domingo, 30 de septiembre de 2012

Cosmópolis

Convertir un libro que se basa mucho en la abstracción como el de Don DeLillo en una película parece algo muy complejo, aún teniendo puntos de encuentro con el cine de David Cronenberg, porque lo de los anarquistas con las ratas en la mano o destruyendo una limusina con aerosol para graffiti en medio de una turba incendiaria que carga un muñeco de un roedor gigante, un protagonista disparándose en la mano sin aparente motivo o el abandonar en el mismo sentido la peluquería con medio corte de cabello cortado, es sin duda alguna muy propio del canadiense, esa transgresión que ha demostrado en su séptimo arte y que le ha valido tantos seguidores incondicionales alrededor del planeta, siendo ésta película fiel al texto, y a una línea que dirime la mayor parte de la filmografía de Cronenberg, la imperfección es necesaria y esto se puede justificar con muchas ideas, la que parece una excusa conmiserativa a esa crítica tan fuerte hacia el capitalismo que ostenta el filme y su inminente cambio ya que para construir hay que destruir, entendiendo que en toda creación yace el horror y que hay una repetición menos trascendente de lo que se piensa en el método que genera una transformación, algo que no se puede desligar incluso de lo provechoso como la tecnología y la economía, muy unidas a la política, esa desnaturalización del poder que llena a Eric Packer de un vacío existencial y de la inclinación a la autodestrucción, estando bajo el ideal moderno, el éxito con las mujeres, altos ingresos y la facultad de influir en la vida de las mayorías.

En resumen la cinta cae en el mismo lugar, ésta vez por ambición cinematográfica más que por imponer nuestra audaz filosofía, sin embargo será de harto interés en el espectador más paciente, indulgente con los fallos y carencias, y curioso con lo novedoso. Algo a notar previamente es que tenía a Robert Pattinson como eje y conducto de la historia y su representación, teniendo que manejar escenas complicadas como mantener un diálogo en cierto momento erótico con una sudorosa pero guapa trabajadora de su empresa mientras un doctor revisa su próstata, es decir cuando siendo heterosexual alguien tiene las manos dentro de su recto. Pattinson era atracción para muchos y desconfianza para otros, y como resultado apunta que los que se quedaran más contentos serán los seguidores de Cronenberg porque ha sido aun a pesar del interés comercial algo atrevido en su elección, y fuera de un arranque frío, en sí muchos personajes lo han sido, ha sabido sobreponerse y sacar una actuación digna, lejos del lugar común que le ha dado fama y por ende será un seguro rechazo en sus fanáticos. Se trata de poca expresividad aunque logra solventar un cúmulo de emociones entorno al nihilismo, desilusionado de la antigua brújula, el contexto de su fortuna, de su trabajo, y forma de vida a raíz de ellos, que no cree ni en el anarquismo aunque admira la pasión de quienes se desenvuelven en éste. Ha sido difícil, una verdadera prueba para él, aún en un tono relajado en las formas del filme llevando a cabo el concepto.

Acompañan al actor americano dos luminarias francesas, Mathieu Amalric y Juliette Binoche, que con papeles muy cortos son los que más destacan en cuanto a interpretación, la fogosidad de ésta mujer mayor en un encuentro casual sexual convertido luego en disertación sobre el arte y la pertenencia –en toda la película se da mucha conversación reflexiva compensada con eventos en que Cronenberg puede perpetrar su visualidad creativa aunque en ésta realización yace en esencia dócil- y la de éste contestatario activista que se graba tras arrojarle una tarta en el rostro a algún personaje relevante socio-político o económico. Ambos son intensos y sueltos, siendo “sorprendente” ver como el talento siempre brilla aun cuando no sean los protagonistas; hay mucha potencia gracias a la motricidad, sensualidad o vocalización en sus performances, específicamente cuando ella se contorsiona en un aura desinhibida por la excitación y él se pone alterado luego de su atrevimiento. Con ellos, otro actor reconocido aunque no tan popular, Paul Giamatti, que suele verse cotidiano por costumbre. Aquí ayuda a comprender las intenciones de Eric. Aparece al final para cerrar el conjunto en un solo punto ideológico que queda abierto apostando por una esperanza, habiendo mucho diálogo que con su fluidez no se hace pesado aunque da la sensación de algo anodino en cuanto a la acción. Presenta un lado intelectual a pesar de que no suele dar la impresión de grave trascendencia, escurriéndose de la solemnidad que de por sí en la realización ya es suficiente con su quehacer natural y evitando esa reticencia a ponernos muy pensativos, que de eso va en la película aunque hay repercusión física en una tensión que tira y afloja discretamente.

