domingo, 10 de julio de 2016

Alone (Hon-ja)

Toda una sorpresa del cine coreano, sobre todo en su primera parte, desde el potente arranque hasta con tres líneas narrativas entrecruzándose, luciendo al comienzo una cámara subjetiva y harto suspenso, hallando un hombre desconcertado mucha sangre por todo su apartamento, para pasar de sueño en sueño, de pesadilla a otra, a un continuo nuevo comienzo contando con algunos antecedentes de los relatos (pasajes) previos, en una historia que tiene muchas variaciones y posibles significados, a partir de un fotógrafo o cineasta que accidentalmente observa en una azotea gritar a una mujer atacada por unos tipos con pasamontañas que al notarlo tomando fotos del incidente se dirigen a atraparlo. Atacado con un martillo queda inconsciente, y puede que se revele como una víctima, esa que queda sin cabeza en el escritorio y estar condenado a ser un fantasma en una enigmática y compleja resolución, como quien clama por desentrañar su muerte en el juego con el espectador. Esto se da en relatos continuos, en un barrio popular de Corea, con escaleras estrechas por doquier, callejones diminutos y un concreto gris nocturno, como si fuera la construcción de hogares en un cerro, pero mucho más urbanizados, compactos y abarrotados, recordando de paso las lúdicas ilustraciones imposibles de M. C. Escher, como concepto general. El personaje de Lee Ju-Won siempre se despierta en el mismo barrio empinado, como cuando desnudo se ve imposible de recordar qué pasó y manifiesta no haber estado alcoholizado.

Otra explicación es la de la locura, siendo el barrio de altas escaleras la propia mente y cárcel del protagonista, como se dice en un diálogo aludiendo el trabajo de documentalista de Ju-Won. Ésta es una impresión que se marca a partir de desdoblarse en el taxi, sobre todo señalándose que no podrá salir de la zona (sólo momentáneamente), tal cual lo exhibe la búsqueda de la cámara en la repetición del personaje en distintos espacios del lugar, o quedar atrapado en una franja de callejón y mirar exaltado fijamente al frente, no obstante curiosamente es en esa representación donde disminuye la fuerza del filme, cuando la locura suele ser tremenda desencadenante de expresión en el arte, pero aquí el misterio, “irresoluble”, de múltiples posibilidades, funciona por sí solo a la perfección, más allá del recurso típico en el cine de los sueños, pero que se justifica plenamente, ya que simbolizan la muerte temporal que en su eternidad es el leitmotiv del filme.

Avanzado el metraje se vuelve la narrativa morosa, se dilatan mucho más los casos, aparecen caminatas largas, movilidad dubitativa lenta y superficialidad de relleno, perdiendo atractivo y originalidad, pero no sucumbe ni destruye lo logrado, consigue sostener aun interés y cierta creatividad, siguiendo el mismo estilo de relato tras otro, encadenamientos, como proclamar otras posturas de víctima con la relación familiar y de pareja, ruptura, soledad y abandono, creándose una añoranza de ambas, como a su vez un sentido de culpa.

Me viene a la mente un gran traspase o una de las bisagras más memorables del filme de Park Hong-min, cuando el protagonista halla en la calle a un niño que yace siendo golpeado por su padre, para después convertirse en el pequeño y revelar conflictos personales, en el que es el contexto de una psicología (se trabaja con recuerdos y fantasmas), dentro de un glorioso inicio frenético que no para hasta poco más de medio metraje, toda una hazaña y un filme a celebrar, en una obra que va brindando fragmentos informativos no solo para el juego cambiante de los despertares (lo más valioso, creativo, el placer y meollo del filme), sino aunque secundario como para llenar una figura total de quien es y qué implican los actos del protagonista, donde en esta versión general cabe la separación de la novia, el padre abusivo y la madre traumada, y no solo el ataque de unos asaltantes con un martillo (que puede ser un encubrimiento del subconsciente), a lo Old Boy (2003), a un voyerista, dirigiéndolo a la plasticidad del desenlace, y a la distinta figuración contextual, que puede ser el de víctima, héroe o asesino; como el de una persecución, encubrimiento o accidente, en el que es un hermoso filme de eslabones oníricos e imposibles y de pérdida de memoria, como de un Christopher Nolan mezclado con un Hong Sang-soo.