martes, 15 de abril de 2014

Nymphomaniac. Volumen 1 y 2.


El sexo a menudo es polémico, aun en el siglo XXI. De alguna forma llega a provocar histeria a mucha gente, tanto como el ser humano lo busca y lo disfruta, si bien ya es algo normal no sorprenderse demasiado con el tema, ya que el arte lo ha explotado sobremanera. Y es ahí donde encaja un director como el danés Lars von Trier, el que suele estar donde las papas queman, ansiando ser rebelde y mediático, trasgresor e irreverente, no por nada ha sido catalogado como persona non grata en el festival de Cannes, tras unos desafortunados comentarios sobre el nazismo, lo que usa para promocionarse, para atraer ovejas a su rebaño, aunque no podemos negar que su arte tiene atractivo, y que su ingenio ostenta agudeza, originalidad y mucho entretenimiento con su cine de autor.

Sin embargo, todo cansa cuando se malgasta o se vuelve notoriamente artificial, se le notan las costuras, y algo de ello también se puede ver en su última película, dividida en dos partes de dos horas cada una para su exhibición comercial en un trabajo recortado de cinco horas de origen, que versa como reza su título sobre el relato de la vida de una ninfómana llamada Joe (Charlotte Gainsbourg), a partir del descubrimiento de su naturaleza sexual en juegos infantiles de sobarse su parte noble deslizándose con agua, hasta hallarse acogida en el cuarto de un culto, sensible y virgen sujeto maduro de ascendencia judía conocido como Seligman (Stellan Skarsgard, idóneo en su caracterización de inocencia, soledad, apocamiento y calma) que la encuentra en un callejón tirada golpeada. Seligman servirá para acotarle nociones intelectuales a su descaro y brutalidad vivencial, como un complemento de trascendencia de lo llano, de lo impactante, de lo burdo, e incluso de lo vulgar, recurriéndose a la música clásica, al símil de la pesca, a la historia universal, a la matemática, a lo blasfemo, a la botánica o a la religión católica y a la ortodoxa.

En el trayecto vemos distintas prácticas sexuales, muchas de ellas radicales, la promiscuidad en un tren dentro de un concurso entre unas jóvenes amigas por unos caramelos a cambio de superar a la otra en tener encuentros casuales, un trío con dos africanos bajo la dificultad del lenguaje haciendo un sándwich (doble penetración), lesbianismo (aunque más como parte de la continuidad del relato que exhibición, detalle o descripción), sadomasoquismo con “K” (que incluye el fisting a lo que Trier le llama el pato silencioso), y un sinfín de aventuras con variados hombres de distinta complexión física, edad y fetiches, a los que se les maneja con horarios apretados sin ningún tipo de afecto, sólo por puro y duro placer orgásmico, de donde uno de los amantes de la protagonista se enamora de ella y quiere abandonar a sus hijos, para lo que su esposa, interpretada por Uma Thurman como Mrs. "H", hace uso de una toma de consciencia mediante lo sarcástico, lo traumático y el remordimiento, y hasta diríamos que del humor negro.

El sencillo pero talentoso Jamie Bell interpreta a "K", quien por su cuerpo pequeño y su cara amable de niño rubicundo y bonito no pensarías que pudiera encajar con la figura que maneja, no obstante cumple y bien, sin inmutarse, en la imagen que se ciñe al extraño acto de placer y no al ser humano que lo realiza, que sería más fácil en cuanto a contundente, y que al fin y al cabo hablan de una estética de embellecimiento, una arquitectura que a una distancia cuenta con rasgos delicados, que no por ello siempre es lo mejor, aclaro, pero en esta oportunidad funciona en toda la película, disminuyendo la carga ya de por sí violenta y difícil, partiendo desde el título y la temática hacia su desarrollo descarado, en un estilo que aunque a veces grotesco es a todas luces vital, lujurioso, buscando impresionar, como a favor de tantas locuras, o intenta ser mucho menos tajante de lo normal y deja la idiosincrasia y el propio acontecer de las decisiones y resultados de la existencia retratada como juicio discreto. 

