lunes, 5 de noviembre de 2012

Moonrise Kingdom


Wes Anderson es dueño de un estilo muy particular, entre aniñado y raro, puede abordar algunas imágenes o temáticas chocantes pero lo hace con la mayor inocencia, con un cromatismo como el del arco iris, que nos remite a una mirada optimista y alegre, el suyo es un mundo personal muy autobiográfico debajo de las capas de ficción, familiares impositivos, lealtades  a prueba de conflictos, romances con alguien fuera de lo común, una extranjera o una persona muy especial, tipos estrafalarios que para él son normales, una contextualización americana pero cosmopolita o muy cercana a la europea, un aire kitsch, una comedia  “tímida” que nada entre la ironía más audaz pero clara, y una circunscripción a explotar el lugar común generando viajes bizarros.

Genera un cine inclasificable y nuevo, que puede o no ser aburrido –que sí convencernos ya que es original- dependiendo de si nos dejamos llevar, al verse ligero y tonto dentro de su extravagancia, donde los outsiders toman la posta y se convierten en héroes mostrando todas esas virtudes que en la realidad por uno u otro motivo no se pueden desplegar, en cambio para Wes Anderson es fácil ponernos en el ecran una niña inconforme con su mundanidad, de su hogar de clase media, quien sobrelleva su propio espacio de influencia francesa, su isla mental, llevando la apariencia de una bailarina rebelde de los sesenta pero salida de algún comercial de tv. Suzy Bishop (Kara Hayward, en su primer filme) es la fuente de rebeldía de la historia presente, el ánimo de escapar de ese espacio que no nos produce felicidad. Sam (jared Gilman, también en su primer filme),  líder de su propia independencia, un niño con personalidad, decide hacer lo que los otros quisieran y no pueden, salirse del orden establecido, y como entrando en lo salvaje, en la libertad, ayudado por su sabiduría de boy scout, para lo que la misma sociedad lo ha entrenado, tiene una razón a defender, el amor, un tema de adultos abordado por niños. No solo el amor por Suzy sino por sí mismo, por defender lo que quiere en la vida. Y en medio de esa historia que debe ser recordada como anuncia la película, todos suspiran y alientan en el fondo su proceder, sin embargo se remiten a sus obligaciones como padres, como fuerza de orden, que tienen que reprimir el cauce de fuga, pero haciendo la salvedad de prometer comprensión para hacerlos volver, habiendo la intención muy sutil del suicidio.

Se destaca un reconocido reparto de estrellas de cine como en la constreñida Laura Bishop (Frances McDormand), la rigurosidad de los servicios sociales (Tilda Swinton), el naturalmente inubicable como actor, padre de Suzy, las convenciones que terminan perdiendo (Bill Murray), el infaltable en el universo Anderson, el scout inspirador (Jason Schwartzman) y el menos conocido pero quien nos hace saber que estamos ante una fantasía, o una historia que se recuerda, Bob Balaban como el narrador.

Un filme que en un momento parece una parodia de uno de acción o el recubrimiento de algo más fuerte por el estilo y las formas de Anderson, su manera de reinterpretación, como cuando los héroes se enfrentan a una horda de guerreros en el bosque, niños scouts armados con cuchillos, flechas y hachas, o en el momento en que Sam escapa en lancha por el río y luego la cubre con hojas. Pero ante todo es una historia cálida e infantil, como es más notorio puesta la pareja protagonista a besarse frente a la orilla del mar, en donde tampoco se contiene la broma cuando se escupe en la arena, no obstante saltado el exabrupto  vuelve a su estado de idilio, el culmen de la aventura. Nunca deja de ser un cuento, algo suave y calmado, que solo busca remitirnos a esa etapa de crecimiento en que todavía no nos aliena el entorno, y más, porque Suzy y Sam son dos personas muy particulares pero a su vez muy comunes  a todos, siendo siempre el deseo humano de hacer la diferencia creyéndose normal.  El primer amor es el trasfondo, el asumirse como niños problemas, el magma de tomar la existencia con fuerza y espontaneidad, el ser yo en un mundo de limitaciones.

Y no son rebeldes sin causa, el amor les da una excusa para actuar como lo hacen, sin embargo es el deseo de salirse del mundo en que se hallan el que los une, y a su vez no estamos ante algo tajante y unidireccional, ya que se critica el adormecimiento de la pareja en el matrimonio más no este, como el capitán Sharp (Bruce Willis) anhela, o con los niños exploradores en que el jefe scout Ward (Edward Norton) se enmienda con una acción y recupera el sentido de su labor. Al igual que los binoculares que utiliza Suzy, Wes Anderson nos acerca una realidad afín a  todos los seres humanos, perder la intensidad en lo que queremos no es una opción a aceptar y es lo que se lucha, sino buscar siempre llevarla con uno. En pantalla vemos dos chiquillos inteligentes, que en su huida leen, y que sobreviven en la intemperie, están preparados y ahí hay confabulación con ellos, y a pesar de que viene la tormenta no se intimidan, más bien muestran aplomo.

No hay un estado de conmiseración con Sam, que es huérfano y que se entiende sutilmente que eso también lo moviliza. Anderson prefiere la irreverencia infantil que las lágrimas melodramáticas, prima en él la comedia, por eso no se aguanta y al estilo de los scouts imitando sin peligro lo que sería el verdadero riesgo de escalar nevados  o sobrevivir en la selva, fabrica un matrimonio “falso”, del cual se rescata que es un compromiso con esa libertad puesta en práctica que enarbolan los pequeños, el recordatorio de un hecho valiente, que por chico, que aquí no lo es, no deja de ser importante, ya que es el prototipo, la esencia, el microcosmos de algo mayor, el que subyace y que mejor que a través de unos niños (el arte más flagrante de Anderson), la representación de lo puro y transparente, siendo la película de Wes Anderson la trasmisión del sinceramiento del que el cine se provee para conmover, incentivar o enseñar.