domingo, 18 de diciembre de 2011

La piel que habito

Si no supiéramos que la última película de Pedro Almodóvar se basa en la novela de Tierry Jonquet “Tarántula” diríamos que estamos ante la más precisa de las inventivas que define en esencia al cineasta español. Está la habilidad para presentar las constantes sexuales, la identidad y apetencia erótica del director o el atractivo de justificar las propias inclinaciones, en pocas palabras atrapar a la audiencia y convencerlos en ese intermedio de sus ideas, hacer accesible lo que de otra forma nos produciría rechazo.

Almodóvar logra concretar perfectamente la trama, cada concepto presenta sustento, no deja espacio sin respuesta, con total claridad cubre cada interrogante. Es una ventaja que se agradece ya que compenetra aunque quizás se hubiera estimado ser algo más creativo. No es que falle sino que se aboca a que los personajes especifiquen mucho de ellos verbalmente que sería la manera más elemental de hacerlo.

Sobre el suceso en sí del relato se perpetra con solvencia la transformación que requiere la cinta; en ningún momento se nos presenta como de ciencia ficción a pesar de que contiene rasgos científicos que albergan fantasía; se hace verosímil y es toda una virtud ya que posibilita más el drama que se nos cuenta con rasgos de la biogenética más avanzada.

Puede parecer que abusa del tema sexual pero en Almodóvar no hay timidez para la temática sino es requisito de su estética y de su personalidad, y en ésta oportunidad aunque tiene sus ratos de “exceso” se nos hace menos irreverente en el uso y se aboca más a la aventura del guión, como vemos en la violación de Zeca que otro hubiera evitado de repente aunque también es muy válido (el personaje es estrafalario pero tiene pleno sentido) o la otra de la desencadenante de la venganza.

Su mal gusto se suele interpretar como parte de su cosmovisión personal, que hay que defender ya que es solo la apreciación de quien es muy libre para abordar las relaciones carnales y es que una ventaja de su cine se debe a colocar la constante de predominancia sensual que lo caracteriza –en el filme totalmente razonable- pero proveyendo de una narrativa que se hace entretenida y hasta inteligente, porque Almodóvar lo es, ya en acto de celebrarlo como uno de los más importantes directores españoles de la actualidad, dicho desde ésta crítica por alguien que suele verlo irregular pero con mucha personalidad y alta cuota de talento, aunque deja una sensación de imperfección en el ambiente y se debe a que es autor de nutridos sucesos, de abundancia visual narrativa, llevando un ritmo veloz, a ratos prematuro, pero ante todo correcto en su desarrollo.

Es una historia que se nos hace audaz al descubrir quién es Vera, que secretos esconden los protagonistas, otro punto clave del asunto. El pasado nos acoge y nos define en la actualidad siendo la ley que maneja sus vidas en todo momento. El amor y el odio juntos borrando líneas entre ellos. La locura como parámetro latente. La devoción o su quebrantamiento. Las decisiones de cara a nuestra percepción voluble o rotunda, la sirvienta eligiendo entre dos hijos o el científico cayendo en manos de su pasión.

Almodóvar tampoco mide límites con sus personajes o actores, los explota sin miramientos y ellos se entregan a prueba de dedicación. Antonio Banderas le otorga dignidad a un Robert Ledgard que a ratos la pierde con su amor tan indulgente y nos muestra una seriedad que se nos materializa efectiva para el estilo ya que estamos con un tipo duro en el exterior pero blando por dentro. El actor luce elegante y seguro de sí, creíble aún en tanto mamotreto, sin dejar de ser sencillo.

Bastante hábil la participación decisiva de Elena Anaya, que en su papel es el objeto de culto que deja su notorio atractivo –está muy guapa- en segundo plano entregándose a la manipulación pero sin dejar de presentarse como el imán que termina obsesionando a Ledgard. Otras menciones especiales son para Jan Cornet y Marisa Paredes, destacando el aturdimiento/la desesperación o la firmeza/la abnegación respectivamente.

martes, 13 de diciembre de 2011

Another year

¿Una película de espíritu pequeño es mala? No necesariamente y eso es lo que refleja la última realización del cineasta británico Mike Leigh, que con historias mínimas saca a flote una muy atractiva película, su base es la familia y su clase social la media alta con gente educada, simpática y muy feliz, al menos para el matrimonio de Tom (Jim Brodbent) y Gerri (Ruth Sheen), un geólogo y una psicoterapeuta de avanzada edad que viven en una existencia tranquila y realizada, en donde por medio de su nobleza permiten que una buena amiga de ellos, Mary (Lesley Manville) los inunde con sus conflictos, siendo una mujer solitaria y ataviada de un aire de frustración continuo, abandonada por su último marido no vive el día sin estar próxima a sus entrañables amistades.

Mary es el verdadero centro de la trama a pesar de que gira alrededor del concepto de la familia. Una de las temáticas que se atribuye el filme es el de otorgarle intensidad a esos adultos mayores rompiendo con toda figura común ya que son vivaces y libres, además de que tienden a ser bastante locuaces y hasta cómicos a diferencia de esa imagen del inglés rígido que todos pueden llevar en la mente.

Los personajes valen por sus personalidades complejas, a ratos manejan disgustos y conversaciones críticas poco condescendientes, no son tampoco la quintaesencia de la bondad, como con la pareja de su vástago que puede caer antipática por su exaltada intencionalidad de quedar como una persona muy relajada y alegre. El hijo, Joe (Oliver Maltman) exuda un aire de ñoñez y pinta como un buen muchacho que también se presta al juego de los juicios de valor. Y es que los dibujos humanos son muy creíbles, sobre todo en Mary que con una simple expresión de congoja en un rostro surcado por marcas faciales puede enviarnos un mensaje mucho más profundo que la verborrea intrascendente de la que hacen gala muchos de los caracteres en su afán de vestirse de soltura y frescura, que lo tiene la realización sin pecar de minusválida o fingidamente artificial.

