Lo que indica el título es un fenómeno climático que malogra
la siembra, y de paso enferma a los animales. El escenario del filme se halla en
Valle María, Entre Ríos, en una comunidad de alemanes del Volga. La película se
inspira en un acontecimiento real que escuchó alguna vez el director Maximiliano
Schonfeld, en su natal Crespo, Entre Ríos, sobre la santidad de un
niño.
Una foránea, de cabello oscuro, Alejandra (Ailín Salas),
llega de forma rara al lugar, en medio del que parece otro fenómeno. Pronto se
forma la idea de que ella es una santa, y puede solucionar el problema de la helada
negra, sabe uno de donde nace esa idea, quizá porque su cabello es distinto, y
sus rasgos criollos, mestizos, novedosos en contraposición al rubio dominante
de la comunidad, crean fascinación en el
lugar. También inspira una sensualidad velada y una atracción respetuosa en los
varones lugareños. Además no faltan las habladurías de que es todo una farsa,
pero así se mueve el filme, sin confirmar nada, ¿es o no todo un truco o en
efecto posee divinidad?, la propuesta se desarrolla bajo una extrema sutilidad
y ambigüedad, que incluso el tema de la helada parece desaparecer de la trama.
El misterio va en aumento (como con algún vínculo afectivo
que surge repentinamente) en medio de la total naturalidad y aceptación general.
El filme se abstiene de dar veredictos. Ese es el estilo que maneja y lo que le
otorga distinción, dentro de una muy buena producción. El misterio es parte
trascendente y lograda de la propuesta, tratando de crearse un equilibrio, aunque
podría desesperar. Me recuerda a El verano de los peces voladores (2013) donde
uno puede perderse de su esencia y hallar un filme inferior a lo que exhibe y pretende.
No parece pasar nada en el filme, que no puedan ser
coincidencias. Alejandra acepta el lugar que le otorgan, de manera sosegada y
siempre mostrando autosuficiencia, incluso tras lo que pareciera un ataque
sexual. Recibe regalos de “pretendientes”, sin ningún inconveniente, y otros
prestamos más ostentosos (habiendo una cierta superficialidad en todo esto),
ella vive de la fascinación que produce, la que tiene soporte también en lo pedestre,
ella genera deseo carnal en los hombres del lugar, en viejos y jóvenes, y hasta
incluso entre las chiquillas.
El filme juega a “creer” en la santidad de Alejandra que
luce como cualquier mortal, simplemente con un aplomo que es intimidador, pero
sin perder esa juventud, lozanía e inocencia que proporciona la figura de Ailín,
y a hacérselo creer al espectador, mediante atmósferas (con ayuda del sonido), sugiriendo
a ratos algo extraño por suceder –como cuando una mano aplasta un tomate- y
cierto misticismo trabajado con imágenes distorsionadas tipo vídeo arte.