Siguiendo con los postulantes a la palma de oro del Festival
de Cine de Cannes 2012 repaso la obra más importante del cineasta brasileño
Walter Salles que éste año compite con la realización de la adaptación del
libro icónico de Jack Kerouac, On the road, que retrata las aventuras de unos
amigos rebeldes que han decidido aprovechar la libertad que solo encuentran
surcando el territorio americano
reconociendo las carreteras como el punto de esa emoción que los define en su
amor a la vida. La que critico en éste momento lleva un indiscutible respaldo, con sendos
premios importantes como el Bafta a mejor película en lengua no inglesa, el oso
de oro de la Berlinale, el globo de oro, el premio del jurado en el Festival de
Cine de la Habana o el premio del público en San Sebastián.
Éste es un filme que nos habla de la relación de una mujer sin
ningún tipo de familia que vive de estafar a gente analfabeta redactándole
cartas que luego rompe, con un niño que pierde a su madre atropellada en la
estación central de Rio de Janeiro, y que mostrará el afecto y la sensibilidad
que el amor produce en los seres humanos dándoles la oportunidad de
reivindicarse o como es, de solo amar tal cual producto de una novedosa experiencia
que derrumba los antecedentes de la perenne desilusión y acerca la fe que otros
destruyen en un mundo que como muestra Salles en sus panorámicas rurales y en
sus caseríos pobres no nos circunscribe
a ningún lecho de rosas.
Una misión aproxima a esa pareja de desamparados como en esa
hermosa toma de ambos alejándose hacia el interior de una pista al estilo de
Tiempos Modernos de Charles Chaplin; encontrar al padre del pequeño Josué, con
la ayuda de Isadora, la actriz brasileña Fernanda Montenegro que estuvo
nominada al Oscar por ésta actuación. El padre que buscan es un hombre mujeriego, irresponsable y
alcohólico que aún así es la admiración de un hijo que no lo conoce y no para de
contar que su progenitor construyó por sí mismo su casa producto de su
habilidad con la carpintería. Josué sueña con ser conductor de camión y su
perspectiva de vida es tan simple como la del contexto y el conjunto de los
personajes que nos reúnen frente a la pantalla. Salles hace un acercamiento a una naturaleza
muy precaria, una población muy básica que se saben como dice un poblador en el
fin del mundo pero sin romanticismos ni exageraciones melodramáticas sino que
nos ubica en la religiosidad de la gente y en su quehacer diario como telón de
fondo, sin un embellecimiento pero tampoco sin ninguna tragedia. Es como pasear
por ese universo que atrae a los
turistas o a los urbanos, a esa diafanidad y felicidad que aspiran buscar fuera
de la vorágine de sus imponentes ciudades.
En su inicio hay un color que estéticamente pinta el ecran de un aire optimista aun no
siendo las condiciones más fiables o más adecuadas. La estación central es un
sitio donde los robos se pagan con la muerte, se trafica con niños y está
surtida de muchas irregularidades anacrónicas para la bien llamada civilización
moderna aunque ésta también es magma de esas realidades adversas. Luego a
manera de una road movie la mujer adulta
entrada en años de talante duro pero común y el chiquillo lenguaraz de espíritu
independiente, noble e inocente, dos personalidades enriquecidas en la trama
que solventan ese acompañamiento por los pueblitos del Brasil, crean un sentimiento, en un espacio geográfico pintoresco y a la vez menos evolucionado,
arma idónea para un filme que funciona sin exacerbar intrascendentemente la
emotividad aunque no faltan momentos claves con el impulso de solventar esa
relación y esa esencia, el niño perdiéndose entre el gentío huyendo de su
“madre adoptiva” desesperada persiguiéndolo lenta a la distancia, el camionero
evitando un encuentro sexual ante su fe evangélica y el consiguiente consuelo
en la conversación entre Josué e Isadora que indirectamente desmiente la poca
presencia física de ella, el vestido regalado tras la jornada improvisada de
trabajo o la fotografía de 3 reales con un santo local. Todo justificado ya que el director carioca termina
expandiendo y cerrando cabos, generando conclusiones en la línea de esa
confabulación que produce risas además de llanto en la última carta, como en el hurtar de una tienda de comestibles tras la mentira de devolver lo antes cogido
o con la pícara pero efímera escena de la cama compartida cuando el niño dice ser
un hombre de muchas aventuras sensuales.
Es un filme con distintas aristas, tranquilo y alegre a fin de
cuentas, de una llaneza muy ejemplar pero sobre todo porque es natural con los
protagonistas en sus múltiples defectos, en su interrelación desigual en años pero en la
verdadera horizontalidad y que no juzga
aun con pruebas, aceptando y creando una nueva puerta demostrando que las
dificultades son el camino del engrandecimiento personal y que mientras vivamos
nunca quedamos fuera de mejorar interiormente, sin importar la edad, tal así como
humanidad, siendo un tema muy propio de todos, a manera de una suave y discreta
lección que explica cambios y voluntades solo con tomar un poco de consciencia sobre los demás, aunque bajo un claro vinculo especial que es lo que fomenta por
completo el relato. Isadora no es ningún dulce aunque en el fondo yace alguien golpeado que implica
una indiferencia aprendida más que otra denominación desfavorable, y es en las idas y venidas del mundo, en sus choques vitales, que se puede vivir la mejor de las experiencias, un
momento único que marca nuestras existencias, el niño con la mujer que nunca va
a olvidar sin que ella quiera ser por una vez olvidada.