miércoles, 10 de agosto de 2011

Dolls

El amor es un tema que atañe a todos los seres humanos, cada uno en su respectiva individualidad, estando dentro de lo indispensable para ser plenamente feliz, pero qué de la desventura que puede cernirse sobre ese invaluable sentimiento, a modo de fábula el realizador japonés Takeshi Kitano asume ese reto haciendo un homenaje, en la vena de la tragedia griega, bajo la clara visión nipona anclada a lo universal, al proponer tres historias con cierto aire fantástico, pero que no dejan de conmover por su entrega y pasión.

La trama central involucra a Sawako y Matsumoto, los llamados mendigos atados. Por culpa de la ruptura de su relación amorosa Sawako pierde la razón y enferma, arrepentido Matsumoto sacrifica su vida para acompañar a la mujer que ama. Juntos deambulan por las calles como dos autistas libres por el mundo. Otro relato lo conforman Hiro y Ryoko, el primero la abandona para hacer una carrera criminal en la Yakuza, luego muchos años después retoma lo que dejó en su última cita. El día que le dijo adiós ella prometió traerle comida al parque todas las tardes desarrollando la posibilidad de un futuro reencuentro. Parece una absurda penitencia pero la mujer cumple devotamente. Envejecido Hiro va en su búsqueda olvidando su propia seguridad. La tercera trama es un amor platónico, cuasi perfecto e impoluto, Nukui, es fanático de la cantante pop, Haruna Yamaguchi, ella sufre un accidente que la lleva a decidir que no quiere que nadie la vuelva a ver, para ello Nukui hará un acto de renuncia descabellado que aspira a la reunión con su venerada dama.

Esas son las vías de comunicación que se suman a una introducción que exhibe dos títeres que padecen bajo la temática de la película y que se emparentan con el viacrucis de Sawako y Matsumoto. Todo apunta a una realización pequeña y sencilla, pero podemos ver una belleza visual latente, un mensaje de valor abnegado y en general un uso artístico que enmarca las razones por la que rendirle culto al cine. Kitano hace poesía con la cámara, juega románticamente con sus mejores artificios cinematográficos, prolonga hábilmente sus simpáticas adversidades agregando una sensación de grave permutación que propone enaltecer el lugar del amor eludiendo los finales felices, llevando un tono que no apoca sus fundamentos ni cansa.

Resaltando lo singular el director utiliza muchos flashbacks aunque reducidos de tiempo, y una pesadilla que poco aporta realmente, la cual podría ser cualquier cosa ya que la chica está abstraída del entorno. Kitano se detiene en los paisajes brindando énfasis en la fotografía, hace múltiples tomas variopintas que destacan el recorrido junto con los personajes. Ralentiza sus cuentos, no tiene apremio por manejar desenlaces que terminan siendo endebles y hasta alguno previsible pero ya más que suficientemente narrados aún en su minimalismo y su economía argumental que no desmerecen el concepto intrínseco que es lo que importa más no su proyección física sino que se interiorizan y se adscriben a su emanación reflexiva, siendo una cualidad el proveer de mayor valía y drama a lo simple pero dándole un cariz de extravagancia y originalidad que a pesar de ello nos haga meditar en el sentimiento prioritario del amor, volviendo lo efímero perenne dejando en la atmósfera un aroma a melancolía contenida, a ilusión rota, a locura justificada que no desdibuje el sentimiento que se yergue orgulloso de su triunfo, porque no es un lamento, un castigo o un reproche como se puede llegar a comprender e incluso enfocar para analizarlo por esas vertientes sino una auscultación admirativa de una ofrenda sin límites que es lo que circunda el filme.

Hay que resaltar la virtud de Kitano de proveer un filme entretenido y en sus aristas completo sin demasiada complicación, algo que produce placer visual y que nos moviliza como robando esa esencia que asume y encara con seguridad en la franqueza de sus postulados abiertos a juzgarse. No hace falta la genialidad oculta sino vibra el talento en la llaneza de quien muestra, abriendo las puertas del arte a los espectadores para que realmente sientan la empatía sin subterfugios oscuros ni melodramáticos, sino despiertos y abiertos, sensibles y reales aún en lo inverosímil, porque el que no tiene sensibilidad no puede fabricar sueños que en la pureza en que fluyen se han de rescatar siendo indudable que en Kitano se asoma ese don que se muestra sin rodeos y que no nos ha de faltar a nosotros para compenetrarnos con el arte.