¿Qué hacer si se acerca el fin del mundo?, eso de cierta forma se responde la ópera prima del
austriaco radicado en Argentina, Lukas Valenta Rinner, aunque no sea de la
manera más humanitaria, cuando un oficinista de lo más común influenciado al
parecer por La carretera de Cormac McCarthy, donde el ser humano se degenera y
se vuelve amenaza mortal para el prójimo en un mundo post-apocalíptico, decide
ir a prepararse para esta especie de guerra, entrenando en una reserva en el
Delta del Tigre, en cómo sobrevivir, camuflarse, usar armas o luchar cuerpo a
cuerpo. En esta escuela de cómo ser un guerrillero, que luce igual a un
campamento de vacaciones, el hombre junto a otros de lo más ordinarios se alista,
para terminada su capacitación viajar a los alrededores –con la mirada de que
el mundo es una selva, y solo importa dominar y subsistir a toda costa- y usar la fuerza al
mismo estilo de una tierra sin reglas, desprovista de moral alguna. Todo parte
de pequeños indicios, la radio anuncia saqueos, hay una atmósfera de tensión
reflejada en la debilidad del protagonista que de buenas a primeras toma la decisión de ir a esta reserva, que tiene de ligera ironía en el asunto, pero
yace más en la “seriedad” del caso, que señala que la gente tiende a
corromperse, convirtiéndose en seres violentos o auto-destructivos, sobre todo
cuando las ansiedades apremian. Es curioso ver que el protagonista es como un
autómata, que ha visto peligrar su monotonía y quiere defenderla, cómo quien lucha por lo más primitivo. Cuando todo pareciera apuntar a que el absurdo o la
locura movilizan a los guerrilleros, empiezan a llover meteoritos en la ciudad. Y es que algunas imágenes poseen harta sugerente potencia visual, como en el arranque del filme donde yace la sensación de que algo oscuro se avecina, que recuerda a Post tenebras lux (2012), hasta esa otra fantástica de
la ciudad a la distancia viviendo el apocalipsis mismo Fight Club (1999).