Se debe advertir que existe una buena cuota de sexo explícito en el filme, que valga la curiosidad no llega a molestar como para arruinar la visualización del conjunto ni a generar demasiada inquietud, más allá de la necesaria, porque de eso trata la película y sería (un poco) raro no tomarlo desde la realidad que invoca, sin convertirlo en una película pornográfica, que no lo es, más bien como espolvoreando incluye momentos peliagudos por aquí y por allá, pero componiendo una historia mayor al uso que es lo que predomina, y más siendo quien es Lars von Trier. Se ciñe por un lado al cine de autor que es lo que dirige la obra, a pesar de las apariencias, y así se disfruta mejor, está por encima de la carnaza, aunque cumple con lo prometido; y por otro a lo erótico que no es una novedad en Escandinavia que tiene una historia fílmica en el sexploitation. Vemos penetraciones (aunque por tiempos cortos de exposición), exhibición de genitales de forma directa y recurrente, y varias escenas de sexo oral, hasta con eyaculación que cae de la boca en un retrato compuesto (sí) artísticamente, con una estética, aunque lógicamente de desestabilización/excitación del espectador, que hay que decirlo sin tapujos, y es que evoca nuestro lado primario y ordinario, cómplice con nuestra simplicidad, fantasía y erotismo. No obstante, definitivamente no es lo más importante ni lo convierte en un filme trascendente en absoluto, yo diría que hasta todo lo contrario, sino fuera por las lecturas, los argumentos, el soporte imaginario y su trama, que tratan de dirimir la (casi) imposible aceptación de una esencia vapuleada a diestra y siniestra, mitificada por el imaginario sensual, pero repelida con fuerza por la sociedad, empujándola a lo marginal, siendo vista como un vicio de inadaptación, que a veces no nos parece tan real o nos es lejano, pero que en la presente es una declaración de feminismo, aunque bastante extremo, y efectista, no se puede negar. Feminismo paradójicamente concebido mediante la misoginia que se le achaca al autor por la rudeza y compromiso que éste le exige a su actrices en la caracterización de sus personajes, o como recuerda mucho su película Anticristo (2009), que parece a un punto mal entendida ya que en lugar de un drama uno debe ver una cinta de terror, en una posesión del mal, con lo que estoy seguro que la óptica con que se le mira cambiará y verán una muy interesante aunque espeluznante historia de entretenimiento. Trier logra comprometer por completo a su musa, a una muy solvente Charlotte Gainsbourg; tanto como a la novata Stacy Martin que hace de Joe de joven, la que está a la altura de su futura versión, viéndose sucia o dulce, desconcertada o curtida, dependiendo lo requerido, en un empaque pedestre muy efectivo.

Hay que reconocer que todo el genio de Trier no le es favorable, es una mezcla de buena creatividad y otras de fallas garrafales, y eso lo hace carne de cañón, lo expone a ser recriminado, a generar descontento, pero a su vez a sentir admiración por su arte, en ver que tiene personalidad, osadía y seguridad en lo que hace, dando la sensación de que cree en sí, y eso fallido o no siempre es remarcable. Intenta verter su audacia argumentativa como con la pedofilia y la represión personal y “voluntaria” que terminan en una insólita premiación consuelo, y pues hay ratos en que éste no tiene tino, aturde y se vuelve (un poco) estúpido, como con el desenlace final en que por no ser complaciente y digno del “y finalmente todos fueron felices” cae en la sinrazón, en la mala broma, en desbaratar a un personaje, pero también hay que decir que tampoco es muy creativo, solo (algo) correcto, el cierre de “Nymphomaniac. Volumen 1” que termina como el llanto de una telenovela erótica, en un aire manido, aun siendo más tarde muy bien sobrellevado y asumido en la trama.

El meollo del asunto es la proximidad de la frustración, como una sombra perenne, al tiempo del llamado inclemente del abismo, y que tiene una línea más concreta en la relación de Joe con Jerôme (Shia LaBeouf) que valga la anotación y significado es su primer encuentro sexual, en un nexo mental que proviene del acercamiento sólido afectivo con su padre, en la aparición emocional en el papel de un enternecedor y empático aunque ligero Christian Slater (exceptuando los gritos del delirium tremens), que deja en el subconsciente de la protagonista la posibilidad de amar, aun no queriendo hacerlo, de lo que se infiere una lucha, en un momento que no es perfecto sino humillante y que le marca y la define, y de ahí que ella se niegue a aceptarlo al re-encontrarlo, lo rechace en primera instancia como una fuerza en disputa premonitoria. Esa lucha determinará la existencia de nuestra antihéroe que sabe que su naturaleza es mala, aunque su interlocutor asexual trate de apaciguarla mediante una mirada clínica, fría, despersonalizada y condescendiente, sin embargo como dice la frase que se le atribuye a Kurt Cobain y que ella en sus actos parece seguir, con la quema del auto de su consejera psicológica, en una liberación de aspecto juvenil, como con la música de Rammstein que abre el filme, que hacen de Trier un infante terrible. "Es mejor ser odiado por lo que eres que amado por lo que no eres". Pero seamos conscientes y maduros ¿qué tiene que aceptar?, y nuevamente Trier juega con nuestras ideas preconcebidas, derrumba lugares comunes, se recrea con nuestra mente, y no tenemos que compartir su pensamiento, tan sólo hallarle la gracia, mientras agradecemos el entretenimiento.