Ambientada en el nordeste de Brasil exhibiendo el mundo oriundo
de las vaquejadas, un tipo de rodeo donde 2 jinetes derriban a un toro, mostrando
integra y perfectamente aquel tipo de vida, pero teniendo a un protagonista muy
particular. Iremar (Juliano Cazarré) es un vaquero, pero también un amante de
la costura de ropa de mujer, el sueño que tiene es ser modisto, de esto que se
entusiasme con una simple fábrica textil, a pesar de que se mueve en las
vaquejadas como pez en el agua. Iremar se comporta como un vaquero común, como
un tipo rudo y macho, pero se destaca por su conocimiento de la moda, que en el
filme no perturba a nadie, tampoco que Junior cuide de su cabello peor que hembra
vanidosa.
Iremar sabe de perfumes y de ropa, y a ese respecto se
atribuye ser culto, no homosexual. Esa mezcla en él no es incongruente, aunque
sí, desde luego, curioso, manejándose los dos ámbitos sin problemas, con
normalidad, como si habláramos de simples oficios, no obstante escuchamos renegar
a Iremar en un comentario de que siempre huele a caca de animal. El resto de
gente que vemos es tal cual el lugar en que existen, salvando por una parte a
una mujer guardia y perfumista embarazada, que se parece a Iremar. Al grupo del
rodeo le acompaña Galega (Maeve Jinkings), una mujer rustica, pero bella, a la
que Iremar considera una ignorante. Galega es sensual aunque muy básica, ahí la
vemos depilarse el vello púbico a pleno día metida en un camión con las piernas
separadas, en una escena muy poderosa y provocativa en su estética. Boi Neon
tiene un par de puestas en escena de este tipo, como con esas muestras aisladas
de quienes son los protagonistas. Galega puede ser una bailarina exótica, a la
vez que pagana, escondida en el disfraz de una cabeza de yegua, en un claro
culto a lo animal, a lo salvaje. Ella tiene una hija pequeña que cuida con un
amor tosco. Con ellos completan el equipo rodante dos vaqueros más (intrascendentes),
y un tercero -en reemplazo- que parece invocar algún giro.
El segundo largometraje de ficción de Gabriel Mascaro,
después de Vientos de agosto (2014) es una película que es interesante y
cautivante, tiene su cuota de comedia, y también mucho erotismo escenificado
muy natural, como en su película antecesora. También tiene su toque vulgar y
llano, que está hasta en Iremar, pero no afea el conjunto en general. Es un
mundo en parte bruto el que dibuja y eso no se pierde nunca, pero tiene su capa
de complejidad y de devenir novedoso en sus personajes. Iremar busca los pedazos
de un maniquí en un terreno con una vista entre ilusoria y sucia, lo que hace
de Boi Neon una construcción estética constante.