante la incredulidad, paga por ser
aceptada queriendo ser parte del monstruo que el tiempo y el mundo ha creado
ante el abandono, y que solo importa como un ser individual. La biografía queda
mermada ante el acontecimiento del presente, el matón Gang-Do (Lee Jung-Jin,
que expresa en su rostro su papel) se ajusta a la historia, en que es
monotemático, primitivo, y solo entiende en el sacrificio, una vez que procesa
que uno es secundario frente a otros, en una mirada menos egoísta y egocéntrica
del mundo, justamente reflejada en el cristianismo.
Kim Ki-duk es muy ágil en crear el vínculo materno sin que
quede endeble, y ayuda mucho el dramatismo gestual de su intérprete, la actriz Jo
Min-Su, siendo muy importante para perpetrar su historia; tampoco requiere de
muchos datos, se enfoca en la fuerza de sus personajes, que son primarios, y
por ende inteligentemente explotados como emotivos y expresivos. El contexto de
los pequeños puestos metalúrgicos o industriales crea personalidad al conjunto
dando la sensación de submundo, de un infierno de la clase trabajadora que
puede ser interpretado con la dificultad de sobrevivir; también un espacio de pecado,
muy humano, un microcosmos de nuestra idiosincrasia general como toda buena
arte debe poseer y el cine conoce bien.
La violencia reina en la obra de Kim Ki-duk, no solo en los
casos de los cobros indebidos de los futuros inválidos sino que recurre a un
chocante proceso de transformación. Una vez asimilada la madre, amonesta al
hijo pervertido (invirtiendo el dominio), en donde él en clara metáfora ni se
da cuenta de su comportamiento, por eso en adelante es necesario que presencie
el mal que ha ejercido, las consecuencias de su indolente quehacer cotidiano,
para compararse, verse reflejado, pero sin marcha atrás, o quizá sí cuando ella
se pregunta por el acaecer de un extraño
sentimiento, del que incluso Gang-Do llega a revestirse en un vuelco de
desesperación en que pide de rodillas. La memorable imagen de los cuerpos
echados debajo del árbol sembrado para las cenizas es el reflejo de una
mutación y una fusión en que ya nada importa, el sentimiento ha doblegado a la
razón.
jueves, 6 de diciembre de 2012
Bestias del sur salvaje
Gran premio del jurado en el Festival de Cine de Sundance,
uno de los máximos premios de este año dentro del cine independiente, y tres en
el Festival de Cine de Cannes 2012, el fipresci en Un Certain Regard, la cámara
de oro a mejor ópera prima y el premio del jurado ecuménico. Una película
discreta en medios económicos y publicidad por parte del director novel Benh
Zeitlin que por mérito propio hace su camino al Oscar, el cual esperemos que le
de el lugar que se merece. Con una trama emotiva entre el amor de un padre y el
aprendizaje de su hija, una pequeña de seis años a la que se le llama hushpuppy
(debut de Quvenzhané Wallis). En un contexto pobre en medio de la naturaleza salvaje
y violenta de un bayou de Louisiana en una comunidad conocida como bathtub. Un
progenitor que trata de inculcarle a su niña la fortaleza suficiente para
afrontar el mundo que le ha tocado vivir, en donde el hombre debe sobrevivir
por sí mismo, valientemente, creciendo sin pedirle nada a nadie. La pequeña en
un aire surrealista invoca en sus diálogos fantásticos una metáfora en unos
animales prehistóricos conocidos como Aurochs, entre toros y jabalíes gigantes
que salen de su descanso en el hielo desde el polo hacia bathtub al encuentro
de ella, representando la fuerza, la dominación en el reflejo y el reto. Hushpuppy
habla con su madre en el viento, la busca, mientras el padre le cuenta que por
donde ella pasaba se hacía el fuego, clara alusión a la sensualidad, la subyugación
y el magnetismo de esta mujer, sin embargo lo que necesita este tierno cachorro
es amor, y eso es el duro padre enseñándole a ser mejor, el adaptarse al
entorno.