Torval (Kevin Durand, de semblante duro pero cuerpo ordinario) significa la línea de seguridad de esa dualidad, entre su contratante y el capitalismo, por eso se rompe esa capa, en la necesidad de liberarse del peso que agobia. Mientras Elise (Sara Gadon) es un personaje contenido pero semejante a Eric, solo que ella cree en solo limpiar y seguir adelante. No se imagina sin la “fortuna” que la describe. Aparece rodeada de una atmósfera de calma melancólica y elegancia.

Éste entretenimiento en manos de Cronenberg se pone un poco serio, debajo de la extravagancia, dos motores que ha solido perseguir, no obstante aunque implica una exigencia en esas coordenadas es afable para digerirlo, muy acorde con sí mismo. Deja la sensación de que tranquilamente ésta podría ser una obra de teatro, con ese escenario regidor en el interior de la limusina, a donde entran y salen en un mundo alterno que es un microcosmos de lo que yace afuera. Cuando nos dice que la rata se ha convertido en moneda común.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Volcano



La ópera prima del islandés Rúnar Rúnarsson se enmarca en el último ciclo de la vida, como el volcán que hace erupción y tras la explosividad lentamente va hacia la calma, a descansar, a morir, en la primera muestra del filme a modo de documental con las imágenes en blanco y negro, y que connota también lo que hay que asumir tras el desastre, y en ese lugar en medio de la catástrofe está Hannes, un conserje o auxiliar escolar que se acaba de jubilar y encuentra la desilusión de ya no ser útil, no poseer en que ocupar su tiempo sabiendo que para muchos el trabajo de uno puede ser casi toda nuestra vida, y aunque se le conoce como el pescador por una barca a la que suele dedicarse como pasatiempo, incluso ésta pasión parece fallarle, mientras su carácter díscolo producto de una voluntad de hacerse respetar le cobra la factura con sus hijos ya mayores que no lo aguantan y encuentran que su madre hace algo casi milagroso en sobrellevar su constante enojo. Sin embargo desconocen lo amoroso que puede ser con su progenitora, el inmenso amor que tiene y que se pone a prueba, como si la propia existencia se hubiera enconado contra él y puesto a retarlo en lo que más quiere, inquiriendo por un comportamiento común más humano con sus seres queridos.

Con un tono en gran parte frío pero no indolente, de exposición médica y meditabunda, la imagen austera y firme, un sonido incidental bajo y discreto a ratos, Hannes se siente acabado, aunque no sabe todavía lo que se le viene. No obstante despertará en sí un deseo sobre todo de lucha y de mejor convivencia, en ello está la lección de la película. El personaje demuestra varios matices de la personalidad, ya que se suele juzgar a veces con rigidez a los seres humanos. Los menos expresivos que sufren por dentro pueden verse sólo por la caparazón que suelen exhibir y ahí en su hermetismo se crean problemas de relaciones humanas. Se ve sólo la reacción y no la causa que a menudo proviene del sufrimiento, pero en el filme no se nos revela más que como es en el presente sin demasiadas explicaciones de porqué es de esa forma, preguntando por como se desenvolverá en el futuro tras el conflicto que le ha tocado atravesar.

