jueves, 19 de enero de 2017

Tenemos la carne

Unos hermanos jóvenes, hombre y mujer, se topan con un sujeto de mal aspecto en un especie de mundo post apocalíptico, con un vagabundo llamado Mariano (Noé Hernández). Rápidamente el extraño hombre de este infierno o submundo ubicado en un edificio en ruinas los domina sin resistencia de ellos, los coge a su cuidado como un maestro y empieza a llevarlos hacia la depravación. Los hermanos son empujados a la práctica del incesto –sobre todo por medio de ella, encantada con Mariano- como si esto fuera una epifanía, liberación o iluminación. Mariano que parece un loco (especialmente con su tambor), invoca la corrupción como un modo de vida natural en la actual situación. Su sonrisa tiene de demoniaca pero a la vez de juego sádico.  El debut del mexicano Emiliano Rocha Minter no puede ser más polémico y para muchos seguramente insoportable. Esa depravación que induce Mariano cada vez va en aumento hasta la total anarquía, hacia una orgía de putrefacción. Rocha Minter exhibe canibalismo, mutilación, necrofilia, en los que parecen ritos satánicos velados. 

El filme tiene un halo fantástico puesto en Mariano, a lo que se suma el humor y la irreverencia. La película no tiene una historia que contarnos, el discurso es precario. Se trata de una forma de vida, una trasmisión llevada al culto. Eso es todo. Y ni eso porque en medio de una orgia que parece una masacre, un cuerpo se levanta como si nada y sale de la cueva o submundo con total normalidad. Queda muy bien la audacia, el desenmascaramiento del artificio, el mundo supuestamente irreal/fantástico y extremo le queda muy cerca al común y corriente (a México). El filme puede creerse que intenta ser como Saló o los 120 días de Sodoma (1975), pero queda sin la rabia y política de Pasolini, más bien empuja a pensar en un divertimento banal y vacío, un regocijo puro y duro de lo extremo, como quien festeja el atrevimiento arty y marginal. No es una película para amargarse, más bien entretiene tanta sordidez (¿y ahora que viene?, te preguntas). Ver sexo oral explícito en la actualidad donde la pornografía de todo tipo está a un click de distancia ya no es tan revolucionario ni impactante como antes (que no sea una calentura pasajera), como aquel casco sobre la cabeza de esa alumna revolucionaria (pero que deja una imagen cool), o ese soldado pasado por el gore sin mucha meditación argumental.