Todos critican a Mary, sin embargo su único error real es que ella simplemente se da tal y cual es, expuesta a dejarse querer o provocar arritmia o desdén ante la apertura de su idiosincrasia, su propensión a la bebida, su melancolía, sus quejas económicas y amorosas, la remembranza de su duro pasado, en el que ésta actriz sobresale dentro del reparto tanto que posee la riqueza histriónica más que suficiente para sacudir mentalidades en un guión original admirable nominado en los Oscars 2010 en que se luce la ilustración del inconformismo sin pie a soluciones a contraposición de un contexto holgado y dulce, y quizás se vislumbra un poco de luz al fondo del túnel, no solo por desear la placida atmosfera de sus queridos compañeros, la jardinería, el buen vino, la fraternidad, el respeto y la unidad, la cocina dentro de las actividades recreativas que anhela y que en parte comparte desde fuera del circulo verdadero, sino con el conocer de Ronnie (David Bradley) que recientemente ha enviudado, que no posee el afecto de su hijo y que dolido y entristecido recurre a su hermano Tom, su apoyo moral, encontrándose con ésta despierta dama que se da un respiro con él fumando marihuana y comunicándose ávidamente.

No todas la subtramas albergan conclusiones optimistas como demuestra un último semblante de uno de los protagónicos que nos interesan, ya que incluso por ahí yacen otros amigos con múltiples carencias existenciales y que no llegan a puerto, que solo siguen ruta sin posible salvación pero sin desesperanza aunque se esboza esa posibilidad sin caer en dramatismos exagerados. Leigh nos presenta un elocuente mosaico de vivencias sin caer en el recurso fácil de proponer dificultades y darles salida presurosa en sus cuatro estaciones de año en que exhibe su relato, permitiendo dejar como ha de ser siguiendo una mirada realista el camino a la imperfección del mundo que nos rodea a todos los seres humanos.

Una lección de aprovechar el tiempo y encontrar sentido, en una cierta inconsciencia ya que las respuestas -aunque en muchas oportunidades no lo aparenten- no son sencillas de obtener para nadie, en ninguna época ni para los que se nos retratan, gente común hasta un punto privilegiada que sacan sustancia a su cotidianidad y se otorgan responsabilidades ajenas sin caer en hagiografías como cuando Gerri se justifica diciéndole a Mary con la que siente enojo, es que se trata de mi familia y en ese lugar se mueve la cinta, priorizando esa unidad elemental de la sociedad, otorgándole el ideal, la máxima aspiración a contracorriente de la contemporaneidad que quiere asumir que la disfuncionalidad es la norma y no siempre funcionan los conformismos colectivos, no todos los buscan que es distinto de asumir ausencias y Leigh hace gala de su sabiduría para perpetrar naturalidad con actores de semblantes pedestres y nada notorios, con simpleza más no menos importancia que otras figuras rimbombantes, con carisma y sin complejos u obligaciones, dando pie a cautivar la atención sin espectáculo salvo el de la propia vida.

martes, 6 de diciembre de 2011

Japón

El presente cine está dirigido a un público pequeño ya que no es fácil que se entienda. Éste se mueve en un lenguaje muy personal y una de sus características es la rareza. El autor es el director mexicano Carlos Reygadas, que nos describe en su filme la depresión, su leitmotiv y mayor virtud, recordándome al Abbas Kiarostami de El sabor de las cerezas (1997), a cinco años de ésta, aunque con diferencias como ahondar mucho más en el sentimiento y compartir la depresión en el filme.

Un hombre decide ir a morir a un pueblito olvidado y básico, sin que el cineasta nos engañe, lo recrea tal cual debe ser, en él espera suicidarse tras experimentar una búsqueda de paz en soledad. Sin embargo prolonga su dolor o percibe el sosiego bajo una extraña tensión sexual; no es que sea muy joven ni de buena apariencia física -quien además es rengo- pero la degradación resulta palpable, el inicio de una constante en la filmografía del mexicano. Con ella explorará un sentimiento particular, un vínculo que lo hace llorar y con la que comparte fantasías o un trato entre amable y agresivo. No es un hombre que clasifique ni en lo sofisticado a pesar de la música que escucha ni en lo ordinario aunque lo sea masturbándose en el cuarto o fumando marihuana que comparte con una anciana que no deja de sorprendernos (que no significa que deje de ser creíble). Estos momentos son resaltados por la lente del realizador para dibujarlo como un ser humano de difícil clasificación.

A parte de ese protagonista tenemos al pueblo en sí, un lugar donde los actores parecen salidos de una historia del neorrealismo italiano en donde no llenan los zapatos de los profesionales pero dan trasparencia a esa realidad. Los diálogos que dicen parecen declamados en un aula escolar de primaria y se entiende simplemente a razón de que son ellos mismos. El que destaca es el personaje masculino descrito anteriormente del cual no se conoce nombre, aunque todo gracias al guion y dirección de Reygadas, máximo artífice que subyuga todo a su ingenio.

Ascen, la compañera en esas vivencias de campo, en cambio a ratos parece luchar contra la cámara, los ojos van instintivamente hacia donde está, y muchos parlamentos suyos personifican falta de entusiasmo entendiéndose poco logrados, aunque dándole crédito se deduce entrega al trabajo, cuando besa a una mujer en un sueño y se acuesta con su inquilino. Su imagen nos gana pero se le saca sustancia y ella se la juega por la cinta. En el papel accede sin rechistar a acostarse con un extraño sin denotar excitación y la única justificación que escuchamos viene de su sobrino; “es que mi tía está loca” dice, o es que es tan simple su personalidad que no puede negarse a decir que no, en contradicción de su devoción a la religión (léase además doble moral o ignorancia).

Minutos antes de desnudarse para tener sexo va a la iglesia, involuntariamente sonríe o su gesto está demás. Más tarde acata la absurda petición, el hombre solo dice que necesita su cuerpo para sanar, para superar su trance de desgraciado y todo eso brilla de extrañeza, pero no deja de ser curioso, atractivo en esencia como lo es la canción de un poblador, que parece tener buena voz pero ostenta un problema con la dicción; se nos muestra su dificultad y apetece escucharle, provoca expectativas en su imperfección. Carlos Reygadas me motiva a creer que el objetivo de éste filme de pretensión de cine intelectual es el amor al arte más original que nace desde adentro, ganadora de la cámara de oro en mención especial, en ese serio festival de miembros cultos y excéntricos que es Cannes.