Múltiples veces el rostro del actor Theodór Júlíusson despliega la habilidad para conmovernos o enfadarnos, la cámara se detiene en tomas próximas a auscultar sus emociones en silencio, hasta vemos caer muy despacio una primera lágrima -después vendrán muchas más- o sentimos sus padecimientos, detalles que se darán en todo el filme sugiriendo más que buscando el descargo intenso, en todo caso cuando se da es de forma íntima y en soledad, sin aspavientos, aunque es una trama expresiva también que enseña desde afuera además, y que dirime algunas acciones precipitadas como su carácter demuestra en un inicio ante la respuesta del término de su labores profesionales, siendo el protagonista en algunas partes un niño grande que no controla su fastidio. Sin embargo también posee otras maneras muy caviladas en ese aprendizaje que resulta ser una tragedia en su vida, donde debe ver cómo se resuelve, la constante del filme que se enfoca en sus actos, en un dolor que no agota al espectador sino que se dosifica con buen tino sin sobrecargar o disminuir su importancia, y que yace en el justo medio evitando lo gratuito y la superficialidad.

Se propone el qué viene ahora, luego del final de algo trascendente en nosotros, decisiones complejas que requieren adaptarse teniendo en cuenta que nunca dejamos de hacerlo, ni siquiera en la vejez. Se sigue pasando a otro lugar o se nos hace notar una trasformación en nuestro ambiente de identificación, lo que nos es familiar proclive a desaparecer y hasta hacerlo. Se conjugan sentimientos como la nostalgia, por el tiempo que se ha ido, lo que ya hemos perdido o lo que perderemos, la decepción que llega a reemplazar a la ilusión, el constatar que debemos reencontrarnos con ella y sacar adelante una nueva visión que nos motive a seguir amando al mundo, y en ese trance reflota un nuevo yo de alguna forma.

Hannes es criticado pero no es el único que ostenta defectos, los hijos también los tienen, hay un cariz universal de estar ciego a lo propio –en él más, ya que es quien dirige la trama- pero además surgen momentos de iluminación, no solo de confrontación y reproche, sino de lo que nos compete en que lenta y levemente se produce un cambio dentro de la historia que no resulta apurado ni inverosímil, además de existir un shock vivencial que repercute notoriamente.

Anna (Margrét Helga Jóhannsdóttir) es el catalizador del relato. Sin ser burda sirve para contextualizar el magma del filme, para punzarnos, y es que pequeños cuadros de su situación aunque contienen algo de contención en cuanto a su realidad que puede ser visualmente mucho más dura provocan el entendimiento que justifica el entorno y las líneas que quiere dirigir el filme al público, que se basa en el cambio y sacar el alma de ese ser violento que es Hannes, el que combate con sí mismo, en un viaje realmente triste que ha sabido manejarse con esa tranquilidad del cine europeo y que tiene el optimismo del séptimo arte americano. A fin de cuentas estamos ante una transición, una etapa que empieza a lidiar con la muerte pero que no es el fin; es el desarrollo, a pesar de todo, de nuevos sueños y alegrías. No solo de la tierra rodeada de mar (de aislamiento), que observa el protagonista con detenimiento, como en un espejo, sino de compartir, de ser menos egocéntricos y no solo pensar en uno, de desprenderse más emotivamente, de vivir y dejarnos ir. La paz se apoya en quienes nos quieren, en los descendientes y en la familia. Para eso miramos el barco, símbolo de todo ello, que pasa de generación en generación. 

domingo, 23 de septiembre de 2012

El buen Pedro

El director peruano Sandro Ventura nos trae la historia de un asesino en serie que se oculta tras una fachada de hombre probo, quien posiblemente a razón del vacío tiene una enfermedad en la que llena su vida con la intensidad de matar prostitutas, habiendo un paralelismo en un diálogo con su casera en que responde fastidiado hallarse muy contento con su soledad mientras sobrelleva un fuerte dolor en la espalda que se puede entender como una connotación de su contexto interior.

