Un filme que compitió por varios puestos en los últimos
Premios Goya, un western que imagina al bandolero legendario Butch Cassidy
aún con vida escondido ya viejo bajo otro nombre en Bolivia. Dirige el cineasta
español Mateo Gil en su segundo largometraje de ficción, quien cuenta con el
prestigio de haber sido el guionista en toda la destacada filmografía de su
compatriota Alejandro Amenábar (menos en Los Otros, una producción cinematográfica
de sociedad americana), haber ganado 3 Goyas por dicha labor y uno por un corto
de su autoría. La película que tratamos ganó 4 efigies de Goya de 11
nominaciones.
Tenemos a Sam Shepard fungiendo de Cassidy, al que lo
reviste de nobleza más no de salvajismo, sobrellevando una amigable figura que
se aproxima al espectador como uno de esos héroes característicos de los
western, sin embargo se ha de resaltar que la película no busca ser la típica
historia del oeste aunque claramente cubre toda forma esencial, se adscribe
tranquilamente a su idiosincrasia pero trae una más exigente perspectiva, una
audaz que no crea combativos antagonistas ni retos de mayor velocidad con el
arma, sino que nos pone una inteligente historia que es más una sorpresa final,
digna de un alegato de honor y honradez, la última aventura de un forajido amigo
del pueblo y que avejentado aun guarda algo de fiereza pero no impresionante
sino más clásica del que se arriesga a flirtear nuevamente con la ley del más
fuerte pero en otra categoría, una de supervivencia ante la juventud de sus
enemigos, de preferir la huida al choque, de hacerse con un dinero para cumplir
metas, en Cassidy es viajar a Estados Unidos a ver a su sobrino e hijo de su
entrañable amigo Sundance.
El contexto es que un ingeniero y también cowboy de origen
hispano roba un dinero a unos propietarios de una mina y al estar indefenso –sin
caballo y deshidratado a puertas de la muerte- perseguido en el páramo
boliviano trata de sacar ventaja de James Blackthorn, el actual sobrenombre de
Butch Cassidy, un asunto lleva a otro e inmediatamente (un pequeño defecto es ese
desarrollo tan raudo) se vuelven socios decidiéndose a ayudarse mutuamente a
favor de disfrutar de ese magnífico hurto multimillonario, para lo que antes
deben escapar de quienes esperan recuperar lo que se han llevado. Un punto resaltante de la trama es que no son tan importantes los que vienen detrás (no físicamente, pero sí en otro
nivel mental), aunque hay un intercambio de fuego, que no es tan convincente. Un acuchillamiento luce como una clase de efectos especiales de cine barato y no
solo eso sino la escena en mención la hemos visto incontables veces en la gran pantalla. No obstante la toma de Blackthorn empuñando su rifle con el fondo del paisaje desértico
bien hace gala de esos dos merecidos premios de fotografía y dirección
artística que obtuvo el filme en los Goya.
Las dos escenas de violencia de la realización resultan
trascendentes e ingeniosas dentro del entendimiento de la historia pero no
visualmente, no es un western que valga por su intensidad escénica –no hay emociones
viscerales sobresalientes de orden primario pero excitantes- aunque lo intenta de cierta forma, quizás por cumplir o, mejor
dicho, es así para darse mayor alcance conceptual y bajo esas características es loable porque funciona, y es que cierra
perfectamente el círculo con una muy clara realización propia de alguien muy
racional.
Cada personaje juega un papel decisivo, Eduardo Apodaca, el
guapo y popular algo infravalorado Eduardo Noriega, es compañero y reverso del
principal en las correrías; Yana, la peruana Magaly Solier que apenas sale pone
la nota sentimental y autóctona que ayuda a la imagen del gringo comprometido
con Bolivia (un gusto ver hablar español a un anglosajón además), y por último
está Mackinley (Stephen Rea), el oficial de la ley americana que sirve de
llamado de atención a Cassidy.
Otra parte del formato cinematográfico presente es el del pasado, bajo flashbacks donde están tres
actores internacionales que son categorizados en el séptimo arte como por lo
general secundarios con alguna cinta interesante, el danés Nikolaj Coster
Waldau y los irlandeses Padraic Delaney y Dominique McElligott, los jóvenes
Cassidy, Sundance y su mujer Etta respectivamente, algo que nos recuerda quien
es realmente Blackthorn, el relieve de la historia, de lo contrario se reduce a algo
inferior, aunque la personalidad de éste se hace en el filme y en el trance de
la última aventura. Lo vemos a Cassidy cantando por buen rato bajo la voz en
off en plena cabalgata distante o siendo
dulce en una carta para su sobrino. Pero fuera de ser recuerdos necesarios
solo sirven de aporte correcto, no generan nada de mucho valor agregado a lo
histórico en el ecran siendo algo funcional, casi podrían pasar
desapercibidos. Tampoco los rostros se nos dibujan muy bien aunque den la
nota curiosa, hay un tono humilde en general, aunque Rea haga
de borracho que es algo que se pega a la memoria.
Ésta nueva película de Butch Cassidy transmutada a un tipo
autodenominado Blackthorn, nombre que se aplica en la traducción debido a una vida difícil, se ciñe a la característica de que era el cerebro de su banda, o
en los atracos con Sundance. Más que de rápido gatillo solía aplicar la inteligencia y sobre
esto versa el concepto total de la realización.