sábado, 25 de febrero de 2012

Caballo de guerra


Steven Spielberg tiene dos Oscars por mejor director y uno por mejor película, gracias a Salvando al soldado Ryan y La lista de Schindler, además un Premio en Memoria de Irving Thalberg por su destacada carrera profesional. Películas como Indiana Jones y el arca perdida, E.T., Tiburón o Munich entre tantas otras lo colocan como uno de los grandes directores americanos de la historia del séptimo arte. No solo eso, Inglaterra y Francia se han rendido a sus pies con el Bafta y El Cesar. Por lo que a estas alturas ya el camino es menos exigente, continuando más que por propia decisión, vocación o amor al ecran.

Su última película, War Horse (2011), a ratos me recuerda a la familia Ingalls, pasando por cintas como Braveheart, Forrest Gump, Salvando al Soldado Ryan y hasta por Babe el puerquito valiente. Y no es en absoluto una mala película, funciona espléndidamente para una muy sana reunión de amigos o seres queridos que quieran relajarse con algo cálido, bien hecho y sin muchas complicaciones, que es lo que define en parte al cine de Spielberg, quien se defiende con las armas del artesano y de su amplio conocimiento cinematográfico que hace de ésta propuesta una nominación convencional y decente en los próximos Oscars, en los que definitivamente no ganará porque peca de demasiado oscarizable, algo predecible y porque Spielberg ya no lo necesita.

Dramatizar con el amor de un caballo tampoco es terrible por más adultos que nos creamos. No obstante merma su fuerza que estemos ya bastante acostumbrados a éste tipo de filmes. De todas formas, la película tiene un cierto encanto al buscar sensibilizarnos a través de un drama histórico sobre la primera guerra mundial que tiene como protagónico a un equino llamado Joey, perteneciente a Albert Narracott (primer largometraje del joven actor Jeremy Irving) quien crea un vínculo entrañable con el animal, que irá más allá de la distancia, partiendo de ser un sencillo granjero en Devon hasta un valiente soldado en la inevitable primera gran guerra.

Joey cambiará constantemente de amo (a) y hasta de bando en una aventura que lo llevará por los diferentes frentes de la llamada guerra de trincheras y el gas mostaza, en que todavía se combatía cabalgando a sable en mano, como en la impactante escena en que los ingleses emboscan a los alemanes en medio de ametralladoras y carpas de campaña.

Entre los destacados actores que pasan por la pantalla tenemos en un elenco prodigioso, a Emily Watson, Niel Arestrup y Tom Hiddleston o interpretes británicos menos conocidos aunque talentosos en Peter Mullan o David Thewlis. Sin embargo quien más sorprende es el caballo que hace trucos y pantomimas que demuestran el gran dominio de Spielberg para dar protagonismo al ecuestre, con impresionantes e incontables efectos especiales y alguno que otro entrenamiento real. El momento en que Joey -tras galopar eufórico para salvar su vida- cae en el cerco de púas es toda una hazaña visual.

El filme tiene momentos lacrimógenos efectivos que casi no fuerzan al espectador, donde se puede llorar sin restricciones al no creernos engañados por un poco de cebolla, pero también ostenta otros recursos muy al estilo Hollywood en que las posturas y los deja vu son abundantes. Los parámetros no son todos estrictos en cuanto a emotividad, tiene tramos que son olvidables y que se nos hacen indiferentes, como sitios en que hay que dejarse llevar porque también se debe sentir con el séptimo arte; y eso no es todo porque tiene zonas difíciles que se ejecutan sin sentimentalismo; por ejemplo, la muerte del capitán o el fusilamiento de los desertores teutones. Spielberg dosifica su carga entre suave y dura, pero siempre con el buen hacer de la experiencia, que admite un filme para todo público.

La factura del filme es impecable, aquí la maestría no tiene pegas, los escenarios y los contextos funcionan, incluso para definir quienes están en combate que es algo que puede generar confusión; hay pequeños detalles que indican espacios geográficos, orígenes e identifican personajes secundarios germanos, británicos y galos. También no se ha querido tomar partido por alguna nación evitándose el maniqueísmo. Si bien el bando inglés está representado por Albert, hay múltiples oportunidades de ver nobleza en los contrarios (llega a haber un armisticio –otro de esos instantes memorables de la realización- en que entre enemigos colaboran para salvar a Joey).

El caballo lleva una personalidad que lo hace trascender, no solo se le une a un pañuelo y a un silbido (se le describe perfectamente sacándolo de la natural uniformidad para corroborar que Albert es el dueño), sino que sus ojos, su conducta, su aprendizaje o su rebeldía dan realce a familiarizarnos con él, como cuando salva de la muerte a su compañero equino en un acto de iniciativa fantasiosa que aparenta naturalidad.

Otra característica digna del cine de Spielberg es el darle fuerza expresiva a sus criaturas, no faltan imágenes en que las palabras están demás, que la cámara se posiciona sobre un ser vivo que refleja incontables sentimientos en plena pantalla. Eso es el filme, un cúmulo de toques sensibles en una historia amena bajo un contexto bélico dispuesta para todos.