El intachable de día, Pedro (Miguel Torres Bohl), que sale a matar a las dos de la madrugada en punto, no es la única quebradura de cabeza de su perseguidor, el investigador de policía de nombre Gabriel (Roger del Águila) sino la pareja de éste, que es puta, la más engreída de todas dice una nostálgica compañera, y entre seguir los pasos de un criminal y lidiar con su complicada fácil mujer yace en medio de la depresión y el lamento. Tanto Pedro como Gabriel comparten el semblante poco expresivo, o unidimensional, el meditabundo en uno y el constantemente enojado -en un ente aparentemente pacífico- y desconfiado en otro, ambos actores recurren al mínimo de gestos, hay cierta carencia en ello aunque en buena parte se entiende en sus personajes. Roger del Águila nos tiene acostumbrados a su comicidad, pero al verlo serio, perpetrado en su congoja, logra su cometido, asumirlo dentro de un drama, sin embargo parece no poseer mayores registros o se extrañan más demostraciones emocionales y artísticas (el ser humano tienen varias facetas), no obstante cumple, más por sus antecedentes, estar en un registro atípico, como el del curioso caso de Carlos Álvarez como jefe de la policía, que a diferencia de lo que se especulaba solo parece estar en un sketch más de una de sus imitaciones, en la cinta tiene un corte criollo y punzante, algo muy similar a la esencia de sus caracterizaciones fuera de que pretenda realismo.  

La primera parte del filme hace extrañar un poco de audacia, quizás porque quiere ubicarnos en el ambiente y poner las fichas sobre el tablero, aun siendo bastante consciente de lo que hace y lo maneja bien, con conocimiento que se refleja en las formas y en detalles (una bailarina de nightclub despintándose hasta ser una persona cualquiera), sin embargo eso cambia en la segunda mitad en que podemos ver dos clímax de los que no sabemos cómo terminaran, abriendo campo a la sorpresa y al entusiasmo de una trama menos didáctica o insulsa; una de las escenas en mención da un salto incluso fuera de la hegemónica calma triste de la derrota, y brilla por la explosividad que ha estado acumulándose en el conformismo de Gabriel, en un instante en que sentimos que los dos protagonistas pueden ser más afines de lo que ya creemos, y a su vez sobresale la secuencia del desenlace que está atrevida en hacer de un impulso un ataque a vista de los demás.

En este tipo de filmes es importante como se ven y se perciben los asesinatos, los que en esta propuesta abundan, resultando atractivo basarse en la acción de los eventos ya que desarrolla más emociones, por eso hay que mencionar que la muerte de una de las prostitutas empujando despacio el cuchillo en su pecho parece muy primario, efecto que falla del grupo, pero no le quito al filme que logra la ansiada veracidad global, sobre todo en el desencadenante en la cocina, que resulta la más grotesca de todas las escenas aun siendo de poca duración, finalmente es la más plausible del conjunto seguida del imprevisible atropello, pero que requiere ponerle más fuerza visual al resto y entregar mayor alcance sensorial al espectador, darle un aire de cierta brutalidad no necesariamente en el ejecutor sino en cómo se dibuja el acto, demandando incorrección, salvajismo, y que en la presente película falta en la guinda que debería hacer la diferencia en el toque visceral y réprobo que se esperaría, aun queriendo ser sutil, ya que tenemos que estar conscientes  aun en la elegancia de las formas de qué está pasando, se está quitando la vida a una persona y de forma violenta.

Tantas muertes refuerzan y definen al género al que se adscribe, también contrasta como notoriamente se quiere con la vida cotidiana diurna del asesino, hay una exhibición que apunta a la franqueza y proximidad recreativa, también llevada con arte en algunos momentos como la toma de un cadáver cubierto por una bolsa azul dejando ver solo las piernas ennegrecidas.

Funcionan las dramatizaciones de las agresiones –el querer escapar o la preocupación de lo que intuye la víctima- y ese preámbulo de encuentro antes de cada homicidio, algo en que suele relucir en cierto cine las malas actuaciones y en el filme que nos compete tiene aciertos y otros no, pero en general posee actuaciones sencillas. Destaca sacar del cuadro de la cámara al cazador dejando su comportamiento y personalidad aparte en la imaginación, enfocada la película en recrear la toma con elementos fuera de él mismo.

