lunes, 11 de junio de 2012

Arrugas


Me aboco a una novela gráfica llevada al cine, ganadora de los Goya 2012 por animación y guión adaptado, perteneciente a Paco Roca, dirigida por Ignacio Ferreras. Es la historia de Emilio que llega a un asilo de ancianos, con posibles problemas mentales, y empieza su nueva vida  como en un primer día de clases, pero temiendo ser llevado al piso de arriba donde están los viejos de avanzada enfermedad, un especie de limbo del olvido y la indiferencia, situación que está muy próxima ya que tiene Alzheimer. Conoce a Miguel, un avispado y aprovechado anciano de origen argentino con quien estrechará fuertes vínculos de amistad. La trama vuela sobre estas dos personalidades, una disciplinada existencia menoscabada por los cambios de la edad y otra robusta, desconfiada y a la defensiva.

Desconcierta la situación de Emilio y la del instituto en general, que no se trata de maltrato, ser viejo se convierte en un lugar que se describe en el mundo de la decrepitud solo para comer, dormir y cagar, una monótona falta de intensidad que los recluye en medio de la nada, aunque en el interior muchos guarden el deseo de sentir emociones, de seguir conteniendo vivencias como nadar en una piscina servida solo de ornamento o salir a pasear en auto a la calle cuando no hay permiso, simplezas que se hacen añoradas encerrados tras cuatro paredes cargando sus deficiencias, su taras y su decaimiento físico como mental. Sin embargo afligidos por la impotencia de lo inevitable aspirando a ejercer alguna libertad o recubiertos de sueños e imaginación como la mujer que cree estar en el expreso de oriente, nos dan un llamado de atención; dedicado a los ancianos de hoy, a los de mañana, es decir, a todos nosotros, que pasaremos por ésta etapa.

Emilio influirá con su caso y amistad en Miguel dándole una visión más humana, despertando el compañerismo y la ayuda del prójimo, un ver por los demás a los que se les deja de lado, en la trama a todas esas personas que atraviesan el difícil trance de la vejez, repitiendo mecánicamente lo que dicen los demás, temiendo ser secuestrados por los extraterrestres, creyéndose en un tren de primera clase, solitarios sintiéndose una carga, no sabiendo cuidar a un perro pero queriendo tener alguno, perdiéndose en la enfermedad, en la ausencia de cuidados personalizados más que de trabajo, de cariño que necesitan, como en el ejemplo de la mujer que atiende a su esposo con Alzheimer extendido que parece no reconocer a nadie pero ella lo protege y le ama sin importarle lo que diga la ciencia.  

Es un golpe realista el que presenciamos en el filme, una historieta que no vale tanto por sus ilustraciones en pantalla, que son correctas, pero bastante llanas en cuanto a arte, poco modernas y con un color opaco, pegadas a asumir el relato más que todo y ahí yace su poder, porque lo que se nos cuenta es importante, descrito desde la anécdota pero ejemplificado con inteligencia para notar que el final de nuestros días no puede ser tan cruel, que el pasado -viendo los flashbacks- merece una retribución y continuidad, que no se debe temer envejecer ni caer en un aislamiento feroz sino como en el desenlace tener y crear esperanza, un ambiente de amor y compartir, para lo que se necesita entrega e identificación, algo coherente ya que efectivamente seremos todos viejos en algún momento. Además, porque el filme duele, porque no podemos ser tratados así, con desdén u solo obligación, ni comportarnos como Miguel, decepcionados del mundo y nuestra humanidad; la vejez no debe seguir sus palabras, no puede ser tan desastrosa ni injusta tras una  larga memoria familiar, experiencia vivencial y tanto trabajo sino una nueva realidad que confía, que apoya, que aligera, que facilita sueños todavía, que aspira también a la felicidad.

El filme es muy rico en reflexión con un acento ligero y un poco dramático que se remilga en varias oportunidades, pero sin caer en la vacuidad o en el efectismo que malogre la idea central, siendo aunque algo falto de creatividad en ese aspecto, necesario para invocar ese dolor existencial de la edad, ese decaimiento y esa soledad, teniendo algunos momentos no del todo convincentes por verse notoriamente sentimentales pero que en conjunto y en esencia llegan a puerto, la superficie sirve también a pesar de ese cierto aire flagrante porque se entiende algo más aún en su forma más directa; conmueve el espíritu taciturno de un Emilio desorientado, y es por eso que Miguel en  contraposición, un hombre fuerte y que no queda en la sola emotividad sino en la acción, surge como vehículo de cambios, decidiéndose a solventar el compañerismo y la fe, pero previamente necesitando de ese intercambio que le proporciona un entristecido Emilio, que va hacia el abismo, fabricando con su nobleza y su sufrimiento una enseñanza que no solo quiere trasmitir llanto al espectador sino una salida.   

Es un filme convencional, pero muy bien desarrollado, maduro en la temática que trata y en sus discretos dibujos, suave a fin de cuentas en cuanto a su tono a pesar de que llega  a cumplir su misión que es sensibilizarnos y abrirnos los ojos. Su visualidad resulta afable, familiar y es que opta por ser una animación diáfana, accesible, que pone sus cartas sobre el fondo, repitiendo el mensaje hasta hacerlo muy concreto, creando una atmósfera dura pero no definitiva, que tiene sus bocanadas de oxígeno y quiere volverlas predominantes por encima de ese dolor inevitable al que se enfrenta, poniendo antagonistas que son complementarios, recurriendo a una sustancia, la amistad y el vínculo afectivo que nace de ello, una levantada de oreja no sólo para hijos o nietos sino para cada ser humano que comprenda que no es únicamente una obra de ficción sino una sugerencia y un acercamiento a nosotros mismos, con características que juegan a favor porque aun –o quizás por eso- escogiendo una voz menos oscura llega con éxito a su meta: nuestro corazón.