sábado, 24 de febrero de 2024

Past Lives

Past lives (2023), debut de la canadiense-surcoreana Celine Song, es una historia de romance, pero un drama romántico. Empieza en el 2000 con 2 preadolescentes coreanos que tienen 12 años y que sienten un flechazo mutuo, desde una ambientación propia de su edad, sana y llena de inocencia. La niña se llama Na Young y el niño Hae Sung. Ésta parte es la representación del primer amor perfecto y lo que hará que Hae Sung la ame por siempre. El guion corre a manos de la propia Celine Song y tiene mucho de autobiográfico. Pero Na Young emigra a Canadá con su familia y forzosamente tienen que separarse. De ésta manera asistimos, explicado muy cinematográficamente, a una escena dulce y suavemente melancólica, donde la cámara se posa estática en una esquina de una habitual pendiente de casas coreanas, la que se bifurca y cada uno de los niños se va alejando por su lado tras despedirse. Pasamos al año 2012, y por internet se logran reencontrar, se renueva su amistad-amor, empieza a fluir mucha comunicación y momentos cálidos a través de lo virtual. No obstante Na Young, ahora llamada Nora (la americana de padres coreanos, Greta Lee), tiene muchos sueños y deseos profesionales en la carrera de escritora y Hae Sung (el alemán de ascendencia coreana Teo Yoo) pasa a ser segundo plano en sus decisiones, habiendo acciones muy realistas, muy feministas también. Pero al mismo tiempo dolorosas para el romántico Hae Sung quien más adelante, 12 años más después, él mismo se considera promedio y alguien que no tiene anhelos o ambiciones profesionales, pero entendiendo de que el éxito profesional y el poder adquisitivo te abre un millón de puertas, incluso en el amor. Hae Sung menciona un materialismo coreano que te hace aceptable frente a querer estar con alguien especial. Nora vive en New York, es una mujer que está americanizada, ella misma reconoce en Hae Sung al clásico coreano, al coreano neto, pero ella actualmente se ve lejana de sus orígenes. Es así que Arthur (John Magaro) entra en el panorama, quien se define perfectamente en tremendo monólogo, lo mejor de la propuesta, comparándose con el amor ideal y magnificente de Hae Sung, un amor que evoca lo platónico (o los sentimientos) que lo sexualizado (que deviene parte del paquete lógico, claro), un hecho interesante y atípico en una época donde todo pasa por el sexo y la liberalidad y las mil licencias, donde ya se ve a muchos gritando, vamos con la infidelidad a todo motor. Pero aunque hay momentos donde Arthur muestra una nobleza casi de santo, palpando una atracción y un vinculo muy fuerte entre Nora y Hae Sung, es creer finalmente en su persona -en la suya, frente incluso a las estadísticas; y la de ella-, en su propia relación, en la franqueza y firmeza de ésta, observando que Nora -la cabeza protagonista- actúa de manera contraria a la obviedad de la contemporaneidad, si bien está siempre tentada por el perfecto galán coreano -que hasta sobrevuelan suspiros-, el tipo poético ideal, aunque con poca aspiración y una notoria docilidad que va consigo por una gran educación, tranquilidad y amabilidad, pero en el fondo es el (difícil de poner en práctica) entendimiento pasivo de un pequeño Arthur y su notorio parecido en personalidad con Nora -por encima de las ascendencias; uno es caucásico y judío- que hace que pueda caber salvar el pellejo. Hasta el relato se permite un pensamiento sutil de que entre Arthur y Hae Sung puede haber tenido espacio una vida pasada de las mil que imagina el filme, así como también puede existir una conexión metafísica entre un ave y que se pose siempre sobre una banca. Es el inescrutable volver, tener una nueva vida, bastante distinta tras morir, y así sucesivamente. El filme para eso habla de un pensamiento filosófico coreano llamado In-Yun (que hay que hallarlo), que es un balance e incluye el sentido del universo, un equilibrio de opuestos que se complementan entre sí y crecen juntos, son vitales mutuamente para nuestra ascensión terrenal y espiritual y que busca la armonía con un mundo de por sí caótico.