Competidora por la palma de oro en el festival de Cannes
2013. Jim Jarmusch, representante por antonomasia del cine independiente americano
desde hace como treinta años, y uno de los cineastas más queridos y admirados
del planeta por infinidad de cinéfilos, nos trae una cinta atípica al uso, como
suele ser su séptimo arte, aquel que reinventa el lugar común y lo hace suyo, tan
propio como íntimo, como se puede ver con facilidad en dos de sus obras claves;
el western a modo de viaje espiritual en la “reencarnación” de un poeta interpretado
por Johnny Depp como William Blake en una especie de road movie de tintes
cómicos y violentos, Dead Man (2005); o el chanbara o cine de samuráis, asimilados
desde la urbanidad angloamericana en un antihéroe afroamericano que es un
sicario con un poderoso código ancestral personal, el que se ciñe fielmente al
título que lo define, por un lado a un perro, que en jerga gringa indica a alguien
que se las sabe todas (por decirlo igual de forma coloquial), un tipo ladino y
duro, y por el otro, el de un fantasma, alguien que vive a la sombra de su
deber y entrega total como la mítica nipona que representa y contextualizan su
figura, Ghost Dog: The Way of the Samurai (1999), partiendo de un registro en el
conjunto de su obra que muestra siempre la calle desde adentro, la cotidianidad
de la gente de a pie que tiene a la música, su vitalidad, su astucia y
picardía, su sobrevivencia y recurso, su cariz de entretenerse banalmente y de
manera tramposa o hasta en parte criminal, y su espontánea y pura vaguedad como
bastión de libertad e identidad.
Only lovers left alive hace de los vampiros un continuo
recuerdo/pretexto de los slackers de Permanent Vacation (1980) o -una de sus
mejores propuestas, que en lo particular me resulta fascinante, como a muchos
amantes del sencillo cine de autor- Stranger Than Paradise (1984). Y es que aquí no pasa mucho, es el vagabundeo y modo de vida de
siempre, pasar el tiempo, solo que ambientado a la eternidad, al apetito y la necesidad
por sangre, el rechazo y miedo al sol, a los rasgos conocidos de estos famosos
y populares monstruos folclóricos, literarios y, por supuesto, también
cinematográficos. Y es que en realidad se trata de los mismos outsiders, los de
la cosmovisión que dibuja Jarmusch, esos de genio puro y duro, los que retratan
la diafanidad de una esencia que no pelea con quienes son, sino simplemente se
dejan llevar tal cual en un mundo donde como regla no son bien vistos. Sin
embargo el problema en la trama y en esa simbología que exuda, yace con los
llamados para el caso zombies, los seres humanos, que valga la ironía y la
audacia a diferencia de los vampiros (que deberían ser en su lugar la
verdadera fuente de conflicto) resultan tantas veces un problema de convivencia, de búsqueda de felicidad y de asentar digamos que un estilo y, por lo tanto, una existencia.
El filme de Jarmusch tiene como una declaración de sus ideales,
y de su arte, mientras se amalgaman varias capas, permitiendo varias lecturas.
Aunque es bastante fácil de entender, requiere de un espectador calmo y
paciente, ya que no hay demasiadas emociones fuertes, más es como detallar esa
conjunción y reinvención que ha hecho de su mundo y el de los vampiros. Unos
que son civilizados, instruidos, elegantes, melómanos, viajeros, cosmopolitas,
emocionales (como esa idea que circula del suicidio), afectivos (es la historia
del amor milenario de una pareja), sacrificados (evitan matar gente y beben
sangre de laboratorio), solitarios, un poco místicos, con un aire de artistas
de culto (uno de los protagonistas es músico), en un sinfín de características
que son el plato fuerte de esta propuesta. Y es que se evita ser lo que se
espera de ellos. Han llegado a un estado superior a su condición, dado con la
experiencia y la época contemporánea; esto es algo que puede ser interesante visto
desde una nueva interpretación del quehacer cinematográfico de Jarmusch, que
como David Cronenberg, siguen siendo ellos, pero con una estética y un alcance
más complejo.
Como en toda obra que se precie, siempre brilla la independencia,
a fin de cuentas. Ésta no es la excepción en absoluto, es un placer ver una
nueva pieza de la labor que realiza éste atrayente cineasta, pero se puede ver
que en ella la filmografía de Jarmusch pasa ante nuestros ojos.