El filme aún con defectos presenta materia que lo realza; la cámara se mueve desorientándonos de nuestro sentido del espacio, varias tomas son muy cerradas y otras se enfocan en simplicidades como un ratón, un insecto o la copulación de unos caballos ante la risa de unos niños, innecesario quizás, pero cine al fin y al cabo, siendo toda posibilidad aceptable. A su vez se puede ver que se destaca detalles en esa transmisión de sacarle provecho a la naturaleza que es parte de ese neorrealismo que he mencionado, pero modernizado, como lo es también el hecho del nacionalismo de enseñar lo más autóctono pero con la experimentación del nuevo séptimo arte, elemento ganador por actualizarse, pero minoritario por el tipo de modernismo.

Es una obra para los que quieren esforzarse mentalmente, abiertos a la diversidad, como a lo chocante y a la vez próximos al minimalismo, porque es una realización sencilla a pesar de su particularidad y que se me presenta con lógica al fin y al cabo (un punto a favor del autor).

Un recurso que hay que aguantar es la lentitud de la trama, la contemplación exasperante de la última contemporaneidad cinematográfica, inquietud que no me hace desfallecer pero requiere adaptación para los que sientan que éste cine interesa, y me incluyo en ese grupo porque podemos confiar en que Reygadas tiene futuro de cara a su ópera prima y es digno mensajero de éste tipo de cine arte.

sábado, 3 de diciembre de 2011

La tentación vive arriba (The Seven Year Itch)

Conocida además como La comezón del séptimo año (1955) que sería una traducción literal del título, ésta comedia de Billy Wilder tiene como estrella a Marilyn Monroe y si bien una cinta es el conjunto de sus partes o el predominio de su trama puedo decir que ésta realización bien vale verse sólo por aquella gran diva de cabello rubio platinado, en la exhibición de un cuerpo de pies a cabeza delicioso y deslumbrante, más la sensualidad de aquellas curvas y gestos, unos ojos expresivos, una boca provocativa y el manejo de tantos atributos femeninos en la que podía ser la más dulce tentación como precisa su título más ingenioso.

Richard Sherman (Tom Ewell) alterado grita: “¡podría estar con Marilyn Monroe!”, denunciando una infidelidad de cara a los celos que siente por una de sus fantasías dirigidas hacia un posible rival muy parecido a Cary Grant, y a pesar de tener entre manos el sueño perfecto e idílico de cualquier varón, éste aguanta estoico el llevar hasta las últimas consecuencias una aventura que lo mantiene en la balanza de la indecisión. Lo intenta pero no quiere rendirse ante esa beldad ingenua, fresca, tonta y transparente que le dice directamente que prefiere a los hombres casados, sin rehuir la propuesta de un amorío ya que no quiere ningún compromiso serio, dando clara muestra de alegre superficialidad. Sin embargo aunque puede creerse que estamos frente a una vil mujer de la vida, ella supera ese título al sobrellevar esa desinhibición natural y segura con candidez y sentimentalismo en toda regla. Para muestra de ésta salvedad está el escuchar de sus labios que prefiere a los hombres tímidos y menos agraciados, ahí está lo que enloquece a una mujer dice justificándonos su sensibilidad, no el tipo implacablemente guapo que se mueve con vanidad, la misma que ella ostenta diciendo que los hombres suelen descontrolarse en su presencia, que no miente tampoco y en prueba está que Sherman trata de propasarse sentado en un banco cerca a un piano. A ella le excita no la música clásica de sugerente estética melodiosa sino Chopsticks (Palillos Chinos), una canción casi infantil de jubiloso ritmo, y eso es ella, una irresistible dama que a todas luces se propone en bandeja de plata abriendo su existencia sin medias tintas a la vera de un poco agraciado personaje que aunque de buena condición social e inteligente es simplemente uno más del montón o, peor, el último de la fila.

Es el relato de un hombre que a los siete años de casado, tras las vacaciones de verano de su esposa que parte con su hijo dejándolo por trabajo a solas durante dos semanas, entra en una temporada donde los hombres pierden su mesura para brindarse libertades afectivas. El protagonista está entre la espada y la pared en medio de su obligación para con los votos matrimoniales y esa picazón que describe un libro médico.

Prodigarse algo de diversión, sea trago, fumar o acostarse con otra mujer, es la disyuntiva del poderoso aullido interior del primitivismo ancestral que además vemos en un soporífero inicio recreado sobre los indios que poblaban Manhattan. Sherman es un buen cabeza de familia, honesto, trabajador, metódico y bien educado que a pesar de tanta cualidad queda embobado con aquella rubia, la chica del segundo piso que comunica con su escalera clausurada, a la que decide seducir sin dificultad, ya que aún en su graciosa fisonomía tiene actitud, es ególatra como pocos y está provisto de una imaginación descomunal, con lo cual se hace capaz de hacerla rendir a sus pies. Una fantasía hecha realidad en medio de sus simpáticos sueños.

Vemos en pantalla la intromisión de sus inquietudes, a su mujer regresando enfadada con una pistola, a su secretaria rompiéndole la camisa desesperada o a su amante en la bañera dispersando el rumor. Sherman es un neurótico con pantalones que mueve un dedo incontrolablemente, pero que articula con aquella sencilla maravilla del deseo, una verdadera muñeca como manifiesta su rústico arrendador, unos diálogos muy fluidos y carismáticos, mostrando un guión dotado (del mismo Billy Wilder, y de George Axelrod, autor de la obra de teatro que adapta la película). La constante conversación entre la pareja está cargada de soltura, amena intrascendencia a ratos y a otros mucha cultura aproximada al trato común.

No se trata de una comedia vulgar sino muy centrada, pero sin perder franqueza en el trato, ya que puede enfrentar temas álgidos, el adulterio, el chantaje, la promiscuidad, que no faltan en los discursos, en muchos, ya que el personaje principal abarca amplios monólogos que rayan en cierta locura y, a su vez, apertura mental. No se guarda nada analizando su realidad, se manifiesta perennemente autocrítico de cada movimiento de su personalidad.