Algo valioso es que las prostitutas y su ambiente, los bailes, sus vestimentas y algunas apariencias sacadas del erotismo japonés o del hentai no resultan incongruentes con nuestra realidad y no dejan de ser parte de una construcción artística, lo que mejora la estructura del filme. Son sensuales y no necesitan de ningún tipo de vulgaridad, siendo verídicas sin la sobreexposición o la obviedad. También es interesante notar que los diálogos no caen en lo barato o en la abundancia de las frases hechas aun estando en consonancia con la naturalidad del habla nacional.

La actriz Natalia Salas, una guapa peruana que me recuerda a la despampanante Barbari Mori, logra su papel en el desdén hacia el perdedor que es Gabriel y lo explica en su sinceramiento, puede parecer muy optimista pero hay que perdonar esas ligeras licencias ya que el filme tiene de telenovela, algo que se irá remontando.

El Buen Pedro (2012) es un thriller que tira hacia el terror, y que parcialmente a ratos lo ha conseguido y a otros te deja incólume, o le ha faltado propagarlos más, aunque había un drama en cuanto a la vida personal de un protagonista que llevaba otros sentimientos de por medio. Muestra una decente estructuración, como con la mancha en la pared, la espera en el cuarto tras el plástico azul (simbólico y sugerente) y repetir una escena varias veces (en una hasta parece error), la del policía diciendo era sólo una niña ante un cuerpo masacrado y abandonado. Repetición que es un espacio clave de reflexión ante lo que está pasando, aunque uno de los pocos, estriba una ausencia. No puedo evitar hacer mención de la estética de los créditos finales, sobresale bastante.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Casa de tolerancia


Bertrand Bonello se ajusta –en parte- a la denominación de nuevo cine extremo francés que se ha querido acuñar alrededor de algunos cineastas, sin embargo hay un toque que lo hace humano, dispuesto a solventar una atmósfera con sentimientos, aunque equilibrando su participación, siendo menos decadente y gratuito de lo que podría esperarse de un rótulo bastante general, si bien hay un orden de fin de una época que circunda su obra y un deseo de franquearse con el espectador, ser didáctico sin tapujos, y ahí como último bastión en plena transformación del oficio más antiguo del mundo –listo para salir a las calles- yace la historia de un burdel de nombre L'Apollonide, al que asisten aristócratas engreídos, herederos millonarios e importantes industriales tras el alivio matrimonial, jóvenes y viejos, filántropos enamoradizos, escurridizos aventureros y algunos sujetos de abolengo ansiosos de extravagancias.

A manera de describir lo que circunda el negocio de la prostitución de fines del siglo XX y comienzo del XXI, exactamente de 1899 a 1900, en tierra gala, el filme parece tener un lado documental, de registro y exposición, abordando desde la transacción y  la cadena de mando, los juegos eróticos, hasta la enfermedad y la muerte, teniendo cierta vocación de precisión, mientras envuelve su propuesta de “imparcialidad”, es decir ataca y defiende al mismo tiempo lo que muestra, nos sensibiliza con las penas amorosas, existenciales y económicas de las damas de compañía e incluso la aflicción infantil de sentirse menos dotadas intelectualmente que el promedio, pero también no se ruboriza en enseñar de que va el negocio en toda práctica; cada enjuague bucal muy sutilmente nos delata un comercio, palabra que se menciona de propia boca de las ninfas sexuales, y se explica con detalle el trabajo, para lo que implica la contratación de una anhelosa jovencita de 16 años que quiere dejar de ser costurera para empezar a calmar la libido masculina.