Una propuesta que destila sentimiento pero en la rudeza del
trato, de la implacable realidad que les ha tocado vivir, una tormenta e
inundación a la que pocos se enfrentarían, una enfermedad que cuenta los días
de ese maravilloso y único vinculo paterno. No hay tiempo para el llanto y hay
que seguir adelante, sin embargo el dolor también se cuela por las rendijas,
como el mismo afecto, en una forma de aparente naturalidad de conmover en
pantalla, con actos más que con palabras, con la magia de las imágenes y al
arte cinematográfico en su propia personalidad y características, gracias a la
dulzura, a la expresividad, a la entrega, al ensimismamiento interpretativo, el
sucumbir al enajenamiento de la actuación, de la unión en la trama, de la
historia, con actores como Dwight Henry, el padre, que crea un personaje
primitivo que no teme serlo, que respeta su código de existencia, con el
convencimiento de su propia sabiduría, en un conjunto de seres simples y
hereditarios acordes con el espejo de su idiosincrasia, amoldados perfectamente
a ese paisaje indómito y bruto que a su vez es bello en su inconfundible
honestidad, y que no media más que a través
de la esencia, un lugar que vive como en
un único concepto existente, y en donde mediante el filme nos imbuimos con ojos
crédulos, absorbidos, admirados, indagando y aprendiendo de un enfoque distinto
entre comillas al nuestro, que nos recupera un pasado que aun no ha desaparecido
y que vive ahí en sus propias reglas.
El filme se hace poderoso con su sentimiento, es tan eficiente
la relación que fabrica que se sostiene sin rebuscadas justificaciones pero con
verdades absolutas de acuerdo a su espacio mental y físico, que aprovecha lo
salvaje, esquivando lo muy racional aunque vibra en su coherencia personal.
Dando pie a pequeños detalles de interés, a la aventura, al paisaje que tiene
injerencia en el relato, como en un marco que da vida a una tesis, la
explotación de lo que nos parecería sencillo en el papel y a su vez es tan
profundo ya que los recursos, el lugar pone todo muy arduo.
¿Se encuentra la niña con su madre? El camino es improbable
pero creíble, ambiguo, oscuro y no importa, porque es audaz como en el mejor
arte. El engaño de lo espontáneo. Y nunca se reprocha nada, no es un filme de
débiles, como cuando la niña dice, que si no llega el padre va a tener que
comerse a sus “mascotas”. Una historia de gente pobre elevada a héroes comunes
que vencen sus ambientes, la niña tras el camino del padre, en convertirse en
él, alguien de cuerpo frágil a simple vista pero tan fuerte por lo que lleva
adentro, lo que se le ha trasmitido, el grave mensaje del filme. Tiene o quiere
tener frases ingeniosas (para quien suscribe la que refleja más sin quererlo
quizá es feed time, hora de alimentarse), no obstante lo general yace
suficiente, importando más una panorámica del bayou, el quehacer monótono para
nosotros novedoso, y una niña que termina cuidando de su padre a temprana edad lista
para dar cara al mundo.
domingo, 2 de diciembre de 2012
Holy motors
Ésta película del galo y enfant terrible, con solo
cinco películas en su haber en 32 años de labor artística, Leos Carax, es una
propuesta de ciencia ficción muy difícil de definir racionalmente. Sin embargo
la podemos dividir en nueve cuentos independientes o actuaciones muy
entretenidas, plagadas de extravagancia, emotividad y un aire chocante e
imprevisible. Es un alarde de creatividad que desde el arranque nos conmina a dejarnos
soñar con el séptimo arte por medio del atrevimiento y la auténtica libertad
del cine más radical.
El propio director sale en pantalla en el prólogo. Desde su dormitorio
cruza una puerta secreta cubierta por un tapiz con el uso de una llave mágica
en uno de sus dedos, e ingresa a una vieja sala de exhibición cinematográfica,
en ella los espectadores duermen apaciblemente, enseguida poza su mirada en un
perro gigante que se adentra por el pasillo, y a continuación se queda mirando
el ecran, desde donde empieza la fantasía. Inicia la película.
