El documental del chileno Ignacio Agüero es un canto a la
pasión por el cine, todo parte de una pregunta sencilla a directores chilenos relativamente
nuevos o vistosos o prometedores de hoy en día, ¿Qué es lo cinematográfico de
lo que estás haciendo?, que continua aquel mediometraje documental de 30
minutos del mismo título hecho en 1985, que por entonces implicaba una preocupación
que colindaba con hallar el propio lugar en el cine para Agüero, ¿qué película
hacer durante la dictadura?, seguido de ¿de qué trata tu película?, y por
último ¿quién la vería, a quién va dirigida? Lo que se inspiraba en la realidad
de Agüero, al ser censurado su mediometraje documental llamado No olvidar
(1982), que contaba sobre la matanza de 15 campesinos en Lonquén en 1973 a
comienzos del golpe militar de Pinochet. El filme se daba a conocer bajo el
sobrenombre de Pedro Meneses, en honor a uno de los campesinos ajusticiados por
la dictadura.
Los nuevos tiempos le exigen otra pregunta, le provocan otra
curiosidad existencial, y aunque Agüero decide responderla al final de la forma
más básica y diplomática, en un estado de relajación que siempre lo acompaña,
los entrevistados presentan respuestas y perspectivas muy interesantes, en
medio de lo que luce un acto espontáneo y que llega a sorprender a algunos. Las
respuestas nos iluminan sobre la distinción de un (simbólico) árbol de los demás; sobre el ejercicio de la historia y la memoria que tiende a mutar, a
corromperse y a repartirse (en el cómo perdura); sobre la retroalimentación entre
los objetos/entes y cómo se crea la realidad, a partir del arte; sobre la
interiorización de la mujer desde la opción sexual de una directora; sobre la
concepción de un mundo interno y verdadero en lo narrativo; sobre la
fragmentación y la polifonía por sobre lo lineal; y sobre la artificialidad y
creación de una ilusión llamada séptimo arte.
En este nuevo documental vemos rostros conocidos como el de Pablo
Larraín, que habla muy ligero, o el de José Luis Torres Leiva con el que Agüero
tiene -entre sus películas- una especial empatía, conexión y cierta visión
compartida. Este documental muestra -con unos cuantos jóvenes creadores- el panorama
de la idiosincrasia artística chilena actual, todos estos directores aportan su
grano de arena, alguna trascendencia, aunque no falta la ironía en el asunto y
el rehuir implacable de la solemnidad, en un
documental que profundiza en el arte del cine a partir de una realidad nacional
que empieza a tener solidez, ya no viéndose como el nacimiento de una vocación cinematográfica
general en el país, sino una vocación que atiza la complejidad que otorgan los
años, pasando a un nuevo capítulo, de lo que antes representó para Agüero concebir
Cien niños esperando un tren (1988) y hallarse como documentalista.
Agüero muestra de forma humilde cierta luz en la oscuridad a los que pretenden seguir sus pasos o anhelan conocer el mecanismo “secreto” de una pasión, tras la esencia del propio cine. A las voces de los directores él considera solo pistas, implicando más bien entusiasmos y motivaciones que caminos, como un maestro horizontal, que llama a las propias búsquedas y significados, señalando que todos yacen en el mismo peso.
Agüero muestra de forma humilde cierta luz en la oscuridad a los que pretenden seguir sus pasos o anhelan conocer el mecanismo “secreto” de una pasión, tras la esencia del propio cine. A las voces de los directores él considera solo pistas, implicando más bien entusiasmos y motivaciones que caminos, como un maestro horizontal, que llama a las propias búsquedas y significados, señalando que todos yacen en el mismo peso.
Como me da la gana II ganó el máximo premio del festival de
cine de Marseille 2016, en este la voz en off y guía de Agüero le habla con aire paternal a su montajista, Sophie
Franca, como si la arrullara con un cuento, emparentándolo al ejercicio de
director de cine, un artesano de la imaginación, creándose la ilusión de que el
documental se va haciendo al andar, en un filme que en esencia es el repaso por
su legado cinematográfico, por lo que lo define, a su arte, a su estilo y a una
vocación lograda, dentro de un aura de afinidad y llamado a la pasión, igual al
de la educadora Alicia Vega con la que existe otro gran vinculo cinematográfico.
En esos rostros de niños embobados con la gran pantalla, mientras pinta con la
luz y la toma tras lo aprendido, y se pierde sin mayor sentido en la filmación
de gorriones.