martes, 22 de marzo de 2011

Enterrado



Éste es el segundo largometraje del director español Rodrigo Cortés que narra la historia de Paul Conroy, el que despierta enterrado en un ataúd a no sabe cuántos metros de distancia, toda la película girará en base al deseo de salir vivo de ese trance. Mientras avanza la cinta descubriremos quien es Paul y porqué está en ese lugar. A cualquiera le sería muy complicado estar en la decisión de Cortés de no movernos de la imagen de Conroy metido en el sarcófago de madera; sin embargo, él sale valerosamente airoso de ésta realización aunque sin diálogos en base a monólogos o a movimientos sería ya reducir demasiado el concepto del filme, por eso escoge una forma eficaz de hacerlo hablar, dentro de la caja en la que se encuentra el desafortunado hay un moderno celular no tan bien cargado en batería, pero surtido generosamente de línea abierta, mediante éste realizará múltiples llamadas que lo convierten en un elemento indispensable para lo que nos quiere narrar el filme y en la misma supervivencia de la interpretación central, de la mano de otros objetos. Para no estar en completa oscuridad que existen ratos en los que la pantalla se pone totalmente oscura Conroy utiliza un zippo, un encendedor potente, para iluminarnos y darnos visibilidad, también encuentra unos pequeños tubos fluorescentes de luz, una linterna y un lápiz a los que les da buen uso como con todo material que tiene a su alcance que le permiten resistir en su encierro.

Mediante llamadas nos ubica en el contexto, ha sido secuestrado por unos tipos necesitados de dinero, no nos dicen que son terroristas específicamente aunque ellos hayan atacado un convoy con camioneros contratistas matando a todos menos a él y a una mujer por la que también piden una recompensa. Conroy se encuentra en Irak en el año en que todavía los estadounidenses dominan el país. Desesperado llama a toda entidad gubernamental capaz de ayudarle; suena descabellado que llame a Estados Unidos contando su singular situación esperando ayuda, pero le creen y prometen salvarlo; un contacto en particular se mantiene dándole indicaciones y prometiendo su búsqueda; también llama a la empresa que lo contrató y en una muestra de que los negocios son primero se lavan las manos con su seguro y su percance; también llama a una amiga de su esposa con la que entabla una discusión algo graciosa debido a su estado, a su cónyuge no la puede contactar hasta el final del filme en un conmovedor encuentro verbal; llama además a su madre que sufre de demencia senil o de alzhéimer entre otras comunicaciones que se encargan de darnos todo los datos necesarios para armar un relato más nutrido y próximo.

Conroy es contactado por su secuestrador que empieza pidiendo 5 millones de dólares y termina conformándose con solo un millón poco después de explicarle porque lo hace, le pide que se filme con el celular y que anuncie su condición de prisionero, esto otorga la coherencia que veíamos faltante al encontrar un teléfono en su féretro, le da una razón al hecho de hallarlo. Otra curiosidad es que Conroy sabe utilizar un celular muy sofisticado que se halla en árabe, alguien menos preparado estaría en mayores aprietos, más tarde lo cambiará a su lenguaje, pero mientras tanto logra rastrear números telefónicos, grabarse, enviar videos y emitir sus mensajes.

Dentro de la actuación de Ryan Reynolds en el papel principal vemos diferentes actitudes consolidadas dentro de sus aptitudes como actor en ascenso y algunas limitaciones expresivas desde gritos de impotencia, lágrimas porque quizás no vuelva a ver a su familia en especial a su hijo, dolor y falta de oxígeno que atraviesa al estar en cautiverio, astucia para tratar de escapar y mantenerse tranquilo como lograr deshacerse de una serpiente que se mete en su cajón, ruegos y explicaciones a su captor, lástima cuando dialoga con su madre, enojo cuando siente que no lo pueden rescatar o no comprenden su mortificación, en fin un sinnúmero de emociones y acciones que despliega con solvencia que nos hace ver a un tipo común en una posición delicada. En eso el guión se presenta eficiente como lo es a su vez al tenernos en suspenso de que si podrá salir de donde está o no lo hará. La visión es asfixiante y se puede sintonizar con su dilema gracias a que conocemos de su persona y sentimos el peligro que lo envuelve. Su desenvolvimiento resulta natural aunque ostenta una elevada perspicacia que despliega sin salirse de la realidad más comprensible. Los percances se suceden provocando expectación y subsiste un ambiente de completo estado de tensión. Entre sentir su encierro con la luz a penas iluminando y ver su rostro sangrante y sudado nos compenetramos con el relato y con ese ser humano, para eso la película no deja de sorprendernos, es el movimiento que genera atención porque Conroy no descansa ya que siempre está ideando algo y haciéndolo, yendo de emociones, actos y cambios que suceden en el mismo sarcófago que afectan al personaje.

La batería del celular está por terminar junto con el tiempo límite para pagar su rescate, el aire comienza a escasear, peor cuando se sufre de ansiedad, como le pasa a Conroy que toma medicamentos y el verdugo exige que se mutile un dedo para impresionar al gobierno y entreguen el dinero, estando en manos inmisericordes que le han demostrado en un video que le envían que son capaces de matar a sangre fría. Llega hasta el momento en que la arena empieza a entrar al cajón y a llenarlo anunciando el final casi inevitable salvo por la sensación de llegar a ser desenterrado por el agente militar que está en línea. Es una película que tiene un cierre inesperado que bien ha valido hora y media de inmersión entorno a un hombre sepultado en vida, observando las tantas posibilidades creativas que genera estar atrapado de esa forma, es la adrenalina, el miedo, la indignación, la resignación, el empecinamiento por subsistir, siendo muy pocas las alternativas de vivir en la que nuestro corazón de espectador está inmiscuido esperanzado hasta el último momento.