Los actores que acompañan sirven para ganarse y elevar todas las
cualidades que recrean sus polifacéticos personajes, oscuros pero aceptables, simpáticos
y raros, fabuladores de temor y seducción, universalidad y particularidad,
siendo arduos al manejar esas dualidades o complementariedad que enriquecen el séptimo arte y toda historia que se precie de atractiva, proyectando el quehacer de una leyenda novedosa. Tilda Swinton y Tom
Hiddleston, como Eve y Adam, no se hacen incongruentes en sus distintas
edades, al estar unidos como pareja, ya que ella aunque suene increíble de
creer en la vida real tiene 53 años, y él a penas 33, pero no se siente mucho,
pasa desapercibido al punto de lo efectivo, e incluso aquello incrementa el
panorama de los pensamientos que se pueden desprender de la trama, desde lo visual que no
se articula en pantalla como relato, de lo que ayuda mucho esa calidad de
albina y fantasmal que maneja Swinton, tanto como su frescura y distinción de
la manada, sin tampoco perderse de no ser un referente ubicable en la gente.
Con ello yace su buen cuerpo (sale desnuda en una toma fotogénica y delicada), y su intensidad
interior como artista que la hacen tan creíble y auténtica. Por el lado
masculino, Hiddleston no malogra la imagen que se quiere concebir con el halo
de su inocencia, su cariz de sano, su innato carisma o su llaneza, sino más
bien matiza su elíptica esencia, la realza, haciéndola enigmática y diferente
desde sí, sin ser forzado a nada, o mejor dicho, a poco porque algo se le
empuja a proponer rudeza, fastidio o enojo que resulta menor en calidad de
forma. No obstante lo mejor es su fragilidad, el ser refinado y profundo. A su
vez lógicamente aporta mucho la idiosincrasia de a quienes retratan, lo que se
explota libremente pero de donde se recuperan todas las ideas centrales. Se flexibilizan
o se vuelven maleables en las manos de la creatividad de Jim Jarmusch, que no
solo dirige sino escribe el guion, como suele hacer, y que aúna mayor
compromiso con su obra.
Otro punto de soporte que pretende -o anticipa en el
espectador- algún giro a la parsimonia general es la intervención de la actriz
Mia Wasikowska como la hermana menor de Eve, que tiene vida libertina, es cruel
e imprudente como inconsciente con sus actos, pero no quiebra la estructura ni
el estilo conseguido, que para quien se entregue a éste saldrá ganando, más que
confundirse y no asumir los parámetros expuestos desde el inicio que son los
que dominaran la propuesta. Yo diría que si bien lo suyo crea sorpresa y auspicia
el camino hacia una decisión concluyente (el meollo del filme), no pasa de mera
“anécdota”, mayor conocimiento descriptivo o pequeño contraste. Lo de ella es
una buena actuación, desenfadada, aunque algo artificial en la performance. Del reparto sobresale Anton Yelchin como Ian, el fan underground que le consigue
todo lo que quiere a Adam, está logrado y es sumamente limpio. Pero no surte el
mismo efecto con Marlowe (John Hurt), que es bastante poca cosa como personaje; se siente simpatía del actor, nada más, pero en verdad no provoca nada
importante.
El aire culto del filme le juega algunas malas pasadas,
puede llegar a ser algo cursi o ridículo, como algunas audacias en las acciones pueden
ser algo bobas o pasar por disonantes, pero todo hace también de amplificador
de una personalidad entera y contundente, es jugarse por el arte de uno, y
buscar entender que el cine es imponer nuestra marca, nuestra autoría y todo
ello está en Jim Jarmusch. No es que sea lo más perfecto lo que hace ni lo más
cautivador, pero tiene un nombre muy bien ganado y lo sigue demostrando
fehacientemente. La trama es un paseo existencial y vivencial al corazón de un
vampiro de los últimos tiempos, pero no sólo eso, sino al alma de un creador de
pies a cabeza. Ese al que se parafrasea, cuando la necesidad empuja a succionar sangre, la de unos bellos ejemplares, al son de una hermosa luna romántica, en pleno Tánger. Vamos a convertirlos. No vamos a matarlos ni a corrompernos.