Muy bien articulada la trama acomoda los datos que denuncian el camino que perpetró el criminal hasta concebir una hipótesis sobre quien pudo ser ese anónimo personaje. Se puede ver la recreación de los asesinatos y en general las pesquisas que siguió la policía. Otro de los puntos ejes del relato es el oficial a cargo del caso, David Toschi (Mark Ruffalo), alguien probo de quien se dice se copiaron algunas características para crear el personaje de Steve McQueen en Bullitt (1968). No obstante éste finalmente es casi un ente pasivo en comparación con la energía que desprende el caricaturista Robert Graysmith que obsesionado con los enigmas que envía el petulante e inteligente homicida codicioso de fama decide adjudicarse la misión de descubrir quién es el hombre detrás de la señal del reloj y de los criptogramas astrológicos que mantiene en vilo a San Francisco, escurriéndose de la ley y hasta burlándose de ella con mensajes en los medios de comunicación.
El tercer centro de la película lo forma el periodista Paul Avery (Robert Downey Jr.) que lleva al pie de los hechos el acontecer noticioso provocado por las muertes del serial killer, aunque desprovisto del glamour de su celebridad mediática y más cerca del disfuerzo éste lo hace por puro interés personal. En cambio Toschi y Graysmith esperan atraparlo por altruismo y por una necesidad de justicia; como dice el caricaturista, para ver el rostro que esconde el monstruo que no deja de ser un ser humano sin los engrandecimientos que acostumbran ciertos retratos, y que para sí mismo lo logra en el colofón.
El ritmo del filme es fluido, no se siente el tiempo que trascurre, muy efectivamente repartidos los elementos indagatorios y conclusivos del que dispone el guión tan persuasivo que uno percibe hasta el latir del corazón de Robert que en un momento teme por su vida en uno de los pocos sótanos que sindican de alguna forma al verdugo. Se ha de decir que el filme presenta un marco general muy coherente y completo sobre los sucesos, con la dirección de señalar un culpable en medio de dos razonables propuestas de la que termina desechando una posibilidad para dirigirse hacia un único sujeto. Hay también una expurgación de la amplia gama de información referida a la investigación, se asumen cuales son los acontecimientos superficiales, toda la parafernalia se procesa y se separa de lo que para muchos fue un acontecimiento muy importante, parafraseando a Graysmith, nuestro pequeño héroe que lentamente deja de ser impertinente e impone su motivación y toma predominancia mereciendo el respeto que su dedicación se gana, un ciudadano común tan comprometido que es capaz de sacrificar la paz de su matrimonio por lo que el trascurrir de los años terminó olvidando.
En un momento de inspiración vemos el gran paso de Graysmith, acercarse a Toschi en medio del estreno de Harry el sucio (1971), una trama policial que tenía de enemigo a Escorpio, nada menos que el mismo Zodiaco, y en adelante ambos trabajaran juntos, no sin algo de conflicto en pos de solucionar el misterio.
Fincher se las arregla para mantener la tensión y el interés del público en dos horas con cerca de cuarenta minutos, en una cinta neuronal de grave y entretenido despliegue que puede integrar los dos sentidos, similar a la muestra de un plano de estrategia bélica en diáfana y fácil trasmisión como ejecución que vemos progresivamente hasta llegar a tener la certeza que adjudica la tesis de nuestro personaje principal. Cada movimiento lleva un respiro, en una articulación que ordena las piezas para que el panorama esté despejado para el entendimiento. Si se presta atención estaremos jugando al detective, en ello hay mucha habilidad para involucrar la curiosidad, anotando señales y rechazando distracciones, y aunque el desenlace no logre quizás el éxito mágico, hemos vivido cada instante de intranquilidad, de pasión, de persecución, de interrogación que se nos ha impartido.
Pocas veces una cinta puede albergar tanta emoción visual con lo que estaría bastante empatado con la escritura periodística de no ficción, fabricando su propio impacto a través de la imaginación y la creatividad que ha sabido llenar vacíos, mantener una credibilidad y materializarse de forma accesible, natural, como para hacernos creer que tenemos potestad omnipotente para estar en todas partes y verlo todo desde el privilegio que otorga las cámaras de Fincher, que ha sabido detener el reloj y meternos en la historia entregándonos minuciosamente información de primer orden en diestra armonía.
Zodiaco se convierte en algo físico partiendo de abstracciones y oscuridades, un logro invalorable que se puede ver como una cacería, como el álbum de memorias de un psicópata o como la radiografía de un sueño.