Cinta indie que obtuvo premio a mejor primer guion en los
Independent Spirit Awards 2013 y que se ampara en los tipos marginados, los
raros, con una historia que los reivindica mostrando antes el lugar que ocupan
en la sociedad y como se les observa. Una historia que peca de ñoñez y es muy
ligera creando poco convencimiento en su sub-trama o segunda historia, en la
del jefe de redactores, Jeff (Jake Johnson, popular por la serie de televisión
y comedia New Girl) cuando quiere reencontrarse con una mujer que le ha
resultado un recuerdo imperecedero hasta contener fantasías sobre ella, teniéndola
por el mejor sexo oral que ha tenido en su vida, y eso habla de su personalidad,
que es el típico sujeto superficial que lleva el background de abusador de
colegio, el que suele burlarse de los tontos, para lo que además luce endeble
pero que se ampara en su belleza física. Sin embargo con esa faceta se
transforma de forma atroz en un tronar de dedos en una persona altruista, dulce
y simpática, enamorándose sin un desarrollo intermedio solvente de una mujer
que al verla gorda en su primera impresión prácticamente echa a correr de su
cita, cambiando más tarde rotunda e inverosímilmente. Y de eso cada vez se
enfanga más esa línea argumental, ayudando a continuación a un nerd de
ascendencia india a concebir una primera relación sexual ante su tímida figura
y comportamiento, que sea dicho describe mucha facilidad de parte de las
mujeres americanas. Solo que felizmente esa es la franja secundaria del
conjunto y la principal tiene mayor sedimento, si es que la antes descrita en
realidad tiene algo fuera de su notorio engatusamiento básico.
En lo central se trata de una historia de arranque original,
un anuncio en el periódico solicita un
compañero para asistir a alguien en su máquina del tiempo y volver al pasado,
proponiendo que la seguridad no está garantizada como dicta el título de la
película. En ese trayecto una revista envía a tres personas tras el reportaje,
un redactor profesional, Jeff, y dos
practicantes de facultad a sus órdenes, el chico indio llamado Arnau (Karan
Soni) y la protagonista, la chica rara de nombre Darius (Aubrey Plaza). Pero
como es de esperar la entrevista no está en los planes de Kenneth (Mark Duplass)
quien parece estar loco de remate pensando que lo sigue el gobierno y que está
a punto de volver en el tiempo a recuperar a un amor fallecido. Aunque el filme
juega con la ambigüedad y se luce más como otro tipo extraño al que poder
sacarle una buena historia.
La trama implica un tema universal, la necesidad de hallar
nuestra otra mitad afectiva, de sentirnos amados, además de atravesar por la
soledad y el no poder adaptarnos al grupo hegemónico, el yacer desubicados en
el mundo incluso hasta avanzados los treinta, padecer el rechazo y sufrir las
apariencias. El lugar que toman las personas en una sociedad que agrupa a los
seres humanos en tipos atractivos e interesantes, como otros en extraños y
bobos.
Seguro que la película será interpretada como muy
condescendiente si no nos enmelamos tan ciegamente, sin embargo llevarlo hasta
las últimas consecuencias remite a un estado consciente y seguro de ello, al
establecimiento de una defensa de ideas y afinidades que reditúa finalmente de
forma satisfactoria, aun en la total compenetración con el marginado y el
freaky outsider, porque a fin de cuentas es una declaración de principios, no
de cambio sino de concebir el triunfo desde ese marginamiento. Para lo que el
amor es definitorio mucho tácitamente aunque sea visto en el filme como algo
complementario frente al hecho de hallar respeto, imponernos o que nos hagan un
lugar sin desmerecernos, lo que oscila sobre el invento del aparato del tiempo balanceándose
con el amor, resolviendo las dos
temáticas generando su propia importancia y espacio aun estando unidas, en un
estado que va sobre uno y luego el otro en momentáneo predominio y así hasta el
desenlace, tanto que uno pudo haberle dado al respecto otro giro haciendo que el
amor sea explícitamente el meollo argumental más que una parte. Pero mejor de
la forma que sucede porque funciona y da el punto adecuado que viene manejando
el director Colin Trevorrow en su primera película de ficción.
