Grabada en setiembre del 2002 y editada en junio del 2013
hasta julio del 2014, fueron más de 10 años de distancia para llevar la película
a una sala de exhibición, y eso predica una época que ha fugado, y que se ha quedado
congelada en el filme, en este retrato de China, que fueron 40 días de viaje
para concretar esta road movie por la región de Xinjiang en que un joven poeta
llamado Shu pasea por la zona en busca de prostitutas de lo más simples,
mientras vamos leyendo en pantalla bajo su voz en off 16 poemas suyos que
surgieron durante el periplo. El director chino Ju Anqi, invisible, sólo con su
cámara, sigue a Shu que toma el ómnibus, tira dedo en la autopista o se las
ingenia para recorrer Xinjiang con poco dinero en el bolsillo, comportándose
como un mochilero sin mayores razones para justificar su viaje que de fluir e
ir por ahí a la aventura, aunque yace siempre en su mente preguntar por las tantas
prostitutas de la región (los negocios), con las que se va acostando, mientras
muestra la humildad de cierta China, en un estado bastante cool, tanto como harto
universal, con unos poemas poco solemnes, pero admirativos de la vida, dedicados
a una inspiración determinada de su recorrido, pero sobre todo a esas joyas que
brillan: el sexo de las prostitutas. Lo vemos hasta acostarse con
algunas (al comienzo y al final), conversar con ellas alrededor de la
disyuntiva de escoger entre el matrimonio o el dinero, haciendo un recorrido
poco trascendente en realidad, donde son situaciones sin mayores pretensiones
las que se presentan, pero que hacen de Shu un tipo tan igual a muchos, en una
transparencia bárbara, en que lo vemos en toda faceta posible, siendo fresco,
tranquilo, dentro de un filme sencillo, pero muy bien filmado, con la naturalidad
del caso, en un blanco y negro que evoca los tantos años que la propuesta durmió
esperando su momento de revelación. Es el filme que muchos hubieran querido
grabar, concibiendo algo entretenido, curioso, y muy común a la vez, que hace ver a China como un lugar más de viaje, donde nos parecemos tanto, en una época
de paz, con la sazón de las mujeres de la vida y la aventura de ir tras ellas
como quien degusta sabores, apelando a cierto romanticismo, pero no cayendo en ningún
estado de inocencia, existe conciencia, a la vez que un afecto y entusiasmo por
el mundo que nos contiene, por nuestras raíces, desde la simpleza de internarnos en
la provincia, donde largos caminos de tierra, conversaciones casuales al paso y
tonteo bravo, pero agradable, se matizan con letras que van embelleciendo lo
rural y a nuestra humanidad más de a pie.