Somos participes de las transformaciones de un hombre
llamado señor Oscar (Denis Lavant) que en el interior de una limosina blanca
que le sirve de camerino se apremia a cumplir con su trabajo, recrear nueve carpetas
documentadas que remiten a distintos escenarios y papeles, cada uno más
variopinto que el otro, intentando cada vez superarse más, ser ingenioso, sorprendernos, y ser completo en un corto espacio. Participamos de un gran teatro real
en donde un camaleónico personaje cumple con alguna performance, disfrazándose,
maquillándose, adaptándose, y que incluye repetirse, como asesinarse repetidas
veces siendo un ser sin identidad más que en su interpretación (el resto está
fuera de nuestros ojos como un misterio), emulando en una de sus creaciones un
acto circular y libre de la atadura de la muerte (el actor no muere, sigue
viviendo en cada nuevo rol).
Produce el movimiento de computadora de
un monstruo en pleno acto sexual o muestra la agilidad de un artista marcial dentro del
cine de acción. Llega a descansar a un hogar con simios, como en un
colofón inverosímil y fiel a una “locura” encallada en el arte en que el reto
es descolocarnos, y en donde no se salva de la referencia ni el chofer de la
limosina de Oscar, la actriz Edith Scob que con una máscara remite a Los ojos
sin rostro (1960) de George Franju, y en donde los vehículos en conversaciones pueden
temer ser desmantelados, porque muchos motores están pasando de moda, como bajo
la metáfora del ingenio en donde siempre hay que estar al pie del cañón sino
perecemos, quedamos olvidados, y es que el arte está en los ojos del espectador
nos dice Carax en alguna paráfrasis.
Tenemos en la presente una creación anterior de Carax que se
pudo ver en la cinta ómnibus Tokyo! (2008), el señor mierda, un vagabundo de
espectro irlandés, tuerto, incomprensible en el hablar y que se alimenta de
flores, que de una sesión fotográfica en un cementerio rapta a una gélida modelo,
la actriz americana Eva Mendes, y ella en total docilidad pasa a ser vestida con
una burka artesanal mientras él se desnuda y se tiende en su regazo con el
miembro erecto. Ésta es la más audaz de las actuaciones, aunque todas tienen algo
atractivo y provocativo. Incluso hay canto, como en el musical con la cantante
pop australiana Kylie Minogue como Jean, otra actriz de la agencia que es el gran
amor de Oscar y con quien en tan solo unos pocos minutos nos mete en un drama romántico
que cuenta con un suicidio, en un instante de pura sensibilidad, al igual que
en el acto de la decepción con la hija y el dejarla a su libre idiosincrasia, en asumir su
personalidad, como también yace emotiva la muerte de un anciano ante un tipo de
amor agradecido, mientras hay otro rato de música con acordeonistas que se van
incrementando al andar, que no solo es una trama de tristezas y el sentimiento
también implica alegría, como en las múltiples capas del cine.
Es un filme rompedor que seguramente puede desagradar pero
también enamorar. Definitivamente es polémico. Hay que verlo sin la preocupación
de la lógica sino en la irreverencia. El filme es nuestro narrador de
historias frente al fuego, el que atrapa la atención, el que no te deja
pestañar, el que quiere tu curiosidad, el que puede ser absurdo, pero no causar
indiferencia. Éste nos alecciona en esa
entrega que vemos en Lavant, ensimismado en cada circunstancia que lleva acabo,
el fetiche que puede concebir la magia que despliega Carax, el demiurgo o titiritero
comprometido que está siempre tras un siguiente paso, seduciéndonos y atrapándonos
en su red imaginativa. De eso va, de convencernos de muchas realidades
fantásticas y artísticas, ficciones que envuelven, que se hacen creíbles en el
tiempo que duran o que quieren únicamente entretener, y que como notamos son
artificiales y se deben al genio humano en constante reto, que salta a la
palestra dejando todo en el ruedo, exhausto. Es el homenaje del creador y del
actor, de la fusión Lavant-Carax. El resto son motores sagrados, ideas
sacrosantas y sus escenificaciones.