El toque de autor yace en la película aunque tiene presente abordar lugares de referencia colectiva, más apreciable si se desconocen los pormenores de la cuestión, no obstante no es así porque es muy recurrente la temática, empero siempre viene bien una nueva ilustración, que la tiene, solo que con algunas ideas no tan creativas y a veces un poco tontas para el caso habiendo momentos duros como ambiente, en la mujer sonriente que nos recuerda al Joker o con la furcia que hace de muñeca y le molesta jugar ese papel, pero que terminan llevando la personalidad que infunde el director, bastante palpable en el simbolismo de todo el conjunto en el sueño de la judía, las lagrimas de semen y la falsa sonrisa, una metáfora de lo que son en realidad, de una felicidad de apariencia y un castigo en su labor, como la reprobación de la sociedad hipócrita que se divierte con ellas, y en ese lugar hay un romanticismo de hacernos creer que las deudas, la ignorancia son el motivo de su existir, y es parte pero también lo es su discurrir por una vida fácil, suntuosa, festiva, y es que al fin y al cabo, Bonello se apiada de ellas, se pone de su lado, las vuelve menos objeto o mejor dicho, les da un doble matiz, la vulgaridad y la promiscuidad menguadas por el alma y la personalidad de cada una, y es que conocemos a esas mujeres en el filme, vemos su lado humano, pudiendo ver que llegan a enamorarse del cliente aun ejerciendo en plenitud su oficio; ríen, lloran, se sienten solas, usadas, se quejan aunque de lo que ellas mismas han escogido, el filme toma un cariz en que pueden expresarse sin caer en solo ser lo que hacen, aunque las formas van sencillas sin la desproporción descalificatoria, ni tampoco llega al punto de convertirse en una falsedad que lo perdona todo, sobre todo ocultando; hay una cierta confabulación notoria compartida a  través de sus emociones y de los que se aprovechan de sus decisiones.

Se percibe una inclinación hacia sentir que es una ficción a pesar de una clara intervención explicativa que se mezcla con la subjetividad que siente el autor, por no digamos la prostitución, sino por las mujeres detrás de ello, parece un filme paradójicamente feminista en el derecho a la humanización, hay una escena que enmarca un clímax, bailan sufriendo (la música como expresión), nuevamente la dicotomía de lo que es y de lo que va por dentro, y suena noble pero falta a su otra forma, la de enfocarse en la realidad, se entrecruzan deseos, romanticismo y explicites (o un realismo), se da complicado abarcar tanto sin decidirse del todo, aunque se entiende que el compromiso está con ellas, y como ficción tiene sentido, es ante todo una historia, la visión personal de un creador; quizás juzgamos siempre hacia una vertiente, lógicamente, pero merece el tema un poco de esa “compasión” que todo ser humano merece, en que se ubican las que han escogido la prostitución, está bien, porque tampoco estamos libres de su necesidad como sociedad, y esa nobleza también es conocimiento de su razón de ser, que por una vez también denuncia la frivolidad, la dureza y manipulación del entorno fuera de estas; pero tampoco llega a enseñar perversión sino apenas un esbozo algo circense e inocente, y hay algo de generosidad incluso de esa clientela tan rococó.

No resulta un filme contundente sino muy suave en esencia -fuera de los detalles- aunque vastamente entretenido, una apuesta que se circunscribe principalmente a un espacio –que recuerde salen a un paseo a una laguna y hay una visita a una mansión aristocrática además- y lo hace como con la interacción de esas cuatro pantallas a la vez, esa repartición de la actividad en el burdel, intensamente, ampliando las cuatro paredes, como lo que esperamos sacar del filme, repitiendo momentos, embelleciendo el ecran, completando la fotografía, pedazo a pedazo hasta tener una figura, específicamente la del sueño premonitorio, semejante a la mujer que vemos actualmente en la calle, la que nos recuerda su drogadicción por tristeza, la que es proclive a terminar en un lugar trágico, la que ha perdido una amiga que le recuerda a sí misma, y la que no tiene -normalmente- un futuro familiar, ni tan siquiera económico.


martes, 11 de septiembre de 2012

V/H/S

De un colectivo de nueve realizadores, David Bruckner, Glenn McQuaid, Joe Swanberg, Ti West, Adam Wingard y un grupo denominado Radio Silence, nos llega éste filme de terror muy contemporáneo y bastante fresco, compuesto por una historia central de la que derivan luego otras libres, unos jóvenes adultos alrededor más o menos de los treinta perdidos en sus travesuras de delincuencia menor que suelen filmar tienen el “trabajo” de ir a buscar un vídeo a una tenebrosa casa, una vez dentro se encuentran con que existen varias grabaciones sin poder identificarlas, inquiriendo por la que creen debe ser la cinta pedida, visionan algunas y se dan 5 espeluznantes relatos más, mientras les acaece sucesos extraños, son parte de la misma aventura que los define, promocionar vídeos extravagantes.

