Aunque en un principio tanto Loren como Mastroianni deben fingir tener 30 años (Loren tenía 36, pero Mastronianni 46), no resulta menoscabo de lo que se ve en conjunto. La película se hace bastante sencilla pero con un aura que fraterniza con la verosimilitud en contarnos como viven su relación; parece que estuvieran improvisando en su cotidianidad haciendo notar una compenetración sentimental dulce y alegre.
En el momento en que Giovanna decide ir tras los pasos de Antonio parece imposible pensar que llegue a hallarlo asumiendo no solo que pueda ser una búsqueda infructuosa teniéndolo por muerto sino que parece que siguiera una aguja en un pajar siendo un país gigantesco al que se asoma. No obstante en eso Vittorio de Sica juega muy bien sus piezas y logra mientras conmueve acercándonos a la figura del personaje de Loren crear rastros que construyen la sensación de credulidad. Todo bajo una efervescencia que de la mano de las emociones de efusividad y melancolía muy bien trabajadas por la actriz principal que nos guía convencidos por su férrea disposición y meta logran nuestro interés al poner en relieve un filme anclado a una tragedia personal que toma forma en nuestro corazón, porque sin sentir esa andanza como propia se hace inferior el concepto.
Sin embargo la película no se queda en ese hito, el drama se intensifica en una segunda exposición que se mezcla con la desilusión que en pocas palabras metaforizándolo interrumpe el ávido palpitar, surge un conflicto que tira por la borda todo esfuerzo cercano al ideal de la pasión, ésta vez las justificaciones dejan algo de dudas en su total asunción que no llega a explicar demasiado dejando libre el aspecto de la lealtad aunque el agradecimiento se hace réprobo en esa vuelta de tuerca que observamos pero aún ante ello seguimos su inflexión hacia el nuevo rumbo todavía confiando en lo exhibido, ya que ya no seguimos al cariño desmedido sino a su ruptura y su sufrimiento.
Pasada la sorpresa se pone a prueba el amor, y en ese lugar la película no juega a lo romántico sino se enfrenta al realismo que nos somete cada día, estando de cara frente a las obligaciones que merman o limitan nuestra voluntad por asunto de consciencia, convirtiendo la responsabilidad en algo ineludible que exigen los mejores valores que es lo que se quiere discutir para decidir una salida, lo que pone contra la espada y la pared ese halo de incandescencia emocional que no mide consecuencias y que tiende a conminar nuestras acciones dejando fuera esa racionalidad que obliga a un adulto a hacerse cargo de una vida más restringida y pensar que no es del todo libre sino lo atan como en el caso otros seres humanos desprotegidos y dependientes con los cuales debe cumplir.
Hace acto la sombra del sacrificio, en esto Vittorio de Sica se destaca, le imprime con completa convicción un componente que circula en su filme, la familiaridad con lo mundano, poniendo ante los dardos de la existencia a la sensibilidad, como cuando produce giros que enriquecen el panorama fabricando una proximidad con lo común que como se hace hincapié perfectamente tiene de azar, de deliberación, de imprevisibilidad. El filme no deja de preguntarse ¿quién es primero, los demás o yo?, pero en ello la respuesta no resulta tan fácil ni egoísta ni desarraigada ni indolente sino que antepone un ser por otro en detrimento de uno de ellos para con su futuro y su realización como ser humano porque así de importante resulta el deber o el amor, porque se refiere a diversos tipos de afecto, para eso hasta su conclusión surge un debate que inclina la balanza según la consideración individual.
Varios tópicos se tocan, pero puestos en contextos complejos, proponiendo más físico, menos dogmatismo y evitando el discurso reduccionista, ya que la realidad es más complicada que un manual que da por seguro un único sentido como si todo fuera de lo más simple. Por su composición, comprensión, humanidad y reflexión I Girasoli (1970), de Vittorio de Sica, se presenta digna de la época de oro del cine italiano.