Marilyn Monroe hace con gran dignidad de una mujer fácil y boba. Su artificiosa lentitud se presenta creíble y aunque peca de excesiva se gana el cariño de uno. Tiene unos ojos eternamente sorprendidos en una mezcla de esencia dionisiaca y un comportamiento suave desprovisto sin contradecirme de ningún atisbo de maldad. Ewell en hábil actuación es muy risible, agradable, pedestre y tiene siempre un as bajo la manga. Ambos interactúan con bastante encumbramiento, fuera de presentarse sin demasiados adornos y complejidades. Parece todo simple y no lo es, ya que como bien se dice hacer el tonto cuando no lo eres no es asunto de cualquiera y Monroe finge, se ve, pero funciona, nunca deja de ser tierna.

La carcajada viene sin embrollos cultos ni recursos mezquinos o desproporcionados, a ratos se sienten algunos pequeños espacios muertos, pero en general la trama fluye rutilante. Los sucesos proporcionados por la imaginación del protagonista se hacen sumamente festivos. Los tantos rodeos y las preocupaciones siempre entorno a corromper la confianza justificando una cana al aire a razón del desinterés de la cónyuge y de la emoción de la licencia sexual suman al producto, hazaña que en el mensaje intrínseco se perdona. Tampoco rehúsa ser permisivo con liviandades como un par de besos y uno que otro exabrupto hormonal pero termina siendo aún en sus audacias de un aire naif. Los argumentos abundan, pero la filosofía es la de la broma elegante aunque clara. Y no falta la mítica en el filme, la falda de aquel vestido blanco que se levanta con la ventilación del metro dejando ver unas hermosas piernas, o la escena de Marilyn en la ventana avisando el olvido de unos zapatos que luego delicadamente los pasa a la distancia. Y es que estamos ante un amplio goce del cine clásico.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Poetry

La última película de Lee Chang-dong es ganadora a mejor guión en el Festival de Cine de Cannes 2010 y es que su relato es de una belleza que mantiene ecuanimidad para con el título, no exenta de inteligencia en un alarde de reflexión constante alrededor de un crimen, la violación reiterativa de una chica de 15 años por seis compañeros de clase, y que relacionan al personaje principal en que su único nieto quien ella sola cría es uno de los responsables. La tragedia se hace más grave aún porque la niña se suicida y es el detonante que da a conocer el infame ultraje al que ha sido sometida. Al provenir de una familia pobre los padres de los indiferentes culpables buscan un arreglo económico que evite que sus benditos retoños vayan a prisión, incluso las autoridades del colegio ayudan en el ocultamiento del caso.

En esa disyuntiva yace Mija (Yun Jeong-hie), una anciana que se siente hermosa y que ostenta una despierta alegría por la vida a parte de una extravagancia moderna decentemente desenvuelta que no roza la estulticia. Una frescura que no recrimina ni exige mucho al destino pero que de cara a la realidad sufrirá cuanto peor embate puede propinarle el inclemente mundo, no solo una enfermedad que degenerará su memoria sino la necesidad de juntar una cantidad grande de dinero que evite el justo castigo de Wook, su rebelde e indolente nieto, que en el filme no se nos presenta como un criminal sino muy natural que lo dibuja desinteresado y ambiguo del rechazo que puede generar al público observador.

El cineasta surcoreano acierta en su forma de manejar tanto la estructura de la realización como la de perfilar a sus personajes, estos son de carne y hueso, no se van a ningún extremo aunque haya ausencia de muchas características e igual siguen tomando sentido.

Caminamos a la par detrás de Mija y conocemos todo su entorno, su rutina, su personalidad y sus relaciones, entre ellas las de empleada del hogar de un anciano adinerado tullido que termina proponiendo un último placer que lo haga sentir viril y todo con una audacia que no chirria en momento alguno, que no parpadea y se mueve con ágil manufactura dando sentido a un recurso que nos vuelve a representar matices. Nuestra protagonista principal es una mujer sencilla, una buena mujer que decide estudiar poesía recordando que alguna vez le dijeron que parecía tener esa inclinación debido a sus cualidades, su gusto por las flores y el uso de palabras complicadas.

Ella traspira transparencia, no pretende ser impoluta a la vera de la santidad y tiende o intenta ignorar la dura controversia pero como toda persona bondadosa por esencia quiere hacer lo correcto y en ese lugar no puede dejar de lado el suceso de la destrucción de la existencia de una indefensa pequeña. Su consciencia, su proximidad con esa desgracia y la actitud de su descendiente harán meditar sin pie a resoluciones fáciles e inmorales, el deber se irgue altivo dentro de su contemplación y su amor solo hace que sus pensamientos se compliquen.

Es rápido el vínculo que fomenta Chang-dong, Mija se hace querer sin sentimentalismos melosos aunque con el artificio sutil desplegado por un director que sabe armar figuras humanas asociándolas y comunicando a través de ellas en una retroalimentación que tiene de pretexto instantes necesarios pero aparentando menor conjetura y sin prolongarlos sino virando como en un mosaico de cortos instantes que representan una mirada a la intrusión de un contexto diario que ostenta importancia sin lejanías ni espectacularidad. Tampoco la predispone a la obviedad aún en la simpleza y en el retrato de su humildad que no impide darle rasgos curiosos o salidas audaces como la del encuentro con la madre de la muchacha violada, un clímax dentro de tantos otros instantes álgidos de filosa expectativa como la espera de aquel poema que tiene que escribir como fin de clase y al que parece no hallarle entendimiento pero que la incita a buscar y a maravillarnos con esa ilusión que enaltece el verdadero fin del arte escapándosele en el arduo sendero de la inspiración que el filme describe, justifica e impulsa en continuo vaivén mediante todo lo que contiene éste relato como con su asistencia e interacción con la cosmovisión literaria de las declamaciones, de las confesiones, de la enseñanza y de la propia fabricación sentimental en el sentido que tenga profundidad y significación uniendo trama con aquello que implica romanticismo que tampoco se hace predecible ni ñoño ya que hay ironía y campechanía hasta la lógica del policía honesto y vulgar que permite la metáfora de las apariencias, en ser sin falsedades, en el optimismo y en que el cariz del planeta en que nos movemos depende de nosotros.