El tiempo está dosificado en partes equitativas y la media docena de tramas tienen independencia aunque desprendiéndose de una de ellas, empero todas llevan la característica principal que se mueven alrededor de ser vistas como si fueran grabadas por los mismos personajes, los actores son contemporáneos a los directores de los que además algunos actúan. El filme lleva un ímpetu rebelde, moderno, desenfadado; las escenas son chocantes pegadas al gore pero no gratuito sino en el momento culminante, juegan a sorprendernos y versan sobre puntos primarios como fantasmas, lugares malditos, vampiros o serial killers, pero ostentando fusión y creatividad, no son predecibles, siendo cuentos entretenidos, en el género -valga la redundancia- de la eterna juventud, del goce más sensorial, el miedo al servicio de las pasiones.

La calidad quiere ser precaria por decisión propia, sacándole la vuelta a la misma realidad, se pliega a la sensación de espontaneidad que domina el conjunto. La cámara se mueve mucho y hay que acostumbrarse, se apaga por ratos, hay cortes visibles, va a negro, hay fallas visuales, copia la noción de unos aficionados, pero entendiendo que proviene de una visión de perfecto control y exhibición justificada,  es solo una técnica ya que denota en el fondo profesión, sonando audaz ya que se desligan de errores al estar bajo el concepto de novatos; más cuando luce como un filme que parece de bajo presupuesto, los efectos especiales no son abundantes ni impresionantes pero se bastan muy bien en la imaginación puesta en práctica, las locaciones son sencillas, hotelitos, un lugar turístico a campo abierto, un bosque, los actores no son populares, son desconocidos y algunos gestos están demás o pueden ser no tan logrados pero no desentonan como para desmerecer el producto, eso sí presenta su cuota de desnudos femeninos.

En corto tiempo se hace compacto cada relato, no falta contexto aunque son finalmente simples, llegan a concebir personalidad llevando vasos comunicantes generales a pesar de la libertad que han tenido en sus respetivos espacios ya que difieren de si en cuanto a determinado aspecto de horror si bien lo físico es de lo que van (muertes explicitas de quienes descubren el mal), son un terror visceral, visual, y no presenta necesidad de ideas sofisticadas, sino van directas a la yugular, no se guardan de mostrar. Tiene de road movie, hay una infaltable noche de brujas, los acontecimientos se dan bajo los rasgos de la edad y de la aventura, buscar chicas, divertirse, viajar, veranear, acampar, es esencialmente próxima, relajada, y de ahí cada fatalidad se hace como el castigo de cualquiera, al estar con la persona o en el lugar equivocado, aunque se difiere incluso planificando el destino de otros, azar y karma se entremezclan. Cinco historias siguen el desenlace fantástico, pero se circunscriben mayormente a lo ordinario en apariencia, lo cotidiano se vuelve fatídico, habiendo solo una completamente realista.

Un filme chico, que no ganará el cariño de la crítica ni es de los que se premian con regularidad en festivales o en galas mundiales, lo mismo que pasa en general con la comedia o la acción, pero que son tres grupos cinematográficos  a los cuales todos siempre volvemos, a esa etapa más salvaje o más intima, y que es parte de ese espectador común que llevamos todos en el interior, el que busca emociones fuertes,  sobresaltos básicos, sentimientos universales, en una propuesta que no tiene más ínfulas que entretener, haciéndonos sentir que es verdaderamente infaltable de vez en cuando.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Hors satan



Cuando vemos un filme muchos queremos que nos sorprendan, que nos enseñen algo nuevo pero sin tomarnos el pelo, sin que nos vendan gato por liebre o que terminemos aplaudiendo cuando honestamente queremos rascarnos la cabeza, o sea no entendimos nada, en esa conjunción entre misterio y claridad se encuentra la última película de Bruno Dumont.