Es importante hacer notar que los actores, en el papel de
Darius y Kenneth están precisos, muy naturales aunque no sean tremendos intérpretes
y demuestren alguna irregularidad; parecen realmente dos tipos singulares y su
compenetración cae como anillo al dedo, uno se lo espera de cierta manera ya
que Jeff parece ya tener su propia historia y Arnau resulta improbable al uso siendo
muy accesorio. Pero todo surge muy bien planteado. Tanto como la locura que
asoma en Kenneth a la que le ayuda su expresión o sus arrebatos (como el de la
oreja postiza) dando la sensación constante de que puede propiciar una tragedia,
incluyendo a lo físico y violento. Su persona siempre exalta esa noción al alimón
de su conducta aunque solo pueda ser factor de una futura depresión o desilusión.
Y eso yace mucho a favor del personaje que es el más sólido del grupo siendo bastante
necesario que así sea ya que la fuerza de la realización subyace sobre sus
espaldas provocando que se articule mejor el contrapeso en Darius que yace atraída
e identificada hacia éste, compartiendo supuestamente perdidas indispensables
en sus existencias aunque la más contundente sea su propia soledad y
desadaptación.
Los pequeños momentos que comparten los protagonistas juegan a una gran trascendencia en el
resultado, entre lo estúpido y paranoico, ya que están dentro de una realidad
que Kenneth cree, y lo noble, inocente y romántico de cualquier relación en
camino. En donde hay partes en que se funden perfectamente como en la práctica de tiro sobre las botellas o el desnudar de sus motivos dentro de
las planificaciones que llevan una presencia de intercambio de cariño y atracción.
El final se vuelve simplista en sus diálogos, ya que la
confianza como se anticipa mucho se llega a romper, y en ello se resuelve
inmediatamente, pero eso lo salva (y vastamente) las circunstancias que son tan
particulares y encajan por sí solas, que lo otro está demás y se diluye, pierde
importancia si es que ahí hubo algún guionista, y entra a tallar aquello de una
imagen vale más que mil palabras, y para ella un beso y seguro un encuentro
sexual (qué más prueba con la entrega de su ¿virginidad?), aparte de encarar a
un “demente” minutos antes del desencadenamiento y revelación.
El filme a ratos es muy sentimental pero no es para
nada desechable a fin de cuentas, el trayecto termina siendo amable sin consumirse
en sus limitaciones y resulta hasta sencillamente valioso en su reflexión; es entretenido
sin aspavientos con forma y mensaje que como tal ya deviene en algo rescatable.
Partiendo de una premisa particular que no se hunde sino se le sabe manejar. También
luce medio tontorrón, por qué no decirlo, y está plagado de errores, pero la
mayoría de señas defectuosas son parte del himno que entona toda la obra
conjunta, es parte de su esencia, de su defensa, de sus argumentos,
sensibilizar al bully, al matón, al tipo que se cree mejor que otro en su condición humana, luchar contra su
extirpación, así como con las bellezas indolentes y crueles, como cuando la ex-novia
(que ni siquiera lo fue) solo se regodeaba con las atenciones que recibía sin
creer o apreciar a ese ser humano que las daba, o cuando dice que no hubiera
podido estar con un tipo tan extraño, como si -sin la menor indesición- estuviera
defendiendo una verdad, sí, es muy notoria la crítica y quienes son sus culpables (da dos ejemplos en personajes y luego es inteligente en lo abstracto), hay
mucha ñoñez y peca de obvio el artilugio emotivo y vinculante pero toda esa consistencia
genera frutos en una historia que nunca llega a ser vacía ni negativamente comercial
sino mantiene su carácter de cine independiente pero de forma próxima y
accesible, bailando con la locura y apreciando el amor, como un canto de un
freak a otro (y aunque suena alentador mucho se debe a la fantasía del séptimo arte aunque muchos quieran ser, se sientan a veces
así o sean uno de ellos), como Darius escuchando a la “ex novia” a la que hasta una
canción se le ha compuesto –el colmo de la soledad, la alienación y la
condición romántica y tontamente idealizada de un tipo muy extraño- y a
Kenneth, escogiendo el camino más lógico que muchas veces no aparenta serlo.