La cotidianidad es otra muestra de maestría, el movimiento de las actividades se mueven variopintas perfectamente ensambladas en compartimentos comprensibles sin sobrantes, cuando parece ir en un sentido menor regresa a otro más trascendente sin agotarnos, con el ritmo y la traslación medida, controlada sin hacerla notar. No solo es coherente sino que no teme permitirse licencias en particularidades y no quiere ser una historia clásica ni manipuladora o extraña pero tiene de todas ellas en dosis imperceptibles para convencernos y guiarnos hasta ese apoteósico cierre en que escuchamos y solucionamos nuestros conflictos internos con la recitación de la lirica del amor y la muerte en honor del sufrimiento de todos los seres humanos colocando en su lugar lo que corresponde. Imprescindible obra maestra de la mejor manifestación de contemporaneidad atípica incluso para su procedencia.

Perfect Blue

Satoshi Kon con tan solo cuatro filmes es un director japonés muy famoso dentro del anime, un artista de culto muy querido alrededor del mundo, más con su prematura muerte a los 46 años de edad. La presente película es su primer largometraje cinematográfico y nos relata la historia de Mima, una célebre cantante de pop que un día decide abandonar su carrera musical para convertirse en actriz. En dicho trance debe reinventarse mediante algunas actuaciones eróticas y sesiones fotográficas de desnudos que exigen conseguir la nueva reputación de excelsa histrión y que la hacen sentirse culpable pero que tampoco limitan su ilusión de llegar a destacar en el séptimo arte.

El tema parece fácil pero no lo es ya que la realidad se confunde con lo onírico y con la locura, asecha la enfermedad mental de la doble personalidad o es que la figura de la aclamada estrella musical es como un fantasma que no permite llevar una vida normal a quienes están seducidos por su fanatismo. Y mucho de ello hay, un extraño personaje acosa a la artista y parece ser partícipe de unos asesinatos y no está claro ya que hay más de una posibilidad, la elipsis se queda sin dar una justificación clara y a eso juega el filme, a intercambiar y mezclar fantasía con verismo. Los hechos son ambiguos pero las circunstancias remiten a la usurpación de la ficción en lo que se vive, la película cobra forma y cruza la línea de lo irreal haciendo de Mima mitad persona y mitad personaje.

Es una realización que gana con el proceso de asimilación, inmediatamente nos puede dejar confusos y extrañados pero a medida que pasa el tiempo el relato cobra coherencia si se quiere ya que siempre guarda su carácter incierto que ese es su máximo artilugio y lo que hace compleja la propuesta. No se conforma con resolver por una única salida y gira perpetuamente hacia otra dirección cuando parece ya terminada la idea y explicada a manera de desdibujar contornos para fluir hacia un cauce más original aunque difuso e irregular pero aunque parezca increíble contundente y audaz, que también puede ser pesado y fastidiar por tanta sensación de inseguridad.

Es la cosmovisión que gira detrás de la idolatría más radical y de la usurpación de la identidad, del carácter impersonal que es en el otro, que toma sentido con el engaño y el discurrir de la auto-parodia involuntaria que es más seria y oscura de lo que parece por convertirse en una pasión que quiere manipular y destruir sin ser ese el fin por albergar tanto placer y grandilocuencia. Es “enseñar” a costa de romper cuanta ley se ponga enfrente si depende defender nuestras creencias, delirios y sueños, nuestra imagen creada que ya deja de ser la de un ser humano para ser algo desmedido, patológico y eso influye hasta en la propia personalidad de Mima que está convencida de ese paralelo yo revestido de tanta belleza, sobredimensión de prerrogativas y lírica que duele, sostenida por su aura de reconocimiento y que crea amplios conflictos que no la dejan discernir entre su verdadero entorno que casi no existe y ese otro alterno de la exageración que se profesa tras algunas figuras públicas que desbordan nuestro afecto hasta el paroxismo incluyéndonos tanto que nos domina o eso intenta producto de una inestabilidad en la protagonista principal que en el filme nunca se explica y no es necesario quizás porque con los vaivenes a pesar del eterno recurso tenemos mucho pan por rebanar.

No falta la violencia y la brutalidad, los hechos escabrosos a flor de piel y en toda visualidad, siendo un anime híper realista como se acostumbra ya que su público es definitivamente adulto como demuestran las ilustraciones de la recreación para la pantalla de una violación o el querer materializarlo en el mundo real cuando un extraño sujeto intenta forzarla en una de sus persecuciones. Hay múltiples homicidios y estos son potentes y detallistas, la peor toma interesa y es digno de alabanza ese perfeccionismo en el dibujo como el que podemos atribuirle a las tantas vueltas de tuerca de la trama que aunque no alcancemos a verlo todo no presenta pretextos y se mueve con estética absoluta. Es memorable ver que hasta las expresiones son muy cuidadas diciendo mucho más que ante un actor promedio y que en un momento hasta la sencilla caída de la estelar incluye el movimiento de sus senos, erotismo que no falta tampoco, sensualidad flagrante. Si tenemos paciencia mientras disfrutamos de las imponentes animaciones nos veremos más que recompensados.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Dies irae

Dirigida por uno de los cineastas más respetados del mundo Carl Theodor Dreyer, para muchos uno de los máximos exponentes del intelecto a disposición del cine. En ésta su obra nos remite a la cacería de brujas impartida con fiereza a comienzos de la edad moderna, para ser exactos el relato nos coloca en 1623 con la acusación de pacto con el demonio de la anciana Herlofs Marte. El reverendo Absalon Pedersson se convierte en su confesor como su juez y a sabiendas de haber ayudado a la madre de su actual joven y segunda esposa Anne de salvarse de la hoguera para contraer matrimonio con su hija la encuentra culpable obviando sus suplicas y recriminaciones ya que ésta cree fervientemente que a quien salvo era una hechicera a diferencia de ella.

La trama de la cinta nos recrea la persecución por herejía en un pequeño pueblo evangelista regido por su alta devoción religiosa dirigido por un poder eclesiástico que rige los destinos de la gente en donde Absalon es el más alto representante movilizando la obsesión por desterrar del mundo las prácticas oscuras en contra del nombre de Dios como suelen fundamentar en defensa de sus salvajes actos. Utilizan la inquisición y se valen de la tortura como del rumor para lograr confesiones que terminan impartiendo la pena capital en el más terrible sufrimiento, ser quemados vivos.