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Leos Carax,
séptimo arte
Lima 13
Hay películas que no desean optar por festivales sino que
priorizan ganarse al espectador nacional, lo que para el caso es lo que anhela
el director Fabrizio Aguilar, y está bastante bien, mucho sabiendo que el
público peruano no es muy asiduo a su propio séptimo arte. Los índices de
audiencia son muy bajos y no duran o abundan horarios en cartelera. A su vez
suena bastante realista ya que tampoco el filme se ve como un fiero competidor
internacional, aunque El inca, la boba y el hijo del ladrón, de Ronnie Temoche, ganó
el premio a mejor opera prima en el Festival de Cine Latino Americano de
Trieste 2012, con lo que tampoco podemos desechar la misma opción si
comparamos, ya que poseen el mismo nivel en lo que ofrecen, un cine sin mucha
originalidad, bastante convencional; el de Aguilar muy en la línea del cine
norteamericano moderno y comercial con ribetes de reflexión bastante ligeros mientras El inca… aunque es más flagrante con el gancho de la figuras nacionales
culturales también lleva un aire muy gringo, en su optimismo, en sus ganas de
conmover fácilmente (que lo logra con una canción del grupo de rock en quechua
Uchpa), en la simpleza de su trama. En todo caso no está mal, ya que es el cine
que más se consume en el mundo y bastante en nuestro país, sin embargo para
cumplir con convencer al público peruano van a tener que romper con cierta figura
mental por culpa del grueso de la oferta, es decir, que nuestro cine es malo. Deberán vencer las constantes nacionales: calatas, lisuras, estereotipos y
chabacanería.
Lo que quiere ofrecer Aguilar en su tercera película, luego
de Palomas de papel (2003) y Tarata (2009), dos historias sobre terrorismo, una
situada en los Andes y otra en la calle emblema de la capital en el distrito de
Miraflores, es sentimiento. El filme nos remite a tres historias que abordan
la melancolía, vidas que se cruzan para
superar sus conflictos personales; la anciana Trini (Élide Brero) quiere
cumplir una promesa, tirar en año nuevo las cenizas de su difunto marido al
mar; Tesla (Kani Hart) sentirse menos sola, ante la falta del padre y la
indiferencia y superficialidad de la madre, para lo que cuenta con la amistad
atípica de un guachimán; el tercer componente del relato, el guachimán, también tiene su
dilema, pasa por un mal trago en la separación de su esposa y está a puertas
del desempleo, lo interpreta Juan Ubaldo Huamán. Todo bajo la cercanía del
nuevo año, el 2013, en que los maya auguran el fin del mundo.
Las actuaciones son un poco rígidas en las emociones que
presenciamos, aunque se hacen bastante
identificables, fáciles de apreciar, entendibles; son carencias a falta de talento
y experiencia por parte de cada actor central. El guion busca fermentar expresividad en
la chiquilla y sólo lo logra avanzado el metraje; Kani Hart consigue ser menos
falsa en su deseo de rebeldía y soledad, mientras Huamán se queda tal cual en un
aura de casi vacío visual, por defecto, aun en la intención de adscribirlo a la
abulia, a la indolencia, salvando su desahogo, algo muy visto y en sí ese es
el problema del filme, no genera notoriedad e interés porque es muy común, muy repetitivo y muy predecible. El único momento que sorprende es ver a Élide Brero
desnuda, una “maldad” del director y una entrega en un filme que no le va a
compensar en absoluto, pero, bueno, es el compromiso del actor y es valido
aunque sea en un filme muy discreto en cuanto a resultados y hasta en lo que
acontece en sí. Élide Brero cae en una sutilidad que no contamina al espectador
con emociones, un toque aquí y allá y es muy poco su historia, ella rememorándose
en la foto o algunos comentarios no alcanzan a sensibilizar, y el clímax de su desmayo es
apenas llamativo. Son faltas muy visibles. El entretenimiento únicamente llega con
vernos retratados, es siempre un aliciente ver la propia realidad, a nuestra
gente, a nuestro espacio, pero el filme es todo menos ingenioso, solamente cumplidor
y muy olvidable. Su deseo de infringir drama, queriendo ser más de lo que
es, se queda como anécdota, como esbozo, pasa el tiempo y todo parece
irremediablemente tan sencillo que ni las bromas del panadero –gestualmente
bastante cómico- o la belleza de Melisa Loza -muy cuidada en
pantalla- no hacen gran efecto. Son cosas a fin de cuentas tan pequeñas en lo
que encierra el arte, aun en lo simpáticamente banal, que el filme grita un
“imposible” al espectador por un lugar en su rutina cinematográfica. Se
intuye muy complicado de que supla lo que ya hace bien el cine americano.
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