Ransom cuenta la historia a unos periodistas del pueblo – y a nosotros- que le exigen les explique que hace en ese lugar lúgubre y solitario donde yace un cadáver, extrañados por su visita a una ceremonia fúnebre que solo tiene a un hombre presente, el sirviente y camarada de Doniphon, un hombre de color rustico pero bondadoso y leal llamado Pompey (Woody Strode), que en un momento de furia le salva la vida a su patrón que arrebatado siente que se han llevado todos sus planes futuros. En ellos cuenta Hallie (Vera Miles), una chica agreste e ignorante pero muy bella que es mesera en un restaurante local. Ransom se encargará de educarla y de cambiarle la existencia aunque tras el retorno al territorio que la vio nacer la dama transpire mucha nostalgia, incluso por Doniphon a quien le lleva una rosa de cactus que era el regalo que compartía el cowboy con ella.
El mal está representado por un violento bandolero y matón de nombre Liberty Valance (Lee Marvin) que impone su ley a toda la población y que le da una infame bienvenida a Ransom que a pesar de la paliza y la humillación mantiene su espíritu constructivo y moderno, tanto que harto de él decide retarlo a costa de poner su vida a disposición. Ese nuevo hombre mueve las aguas reinantes con sus pensamientos de justicia e intento de imposición del derecho ciudadano. Sin embargo es Doniphon el único capaz de enfrentar a ese indomable peligro aunque mantiene su distancia a manera de tensa convivencia en donde ninguno se teme aunque se respetan como pistoleros.
En el pueblo está naciendo el germen de la civilización, el periodista alcohólico pero de admirable voluntad de ejercer el llamado cuarto poder a favor de los demás, Dutton Peabody (Edmond O´Brien), aspira vencer a Valance que quiere seguir manteniendo al pueblo subyugado y atrasado, para eso se atreve a publicar en su diario contra los intereses del maleante, también arriesgando su propia salud. Doniphon es un héroe sin deseo de serlo y por otro Ransom solo quiere promulgar el desarrollo de normas que generen la evolución del pueblo, uno tiene la fuerza y el segundo la inteligencia, pero Valance juega con sus reglas y tiene todo a su gusto, lo que implica la necesaria participación de Doniphon en dar fin a los problemas. No obstante Ransom querrá valerse por sí mismo aunque al final dependa de su amigo.
Tenemos una trama muy bien desplegada, con una conformación entretenida como a su vez muy valorable artísticamente. También hay que hacer hincapié en las actuaciones, de élite, por las que cualquiera no podría más que gozar, sobre todo cuando el universo completo del filme es fácil de entender y sin pretensiones más que hacer un buen trabajo práctico y a esa vera deja una resonancia cinematográfica. De la mano del director John Ford, maestro del western, éste filme cumple con creces todas sus ambiciones y deja un producto inmortal, el mejor del género.
Wayne se administra perfecto en su elemento, en un género que le viene como anillo al dedo con una naturalidad que raya en la convicción y la seguridad, es decir el western más diáfano posible, con una actitud varonil, valiente, confiada, rural, sencilla y altanera. También Stewart logra la performance encomiable con un abogado débil técnicamente con las armas pero dispuesto a morir por sus convicciones, como en el enfrentamiento final con Valance, el tercer soporte principal dentro de las interpretaciones. Valance respira maldad e infringe abuso por sus poros en una teatralidad y sinvergüencería innata. Lee Marvin yace bendecido por los dioses, logra ganarse el cariño del espectador; cómo no alabar su manufactura histriónica, tan convincente, sin caer en el lugar común de la imposición de la caracterización del rival detestable a fuerza de forcejeo y arbitrariedad. El resto del casting logra cumplir solventemente y cada uno supera la meta logrando armar un pueblo lleno de personalidad. La presente realización es digna de aplausos, la que hay que catalogar de obra maestra, sin las reticencias de quien no está dispuesto a reconocer cuando está frente a lo grande.
En el pueblo está naciendo el germen de la civilización, el periodista alcohólico pero de admirable voluntad de ejercer el llamado cuarto poder a favor de los demás, Dutton Peabody (Edmond O´Brien), aspira vencer a Valance que quiere seguir manteniendo al pueblo subyugado y atrasado, para eso se atreve a publicar en su diario contra los intereses del maleante, también arriesgando su propia salud. Doniphon es un héroe sin deseo de serlo y por otro Ransom solo quiere promulgar el desarrollo de normas que generen la evolución del pueblo, uno tiene la fuerza y el segundo la inteligencia, pero Valance juega con sus reglas y tiene todo a su gusto, lo que implica la necesaria participación de Doniphon en dar fin a los problemas. No obstante Ransom querrá valerse por sí mismo aunque al final dependa de su amigo.
Tenemos una trama muy bien desplegada, con una conformación entretenida como a su vez muy valorable artísticamente. También hay que hacer hincapié en las actuaciones, de élite, por las que cualquiera no podría más que gozar, sobre todo cuando el universo completo del filme es fácil de entender y sin pretensiones más que hacer un buen trabajo práctico y a esa vera deja una resonancia cinematográfica. De la mano del director John Ford, maestro del western, éste filme cumple con creces todas sus ambiciones y deja un producto inmortal, el mejor del género.
Wayne se administra perfecto en su elemento, en un género que le viene como anillo al dedo con una naturalidad que raya en la convicción y la seguridad, es decir el western más diáfano posible, con una actitud varonil, valiente, confiada, rural, sencilla y altanera. También Stewart logra la performance encomiable con un abogado débil técnicamente con las armas pero dispuesto a morir por sus convicciones, como en el enfrentamiento final con Valance, el tercer soporte principal dentro de las interpretaciones. Valance respira maldad e infringe abuso por sus poros en una teatralidad y sinvergüencería innata. Lee Marvin yace bendecido por los dioses, logra ganarse el cariño del espectador; cómo no alabar su manufactura histriónica, tan convincente, sin caer en el lugar común de la imposición de la caracterización del rival detestable a fuerza de forcejeo y arbitrariedad. El resto del casting logra cumplir solventemente y cada uno supera la meta logrando armar un pueblo lleno de personalidad. La presente realización es digna de aplausos, la que hay que catalogar de obra maestra, sin las reticencias de quien no está dispuesto a reconocer cuando está frente a lo grande.