A ese fanatismo que mantiene a Absalom en constante meditación de sus propias acciones propiciadas por el juicio a Herlofs Marte, se siente culpable de haber obligado a su presente esposa a unirse en matrimonio a muy corta edad sin jamás consultarle y bajo larga diferencia generacional, se suma su fidelidad para con su iglesia de cara a elegir entre su deber para con ella y el favor que le ha entregado a su cónyuge. A su madre, la severa Merete no le queda duda de que su responsabilidad no es para con Anne a quien detesta haciéndolo notar sin concesión ya que siente que es la única gran falta de su idolatrado vástago y hará cuanto pueda para sacarla del camino.

El tema se embrolla con la llegada del hijo de Absalom de nombre Martin, un joven educado, recto y fiel a las creencias familiares que terminará quebrando su moral, el cual deberá hacerse cargo de una decisión, la fuerte disyuntiva entre él o el respeto por su padre, la fe o el amor siendo quizás ya demasiado tarde. En ese trayecto Anne descubre que puede ser vista en la misma señal de su progenitora, unos extraños ojos encendidos que la sindican de bruja con la gracia de manipular a cualquier ser vivo e invocar a los muertos, sin embargo confía en que su afecto sea retribuido. Absalom ve candidez e inocencia y confía en su mujer a pesar de la insidia que genera su energúmena ascendiente a la vez de absorberse en los dilemas que le exige su vestimenta cristiana. Anne saltará de la adustez a la vivacidad y no faltará a la exhibición de sus sentimientos colocando prioridades que le serán proclives a la desgracia.

El título de la película nos habla de un himno latino que quiere decir día de la ira que canta la petición de compasión y perdón, de la aceptación para ingresar al cielo frente al juicio final en medio del apocalipsis. Dreyer hace bien en utilizar dicha simbología que se hace clara aunque bajo la batuta de los hombres que se encargan de emitir veredictos en razón de salvar el alma humana. Retrato que se pliega a la época rodeando el filme de verismo ya que en realidad cabe la posibilidad de que exista en sus mentes la brujería, la fe no se discute si no se presenta como el sendero que todo lo subyuga, infringirla solo permite el pecado y es que el cineasta nos deja la tarea de analizar por nosotros mismos lo que vemos, no nos fuerza a pensar como él sino se maneja sutil, siendo el filme dinámico para haber sido filmado en 1943 y según la temática, tampoco busca ser muy europeo pero no se presenta predecible en su desarrollo o desenlace aunque los hechos yacen en el imaginario común, es decir que saca provecho de una situación manida para hacer una historia propia.

Las interpretaciones son solidas y son grata característica que agrega rasgos definibles en los personajes sin caer en la caricatura, los identificamos con facilidad en sus odios (la abuela), miedos (la condenada), pasiones (Anne), cavilaciones autocríticas (Absalom) y ambigüedades (Martin). El director danés maneja un bello blanco y negro con lucidas sombras al mismo estilo de los influyentes claroscuros de Michelangelo Caravaggio. Sugiere y se manifiesta tenue pero otorgando consistencia a los caracteres a la hora de mostrarse tal cual son, es un estilista que no se recarga y que da luz a las expresiones generando un ambiente incierto que recurre a lo imprevisto y da el giro donde menos se piensa con la impresión de hacerlo cuando quiere, aún ya habiendo tantas formas conocidas no deja de tener autoría sin que yazca mucha pompa a pesar del intelecto del narrador en confabulación con el espectador despierto.

martes, 22 de noviembre de 2011

Una noche con Sabrina Love

Basada en la novela del escritor argentino Pedro Mairal nos cuenta la historia de Daniel Montero (Tomás Fonzi), un joven de 17 años que vive en Curuguazu, un pueblo en el interior de Argentina, y que tras enviar una carta cargada de ternura logra ganar el premio mayor en un concurso televisivo auspiciado por un programa erótico, el cual es acostarse con la actriz porno Sabrina Love, la bella Cecilia Roth, que contaba con 44 años de edad muy bien llevados.

En una naturalidad característica nos despliega un personaje que debiera ostentar vulgaridad y en cierta medida no le falta, sin embargo en su lugar predominantemente se pega a la franqueza y transparencia de su personalidad como a la de su quehacer laboral cotidiano, trasmitiendo sensualidad y superficialidad sin caer en la mala broma imitativa teniendo algo de matiz que cae en un romanticismo, inocencia y un deseo de no juzgar con demasía a su modus vivendi, a fin de cuentas es lo que es sin tapujos y sin vergüenza, un ser humano más rodando en el mundo aunque es clara la intensión de otorgarle dignidad, sobrellevar la realidad y hacerla simpática pero otorgándole una que otra seña de identidad que remitan a su verdadera esencia, en ese sentido es un personaje entre verosímil y maquillado para que funcione con el juego admirativo y la ilusión afectiva que presenta Daniel. En eso quiere basarse el filme y suponemos que también la novela, brindarle sentimentalismo a la propuesta, es la iniciación sexual y el descubrimiento de la madurez de un muchacho despierto como bastante sensible.

A la par, con la esperada noche de sexo con su ídolo resolviendo la aventura del viaje a la capital y la hazaña de amoldarse a su modernidad y liberalidad, está el hecho de comulgar con un vinculo con su hermano mayor, quien ha defraudado el futuro que prometía, pasando de recriminar a su padre su poca aspiración en el trabajo de vidriero para venirse a Buenos Aires en busca de su desarrollo personal a terminar siendo un mantenido por una pareja amorosa de mucho mayor edad, Julia (Norma Aleandro), fotógrafa profesional que no es eje importante en la historia y que no genera mayores controversias y es que el filme no pretende ninguna.

Todo el contexto está expuesto como que yace en la perfecta normalidad, como que no hay nada que discutir ni reflexionar, es tal como se ve en un ambiente pacífico, realizado y muy aceptado en la sociedad sin problemáticas, limitaciones o enemistades alrededor salvando al celoso productor que en exhibición de doble moral estando casado y explotando a Sabrina tiene algunos ataques de celos frente a la promiscuidad de su pareja.

