lunes, 19 de marzo de 2018

El sacrificio del ciervo sagrado


Un médico cardiólogo (Colin Farrell) se siente inclinado a caerle bien a un muchacho, a Martin, producto de haber tenido de paciente a su padre quien murió en sus manos. Pero pronto el filme del griego Yorgos Lanthimos –coguionista con su habitual Efthymis Filippou- desencadenará en la venganza sobrenatural de éste extraño muchacho, que interpreta a la perfección Barry Keoghan. El filme tiene una narrativa más amable y fácil que otros filmes de Lathimos, salvando que el director griego utiliza la masturbación para generar sordidez.

El filme avanzado el metraje empieza a ponerse raro, que es lo que se espera de un filme de Yorgos Lanthimos. Martin le dice al cardiólogo que tiene que hacer un sacrificio para salvar a su familia de la muerte, tiene que matar a uno de ellos para que sobreviva el resto, para nivelar la pérdida de Martin, y pagar su karma. Éste asunto que no se explica cómo puede suceder es el eje y motor de la propuesta y la mayor rareza e incógnita y también libertad creativa. Cierto, es algo sobrenatural, pero ¿qué o quién es Martin?, supone Dios, pero es sólo un muchacho, se comporta y se ve como tal, aunque sea un freak.

En el filme la familia del cardiólogo tiene una relación amor –odio con el muchacho, inclusive una devoción santificadora o demoniaca por un lado. La película tiene su toque de horror, sobre todo por el final, pero es más un misterio, una pequeña extravagancia y locura. El médico entra en desesperación y debe decidirse. Su decisión alberga un poco de sinrazón, uno no sabe cómo podría resolver semejante asunto, pero suena improbable de la forma particular que lo asume. En un principio el filme juega a refutar lo sobrenatural, e implica coherencia y normalidad, pero pronto el surrealismo toma la posta, está bien, no hay razón para justificarse en adelante si propone un juego vistoso y entretenido. No obstante genera algunos fastidios –que se superan con lo que significa-, uno es ver como Martin se lo toma todo ligeramente, como si todo fuera una simple lección -supongo una propia de los dogmas más calculados- y sea él el encargado en impartirla aunque parece un ser inmaduro y frío.

Esto último es como se representan muchas escenas en el filme, en particular con el sexo que está totalmente ausente de erotismo. Nicole Kidman se echa en la cama para tener sexo como un maniquí y no como la mujer apetecible que es. Esto no tiene gracia, puede pasar por mero estilo, pero también puede creerse que es un lugar común de lo que implica el matrimonio o el reflejo de una monotonía que lleva al caos, como en la inclinación del cardiólogo a la bebida.

El filme usa con regularidad la música y el gran angular para generar un estado de suspenso, extrañeza y misterio. La primera parte del filme no genera demasiada sorpresa, el filme tiene un desconcierto más bien controlado en general, pero es un filme amable, que se cuenta bien y que salvando un par de ocurrencias, como la mordedura con ejemplo naif -aunque la golpiza tiene sentido-, tiene su encanto. Los hijos moviéndose sobre el piso como gusanos de manera normalizada recoge lo mejor de Lanthimos o ver a Martin seducir a la hija del cardiólogo escuchando su bella voz, también el ofrecimiento sexual de la madre de Martin, con una Alicia Silverstone aun sensual, la que hace de primera opción de equilibrar el mundo, que es de lo que va el filme, que tiene su crítica a aquellos que piden por un Dios más activo, juzgar el libre albedrio a través de una justicia divina, una egocéntrica y poco humanitaria, y caer en el mismo infantilismo de Martin, igualmente que en su siniestra y perturbadora violencia pasiva.