Me aboco a una novela gráfica llevada al cine, ganadora
de los Goya 2012 por animación y guión adaptado, perteneciente a Paco Roca,
dirigida por Ignacio Ferreras. Es la historia de Emilio que llega a un asilo de
ancianos, con posibles problemas mentales, y empieza su nueva vida como en un primer día de clases, pero
temiendo ser llevado al piso de arriba donde están los viejos de avanzada
enfermedad, un especie de limbo del olvido y la indiferencia, situación que
está muy próxima ya que tiene Alzheimer. Conoce a Miguel, un avispado y
aprovechado anciano de origen argentino con quien estrechará fuertes vínculos de
amistad. La trama vuela sobre estas dos personalidades, una disciplinada
existencia menoscabada por los cambios de la edad y otra robusta, desconfiada y
a la defensiva.
Desconcierta la situación de Emilio y la del instituto en
general, que no se trata de maltrato, ser viejo se convierte en un lugar que se
describe en el mundo de la decrepitud solo para comer, dormir y cagar, una
monótona falta de intensidad que los recluye en medio de la nada, aunque en el
interior muchos guarden el deseo de sentir emociones, de seguir conteniendo
vivencias como nadar en una piscina servida solo de ornamento o salir a pasear en
auto a la calle cuando no hay permiso, simplezas que se hacen añoradas
encerrados tras cuatro paredes cargando sus deficiencias, su taras y su
decaimiento físico como mental. Sin embargo afligidos por la impotencia de lo
inevitable aspirando a ejercer alguna libertad o recubiertos de sueños e
imaginación como la mujer que cree estar en el expreso de oriente, nos dan un
llamado de atención; dedicado a los ancianos de hoy, a los de mañana, es decir, a todos nosotros, que pasaremos por ésta etapa.
Emilio influirá con su caso y amistad en Miguel dándole una
visión más humana, despertando el compañerismo y la ayuda del prójimo, un ver
por los demás a los que se les deja de lado, en la trama a todas esas personas
que atraviesan el difícil trance de la vejez, repitiendo mecánicamente lo que
dicen los demás, temiendo ser secuestrados por los extraterrestres, creyéndose
en un tren de primera clase, solitarios sintiéndose una carga, no sabiendo
cuidar a un perro pero queriendo tener alguno, perdiéndose en la enfermedad, en
la ausencia de cuidados personalizados más que de trabajo, de cariño que
necesitan, como en el ejemplo de la mujer que atiende a su esposo con Alzheimer
extendido que parece no reconocer a nadie pero ella lo protege y le ama sin
importarle lo que diga la ciencia.
Es un golpe realista el que presenciamos en el filme, una
historieta que no vale tanto por sus ilustraciones en pantalla, que son
correctas, pero bastante llanas en cuanto a arte, poco modernas
y con un color opaco, pegadas a asumir el relato más que todo y ahí yace su
poder, porque lo que se nos cuenta es importante, descrito desde la anécdota
pero ejemplificado con inteligencia para notar que el final de nuestros días no
puede ser tan cruel, que el pasado -viendo los flashbacks- merece una retribución y continuidad, que no se debe temer envejecer ni
caer en un aislamiento feroz sino como en el desenlace tener y crear esperanza,
un ambiente de amor y compartir, para lo que se necesita entrega e
identificación, algo coherente ya que efectivamente seremos todos viejos en
algún momento. Además, porque el filme duele, porque no podemos ser tratados así, con desdén u solo obligación, ni comportarnos como Miguel, decepcionados del
mundo y nuestra humanidad; la vejez no debe seguir sus palabras, no puede ser
tan desastrosa ni injusta tras una larga
memoria familiar, experiencia vivencial y tanto trabajo sino una nueva realidad
que confía, que apoya, que aligera, que facilita sueños todavía, que aspira
también a la felicidad.
El filme es muy rico en reflexión con un acento ligero y un poco dramático que se remilga en varias oportunidades, pero sin caer en la
vacuidad o en el efectismo que malogre la idea central, siendo aunque
algo falto de creatividad en ese aspecto, necesario para invocar ese dolor
existencial de la edad, ese decaimiento y esa soledad, teniendo algunos
momentos no del todo convincentes por verse notoriamente sentimentales pero que
en conjunto y en esencia llegan a
puerto, la superficie sirve también a pesar de ese cierto aire flagrante porque se entiende algo más aún en su forma más directa; conmueve el espíritu
taciturno de un Emilio desorientado, y es por eso que Miguel en contraposición, un hombre fuerte y
que no queda en la sola emotividad sino en la acción, surge como vehículo de
cambios, decidiéndose a solventar el compañerismo y la fe, pero previamente necesitando
de ese intercambio que le proporciona un entristecido Emilio, que va hacia el
abismo, fabricando con su nobleza y su sufrimiento una enseñanza que no solo quiere
trasmitir llanto al espectador sino una salida.
Es un filme convencional, pero muy bien desarrollado, maduro
en la temática que trata y en sus discretos dibujos, suave a fin de cuentas
en cuanto a su tono a pesar de que
llega a cumplir su misión que es
sensibilizarnos y abrirnos los ojos. Su visualidad resulta afable, familiar y es que opta por ser una animación diáfana, accesible, que
pone sus cartas sobre el fondo, repitiendo el mensaje hasta hacerlo muy
concreto, creando una atmósfera dura pero no definitiva, que tiene sus bocanadas
de oxígeno y quiere volverlas predominantes por encima de ese dolor inevitable
al que se enfrenta, poniendo antagonistas que son complementarios,
recurriendo a una sustancia, la amistad y el vínculo afectivo que nace de ello,
una levantada de oreja no sólo para hijos o nietos sino para cada ser humano
que comprenda que no es únicamente una obra de ficción sino una sugerencia y
un acercamiento a nosotros mismos, con características que juegan
a favor porque aun –o quizás por eso- escogiendo una voz menos oscura
llega con éxito a su meta: nuestro corazón.