En resumidas cuentas es asistir a la noche de iniciación sexual bajo especiales exigencias de un chiquillo pueblerino aunque poco lento a razón de no minimizarlo sino hacerlo artífice activo de un periplo nada sencillo realmente, que no ha perdido su calidez humana que es la base de la historia sino sería más fría, poco identificable y simple de lo que pretende, que además ostenta mucha suerte y tino para resolverse, ya que las circunstancias lo favorecen constantemente siendo licencias que ayudan a mover los hilos que se desean manifestar y es que tampoco se trata de hacer el asunto difícil más que familiarizar al espectador con el protagónico y entretenerlo con una anécdota magnificada.

Vivirá tres relaciones contradiciendo en parte la idea de su naturaleza de buen hombre que se le adjudica muchas veces -o en todo caso tiene carácter muy indulgente emotivamente- ya que se comporta como un lobo con piel de oveja aunque sin notarlo ni queriendo que sea tal pero que sus acciones lo sindican de esa manera o es que simplemente actúa sin pensar llevado por sus inclinaciones más básicas, la gracia de un bobo santamente afortunado, fuera de que se fuerce a volver al cauce ideal poniéndolo alterado cuando ve a Sabrina filmando una escena para adultos, para más tarde en última consecuencia mantenga su admiración en la despedida, dando a entender la verdadera cara de la película, la banalidad.

Daniel está entusiasmado con una actriz pornográfica más dulce, centrada y comprensiva de lo que debería y no solo se trata de evitar el estereotipo, a la vez de una relación veloz y efímera que solo se puede entender si la atracción y la desinhibición han perdido su elaboración tradicional para convertirse en cuestión de tomar lo que uno quiere sin ningún protocolo o seducción de por medio, lo que parece ser ya que un personaje, el extraño escritor vagabundo de poemas al estilo de Bukowski, dice que en Buenos Aires las mujeres son demasiado liberales, en la reportera idílica que vive como rica, y por último la chiquilla cándida y dulce que alimenta el lado humano del que se le quiere revestir.

De la cinta dirigida por el cineasta argentino Alejandro Agresti solo se puede sacar que parece el sueño del autor, no se trata más que buscar el placer pero como reza el filme sin perder los valores y creciendo, es la incongruencia más grande ya que no se evoluciona sin ver, sin entender, si no se observan responsabilidades, si no nos desengañamos, si la vida no nos presenta su rudeza. En el plano intelectual es ampliamente vacía pero vista como un periplo sensual tiene gracia, observar a Cecilia Roth en semejante personaje tiene gancho aunque incluso la noche prometida sea no solo rauda en el acto sino propia de un cuento de hadas y es que no queda más que dejarla con éste rótulo, atributo que la libera de cualquier carga que deje con absolutamente nada a la película teniendo a favor el ritmo, el retrato del padre de Daniel, la ambientación urbana (en la sala de baile con el tango, en el espectáculo con la música tropical), el cameo con Charlie García o la idea del encuentro sexual con la actriz porno.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Confessions (Kokuhaku)

A veces la venganza se convierte en la única salida al dolor, esa es la premisa que articula la película del cineasta japonés Tetsuya Nakashima. Yuko Moriguchi, una profesora de colegio secundario confiesa que dos niños de su clase, menores respaldados por la ley de no ser castigados con prisión por asesinato, han matado a su hija Manami y ni siquiera yacen condenados oficialmente ya que ha sido interpretado el incidente por un accidente, entendiéndose que la niña se ahogó en la piscina al caer, sin embargo la verdad sale a la luz por deducción y una concatenación perfecta, para que luego al poco tiempo llegue la admisión de boca directa. Ésta les dice a todo su alumnado que ha colocado la sangre de su pareja infectado de Sida en los envases de leche de a quienes solo señala como A y B, siendo el motor de muchas consecuencias que se remiten a un pasado bien solventado.

Su resolución desata la locura de uno que queda recluido en su casa abandonado higiénicamente ante la desesperación de su madre que lo cree un chico bueno a pesar de saber que es causante de la supresión de una vida culpando a todo menos a su vástago, y el otro sufre de hostigamiento escolar ante su indiferencia de lo que ha relatado su maestra públicamente la cual ha dejado su labor pedagógica tras su maquinación que no termina ahí sino mantiene en continuo reglaje y estira sus tentáculos hacia su reemplazo quien sin querer tortura con su presencia y su buena disposición a uno de los jóvenes criminales.

El desenlace continúa y se nos muestran las existencias de los dos malos elementos que aunque pequeños son dignos de temer tan igual a los peores peligros de una ruptura del orden establecido para la convivencia civilizada dentro de la sociedad. Uno corrompido por la ausencia de su madre teniendo grandes facultades intelectuales planea sucesos violentos que atraigan su atención mientras el otro simplemente ha sido manipulado debido a su carencia de escrúpulos, su simpleza y su soledad. Ambos están aparentemente acabados o no les importa su porvenir salvo en uno resolver la falta de cariño de su progenitora. Tanto víctima como verdugos viven en el infierno dedicados a hacer daño ante sus propias justificaciones o a desparecer del mapa en el caso del monigote demente que solo sabe gritar y encerrarse en su habitación.

Moriguchi inicia las confesiones y con ella se suceden sus dos terribles creadores, luego también otros alumnos relacionados con ellos. En medio de una infelicidad emocional se hace hincapié en el deseo de acaparar miradas mediante la red social. También se busca satisfacer solo a uno mismo menospreciando al prójimo que se convierte en poco menos que un ente vacuo e insignificante. Por su parte la maestra tiene obstruidos sus valores como su bondad para dar rienda suelta a su ira, no quiere escuchar a ninguna consciencia, atribuyéndose la justicia por sus manos, frente a la imposibilidad de que tenga resarcida su pérdida de ninguna forma por una reglamentación judicial que permite engendrar salvajes homicidas amparados en el absurdo de no ser sometidos al orden general sino que se rigen a la impunidad.

Definitivamente la polémica está servida, no obstante la profesora no se gana nuestro respaldo aunque no faltará inclinación subjetiva minoritaria, como cuando se juzga por dar un caso la pena de muerte y no podemos más que encontrarnos en un callejón sin salida frente a unas leyes que no controlan ni cuidan a los ciudadanos nipones. Es la recriminación del sistema a través de una ficción práctica de rechazo a los culpables en alusión a la exención del menor, en el que no es un cuento de hadas ni una enseñanza moral solo pura pasión desbocada en un ir y venir intenso con un canto a la estética de la violencia y el fanatismo más exacerbado en irresponsable mensaje que no deja de ser audaz por su atrevimiento en tocar un tema tabú en la gracia de la redención sacrílega.

