Estamos frente a una trama dura que parece estar adscrita al género del terror ya que asemeja ese
regadero de sangre, en la incomprensible ejecución
de los hechos, aunque con base relativamente fácil de ubicar en la realidad, sólo que indiferente a
las convenciones y es que los guardianes del orden, oficiales del ejército y la
policía, pueden ser tan peligrosos como los asaltantes del campo o los mafiosos del mercado
que presenta éste relato sanguinario y desmedido, repleto de asesinos
despiadados escudados en sus uniformes quienes disparan para robar o encubrir atropellos,
una violencia incontrolable que pone a la muerte muy próxima de cualquiera, en
una pesadilla que invierte los estatutos de lo que debería civilizar. Ni
siquiera la filosofía acomodadiza de un camionero pacifista de que simplemente
no hay que estorbar y ser sumiso te equivale a sobrevivir, salvando la locura
de volverte un depredador con ese tipo de anarquía en que debes matar primero
antes que te maten, o perder el sentido de la realidad.
Los pobladores del medio rural que es el contexto del filme desconfían
de sus autoridades o fuerzas armadas, dentro de una Rusia post-comunista, en donde no se
teme eliminar a un mayor que se resiste a un abusivo arresto dirigido por
subalternos desquiciados. Sin embargo de nada
sirve tomar precauciones en el pesimismo de una tierra sin ley en que el terror se da en toda
tranquilidad. Loznitsa es implacable con esa imagen creando un aura entre la incredulidad y el impacto, de cara a tanta brutalidad.
La historia central empieza como una atrapante, saludable y lentamente desconcertante road
movie para luego ir a negro como en un abismo pasando a habituarnos a un pequeño pueblo aparentemente perdido en medio de la nada, que atisba a sólo enseñar alguna bandera de Rusia
en algún traje policial. Llega el giro, enorme, pero seco, mientras quedamos
con el asunto en stand by. No obstante ya no hay vuelta que darle, estamos conscientes
de que éste es el infierno. Georgy transporta harina al interior del país mostrándonos
la idiosincrasia del territorio, niñas prostitutas, iniquidades y venganzas
entre compañeros de armas (una matrioska estupenda) o vagabundos que asaltan
caminos, hasta que su vida da un vuelco imprevisible que nos lleva a perderlo de vista y reencontrarlo
transformado.
Uno puede creer que hay un personaje principal pero lo más importante más bien es lo
que se padece en ese ambiente, la injusticia y el asesinato, que reina sobre todo.
Es la ambientación la que ejerce de primer plano y es una salvaje narración que
infringe miedo en una sociedad alternativa, fuera de su funcionamiento normal,
un discurrir demencial en que al instante se arrebata la existencia. No cabe el efecto de la bondad ya que siempre el desenlace es trágico, no hay hombre que se sostenga en ese medio. Loznitsa lo
deja muy claro con varios ejemplos, el maestro explicando el no defenderse
incluso en la guerra ya que matar no es una opción para él, el viejo compasivo
que recoge al retardado o el mismo minusválido que antes se encomienda torpemente
a sus semejantes cayendo en el rechazo y el daño personal.
En el apartado técnico se destaca la constante proximidad de la
cámara y secuencias que siguen a distintas personas pasando de una para seguir
a otra equivaliendo un personaje secundario a otro protagónico y dándole cabida
a diferentes pequeñas historias, a un observar y detenimiento variado que
persiste sobre alguien por un rato para pasar a otro que nace y muere en la
permanencia y fluidez, o articulando una individualización que agrega más de lo mismo, un caos frenético indisoluble que acarrea negatividad, en que nada mejora, sino se hace más insoportable, más claustrofóbico,
desquebrajando toda esperanza para terminar en un callejón (exhibicionista) sin
salida, cutremente inverosímil por
macabro e inadmisible pero basado en lo que sería un entorno identificable, una
crítica implacable de aspecto radical, notoriamente sobredimensionada, focalizada en la nueva forma de gobierno, que funciona mejor o perfectamente como relato
de miedo, sin sobrevivientes ni héroes.