Usando los momentos precisos y apoyando repetidas veces la idea central, se mueve el filme por la visualidad del panorama que nos hace ver pequeños, pedestres, el campo francés se hace prodigo en esa inmensidad y desconocimiento en pugna, tan afín a los seres humanos desde que empezaron a filosofar, a preguntar, a entender, desde que decidimos subsistir o buscar soluciones. El que tiene la salvación en esta trama es un hombre con habilidades paranormales que representa un cierto enigma para el espectador, un ente inclasificable, no es un santo porque también hace el mal (el fuego sobre el territorio agreste), ni tampoco parece un demonio porque a su vez ayuda a los demás (la niña enferma) y reza a alguna deidad, pura, por el tipo de ritual; sobre él hay ambigüedad, en su persona los actos también salvan a través de la violencia y hasta del asesinato, como en el acto salvaje contra el guardabosques con la justificación del miedo y resguardo que se puede entender del contraste con el caso de la violación y muerte, protegiendo a quien quiere, aun de sí mismo, bajo su inexplicable libertad. Lo que nos quiere decir el relato es que nuestro personaje principal a pesar de ser especial no es más que un hombre o se parece mucho a una parte de ellos, imperfecto en sus pasiones, inconsciente, vacío, no siempre en control de la situación, a la riendas de un destino vagabundo e impredecible, es en pocas palabras un ser salvaje aun en estado de poder mediar con la muerte o la locura. ¿Tiene un fin? No, en absoluto, se mueve en la simplicidad de la austeridad, en una perenne contradicción, en lo indeterminable, como con la muchacha que cuida, que dice no tener sentimientos pero lo ama o se conmueve y se enoja tras el disparo de un ciervo, la que tampoco es proba. Nos movemos hacia la inexistencia de los valores convencionales, de nuestra humanidad, ¿será ese el mensaje? No sabemos con exactitud. Podemos identificar muchos de los actos como sensibles a nuestra esencia, aunque las reglas están quebradas en pos de otra forma de justicia anómala, pero que está a razón de alguna causa de seguridad o de mejora. La atmósfera de limbo es la tergiversación o manipulación de la religión o algo más fácil de ubicar en el protagónico, puede tratarse de un brujo, sacándole la vuelta a una forma desgastada y cotidianamente infantil, solamente que en la cinematografía  de Dumont lo dibuja con rasgos serios, secos y ordinarios.

El filme es austero, las vistas panorámicas son bellas y apabullantes, el paisaje rustico remite al poder de la naturaleza, de lo primigenio, los actores apenas hablan, manifiestan con el cuerpo en el gesto de apoyar la cabeza en el hombro, en la rutina o en la larga caminata de retorno, se da profundidad a las  miradas, posan, guardan silencio, dejan que la cámara los indague y los exhiba tranquilos, mientras el ecran nos dice que hay un insondable misterio, que somos tan humanos, y hasta perversos. Sin embargo la elipsis de quien es, de donde viene el ente especial con poderes, no se resuelve, habiendo de fondo un reclamo de involución, un hueco en el paradigma de la inteligencia, de una “superioridad” proclive a la corrupción, en un colectivo tantas veces reprobable, y no se juzga a nadie sino se actúa para subsistir, ese es el problema, cuando el orden se pervierte aun bajo todas las ventajas posibles, aunque en la creatividad de una ficción se enriquezca y entretenga más un producto cinematográfico.

Dumont es audaz sacando sustancia y juego intelectual a una historia de estructura sencilla pero visualmente atractiva aun siendo intencionalmente repetitiva, sosegada, minimalista, demorándose y auscultando el entorno como si fuera un mapa el cual estamos delimitando. Se puede fijar con facilidad su trama y al mismo tiempo el magma se mueve en vastedad, y es que economiza y magnifica muy bien resaltando un objeto de estudio (gracias  a la injerencia argumental imaginativa de una variante que pone un contexto particular, el único verdadero aporte), nuestra humanidad, filosofa sobre ella, de ahí se puede derivar a los vínculos afectivos, a los rasgos sociales, a la decadencia. En la realización se puede ver la calidad de esteta de Kubrick, la trasgresión de Pasolini, la reflexión de Bergman o la austeridad de Kiarostami, que dice el galo son sus referentes artísticos en el séptimo arte.