No es de extrañar que el cine asiático aborde dicha trama en una vertiente que se adjudica el arte sin restricciones desde hace buen tiempo y que hace de su propuesta cinematográfica una perfecta demostración de subversión artística y originalidad. No es para ganar premios sino para tallar en el culto del espectador que se mete en ese limbo fantástico donde se entiende la imaginación como puerta al disfrute lejos de lo convencional, el que peca de entretenimiento de poca racionalidad abocándose a lo emocional, a lo primitivo.

La música que acompaña la película está en inglés, habría que ser más nativo ya que provee de una identidad que se respeta más a la hora de apreciar el arte, porque uno quiere ver algo distinto y no repetir una fórmula, una pequeña contradicción, pero que se gana tanto seguidor de su cine por la muestra de su perspectiva, afín a su idiosincrasia, con formas y recursos que otorgan renombre, distinción y un toque de sobredimensión. 

lunes, 7 de noviembre de 2011

Luz de gas

Una joven atractiva abandona la casa de su tía que la ha criado, tras hallarla estrangulada sin tener a ningún culpable. Es el comienzo que articula George Cukor de su cinta de 1944 llamada Gaslight. Una carroza que se aleja despacio, una noticia en el periódico y unas pocas palabras alentadoras que le piden que supere lo acontecido, que siga adelante, unos ojos súbitamente profundos e insondables.

La dama en otro país se enamora y regresa a la vivienda del crimen con su nuevo marido, a la 9 de Thornton Square, sin embargo en su hogar empiezan a pasar sucesos extraños que solo ella identifica como escuchar constantes ruidos en el techo o el descenso del gas en las lámparas a cierta hora, agregando olvidos, pérdidas y cambios de lugar de objetos que relativizan la cordura de nuestra protagonista. Sobre ésta se cierne la sombra de la difunta que fue una cantante famosa de buena condición social, muy admirada por su belleza y generosidad. El pasado de Paula Alquist (Ingrid Bergman), la sobrina, alberga familiares directos de locura y poco a poco empieza a cuestionarse si está perdiendo la razón.

Su cónyuge, Gregory Anton (Charles Boyer) desconfía de sus palabras por los hechos que pasan, raros sucesos que acaecen a su alrededor que la tildan de cleptómana y de tener alucinaciones aunque trata de ayudarla consolándola en aquella “prisión” señorial que la aísla del mundo, mientras pasa vergüenzas con una de las criadas, una irrespetuosa y liberal muchacha de nombre Nancy (Ángela Lansbury). En medio de esa soledad, miedo e inseguridad Paula trata de no volverse loca mientras el espectador saca sus conclusiones a temprano tiempo no sin perder su expectación requiriendo unir los cabos que esconde la trama y que a medida que se incrementa el clímax de la película con mayor ímpetu uno quiere responder.

George Cukor, director de ésta notable obra maestra del género de terror, nos pone el misterio a la orden y nos coloca dos circunstancias principales a indagar, el homicidio de Alice Alquist en una Londres de bello blanco y negro, neblina y lúgubres calles vacías, como la posible insania de Paula, interpretación que le valió el Oscar a Ingrid Bergman.

Junto con ella está Charles Boyer, en una impecable actuación como un distinguido pianista de grave acento y ojos penetrantes que hace un festín de encanto y arrebato en rápido cambio. Su papel parece de aquellos que ponen figura a un actor para siempre, un elogio de asertividad y total mimetización. También Bergman seduce con su delicada hermosura indefensa ante el contexto que la embarga y la jalonea con libertad hacia el abismo. Y como no puede haber una chica en peligro sin que algún caballero andante -el segundo en disputa- trate de rescatarla de esa oscuridad, aparece la presencia de un policía de Scotland Yard, Brian Cameron (Joseph Cotten) que atraído por recuerdos de infancia, un caso que le interesa y deslumbrado por el parecido de Paula con su tía quiere aproximarse a ella.

La dirección de Cukor es clara y sin trampas, desde el principio nos pone en el tramo y no nos hace tan participes de nada sobrenatural aunque se puede pretender algo de ello, en todo caso los elementos no son espectaculares siendo afín a la mesura y sutileza que nos pone a dudar de Paula. Es una película convencional, sin violentas sorpresas ni torceduras, que basa su trama en el trato y en la interacción de sus talentosos artistas, entre Boyer y Bergman que dan la emoción al pie del cañón, juzgando en contra a Paula o a favor de su sensibilidad y de su recato, que en último momento solo queda armar el cuadro que relacione y que justifique el motivo del homicidio, de a conocer al asesino o las demás incógnitas en una creación entretenida y bien hecha sin estridencias pero con amague. En eso no tiene nada que envidiar a ninguna otra propuesta en el género. El final llega y cierra el círculo en franca calma.

El aspecto del romance se oscurece veloz con la precipitación al enigma pero tiene parte en el filme cuando Paula le dice a su maestro de canto que está completamente apasionada por alguien como para dejar su vocación musical. Ávida de felicidad expresa lo que siente en el corazón hasta más tarde queriendo cumplir el sueño de su futuro marido de vivir en Londres coincide con la tristeza ocurrida hace 10 años atrás cuando dejó la ciudad para rehacer su vida en Italia.

El relato mezcla muy bien lo serio -que no remito a la dificultad del filme, ya que éste es uno bastante amable, teniendo facilidad para cautivar al espectador- con lo ligero, en la elegancia natural y el convencimiento argumental, la auto-consciencia y su trasmisión perfecta bajo la fluidez narrativa. Mientras se atiene a pequeños gestos, tomando total consciencia de las performances que lo avasallan todo a su paso, ligadas mayormente al interior de la intimidad de esa casa que es participe de conjeturas y de las huellas de un caso sin clausurar, de más de una obsesión, del pánico que acude a Paula desequilibrándola, y en ese punto nos preguntamos por esa carta escrita dos días antes de la muerte de Alice o por un regalo a un admirador desconocido.